Andrea Levy
Esta es mi Inglaterra
Andrea Levy
Traducción: Inmaculada Alonso / Madrid
Recientemente, estuve en una visita literaria en Nueva Zelanda, patrocinada por el Ayuntamiento Británico. Leyendo un libro, un joven blanco me preguntó, "¿De dónde es?", "Inglaterra", le contesté. "No parece inglesa", dijo. "Bien, a veces los ingleses tienen esta otra apariencia", respondí. El joven se rió sin convencerse. Así que le pregunté, "¿Cómo cree que físicamente debe ser un inglés?". El joven apuntó a otra persona blanca, una mujer rubia. Ambos nacieron y fueron educados en Nueva Zelanda, pero de algún modo, eran más ingleses que yo.
Esto tuvo lugar en un país donde, más tarde, hablando con un hombre maori de unos 70 años, me dijo que cualquiera que tuviera una gota de sangre maori en sus venas, era maori. No importa la convicción de ideas, ni en qué país se viva, si se tiene sangre Maori, se consideran parte de esa cultura.
¡Identidad! Algunas veces me duele la cabeza, otras el corazón. Pero ¿qué soy? ¿Cómo encajo en Gran Bretaña en el 2.000 y después?
Mi padre vino a este país en 1.948, en el barco "Imperio Windrush". Fue uno de los pioneros. Uno de las 492 personas que visitó Jamaica, la antigua colonia del imperio británico y vio que no había trabajo, ni perspectivas y decidió correr el riesgo de irse a la madre patria. Su idéntico hermano gemelo, había estado en la RAF (Fuerzas Aéreas Británicas), sin moverse en Inglaterra durante la guerra y regresó para prestar una nueva ronda de servicio. Mi padre le acompañó, dejando atrás en Jamaica a su novia, mi madre, que esperaba impacientemente reunirse con él.
No sé cuáles eran las aspiraciones de mi padre cuando llegó a Gran Bretaña, no se daba cuenta de que estaba haciendo historia. Pero sé que cuando embarcó, se reconoció como ciudadano británico. Viajó bajo pasaporte británico. Gran Bretaña era el país que todos los niños jamaicanos estudiaban en el colegio. Los niños cantaban el Dios Salve al Rey y el poema de James Thomson, Rule Britannia.
Creían que Gran Bretaña era una tierra verde y agradable – si no era el centro del mundo, al menos era el centro de un gran e importante imperio que abarcó el globo terráqueo, uniendo todo tipo de países en una gran familia. Lejos de la idea de que estaba viajando a un lugar extranjero, estaba viajando al centro de su país y como tal, pasaría desapercibido y se integraría inmediatamente. Jamaica, pensó, era exactamente Gran Bretaña, pero al sol.
Hubo un momento en el que mi madre tuvo dudas sobre esta emigración al oír historias sobre el trato que los primeros viajeros habían recibido. Quería que mi padre regresara. Pero era demasiado tarde; para entonces, mi padre se había enamorado de Inglaterra. En la lista de pasajeros , los gemelos fueron anotados con edades diferentes, lo que podría haber sido una pista. Mi padre quería ser su propio jefe e Inglaterra era el lugar para conseguirlo.
(He pasado de utilizar Gran Bretaña a usar Inglaterra. Gran Bretaña es el estado. Se es sólo británico cuando estás fuera de las islas. Cuando por ejemplo, estoy en Europa o América, soy británico. Esto me hace sentir de algún modo, más grande. Pero tan pronto como pongo mis pies en tierras británicas, sé que estoy en Inglaterra, Escocia, Gales o Irlanda, países separados sin duda alguna).
Mi madre se reunió con mi padre en la habitación alquilada situada al oeste de Londres, seis meses después de que el "Windrush" hubiera atracado. Pero pronto notaron que en Inglaterra eran extranjeros, y esto les impactó. Las cosas que se consideraban inglesas por excelencia –modales, educación, las vocales bien pronunciadas de la gente bien hablada - brillaban por su ausencia. Soportaron un pésimo alojamiento – de ningún modo la situación de las personas de color en aquellos días de la post-guerra era fácil: los carteles de las ventanas decían "No se admiten negros, perros ni irlandeses".
Cuando mi hermano, mis hermanas y yo nacimos, las cosas empezaron a ponerse un poco más complicadas. Éramos buenos ciudadanos (aunque la policía hizo lo posible para frustrar los planes de mi hermano). Nunca nos metíamos en líos. Siempre fuimos amables. Nunca estafamos el contador de la luz. Vivíamos en un piso del ayuntamiento en Highbury, al norte de Londres, al lado del campo de fútbol del Arsenal. En un mundo exterior a nuestro piso, era una chica del norte de Londres.
