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22.11.12

David Barkin: Hacia un Nuevo Paradigma Social

David Barkin


Hacia un Nuevo Paradigma Social

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David Barkin
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1 Ante los progresivos estragos sociales y ambientales de la sociedad mercado-céntrica, muchos sectores de las sociedades alrededor del mundo reconocen la urgente necesidad de virar hacia formas alternativas de organización social y económica. Desde la academia, también, desde hace mucho tiempo se está reconociendo que es imprescindible proponer nuevos paradigmas que trasciendan las disciplinas que han evolucionado para respaldar el sistema actual, con su énfasis en el individualismo, la transformación de la naturaleza y las relaciones sociales en mercancías, la subyugación de todo al mercado y la centralidad de la propiedad privada. En las prácticas ancestrales de las comunidades campesinas e indígenas, así como en sus formas actuales de organización y comportamiento, se hallan algunos principios para la construcción de otras sociedades. Sin embargo, también podemos encontrar estos principios entre los paradigmas heterodoxos de las ciencias sociales. Analizarlos e incorporarlos a un conjunto teórico es la labor de los intelectuales comprometidos con las víctimas del sistema y con la consecución de un mundo mejor.
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2 La triple crisis que hoy padecemos –económica, social y ambiental– es fruto de la operación normal de un sistema actual que promueve la organización productiva para la acumulación de capital, concentrada en unas cuantas manos. Como parte inherente en este sistema de producción, se ha generado una miseria humana sin precedentes en la historia de las “civilizaciones”, acompañada de la degradación de muchos ecosistemas alrededor del mundo. Esta crisis nos recuerda la observación de Alfred Schmidt (1978) de que sólo nos damos cuenta del significado de la relación entre la sociedad y la naturaleza cuando la forma peculiar en que ha evolucionado la organización social dominante y ha ejercido su capacidad devastadora.
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3 El debate actual en torno a la forma de superar las contradicciones que se evidencian en esta crisis ocupa parte importante de las discusiones en las esferas políticas; las recetas económicas están mostrándose inadecuadas para atender a las prioridades del momento. Sin embargo, como hemos visto en numerosas ocasiones durante los decenios recientes, es evidente que las propuestas de remiendos posibles dentro de la institucionalidad existente no podrán dirigirse a atender efectivamente a los objetivos de una mínima agenda social y ambiental. 
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4 Para superar el impasse propositivo actual, sería necesario entender las limitaciones de los paradigmas vigentes e identificar los caminos alternativos ofrecidos por otros paradigmas, otras epistemologías. La presente reflexión es producto del descontento generado por los abordajes que pretenden remendar los graves problemas actuales –cuyo diagnóstico es evidente para cualquier analista pensante– y el reconocimiento de que disponemos de los instrumentos y del conocimiento para construir los múltiples caminos que permitirían otra calidad de vida, otra forma de convivencia, otra relación con el planeta. Para estos propósitos es evidente que habría que integrar las mejores lecciones del actuar social con los más perspicaces análisis del funcionamiento del sistema natural del cual somos parte. En particular, se requiere aprovechar de las corrientes del pensamiento de la economía social y solidaria así como las de la economía ecológica, las cuales, a su vez, son cuerpos de conocimiento que han integrado una comprensión sensible de las ricas y variadas experiencias de los muchos pueblos que ofrecen otras formas de plantear el problema fundamental de la relación sociedad-naturaleza. 
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Hacia la construcción de nuevas teorías
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5 La necesidad de aprovechar otros paradigmas, de replantear nuestros análisis, sugiere un profundo cuestionamiento respecto a la responsabilidad de los intelectuales y de nuestras instituciones.1¿Hasta qué grado contribuimos o somos cómplices en nuestra práctica actual de la malevolencia del tipo de modernidad emanada del proyecto civilizatorio occidental, de una globalización que está construyendo mayores injusticias cada día, intensificando el alcance y el impacto de la violencia, destruyendo las propias bases naturales de que dependemos para nuestra existencia?, ¿con qué instrumentos podríamos evaluar nuestra práctica actual de enseñar, para no reproducir y extender el sistema vigente, para criticarlo, para generar su reforma, si sus raíces están extendiéndose para ampliar y profundizar su malignidad? 
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 1  Noam Chomsky (1967) planteó el mismo cuestionamiento hace casi medio siglo en el horrífico context (...)
