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11.9.15

El Carácter Autónomo de la Marcha de la Historia

EL CARÁCTER AUTONOMO DE LA MARCHA DE LA HISTORIA
Breve mirada a 115 años de historia dominicana, 1900-2015


Pedro Samuel Rodríguez R.

Tratemos de comprimir el tiempo y de realizar una rápida síntesis de los últimos 115 años de historia dominicana. Mencionemos sólo algunos aspectos útiles del experimento:

1- observar cómo han interactuado los ciclos históricos en el entramado de un tiempo determinado.
2-  descubrir el carácter independiente y autónomo de la Historia.
3-  comprender que la marcha de la Historia avanza sobre sus propios procesos; que no da saltos ni se deja acelerar ni detener ni dar reversa por factores externos a su propia naturaleza.
4-  entender que la Historia es independiente y fiel en el cumplimiento de su cronología, de sus ritmos y designios.

La Historia no es sólo tiempo a secas sino contenedor de hechos humanos y, por tanto, un ente con un funcionamiento de carácter cuasi orgánico como lo es el hombre que le da sentido. Nos estamos refiriendo a una historia lineal y acumulativa en donde las experiencias humanas se convierten en memoria y en pedagogía social y colectiva; no nos referimos a una inexistente historia circular que se repite como ley de la Física.

Es la diferencia entre Historia e historiografía. La primera marcha como expresión colectiva e independiente, la historiografía es estática, personal e interpretativa.

Para ofrecer un ejemplo elemental de ese carácter independiente y autónomo de la Historia sólo mencionemos que en los tiempos presentes (en el último medio siglo), a ninguno de los gobernantes de la República Dominicana se le ha ocurrido ni se le ocurriría implementar una dictadura con un régimen de Consecuencias Tenebrosas con el vago objetivo de acabar con unos inexistentes caciques primitivos y desestabilizadores a quienes debía pagarse la gobernabilidad como en términos generales ocurría entre 1900 y 1930. Pero tampoco ningún grupo de valientes necesitaría hoy ajusticiar a un inexistente dictador que implementa el terror, como ocurrió en 1961.

Si nos ubicamos en épocas pasadas, digamos al final del período de desestabilización política comprendido entre 1900 y 1930, es obvio que en aquellos momentos el pueblo no vería factible el iniciar luchas para la obtención de libertades generalizadas como lo hizo después, en 1961; ya que en aquellos tiempos las prioridades eran la estabilidad política y la gobernabilidad. Se trata entonces de que la Historia no da saltos ni da marcha atrás sino que cumple fielmente con sus propios designios. Cada ciclo posee sus propios héroes y dictadores; por tanto, héroes y dictadores no son necesariamente eternos sino circunscritos a su particular ‘momentum’. Esos ciclos son sólo las huellas de la marcha de la Historia.

A nuestro modo de ver, el proceso histórico dominicano de los últimos 115 años (1900-2015) posee tres períodos bien definidos y contentivos de sus particulares prioridades y costos sociales. Pongamos un nombre a cada uno de estos períodos:

1- De la inestabilidad política y la ingobernabilidad (1900-1930) (30años)
2- Del orden y la estabilidad del terror trujillista (1930-1961) (31 años)
3- De las libertades generalizadas (1961-2015) (54 años)

Haciendo una brevísima explicación sobre cómo fueron interactuando entre sí cada uno de estos períodos, lo intentaremos con las siguientes palabras: abatido y cansado el pueblo de tanta inestabilidad, su prioridad era poner término a ese estado de cosas, y necesitando con urgencia la aparición de alguien con condiciones que se considerasen adecuadas para apoyarlo en esa urgente misión, en 1930 aparece un Rafael Trujillo y lo respaldan. El dictador inaugura su régimen de orden, estabilidad y terror en ese año, iniciándose así el final del primer período de inestabilidad política (1900-1930). Treinta y un años más tarde, asegurado el orden pero harto el pueblo de tanto horror, ese mismo pueblo considera intolerable la prolongación de aquel régimen, y el dictador es emboscado y asegurada su desaparición física en Mayo de 1961. Concluye así el segundo período (1930-1961) y se inicia el tercero cuya prioridad inmediata fue las luchas por la conquista de las libertades ciudadanas conculcadas en los 31 años recién pasados. Dicho tercer período iniciado en 1961 dura hasta el presente (1961-2015).