Fui al colegio del barrio. Hablaba como una cockney (habitante de los barrios de Londres). Me ofrecía como aparca coches los días de partido. Jugaba con la pelota y saltaba a la comba. Me gustaban los Mojos y los godstopper (caramelo de varias capas de color); podía inflar una gran pompa de chicle. En la televisión veíamos "Coronation Street", "Emergency Ward Ten", "Dr. Who", "Cathy come Home" que me hacía temer el no tener hogar. El "Sonido de la Música" me recordaba a Julie Andrews. (Incluso me auto convencí de que me parecía a ella, pero nadie más lo notaba).
En el colegio, me enseñaron a leer, escribir y a contar (bueno, con lo último, ¡Dios sabe que lo intentaron!). Estudié a Shakespeare y a los poetas metafísicos. Aprendí a tocar el piano y pude cantar y tocar el "Mangas verdes". Aprendí historia –centrándome en Gladstone y Disraeli, dos historiadores ingleses del siglo XIX – y conocí todo lo relativo a la abolición de las Leyes de Cornualles y al comercio libre. (Nada de esto era insólito para mis padres ya que lo habían estudiado en el colegio en Jamaica).
Fui educada como una inglesa. A mi lado, aprendiendo, viendo la televisión, comiendo y jugando, había chicos blancos. Pero esos chicos nunca tendrían que crecer preguntándose si eran o no ingleses.
Me avergonzaba el hecho que mis padres no fueran ingleses. Una de las razones era que a nadie a mi alrededor le interesaba el país de origen de mis padres. Para ellos, era sólo un lugar lleno de negros inferiores. Ellos me preguntaban – ¡oh! ellos siempre me preguntaban. "¿De dónde eres? Era un ruido constante, como el tick tack del reloj. Si yo respondía "Jamaica", los labios se fruncirían o la lengua me chasquearía con desaprobación. No querían saber nada sobre el sol, la caña de azúcar, el ron. No querían probar nuestro arroz y guisantes .
Todo lo que procedía de Jamaica era extraño para mí. Cada Navidad, recibíamos un paquete: (¿Éramos la única familia que recibía paquetes de Jamaica y no al revés?) Un empalagoso pastel de Navidad de "la madre de mi madre". Una pajarita para mi hermano y unos vestidos hechos a mano para nosotras las chicas. Pero nosotros preferíamos el pastel inglés de Navidad con azúcar glaseada que crujía en la boca. Unos jerseys de lana hubieran estado mejor, dijimos. A mi hermano le molestaba que con la pajarita le estuvieran tomando el pelo más allá de lo que podía aguantar.
Teníamos una lata de maíz tierno en el armario que nos habían enviado desde Jamaica. Recuerdo que mi madre lo abrió mientras nosotros corríamos entusiasmados a su alrededor. No porque quisiéramos probarlo sino porque era muy raro. Probé un trozo y lo escupí, porque sabía asqueroso. (Eran los inicios de los años 60 – ¡entiéndeme! – la ensalada era exótica). A mi padre le gustaba una cosa llamada guayava y se ponía melancólico cuando pensaba en ello. No sabía lo que era. Pero conocía la letra de una canción que decía algo así como "Frota la barriga como la gelatina de guava" y me avergonzaba cuando mi padre lo mencionaba. Y mis padres se ponían a bailar como locos cuando Miss Jamaica ganaba el concurso de Miss Mundo.
Sólo quería encajar y formar parte de todo lo que había a mi alrededor mientras que mis padres me estaban reteniendo.
Entonces, crecí.
Más gente de color emigró a Inglaterra desde los años 50 en adelante, de los países del Caribe, de África. Gente que venía de la India, Pakistán, Bangladesh, Uganda. Gente que desde el viejo imperio volvía a la madre patria. Después de todo, ¿no nos pertenecía? Junto con esta inmigración, esta seguridad en números, sentí un nuevo interés en el país que habían dejado mis padres. Me empezaba a sentir orgullosa de tener una herencia jamaicana. Indecisa al principio - los discos de Bob Marley diciendo la palabra "luchador", ensayando delante del espejo del baño. Hasta surgió en mí la necesidad de visitar Jamaica.