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6 Nuestra herencia académica deja en claro las respuestas a este planteamiento. La lamentable y terrible historia del siglo pasado, y de los anteriores, ha llevado a la sociedad, a gran parte de la humanidad, a someterse a un individualismo metodológico, el cual exige que cada quien sea responsable por sus propias acciones frente al bienestar colectivo. A la luz de la historia reciente, y de la acumulada a través de los siglos, nos damos cuenta que no es aceptable permitir a cada uno el juzgarse por sí mismo, el tomar decisiones en provecho propio sin considerar sus impactos en los demás, y el seguir incólume como si el camino de crueldad y rapiña, que deja atrás no fuera asunto suyo. Cierto, no contamos con las instituciones, con el coraje o con la capacidad colectiva para exigir a los poderosos su cumplimiento con esta normatividad; pero desde nuestros parapetos, las trincheras que cavamos y defendemos, donde nos dedicamos a la búsqueda de verdades y de la definición de los más altos valores sociales, humanos, esa carencia no nos absuelve de la responsabilidad de insistir en su cumplimiento y, sobre todo, en nuestra obligación de difundir estos valores y evaluar nuestro desempeño en términos de sus estándares. 
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7 La evolución de la ciencia, y sobre todo de los mecanismos para su ratificación, han hecho difícil esta labor, ya que la especialización y la compartimentación del conocimiento, con sus muy particulares patrones de evaluación y convalidación, pretenden asegurar la dominancia de expertos muy calificados en cierta área, pero con muy poca comprensión de cómo funciona el mundo en el que viven. Hay múltiples esfuerzos para superar las limitaciones de la especialización; la combinación de las ciencias sociales con las ecológicas está engendrando numerosas salidas que tendrían que ser evaluadas por sus aportaciones a nuestra capacidad colectiva para enfrentar y superar los problemas candentes que sufrimos o, mejor aún, para evitarlos. Es evidente que una nueva teoría tendría que desplantarse de la suposición de que la noción del crecimiento desplegado en la economía –en todas nuestras instituciones– es incompatible con la justicia social y el equilibrio planetario y, como consecuencia, tendría que ser remplazada por otra, esto es, si las sociedades humanas logran sobrevivir en la Tierra. Es claro que la evidencia actual es suficiente para demostrar que los cuerpos teóricos construidos con base en la homeostasis y de los equilibrios sociales operando con base en la armonía –como es el caso de la teoría económica neoclásica– no son aptos para describir el mundo actual y mucho menos explicar su dinámica, aun si fueran intelectual y técnicamente consistentes, que no es el caso.
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8 Ya ha pasado mucho tiempo desde que las Leyes de la Termodinámica fueron (re)introducidas en el centro de la reflexión de las ciencias sociales (Georgescu-Rogen, 1971), sobre todo en las económicas, sin que hayan tenido el efecto deseado de obligar a las disciplinas a reexaminar profundamente sus axiomas que resultan incompatibles con ellas. Este trabajo propone partir de una versión de la economía ecológica que insiste en la inconmensurabilidad monetaria de la valoración de la naturaleza, el reconocimiento de la importancia del metabolismo social, los preceptos de la entropía, junto con una visión latinoamericana de conceptos tales como justicia social y equilibrio ecológico, en un nuevo modelo para la consolidación de un distinto camino para la construcción en las ciencias sociales. Entre otras cosas, este modelo insiste en informarse con las aportaciones y los debates sobre el “buen vivir” del mundo andino, del “mandar obedeciendo” de las selvas de Chiapas, del “irékua” en la meseta Purépecha en Michoacán 2, de la comunalidad de la Sierra Juárez (Martínez Luna 2003) de Oaxaca y Abya Yala del sur de Panamá; esta exploración ofrece plantear una organización alternativa de la vida social, la producción material y la conservación ambiental; es un modelo surgido de las profundas críticas sociales de los pensadores de la convivialidad (Illich, 1985; Esteva y Robert en este volumen), de la joie de vivre. 
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2 Definido como “La permanente dedicación a la retribución (servicio) a la tierra, a la naturaleza y (...)