La valoración crítica del primero de estos períodos podría ser expresado de la siguiente forma: el vacío de poder dejado tras el asesinato del dictador Ulises Heureaux –Lilís- en 1899, inició aquella inestabilidad provocada por líderes políticos que pugnaban por tomar el poder. Consideramos que no es necesario ir más atrás de la Era de Lilís en el análisis de las interacciones entre un período histórico y su período precedente. Dentro del rango de la secuela de costos sociales y sufrimientos humanos propios de cada uno de estos ciclos, y para tener una idea de los costos en el régimen de Lilís, bastaría con señalar el título de un libro escrito por una de sus víctimas, Juan Vicente Flores: “Lilí, el sanguinario machetero dominicano”, y su correspondiente subtítulo: “Titulado ‘Pacificador’ de la República, en vez de ‘Sacrificador’ y ‘Verdugo’ de sus conciudadanos”.

Las víctimas y sufrimientos humanos del ciclo trujillista están descritos en cientos de libros que los narran.

La valoración crítica de los 31 años del período trujillista (1930-1961) podría ser expuesta así: ciertamente el dictador cumplió con la misión de instaurar la estabilidad política y la gobernabilidad, pero a un costo humano muy elevado y en un tiempo muy extenso.

La valoración crítica del período de los presentes 54 años de libertades generalizadas podría ser explicado de la siguiente forma: A partir de los reclamos de libertad en 1961 el pueblo dominicano ha mostrado su verdadero rostro actuando en libertad y sin miedo. Como es usual, el presente ciclo no ha estado exento de costos en sufrimientos y en la actualidad ha estado pagando en inversión de valores sociales, en mala administración de las libertades conquistadas; en inseguridad ciudadana, en corrupción. No obstante a ese costo, hoy el balance puede considerarse positivo como articulación de una pedagogía social expresada en lento pero sostenido progreso para la nación. Mediante esa pedagogía -aún inconclusa y con apenas medio siglo- este pueblo ha iniciado las luchas y los enfrentamientos necesarios para la atenuación y el acomodamiento de antiquísimas tensiones sociales generadas en el prolongado régimen colonial esclavista de más de 300 años de duración (1492-1822).

Las duras luchas y los enfrentamientos por inclusiones sociales iniciadas en 1961 no han producido necesariamente fractura social traumática sino lento y sostenido avance respecto a su ciclo anterior (1930-1961). De igual manera, los 30 años del régimen trujillista (1930-1961) produjeron avances respecto a su anterior período (1900-1930).

Como vemos, cada ciclo histórico en estos últimos 115 años representa un avance respecto a su ciclo anterior aunque a la vez contiene sus dolorosos costos que el conjunto social paga en su momento, mientras la marcha de la historia continúa su curso.

Es obvio que el presente proceso (1961-2015), iniciado con reclamos de libertades generalizadas en 1961, ha devenido en necesarias luchas y enfrentamientos por la inclusión social, tal vez representando una suerte de toma de consciencia en cuanto a que si por siglos todos hemos estado en el mismo barco y así continuaremos y de que es tiempo de abrir espacios en donde todos nos acomodemos. Esta podría ser la mejor expresión de que nuestra historia marcha permanentemente hacia su meta en el largo plazo, cuya meta es atenuar y acomodar aquellas antiquísimas tensiones gestadas en los 300 años de la Era colonial esclavista.

Estas conquistas –inconclusas aún- era imposible de iniciarse en un régimen dictatorial como el de Trujillo, pero menos posible aún era comenzar tales avances en aquellas tres décadas anteriores a la aparición de este dictador (1900-1930). En 1930 el pueblo necesitaba estabilidad política y gobernabilidad; es decir, le urgía poner término al ciclo de gobiernos de sólo algunos meses de duración en donde (excepto poquísimos gobiernos) la gobernabilidad debía ser pagada a unos caciques políticos siempre amenazantes, tumultuosos y desestabilizadores. Es evidente entonces que en el ciclo histórico de 1900 a 1930 no era el tiempo propicio para iniciar un proceso de libertades generalizadas como el iniciado posteriormente en 1961. Esto confirma que la Historia no admite saltos y que cada ciclo histórico ha sido cronológicamente necesario.

Es por ello que la historia no admitiría hoy una dictadura similar a la de Trujillo (¿para terminar con un inexistente caciquismo desestabilizador?). Pero tampoco permitiría la aparición de aquellos primitivos caciques y montoneros pues hoy la historia vomitaría cuerpos extraños de tal naturaleza. Y es que la historia no tiene cambio de reversa; marcha siempre hacia metas específicas e inextricables.