Recientemente, mi madre había vuelto de Jamaica después de 40 años fuera. Volvió a casa contándome que Jamaica se había convertido en lugar horrible. Caluroso, violento y pobre. No era el sitio que ella recordaba. Aún tenía familia allí, pero la mayoría había emigrado a América o a Canadá. Mi padre no quería volver ni siquiera para visitarla. Prefería sus recuerdos y me dijo melancólicamente, que no tenía a nadie allí, ni familia ni amigos. Había hecho de Inglaterra su casa. No quería perderse el fútbol. Y sin demasiado problema, pudo conseguir su querida guayava.
Jamaica es una isla donde, a parte de la población aborigen, los Arawak, las personas eran traídas como esclavos o peones contratados. La población blanca era propietaria de las plantaciones y de los trabajadores. Algunos trabajaban como supervisores, el famosamente cruel bakra. Jamaica era un lugar de trabajo duro. La Jamaica que encontré era un folleto de una isla bonita. Un lugar donde los colonizadores se habían marchado, pero como solíamos decir en el norte de Londres, "se habían llevado la pelota a casa". Llevándose la riqueza y dejando una economía difícil con deudas e intentando diversificarse para competir en un mercado global.
Sin embargo para mí, la joya de la isla era mi familia. En Kingston, me recibieron como a una hija pródiga. Me dijeron que parecía una jamaicana, incluso cuando les avergoncé con mis modales ingleses, mi gusto por tomar el sol, mi insistencia en hacer té en una tetera y tiritar de frío con mi jersey de lana, quejándome de la brisa navideña. Cuando me fui, quería saber más sobre las personas que me formaron.
Es duro para cualquier persona buscar a sus antepasados, pero es más duro si cabe (aunque no imposible) para alguien con mi pasado. La mayoría de los archivos están incompletos o no disponibles en el mejor de los casos; destruidos o inexistentes, en el peor. Descubrí que me costaría tiempo y paciencia elaborar mi árbol genealógico. Así que di el siguiente paso. Hablé con mi madre.
Fue sencillo. La pedí que me contara todo lo que sabía sobre cualquier detalle que pudiera recordar. Mi madre me contaba que cuando yo era pequeña, no mostraba interés en el pasado de su familia. La dije que se lo pedía todo el tiempo, pero que ella no quería contármelo. Tuve la impresión de que mi madre había venido a este país para conseguir un futuro, no para vivir en el pasado. Sea cual sea la verdad, esto nos unió. Yo estaba interesada y mi madre estaba dispuesta a contármelo.
Aprendí sobre su abuelo, mi bisabuelo, entre muchos otros; un hombre escocés, con el cabello de un pelirrojo intenso. Un pescador que podía hacer cualquier cosa y a quien le gustaba lavar su dinero cada domingo. ¿Qué estaba haciendo en Jamaica, tan lejos de su casa? ¿Dónde estaba su familia? Mi madre no lo sabía, sólo le conoció a él. Tuve que buscar en los libros de historia escocesa para averiguar que, como una réplica inversa de la historia de mi padre, muchos hombres abandonaron las penalidades de la vida escocesa por un futuro en el Caribe. Este pelirrojo escocés, cuyo pelo heredó mi hermano y al que le fastidió enormemente que le estuvieran tomando el pelo más allá de lo que podía aguantar, dejó atrás su país.
El padre de mi padre luchó en la Primera Guerra Mundial con el Regimiento Británico de las Indicas Occidentales. Nació judío. Su familia había estado en Jamaica durante generaciones, pero probablemente eran originarios del norte de África. Mi abuelo se había casado con una mujer de clase social superior con descendencia india, africana y española y se había convertido al cristianismo mientras luchó en la guerra. Su familia judía le repudió así como a toda su descendencia.
Y más lejos en el tiempo, la madre de la madre de la madre de mi madre, nació esclava. Tuvo varios hijos con su amo blanco, quien probablemente tuvo otros hijos con mujeres esclavas y con su mujer inglesa. No sé lo que le ocurriría, pero quizá alguno de sus descendientes lo esté leyendo ahora.
Esta es mi Inglaterra
Andrea Levy
Traducción: Inmaculada Alonso / Madrid
Andrea Levy nació y fue educada en Inglaterra. Sus padres son jamaicanos, pero ¿qué significa esto? Apenas justifica el por qué muchos de sus compatriotas la hacen sentirse como una extraña en su propio país. Después de todo, si ella fuera blanca y extranjera, ¿alguien lo pondría en duda?