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9 De igual manera, ha pasado mucho tiempo desde que varios estudiosos reconocieran la importancia de la solidaridad como factor fundamental en la evolución de nuestras sociedades. Podríamos remontarnos a las aportaciones de diversos antropólogos, quienes identificaron la centralidad de la reciprocidad (Sahlins, 1983; 1972) o del “regalo” en la formación de sociedades en todo momento de la historia social (Mauss, 1979); sus herederos intelectuales se han asociado en el Movimiento Antiutilitarista de las Ciencias Sociales que publica una revista de gran creatividad intelectual (Revue du MAUSS). Asimismo, podríamos reconocer la originalidad de las aportaciones de algunos economistas que han identificado la importancia del carácter condicional de un “mercado” –aquella institución universal– que es una institución profundamente arraigada en los intersticios sociales de los cuales es parte (Polanyi, 2003). La comprensión de la complejidad del funcionamiento de estas instituciones, evidente en la abultada literatura de análisis y descripción, ofrece amplia evidencia del profundo error de los economistas en suponer que pueden examinar sus instituciones abstraídas de las sociedades de que son parte y que sus procesos de intercambio son simples transacciones monetarias, “campos de juego” planos donde todos los participantes son iguales; de igual importancia conceptual es su erróneo anclaje en el individualismo metodológico. 
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10 Hoy en día, los estudios de la economía social y las economías de solidaridad carecen de los sellos de aceptación o legitimidad de que gozan los campos surgidos del reconocimiento de la crisis ambiental (como es el caso de la economía ecológica). Son considerados como el reino de grupos vecinales o redes alternas que no inciden de manera importante en los sistemas dominantes de producción o de intercambio; aun las empresas cooperativas, que gozan de algo más de legitimidad, no son relevantes en las evaluaciones del funcionamiento global. Sin embargo, estos estudios revelan su importancia para los miembros de los grupos participantes en términos del nivel y calidad de vida, del control sobre sus condiciones de trabajo y, de distintas maneras, en sus posibilidades de conservar y rehabilitar los ecosistemas en que producen y viven. En América Latina, en particular, sus experiencias ofrecen ricas vetas de exploración para los resultados que han permitido a los trabajadores seguir manejando los centenares de fábricas que recuperaron de las ruinas de la debacle económica en Argentina; de las aportaciones a la solución del problema alimentario del movimiento “campesino a campesino” que está en el centro de la que es quizá la red social más importante del mundo, Vía Campesina (Rosset y Martínez Torres, 2012); de las alianzas sociales y políticas de grupos amerindios en todo el hemisferio para defender sus territorios, sus culturas, sus capacidades de construir modelos alternativos de civilización; y de los numerosos movimientos solidarios que están resistiendo y, con frecuencia, revertiendo los esfuerzos que hace el capital internacional para acelerar el proceso de expoliación de los recursos naturales a costa de la posibilidad de seguir viviendo de los pueblos afectados.
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11 Desafortunadamente, la construcción de una nueva teoría es un tema recurrente que ha sido resistido eficazmente en la academia; hoy en día, el embate de las élites contra estos modelos está cobrando su cuota, marginando a muchos, obligándonos a construir nuestras propias instituciones, nuestros propios canales de colaboración y comunicación. Somos pocos los que estamos dispuestos a hablar de la bancarrota de la teoría recibida, de la necesidad de abandonar las sendas del crecimiento. Existe una urgencia de aprender de otras culturas, de otros pueblos, aun cuando estos últimos no hayan pasado por los pasillos de la academia; debemos profundizar y ampliar el diálogo de saberes que refleje nuevas formas de aprendizaje. Más aún, que nos ofrezca la posibilidad de integrar la reflexión teórica con una práctica académica y social, que nos dé una ampliación del pluralismo metodológico necesario, que propone la construcción de sociedades post-capitalistas, debemos incentivar el proceso de consolidación de modelos de coexistencia que les permitan a dichas comunidades ofrecer importantes opciones para sus miembros frente al empobrecimiento social y material, de cara al deterioro de la calidad de la vida planetaria. Si tenemos suerte y capacidad, quizá también esas mismas comunidades nos ofrecerán la oportunidad de transformarnos antes de que sea demasiado tarde.
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Hacia la comprensión de las sociedades post-capitalistas
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12 Afortunadamente, en México –y en muchas partes de América Latina– no tendremos que atender la llamada de los altermundistas, que proclaman desde Estocolmo hasta Rio, vía Seattle y Copenhague, que “otro mundo es posible.” En nuestra región, ya están en construcción, y ¡desde hace mucho tiempo! Se están construyendo entornos que prometen una mejor calidad de vida y una cierta autonomía ante los embates del neoliberalismo. En ninguna parte lo vemos con mayor claridad que en Chiapas (Baronnet, et al., 2011); sin embargo, estos nuevos entornos existen también en otras partes donde vemos una gran diversidad de enfoques y caminos.