Los retos de estos relativamente cortos períodos históricos son diferentes cada vez. Lo verdaderamente permanente es el dinámico trasfondo histórico de atenuación de contrastes económicos y sociales generado en la prolongada y lejana Era colonial esclavista cuyas influencias aún permanecen pero cuyos contrastes necesariamente la nación continuará tratando de reducir mediante políticas de corte social que tímidamente empezamos a implementar desde 1961 hace apenas medio siglo.

Se trata pues de que la Historia como contenedor de hechos humanos, posee un carácter autónomo, independiente, inmutable y orgánico en su marcha.
-
Pedro Samuel Rodríguez R.
Santo Domingo, República Dominicana,
15/6/2015

Parto Social



Quizás no todos lo ven, pero a partir de la desaparición del último dictador, República Dominicana está dentro de un acelerado proceso en el que el pueblo mayoritario, por siglos informal e invisible, se ha estado visibilizando en todas las esferas de la vida nacional. Se trata de un ejercicio de acomodamientos y de masiva pedagogía social con sus costos en inversión de valores que el conjunto social paga.

Se trata de un inconcluso y difícil proceso; doloroso como un parto pero positivo a largo plazo. Una revolución que como prueba de fuego nos está mostrando los límites de nuestras propias resistencias como nación y la fortaleza de nuestros valores como sociedad.

Es un poderoso y novedoso proceso que ni siquiera intereses externos pueden frustrar, aún mediante la masiva intromisión de individuos ajenos a nuestra historia.

Son pocos los países de Latinoamérica que se han atrevido a exponerse a tales pruebas. En la mayoría de esas naciones notamos que los nativos aún continúan siendo casi invisibles, como si el conjunto social temiera una fractura, una incontrolable revuelta si éstos se incorporan en masa a todos los ámbitos de aquellas naciones.

Aquí, en República Dominicana, no hay nativos pre-hispánicos (indígenas), pero tenemos los descendientes de los esclavizados (mezclados y puros) conformados en la extensa Era colonial y hoy podemos verlos en primer plano moviéndose, tratando de participar y participando en todos los ámbitos posibles, sea en las profesiones liberales (médicos, ingenieros, economistas…); en la política (diputados, senadores, dirigentes, síndicos, regidores…); en el arte, el deporte; en los medios de comunicación; como maestros...

Es un fenómeno social espontáneo, novedoso, inédito y positivo que en el curso de toda nuestra historia de apenas quinientos años, y pese a sus coyunturales costos en inversión de valores, delincuencia, corrupción y desorden, no se teme que esa masiva pedagogía provoque necesariamente un convulso y peligroso estallido per sé. Se trata de los aspectos propios de la enseñanza a una masa que ayer fue esclava, que se adapta y que, por demás, nuestros valores tradicionales confían en saber lidiar.

Es la parte posiblemente más álgida de un proceso de movilidad social muy intenso que parte desde un individuo ayer esclavizado en la colonia hasta sus actuales descendientes convertidos en profesionales.

Esos descendientes (mezclados y puros) están aprendiendo a salir de sus ancestrales funciones subalternas de siglos y lentamente han ido incorporándose a novedosas funciones aún con todo el costo que para el conjunto social representa su inexperiencia. Debutan en funciones en donde sus ancestros ni soñaron aproximarse. Por su lado, la sociedad en su conjunto ha estado acomodándose a esos lentos y dolorosos cambios para la convivencia de un pueblo dual y desigual desde su nacimiento, sin traumas sociales catastróficos.

Podría afirmarse que este doloroso y aún inconcluso Parto Social que ha estado madurándose y esperándose por siglos y generaciones, representa la mayor revolución social emprendida por este pueblo.


Por Pedro Samuel Rodríguez R.
Santo Domingo, Rep. Dominicana.

18.8.15

LA POCO CONOCIDA GENIALIDAD DE LOS LÍDERES POLÍTICOS DOMINICANOS DEL SIGLO XIX

                                            Reina Victoria de Inglaterra, cuando Princesa




Por Pedro Samuel Rodríguez R.

Para los dominicanos es reconfortante enterarnos de que nuestros líderes políticos de una parte del siglo XIX fueron individuos que mediante la puesta en marcha de un inteligente Plan Maestro y de algunas secretas estratagemas, lograron el reconocimiento de las potencias extranjeras, jugando al coqueteo con Francia, Inglaterra, Estados Unidos y España, sin atarse a ninguna y a la vez manteniendo intacto el territorio y la soberanía de la nación.