Sábado, 19 de Febrero de 2000
The Guardian
Sábado, 19 de Febrero de 2000
The Guardian
Recientemente, estuve en una visita literaria en Nueva Zelanda, patrocinada por el Ayuntamiento Británico. Leyendo un libro, un joven blanco me preguntó, "¿De dónde es?", "Inglaterra", le contesté. "No parece inglesa", dijo. "Bien, a veces los ingleses tienen esta otra apariencia", respondí. El joven se rió sin convencerse. Así que le pregunté, "¿Cómo cree que físicamente debe ser un inglés?". El joven apuntó a otra persona blanca, una mujer rubia. Ambos nacieron y fueron educados en Nueva Zelanda, pero de algún modo, eran más ingleses que yo.
Esto tuvo lugar en un país donde, más tarde, hablando con un hombre maori de unos 70 años, me dijo que cualquiera que tuviera una gota de sangre maori en sus venas, era maori. No importa la convicción de ideas, ni en qué país se viva, si se tiene sangre Maori, se consideran parte de esa cultura.
¡Identidad! Algunas veces me duele la cabeza, otras el corazón. Pero ¿qué soy? ¿Cómo encajo en Gran Bretaña en el 2.000 y después?
Mi padre vino a este país en 1.948, en el barco "Imperio Windrush". Fue uno de los pioneros. Uno de las 492 personas que visitó Jamaica, la antigua colonia del imperio británico y vio que no había trabajo, ni perspectivas y decidió correr el riesgo de irse a la madre patria. Su idéntico hermano gemelo, había estado en la RAF (Fuerzas Aéreas Británicas), sin moverse en Inglaterra durante la guerra y regresó para prestar una nueva ronda de servicio. Mi padre le acompañó, dejando atrás en Jamaica a su novia, mi madre, que esperaba impacientemente reunirse con él.
No sé cuáles eran las aspiraciones de mi padre cuando llegó a Gran Bretaña, no se daba cuenta de que estaba haciendo historia. Pero sé que cuando embarcó, se reconoció como ciudadano británico. Viajó bajo pasaporte británico. Gran Bretaña era el país que todos los niños jamaicanos estudiaban en el colegio. Los niños cantaban el Dios Salve al Rey y el poema de James Thomson, Rule Britannia.
Creían que Gran Bretaña era una tierra verde y agradable – si no era el centro del mundo, al menos era el centro de un gran e importante imperio que abarcó el globo terráqueo, uniendo todo tipo de países en una gran familia. Lejos de la idea de que estaba viajando a un lugar extranjero, estaba viajando al centro de su país y como tal, pasaría desapercibido y se integraría inmediatamente. Jamaica, pensó, era exactamente Gran Bretaña, pero al sol.
Hubo un momento en el que mi madre tuvo dudas sobre esta emigración al oír historias sobre el trato que los primeros viajeros habían recibido. Quería que mi padre regresara. Pero era demasiado tarde; para entonces, mi padre se había enamorado de Inglaterra. En la lista de pasajeros , los gemelos fueron anotados con edades diferentes, lo que podría haber sido una pista. Mi padre quería ser su propio jefe e Inglaterra era el lugar para conseguirlo.
(He pasado de utilizar Gran Bretaña a usar Inglaterra. Gran Bretaña es el estado. Se es sólo británico cuando estás fuera de las islas. Cuando por ejemplo, estoy en Europa o América, soy británico. Esto me hace sentir de algún modo, más grande. Pero tan pronto como pongo mis pies en tierras británicas, sé que estoy en Inglaterra, Escocia, Gales o Irlanda, países separados sin duda alguna).
Mi madre se reunió con mi padre en la habitación alquilada situada al oeste de Londres, seis meses después de que el "Windrush" hubiera atracado. Pero pronto notaron que en Inglaterra eran extranjeros, y esto les impactó. Las cosas que se consideraban inglesas por excelencia –modales, educación, las vocales bien pronunciadas de la gente bien hablada - brillaban por su ausencia. Soportaron un pésimo alojamiento – de ningún modo la situación de las personas de color en aquellos días de la post-guerra era fácil: los carteles de las ventanas decían "No se admiten negros, perros ni irlandeses".
.Mi padre se enfrentó con una increíble hostilidad cuando estuvo buscando un lugar para vivir a causa del color de su piel. Consiguió trabajo en correos.
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Mi madre, profesora en Jamaica, tuvo que coser para ganarse la vida. Trabajó en una fábrica, donde se explotaba a los obreros, junto a otros extranjeros –checos, polacos, griegos y todos los derrotados de la guerra-. Tuvo una ventaja: hablaba inglés. Y una desventaja: era negra (o de color, como nos denominaban).