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13 En contraste con sus conductas en periodos anteriores de crisis, las acciones de obreros, de campesinas, de indígenas, representan un desafío frontal a la política neoliberal de hoy. Su praxis refleja un rompimiento histórico, un abandono de procesos de colaboración, negociación y acomodo que entablaron con los primeros gobiernos de la Revolución, empeñados en incorporarles al proceso de modernización globalizante mediante su participación en los programas oficiales. Frente a la política de integración internacional y de modernización urbano-industrial que amenaza con dejarles fuera de una nación en “reconstrucción”, importantes segmentos de la sociedad rural están proponiendo sus propias estrategias alternativas: enmarcadas en una nueva comunalidad que sustituye al mercado para definir cómo asignar recursos (Fuente, en este volumen). Esta nueva comunalidad plantea la necesidad de garantizar un nivel de vida digno para todos sus miembros, donde se puedan generar nuevas oportunidades y respeto a las exigencias ambientales. Esto hace posible una verdadera sustentabilidad, fincada en los atributos de responsabilidad social y ambiental. Sus experiencias nos reafirman algo muy significativo: para que estas sociedades “tradicionales” sobrevivan, para que puedan definir y realizar sus propios modelos de progreso, tendrán que seguir innovando. Como hemos aprendido de la milenaria experiencia de innumerables pueblos, la tradición sólo puede mantenerse viva y con fortaleza a partir de un proceso de cuidadosa y continua innovación (Wolf, 1987). Para entender este proceso les invito a reflexionar sobre nuestras propias actitudes y acciones, así como respecto de sus relaciones con estos protagonistas y sus nuevas propuestas, con su invitación implícita para acompañarles a construir nuevos ámbitos de solidaridad y respeto mutuo. Parafraseando a Luis Villoro (2010): nos invitan a acompañarles en su abandono y rechazo a la hegemonía de la cultura occidental. ¡Qué apropiado sería que nuestras instituciones aceptaran esta invitación, comprometiéndonos a forjar nuestras labores de docencia e investigación en colaboración con estos grupos!
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14 Ya han pasado muchos lustros desde que terminaron las ilusiones del “desarrollo hacia adentro”, “el milagro mexicano”, junto con sus promesas de una vida mejor, de cumplir con las reivindicaciones que simbolizaron los mejores ideales de la vanguardia Cepalina, los sueños de la Revolución Mexicana, la Boliviana, la Unidad Popular. En aquellos años, los campesinos colaboraron con los “proyectos de nación”, haciendo producir a las tierras que les entregó, aceptando los magros beneficios de sus encomiables esfuerzos por elevar la productividad del campo, y así alimentar a los mexicanos y financiar los cimientos del mundo urbano-industrial, que el gobierno ha entregado a los capitales de aquí y de allá. 
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15 En toda la región, nos hemos desengañado con las promesas incumplidas del Estado, y sobre todo las más recientes que les ofrecen levantarlos de la marginalidad que él mismo creó. A la vez, nos damos cuenta de la imposibilidad de mejorar los condiciones de vida mediante la incorporación a la fuerza de trabajo obrero, o a la informalidad, o de la conversión en clientela de los programas asistencialistas, las únicas rutas ofrecidas por la política oficial. Por eso, se están llevando a cabo nuevas propuestas para producir las condiciones necesarias para su propio progreso social y económico –un progreso alejado de los valores mundanos de un mundo de consumo y derroche– fincado en una vida comunitaria y un respeto por los ecosistemas de que dependemos todos.