El reconocimiento de la nación dominicana por parte de esas potencias extranjeras era vital y urgente para el pueblo dominicano en un período de constantes invasiones de los poderosos, aguerridos y bien armados ejércitos haitianos los cuales habían vencido, incluso, al ejército enviado a la isla por Napoleón Bonaparte. La lucha del pueblo dominicano era doble y simultánea a partir de nuestra declaración de independencia del vecino Haití el 27 de febrero de 1844: si eventualmente perdíamos la guerra con ese vecino desaparecíamos como nación y si ganábamos –como ocurrió- de nada servían las victorias en los campos de batalla si no obteníamos el reconocimiento de las potencias.

Fue aquella una situación extremadamente difícil y compleja tanto para el liderazgo militar como para el político de la época. Tuvimos que enfrentar y asegurar la victoria en cada una de esas invasiones, desde la primera el 19 de marzo de 1844 hasta cada una de las subsiguientes hasta 1856.

Pero, ¿cuáles fueron las estratagemas para lograr el reconocimiento? Los líderes políticos dominicanos de aquel momento no escribían minutas para esas acciones ya que se trataba de lo que hoy llamaríamos “operaciones encubiertas” cuyas instrucciones debían darse de forma estrictamente verbal para no exponerse a ser detectadas por los negociadores extranjeros.

Ofrecían a Francia una extensa bahía como puerto libre o estación carbonera, y a los británicos le ofrecían ventajas comerciales; sin embargo, nunca se llegó a ejecutar un acuerdo definitivo que cercenara o destruyera la nacionalidad o la integridad territorial de la República Dominicana. Cuando casi se llegaba a algún acuerdo, se vacilaba y se hacía filtrar información a los enviados de las demás potencias, quienes enseguida iniciaban la ofensiva para evitarlo. Por ejemplo, en un momento en que parecía que se iba a plasmar el acuerdo de protectorado o de entrega de la península de Samaná a una potencia, las otras elevaban fuerte protestas por la vía diplomática, lo que detenía la materialización del acuerdo.

Como es fácil observar, esos “acuerdos” sí que se tenían que escribir, quedando como “evidencias” de que muchos de nuestros líderes políticos fueron “vulgares vende-patria”. Pero el trasfondo de las motivaciones reales que motorizaron tales “acuerdos” ha quedado obviamente oculto y nunca fueron fuente primaria de historiador alguno.

De modo que –como contrariamente se nos ha hecho saber- en el siglo XIX el grueso de nuestros líderes políticos NO eran primitivos vende-patria sino exitosos estrategas frente a potencias extranjeras. La mejor prueba de ese éxito es que fuimos obteniendo el reconocimiento de cada una de ellas; nos ganamos el respeto de Haití y el fin de sus incursiones a nuestro territorio, y no hubo necesidad de enajenar nuestra geografía. El saberlo, es sin duda reconfortante.

LA ESTRELLA SOLITARIA DEL CARIBE

Desde temprana edad, nos han dejado solos. Como nación recién creada nos vimos obligados a trabarnos en lucha con varias potencias que buscaban sus intereses particulares en nuestro territorio, mientras rechazábamos y vencíamos el permanente asedio de las tropas haitianas que al mismo tiempo nos hostigaba con denuedo tratando de tomar nuestro pequeño territorio. Tampoco ninguna de las nuevas naciones vecinas, poco antes independizadas de España mostraron interés por nuestra lucha de sobrevivencia. Ni Venezuela ni Colombia ni México daban señales de que les preocupaba el caso dominicano ni alzaban su voz en beneficio de su nueva hermana. Nos dejaron a nuestra suerte; el desamparo fue nuestro signo. Pero sobrevivimos como nación.

Probablemente ese temprano desamparo nos fortaleció temprano. Sin experiencia previa, con un brazo jugamos a la alta diplomacia internacional escapando a la posibilidad de caer bajo el control de las grandes potencias (Francia, Gran Bretaña, España y Estados Unidos) y con el otro brazo nos defendíamos del asedio haitiano que anhelaba fagocitarnos. Pero sobrevivimos como nación.