Cuando mi hermano, mis hermanas y yo nacimos, las cosas empezaron a ponerse un poco más complicadas. Éramos buenos ciudadanos (aunque la policía hizo lo posible para frustrar los planes de mi hermano). Nunca nos metíamos en líos. Siempre fuimos amables. Nunca estafamos el contador de la luz. Vivíamos en un piso del ayuntamiento en Highbury, al norte de Londres, al lado del campo de fútbol del Arsenal. En un mundo exterior a nuestro piso, era una chica del norte de Londres.
Fui al colegio del barrio. Hablaba como una cockney (habitante de los barrios de Londres). Me ofrecía como aparca coches los días de partido. Jugaba con la pelota y saltaba a la comba. Me gustaban los Mojos y los godstopper (caramelo de varias capas de color); podía inflar una gran pompa de chicle. En la televisión veíamos "Coronation Street", "Emergency Ward Ten", "Dr. Who", "Cathy come Home" que me hacía temer el no tener hogar. El "Sonido de la Música" me recordaba a Julie Andrews. (Incluso me auto convencí de que me parecía a ella, pero nadie más lo notaba).
En el colegio, me enseñaron a leer, escribir y a contar (bueno, con lo último, ¡Dios sabe que lo intentaron!). Estudié a Shakespeare y a los poetas metafísicos. Aprendí a tocar el piano y pude cantar y tocar el "Mangas verdes". Aprendí historia –centrándome en Gladstone y Disraeli, dos historiadores ingleses del siglo XIX – y conocí todo lo relativo a la abolición de las Leyes de Cornualles y al comercio libre. (Nada de esto era insólito para mis padres ya que lo habían estudiado en el colegio en Jamaica).
Fui educada como una inglesa. A mi lado, aprendiendo, viendo la televisión, comiendo y jugando, había chicos blancos. Pero esos chicos nunca tendrían que crecer preguntándose si eran o no ingleses.
Me avergonzaba el hecho que mis padres no fueran ingleses. Una de las razones era que a nadie a mi alrededor le interesaba el país de origen de mis padres. Para ellos, era sólo un lugar lleno de negros inferiores. Ellos me preguntaban – ¡oh! ellos siempre me preguntaban. "¿De dónde eres? Era un ruido constante, como el tick tack del reloj. Si yo respondía "Jamaica", los labios se fruncirían o la lengua me chasquearía con desaprobación. No querían saber nada sobre el sol, la caña de azúcar, el ron. No querían probar nuestro arroz y guisantes .
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Me acuerdo de una niña americana que venía al colegio. Hubiera pensado que la misma Doris Day era una niña. Todos querían ser su amigo. Para ver su juguetes, para oír el acento maravilloso de sus padres, para probar su comida con un "¡Oh!, ¿no está riquísimo?" América era un sitio idóneo para nacer.
Todo lo que procedía de Jamaica era extraño para mí. Cada Navidad, recibíamos un paquete: (¿Éramos la única familia que recibía paquetes de Jamaica y no al revés?) Un empalagoso pastel de Navidad de "la madre de mi madre". Una pajarita para mi hermano y unos vestidos hechos a mano para nosotras las chicas. Pero nosotros preferíamos el pastel inglés de Navidad con azúcar glaseada que crujía en la boca. Unos jerseys de lana hubieran estado mejor, dijimos. A mi hermano le molestaba que con la pajarita le estuvieran tomando el pelo más allá de lo que podía aguantar.
Teníamos una lata de maíz tierno en el armario que nos habían enviado desde Jamaica. Recuerdo que mi madre lo abrió mientras nosotros corríamos entusiasmados a su alrededor. No porque quisiéramos probarlo sino porque era muy raro. Probé un trozo y lo escupí, porque sabía asqueroso. (Eran los inicios de los años 60 – ¡entiéndeme! – la ensalada era exótica). A mi padre le gustaba una cosa llamada guayava y se ponía melancólico cuando pensaba en ello. No sabía lo que era. Pero conocía la letra de una canción que decía algo así como "Frota la barriga como la gelatina de guava" y me avergonzaba cuando mi padre lo mencionaba. Y mis padres se ponían a bailar como locos cuando Miss Jamaica ganaba el concurso de Miss Mundo.
Sólo quería encajar y formar parte de todo lo que había a mi alrededor mientras que mis padres me estaban reteniendo.
Entonces, crecí.
Más gente de color emigró a Inglaterra desde los años 50 en adelante, de los países del Caribe, de África. Gente que venía de la India, Pakistán, Bangladesh, Uganda. Gente que desde el viejo imperio volvía a la madre patria. Después de todo, ¿no nos pertenecía? Junto con esta inmigración, esta seguridad en números, sentí un nuevo interés en el país que habían dejado mis padres. Me empezaba a sentir orgullosa de tener una herencia jamaicana. Indecisa al principio - los discos de Bob Marley diciendo la palabra "luchador", ensayando delante del espejo del baño. Hasta surgió en mí la necesidad de visitar Jamaica.