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16 Las respuestas sociales han resultado mucho más creativas de lo esperado; están llegando más lejos de lo que jamás imaginaron, como vemos en el caso de la experiencia zapatista, de la cual estamos celebrando el decimosexto aniversario del levantamiento. Estos son esfuerzos ambiciosos de importantes grupos de comunidades colaborando entre sí y construyendo alianzas para enfrentar y superar las diversas estrategias del capital que continúa intentando apropiarse de sus territorios y recursos. Sus esfuerzos son también una reacción al rompimiento del pacto social que resultó ser más retórica que realidad, promesas que algunos nuevos regímenes están tratando de resucitar, construyendo nuevas coaliciones y prometiendo nuevas formas de incorporación. Sin embargo, muchos siguen escépticos y prosiguen con sus propuestas alternativas, reorganizándose para redoblar sus exigencias de “justicia social”, repudiando los repetidos embates a que fueron sometidos, para tomar control de las riendas para su bienestar. Ahora son aguerridos promotores de otra forma de sociedad, una que atienda a sus propias necesidades y a las de la mayoría de los mexicanos; una que mueva la expansión productiva al tiempo que genera nuevas formas de asegurar la rehabilitación y la conservación de sus ecosistemas, contribuyendo de esta manera no solamente a su propio bienestar, sino al de la sociedad en su conjunto.
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17 En sus acciones se puede observar la construcción o reconstrucción de otros mundos, en los que importantes grupos sociales rechazan ser condenados a la marginalización, a la extinción; insisten en un nuevo estilo de progreso social y económico que ofrece frutos materiales e inmateriales, sin amenazar al medio ambiente. Estos mundos alternativos son ámbitos donde se exigen los derechos y se superan los ataques para avanzar en sus propias propuestas; este crisol social incluye a pobladores de casi todos los países de América Latina. Sus mundos dejarían de depender de la integración económica de la política internacional y de la asimilación cultural; con ellos se plantea la construcción de alianzas nacionales e internacionales, de pueblos comprometidos con proyectos afines para asegurar sus necesidades básicas, otro estilo de vida y la (re)construcción de una interculturalidad (Villoro, 2010).
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Reconstruyendo el mundo 
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18 Los paradigmas dominantes están condenando a los campesinos, a los indígenas, a la extinción. Recordemos el debate de una generación anterior –campesinistas frente a descampesinistas– cuando los eruditos del momento rechazaron la posibilidad de la supervivencia de los campesinos porque representaban los rezagos de un modo de producción del pasado.3 La discusión actual gira en torno a la cuestión de la forma y las repercusiones de las estrategias que los campesinos están elaborando para su supervivencia. Aun cuando ahora mismo grupos dominantes en la academia, y en las instituciones rectores del mercado global, ofrecen doctas explicaciones para respaldar los análisis oficiales de las burocracias nacionales y de las agencias internacionales al servicio del capital, dictaminando el hundimiento de los moradores del campo, de los indígenas, de los que resisten su proletarización, en una crisis, hay amplia evidencia de otra realidad. Están demostrando que son actores con iniciativa, con sus propias estrategias de innovación tecnológica y organización social; en todas partes del país están construyendo un futuro alterno a las limitaciones impuestas por las estructuras dominantes de un mundo capitalista que los condenaría a la subyugación proletaria. Sus innovaciones sociales y tecnológicas han generado una amplia gama de nuevos productos que buscan dar mayor valor a los espacios productivos tradicionales, nuevos sistemas para la gestión de sus recursos sociales y naturales y nuevas formas para su gobernanza; en fin, los otros saberes que deben integrarse en nuestra práctica. 
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3  Para una reseña del debate sobre los campesinistas y descampesinistas, véase Feder (1984), Esteva, (...)
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Sus innovaciones abarcan nuevos espacios geográficos y nuevos grupos sociales, generando oportunidades sociales y económicas así como la recuperación de sus ecosistemas y sus recursos naturales, retirando éstos del dominio del capital o de la posibilidad de su futura expansión. 
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19 Hemos denominado esta visión como la nueva ruralidad comunitaria, una realidad donde dominan las ideas de: 1) comunalidad (basada en cohesión social, democracia participativa, trabajo comunitario, y la centralidad de territorio) (Escobar, 2010; Martínez Luna, 2003), 2) autonomía(formación político-social), 3) autosuficiencia, 4) formación político cultural, 5) solidaridad y redes de apoyo, 6) diversificación productiva y de mercado(desarrollo de fuerzas productivas comunitarias, generación de excedentes), y finalmente, 7) gestión sustentable de recursos regionales (ordenamiento, restauración, conservación, aprovechamiento definido culturalmente). La práctica real de las comunidades es fuente de enorme fuerza social, dando contenido a estos criterios metodológicos vinculados con una contribución fundamental en la orientación de los procesos de innovación tecnológica para la construcción de la sustentabilidad: la articulación de la responsabilidad social y la responsabilidad ambiental (Barkin, 2008, 2009 y 2010; Barkin y Lemus, 2011; Barkin, et al., 2012). 