Jugamos a la alta diplomacia como pudimos, incluso nuestros dirigentes dominicanos del siglo XIX recurrieron hasta al chantaje. Buenaventura Báez, a quien se le atribuía ser pro-francés, cuando en 1848 negociaba con Francia introdujo la idea de que si esa nación no nos protegía (del acoso haitiano), tendríamos entonces que buscar la ayuda española y entregarnos a ella o a la Gran Bretaña. Eran amenazas frecuentes no sólo frente a Francia sino con las demás potencias. Los dominicanos amenazaban con tirarse en los brazos de una potencia para que las otras reaccionaran y lo impidieran, en una fórmula entre coqueteo y juego de balances.

No siempre salimos airosos. Cuando estábamos a punto de firmar un tratado de Amistad, Comercio y Navegación con Francia, esta poderosa nación lo condicionó a que nuestra joven República debía participar y hacerse cargo de una buena parte de la deuda que había contraído Haití con Francia como compensación por las cuantiosas pérdidas de los colonos franceses cuando la Revolución haitiana. Los negociadores dominicanos con el presidente Pedro Santana a la cabeza y con el canciller Bobadilla, en un intento desesperado por obtener el reconocimiento francés, propusieron cambiar el compromiso de “participación” por el de “compensación pecuniaria” a cambio del reconocimiento. Eran negociaciones de un “tira y afloja” desesperados.

Varias veces necesitamos un mediador que nos ayudara al establecimiento de una tregua duradera con Haití. Hubo promesas pero no fue posible concretizarlo, hasta que los dominicanos se acercan a Gran Bretaña.

En cierto sentido, Gran Bretaña nos deparó un buen alivio en esos momentos. El gobierno de la reina Victoria se interesó en el caso dominicano. En Londres la misión dominicana de Buenaventura Báez, fue bien recibida. Gran Bretaña no estaba interesada en territorios en el Caribe (ya los tenía) sino en establecer zonas de comercio. El canciller Lord Palmerston los recibió el 5 de septiembre de 1849, en una reunión en donde el futuro cónsul inglés en Santo Domingo Sir Robert Schomburgk actuó como intérprete.

El 6 de marzo de 1850 República Dominicana logra suscribir su primer tratado con una nación extranjera, el tratado dominico-británico. Fue un reconocimiento de primer orden. Podríamos imaginar el estado de euforia de algunos dominicanos, testigos de aquellos acontecimientos, en su deseo de exclamar "Dios salve a la reina que nos librará del asedio haitiano".

A pesar de que los británicos solo mostraban interés en mantener la independencia dominicana, por razones de “humanidad” y, por tener el país como socio comercial, las demás potencias recelaban de esa supuesta benevolencia de la “Pérfida Albión”.  Pero había un interés adicional que las otras potencias probablemente desconocían:  el gobierno británico contemplaba la posibilidad de una emigración de labradores católicos irlandeses a la República Dominicana “para reducir la falta de población en Santo Domingo” y, lo que en el fondo más interesaba a la corona inglesa: trasladar a otra isla de religión católica la  población Irlandesa de esa religión como forma de disminuir las tensiones entre protestantes y católicos en aquel territorio insular incorporado al Reino Unido en 1801.

Así lo instruía el ministro inglés Lord Palmerston a su Cónsul en Santo Domingo, Sir Robert Schomburgk, mediante el Despacho No. 3  del 4 de abril de 1849, relativo a “informes sobre las condiciones del Territorio Dominicano en la ausencia de labradores, y para que sugiriera al Gobierno Dominicano sobre las ventajas que tendrían en estimular la inmigración desde Irlanda, siempre que el clima no fuese desfavorable”.

En cuanto a España, esta nación no se hizo muy presente en los primeros años de existencia de la República Dominicana. No tenía cónsul ni agente comercial ni en Puerto Príncipe ni en Santo Domingo. Sin embargo, los gobernadores generales de las colonias españolas de Cuba y Puerto Rico, mantenían a su gobierno en Madrid, enterado de lo que sucedía en la antigua colonia de Santo Domingo.

Pero la estrella solitaria del Caribe sobrevivió como nación. Y hoy, frente al mismo histórico acosador vecino, empezamos finalmente a no estar tan solos.

Nota: Para ampliar el conocimiento de este proceso, recomendamos la lectura del libro escrito por el historiador e investigador dominicano Wenceslao Vega, titulado “La mediación extranjera en las guerras dominicanas de independencia, 1849-1856”, editado por el Archivo General de la Nación, Vol. XXXXIX, 2011.