Recientemente, mi madre había vuelto de Jamaica después de 40 años fuera. Volvió a casa contándome que Jamaica se había convertido en lugar horrible. Caluroso, violento y pobre. No era el sitio que ella recordaba. Aún tenía familia allí, pero la mayoría había emigrado a América o a Canadá. Mi padre no quería volver ni siquiera para visitarla. Prefería sus recuerdos y me dijo melancólicamente, que no tenía a nadie allí, ni familia ni amigos. Había hecho de Inglaterra su casa. No quería perderse el fútbol. Y sin demasiado problema, pudo conseguir su querida guayava.
Jamaica es una isla donde, a parte de la población aborigen, los Arawak, las personas eran traídas como esclavos o peones contratados. La población blanca era propietaria de las plantaciones y de los trabajadores. Algunos trabajaban como supervisores, el famosamente cruel bakra. Jamaica era un lugar de trabajo duro. La Jamaica que encontré era un folleto de una isla bonita. Un lugar donde los colonizadores se habían marchado, pero como solíamos decir en el norte de Londres, "se habían llevado la pelota a casa". Llevándose la riqueza y dejando una economía difícil con deudas e intentando diversificarse para competir en un mercado global.
Sin embargo para mí, la joya de la isla era mi familia. En Kingston, me recibieron como a una hija pródiga. Me dijeron que parecía una jamaicana, incluso cuando les avergoncé con mis modales ingleses, mi gusto por tomar el sol, mi insistencia en hacer té en una tetera y tiritar de frío con mi jersey de lana, quejándome de la brisa navideña. Cuando me fui, quería saber más sobre las personas que me formaron.
Es duro para cualquier persona buscar a sus antepasados, pero es más duro si cabe (aunque no imposible) para alguien con mi pasado. La mayoría de los archivos están incompletos o no disponibles en el mejor de los casos; destruidos o inexistentes, en el peor. Descubrí que me costaría tiempo y paciencia elaborar mi árbol genealógico. Así que di el siguiente paso. Hablé con mi madre.
Fue sencillo. La pedí que me contara todo lo que sabía sobre cualquier detalle que pudiera recordar. Mi madre me contaba que cuando yo era pequeña, no mostraba interés en el pasado de su familia. La dije que se lo pedía todo el tiempo, pero que ella no quería contármelo. Tuve la impresión de que mi madre había venido a este país para conseguir un futuro, no para vivir en el pasado. Sea cual sea la verdad, esto nos unió. Yo estaba interesada y mi madre estaba dispuesta a contármelo.
Aprendí sobre su abuelo, mi bisabuelo, entre muchos otros; un hombre escocés, con el cabello de un pelirrojo intenso. Un pescador que podía hacer cualquier cosa y a quien le gustaba lavar su dinero cada domingo. ¿Qué estaba haciendo en Jamaica, tan lejos de su casa? ¿Dónde estaba su familia? Mi madre no lo sabía, sólo le conoció a él. Tuve que buscar en los libros de historia escocesa para averiguar que, como una réplica inversa de la historia de mi padre, muchos hombres abandonaron las penalidades de la vida escocesa por un futuro en el Caribe. Este pelirrojo escocés, cuyo pelo heredó mi hermano y al que le fastidió enormemente que le estuvieran tomando el pelo más allá de lo que podía aguantar, dejó atrás su país.
El padre de mi padre luchó en la Primera Guerra Mundial con el Regimiento Británico de las Indicas Occidentales. Nació judío. Su familia había estado en Jamaica durante generaciones, pero probablemente eran originarios del norte de África. Mi abuelo se había casado con una mujer de clase social superior con descendencia india, africana y española y se había convertido al cristianismo mientras luchó en la guerra. Su familia judía le repudió así como a toda su descendencia.
Y más lejos en el tiempo, la madre de la madre de la madre de mi madre, nació esclava. Tuvo varios hijos con su amo blanco, quien probablemente tuvo otros hijos con mujeres esclavas y con su mujer inglesa. No sé lo que le ocurriría, pero quizá alguno de sus descendientes lo esté leyendo ahora.
.
Las historias que aprendí de mi padre, las reuní juntas en lo que llamo el árbol genealógico ficticio para mi novela "Fruit of the Lemon" Intenté situar estas historias en el contexto al que pertenecen, en el corazón de una historia que comparten Jamaica y Gran Bretaña.