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20 Se destaca la emergencia de la asociación comunitaria con sus formas de democracia directa o participativa reconfiguradas (González Casanova, 2010) como un mecanismo alterno a las funciones desempeñadas por el mercado y por el Estado en la asignación de los recursos y en el desarrollo de capacidades tecnológicas, incluyendo la orientación hacia la innovación tecnológica. Este despliegue, esta reorientación de los procesos innovadores tiene como sustento otros modos de acumulación no capitalista, controlados por los propios productores y sus comunidades. Este planteamiento supone la posibilidad de desarrollar procesos de innovación tecnológica desde la construcción de otras racionalidades; conlleva asumir que otros mundos son posibles, guiados por los principios de la justicia social, la equidad intergeneracional y la gestión sustentable de recursos regionales, con una reorientación hacia lo colectivo (en oposición a lo individual); al desarrollo del bienestar (en oposición al crecimiento); y el respeto a la explotación de los recursos naturales (en oposición al capital). 
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21 Lejos de ser ideas emanadas desde una torre de marfil, esta presentación ofrece ser una síntesis de esta praxis y de las aspiraciones de las organizaciones sociales actualmente en marcha, encaminadas en las múltiples rutas de su propia transformación; sugiriendo que esta síntesis tendría que integrarse como parte del contenido de nuestra práctica docente y de investigación.
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22 La innovación social y política, la productiva y la tecnológica, desempeñan un papel fundamental en los proyectos de estos actores, los miembros de las numerosas comunidades involucradas en el proceso. Es parte central del compromiso para la construcción de una verdadera alternativa; comprende una nueva relación con el poder para montar sus propios modelos de progreso social y económico para generar formas sustentables distintas y novedosas de apropiación social de (o, mejor dicho, colaboración con) la naturaleza. Se trata de integrar los saberes locales, usando la ciencia para crear una sociedad fincada en una nueva racionalidad que conjugue las exigencias planetarias con las aspiraciones de los pueblos que están emprendiendo diversos caminos para su liberación. 
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23 La variedad de estas experiencias no tiene límites. Algunas han sido desplegadas por comunidades campesinas con las que tenemos la fortuna de colaborar o compartir sus experiencias y que a continuación mostramos como ejemplos; aunque cada ejemplo es de una sola actividad productiva, se conciben como partes en el proceso de la construcción de la autonomía y del empoderamiento. Son ejemplos de comunidades, de alianzas de pueblos, pero también son parte de un amplio movimiento antisistémico que está acumulando fuerzas.
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La reserva campesina de la biosfera en las Chimalapas en el sur de Oaxaca. La comunidad indígena zoque maneja la reserva (todavía no reconocida oficialmente) –el reducto de selva tropical húmedo más grande de México, unas 600.000 hectáreas– canaliza los recursos para el sustento de la comunidad y asume la responsabilidad del entrenamiento profesional para colaborar con investigadores extranjeros; algunos miembros de la comunidad se formaron como biólogos y se entrenaron en el manejo de recursos forestales e hidráulicos en escuelas técnicas nacionales e internacionales. Se inició la siembra selectiva de viveros para ciertas especies de árboles en peligro de extinción y se puso en práctica un pequeño programa de ecoturismo; sus miembros se capacitaron para ordenar sus territorios y combatir agresiones a los recursos naturales, como los incendios forestales. Este logro comunitario no fue fácil, pero se hizo posible con el apoyo de grupos ambientalistas y la asistencia financiera del gobierno inglés a principios del proceso, en la década de 1980.4 Hoy en día, siguen inmersos en una lucha para defender su territorio y sus planteamientos (Barkin y García 1999).
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4  Por cierto, el gobierno mexicano canceló este programa de asistencia técnica inglés cuando se hizo (...)
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Algunas alternativas locales para el Istmo de Tehuantepec. La cruel polarización social ha llevado a las comunidades a realizar una serie de alianzas entre ellas para fortalecer el potencial natural de la región, respaldadas por la planta cementera de propiedad cooperativa (Cruz Azul). Se asociaron con un Fideicomiso para la Infraestructura Ambiental del Istmo para promover la gestión sustentable de los recursos naturales, basada en la organización de las cuencas de los ríos. Las propuestas incluyen un programa ambicioso para la rehabilitación de los cauces de los ríos y el manejo del agua y la tierra, con lo que se generarán nuevas oportunidades a partir de la rehabilitación de los bosques, cierta producción de exportación agrícola, así como y el mejoramiento y la expansión del sector artesanal (Barkin y Paillés, 1999). Esta experiencia contrasta marcadamente con los conflictos que se están intensificando por la expoliación que están sufriendo otras comunidades en la región (como La Ventosa) por la instalación de grandes “granjas” de aeroturbinas para generar energía eléctrica eólica, mayormente con inversión española, que no redundará en beneficio de los pueblos asentados en estas tierras.
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La revalorización de la producción tradicional de cerdos en las comunidades Purépechas de Michoacán frente a las tendencias nacionales y globales hacia la desaparición de la economía de traspatio. La respuesta propuesta involucró la colaboración con la organización indígena regional para producir “carne de puerco lite”, con niveles reducidos de colesterol en condiciones de traspatio con un sobreprecio importante. La colaboración contribuye a los esfuerzos para fortalecer la capacidad social para promover la democracia directa, fortaleciendo la economía de la región y el papel de la mujer dentro de las comunidades, ya que esta actividad es realizada principalmente por mujeres. También está atacando la contaminación ocasionada por el desecho de una parte de la cosecha de la fruta sin valor comercial y sus impactos severos en el manejo del agua en la región (Barkin, et al., 2003).
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La producción de huevos enriquecidos con omega-3 (un ácido graso benéfico para la salud humana) en condiciones domésticas periurbanas, ha resultado eficaz como alternativa para fortalecer organizaciones sociales, atender a problemas ambientales, generar ingresos adicionales y arraigar las familias a sus comunidades en mejores condiciones sociales y materiales, ya que la venta de los huevos ha encontrado una elevada demanda. En este sistema se están forjando nuevas formas de acumulación, al servicio de las comunidades para sus futuros proyectos. Es importante señalar que las protagonistas son mayormente mujeres (Barkin, et al., 2009). 
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De manera similar, se observan esfuerzos en muchas comunidades forestales, en algunas áreas naturales protegidas y en muchas otras defendiendo sus recursos naturales y especialmente sus fuentes de agua y el derecho a garantizar su acceso a ella. En este aspecto, México es conocido mundialmente por los avances en el control comunitario de sus bosques, por el éxito de centenares de comunidades que lograron arrancar el control de los concesionarios y transformar su gestión con base en una visión diferente, la que se pregunta para qué sirven los bosques y también cómo conservarlos para las generaciones futuras (Fuente, 2009). Los recientes éxitos de los pueblos en Guerrero y Jalisco en torno a la cancelación del proyecto de La Parota y la postergación del proyecto de Arcediano también ofrecen ejemplos de variadas estrategias para consolidar acciones comunitarias para construcciones alternativas; sin embargo, hay otros ejemplos no tan exitosos: la todavía incierta victoria para detener la explotación de la mina San Xavier (en San Luis Potosí, México) refleja la profundidad de la resistencia del capital y la complejidad de las batallas comunitarias. Asimismo, estamos viviendo numerosas acciones en todo el país para detener las intenciones oficiales de privatización del manejo del agua y asegurar su disponibilidad para la vida colectiva.
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Otros ejemplos, menos conocidos, también ofrecen aliento al mostrar la variedad de caminos que se están recorriendo en esta construcción de nuevos mundos. La recuperación de un millón de hectáreas en la Mixteca Alta con la participación de más de un centenar de comunidades, durante más de un cuarto de siglo construyendo obras de manejo de agua y suelo que demuestra la manera en que los conocimientos milenarios pueden enriquecer el uso de tecnologías modernas para mejorar la calidad de vida de los participantes y generar recursos para el futuro; su iniciativa de aprovechar estas tierras y agua recuperada para producir amaranto e industrializarlo como alimentos nutritivos, contribuye a su sostén y el beneficio de los consumidores. Las experiencias se multiplican: cooperativas de artesanos; proyectos autogestionados de ecoturismo; las redes de productores de café comercio justo, comercializados por organizaciones solidarias, de miel, cacao, chocolate y mezcal; la red de comercialización de granos ANEC; y el movimiento “Sin maíz no hay país” que tanto impacto ha tenido en los debates políticos nacionales, entre otros.