Las historias que aprendí de mi padre, las reuní juntas en lo que llamo el árbol genealógico ficticio para mi novela "Fruit of the Lemon" Intenté situar estas historias en el contexto al que pertenecen, en el corazón de una historia que comparten Jamaica y Gran Bretaña.
.Hay una inclinación a creer que la reciente inmigración en este país, comenzada por mi intrépido padre y por otros, fue donde empezó nuestra relación. Pero nada podría estar más lejos de la verdad. Hace poco emitieron un excelente programa en el Canal 4 sobre el comercio de esclavos en Gran Bretaña, que revelaba el hecho de que muchas de las familias aristocráticas de Inglaterra consiguieron su riqueza a través de la esclavitud. Ciudades como Bristol y Liverpool fueron construidas con el dinero procedente de este comercio.
.
Lo que el programa también reveló, fue que no sólo la gente de color tenía antepasados blancos, sino que también algunos británicos de raza blanca tienen vínculos familiares con gente de color del Caribe o con las 20.000 personas de color que viven en Gran Bretaña como resultado de este comercio. La historia de Gran Bretaña está inseparablemente unida con este comercio y de esta forma, con cualquier lugar como Jamaica. En realidad, sin el comercio de esclavos, Jamaica no existiría tal y como la conocemos.
. Cuando miras los árboles genealógicos (el árbol genealógico de cualquier persona, historias individuales, no la historia de las naciones en las que el ganador se lo lleva todo) la cuestión de identidad llega a ser muy complicada. Sería agradable y sencillo si todos fuésemos puros. Si todos fuéramos de donde son nuestros padres y abuelos, si sólo asumiéramos la cultura de nuestros antepasados ¿no sería mejor si pudiéramos decir que todos los africanos son negros y que los ingleses son blancos? ¿No sería más sencillo si, cuando algunos racistas (como muchos hicieron en mi tiempo) me gritan que me vaya a casa, apareciera una imagen de Jamaica en mi cabeza en lugar de pensar que debo volver a vigilar los coches en el campo del Arsenal? ¿No facilitaría argumentos? ¿No ayudaría a la causa de los fanáticos? Encajaríamos en cajas separadas y en tiempos de cambio, tales como los que estamos viviendo ahora, podríamos retirarnos a ellas y limpiar nuestras heridas. Pero no es así.
.Cualquier libro de historia mostrará que Inglaterra nunca ha sido un club exclusivo, sino más bien una nación híbrida. Los efectos del imperio británico fueron tanto personales como políticos. Así como el sol se puso en el imperio, ahora nos tenemos que reconocer todas estas realidades.
.
Soy inglesa. Nacida y educada, como dice el dicho. (Tan lejos como puedo recordar, es nacida y educada y no nacida y educada con una larga saga de antepasados blancos directamente descendientes de los anglosajones). Inglaterra es la única sociedad que verdaderamente conozco y algunas veces entiendo. No miro como un inglés lo haría en la Inglaterra de los años 30 o antes, pero siendo inglesa, es mi derecho de nacimiento. Inglaterra es mi hogar. Un lugar excéntrico donde a veces, me encanta ser inglesa.
Decir que soy inglesa, no significa que quiera ser asimilada; adoptar la cultura blanca mayoritaria y excluir las otras (No puedo vivir sin el arroz y los guisantes. Ahora bailo como una loca cuando Jamaica gana algo. Y siempre haré ruido cuando me emocione). No levantaré una bandera ni la ondearé para intimidar. Y siendo inglesa, no pararé de luchar por vivir en un país libre de racismo y de divisiones sociales.
Hay muchas personas blancas que se horrorizan de que alguien como yo pueda ser inglesa. Y hay muchas personas de color con un pasado similar al mío que no desean ser ingleses. Pero la identidad nacional no es una cuestión personal. Es política. No puede ser decidido por capricho individual. El hecho de ser inglés nunca debe ir ligado al origen étnico. La mayoría de los ingleses son blancos, pero algunos no. Diciéndolo de otra manera, es un acuerdo tácito con la idea de la pureza racial y todos sabemos dónde este peligroso mito nos puede conducir. Dejemos a Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda ser naciones plurales y no excluyentes.
El año pasado estuve en Escocia leyendo en el Festival de Edimburgo. Estaba contando a la audiencia la historia de mi bisabuelo pelirrojo. Después de la lectura, una mujer escocesa se acercó a mí y cogiéndome del brazo me susurró, "¡Sabes, se podría decir que eres escocesa!".
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Andrea Levy ha publicado tres novelas, "Fruit of the Lemon", "Never far from Nowhere" y "Every light in the house burnin'",
Ganó el prestigioso premio " Whitbread" de las letras inglesas en el año 2005, con su novela "Small Island".
Nota: permiso de publicación concedido a Rocío Rodríguez-Reyes desde Mary Dunn, Syndication Manager. Guardian and Observer Syndication, London, UK , and K. Gordon: David Grossman Literary Agency Ltd, London, UK. , Agente literario de Andrea Levy. Madrid, 3/2006.
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El imperio ha terminado y como Gran Bretaña delega en sus partes integrantes, hay una pérdida de identidad que ha arraigado en Inglaterra.
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Darcus Howe, en su reciente programa del Canal 4, Tribu Blanca, se fue de viaje para encontrar la cultura inglesa que muchos creen reside sólo en la población blanca. Muchas echan la culpan de la naturaleza multi-cultural de Inglaterra a la situación del país. Pero esta sensación de pérdida iba a suceder siempre, la pérdida de algo tan poderoso como un imperio, siempre hará daño. Iba a suceder incluso si mi padre no se hubiera embarcado en el Windrush; iba a suceder incluso si Idi Amin no hubiera expulsado a la población asiática de Uganda.
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Pero quizá la vitalidad del multi-culturalismo es el catalizador que está acelerando un período necesario de búsqueda del espíritu.
Soy inglesa. Nacida y educada, como dice el dicho. (Tan lejos como puedo recordar, es nacida y educada y no nacida y educada con una larga saga de antepasados blancos directamente descendientes de los anglosajones). Inglaterra es la única sociedad que verdaderamente conozco y algunas veces entiendo. No miro como un inglés lo haría en la Inglaterra de los años 30 o antes, pero siendo inglesa, es mi derecho de nacimiento. Inglaterra es mi hogar. Un lugar excéntrico donde a veces, me encanta ser inglesa.
Cuando me entero que hubo una sobre tensión después de un programa de televisión porque todos se estaban haciendo una taza de té, me hace sonreír. Yo también estaba allí con mi taza de té después del último episodio de "Only Fools and Horses".
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Me encanta que el curry se haya convertido en nuestro plato nacional. Y la vista de Londres desde el puente de Waterloo me quita la respiración. Siendo inglesa, odio cuando me entero de lo que le ha sucedido a Stephen Lawrence. Cuando cada día parece una batalla contra el racismo y el odio y la silenciosa y educada hostilidad que reprime a muchas personas negras y asiáticas de alcanzar sus sueños. Quiero pertenecer a algún lugar pero este lugar de donde soy, me hace sentir como un extranjero no bienvenido, definitivamente no bienvenido en absoluto.
Decir que soy inglesa, no significa que quiera ser asimilada; adoptar la cultura blanca mayoritaria y excluir las otras (No puedo vivir sin el arroz y los guisantes. Ahora bailo como una loca cuando Jamaica gana algo. Y siempre haré ruido cuando me emocione). No levantaré una bandera ni la ondearé para intimidar. Y siendo inglesa, no pararé de luchar por vivir en un país libre de racismo y de divisiones sociales.
Hay muchas personas blancas que se horrorizan de que alguien como yo pueda ser inglesa. Y hay muchas personas de color con un pasado similar al mío que no desean ser ingleses. Pero la identidad nacional no es una cuestión personal. Es política. No puede ser decidido por capricho individual. El hecho de ser inglés nunca debe ir ligado al origen étnico. La mayoría de los ingleses son blancos, pero algunos no. Diciéndolo de otra manera, es un acuerdo tácito con la idea de la pureza racial y todos sabemos dónde este peligroso mito nos puede conducir. Dejemos a Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda ser naciones plurales y no excluyentes.
El año pasado estuve en Escocia leyendo en el Festival de Edimburgo. Estaba contando a la audiencia la historia de mi bisabuelo pelirrojo. Después de la lectura, una mujer escocesa se acercó a mí y cogiéndome del brazo me susurró, "¡Sabes, se podría decir que eres escocesa!".
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Andrea Levy ha publicado tres novelas, "Fruit of the Lemon", "Never far from Nowhere" y "Every light in the house burnin'",
Ganó el prestigioso premio " Whitbread" de las letras inglesas en el año 2005, con su novela "Small Island".
Nota: permiso de publicación concedido a Rocío Rodríguez-Reyes desde Mary Dunn, Syndication Manager. Guardian and Observer Syndication, London, UK , and K. Gordon: David Grossman Literary Agency Ltd, London, UK. , Agente literario de Andrea Levy. Madrid, 3/2006.
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1 comentario:
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