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24 Estas experiencias son evidencia de la importancia de los otros saberes y del diálogo con los conocimientos del presente; son ejemplos de cómo la academia ha colaborado y podría intensificar su colaboración mediante una reflexión seria frente a las crisis en las cuales participa actualmente. Su premisa es la necesidad de tomar en cuenta a la gente en la solución de problemas, reconocer como válidos sus conocimientos y colaborar con ellos en la construcción de soluciones. Las lecciones de las Juntas de Buen Gobierno de los Caracoles Zapatistas reflejan poderosamente esta capacidad de aprovechar y enriquecer lo heredado con ciertas aportaciones de frontera. La sinergia tecnológica entre saberes y conocimientos ha sido clave en el desarrollo de estos proyectos, pero la distinción fundamental con respecto a otros proyectos impulsados por organismos no gubernamentales (ONG) y organismos multilaterales ha sido su diferente orientación ética: la construcción de una verdadera sustentabilidad desde los atributos de responsabilidad social y ambiental. Esto es, la puesta en marcha de procesos de una nueva ruralidad comunitaria.
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25 De esta manera, las sociedades que participan en el proceso de esta construcción social alternativa están también reconociendo su compromiso con otra forma de “contrato social”, una asociación comunitaria heredada de la cultura mesoamericana, expresada elocuentemente por Floriberto Díaz, de la región mixe, y algunos de sus herederos intelectuales (Robles y Cardoso, 2008). Es una perspectiva ética diferente a la racionalidad económica fincada en intereses individuales para la asignación de recursos; descansa en los procesos de apropiación social de la naturaleza y por tanto en los procesos de innovación tecnológica guiados por los compromisos de una verdadera sustentabilidad. Requiere asimismo de un compromiso colectivo, de sujetar la voluntad individual a las decisiones colectivas, como se plasma con fuerza artística en la película mexicana Corazón del Tiempo (Dir. Alberto Cortes, 2009); este compromiso para la construcción de los otros mundos ofrece un contraste tajante con las visiones dominantes que premia a los individuos por ejercer su interés particular, como ya se mencionó, muchas veces a costa de la comunidad (Villoro, 2010).
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Los nuevos paradigmas
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26 Las experiencias mencionadas aquí son mayormente ejemplos mexicanos de un proceso que está procediendo a escala mundial. Sociedades alrededor del mundo están abjurando de los modelos dominantes para mejorar su calidad de vida a favor de forjar nuevos caminos para asegurar su bienestar, concentrando en sus necesidades básicas, y el equilibro con sus ecosistemas. Parte integral de este proceso es negociar su autonomía frente a las crecientes presiones para que integren a la economía nacional y sucumben a la lógica de las racionalidades mercantiles fincada en el beneficio individual y la valorización monetaria de las relaciones sociales y los recursos naturales. 
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27 La evidencia para esta dinámica es abundante. Algunos intelectuales comprometidos han insistido en su importancia política y práctica (Castoriadis, 2005; Santos, 2009). Sin embargo, muchas sociedades en todo el hemisferio están avanzando con sus propias respuestas que trasciendan estas propuestas; lo están haciendo sólo, o en alianza con otros agentes, para defender sus territorios, sus culturas, más aún, su propia existencia como “pueblos originarios”. Llama la atención el volumen de literatura documentando estos esfuerzos, tanto los que están actualizando las costumbres tradicionales de los que defiendan sus herencias cosmológicas y productivas (Toledo y Barrera Bassols, 2008), así como los que están buscando nuevos caminos, que ellos pueden controlar directamente (e.g., Baronnet, et al., 2011; Zermeño, 2010). En todas partes del mundo es factible ahora encontrar grupos directamente creando sus propias reservas naturales, intensificando su capacidad de producir sus necesidades básicas, y consolidando sus alianzas con otras comunidades; estas acciones están fincadas en su convencimiento que tendrán que fortalecer sus propias formas de auto-gestión y su capacidad de evitar integración (Borrini-Feyerabend, et al., 2007; Borrini-Feyerabend, 2010).
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28 La construcción de nuevos paradigmas –un nuevo paradigma social– para “otros mundos mejores” ha estado en proceso por mucho tiempo. A diferencia de la presentación ortodoxa de la multidisciplinariedad y la interculturalidad, el diálogo de saberes incorpora de manera explícita el rechazo de la concentración del poder frente a la posibilidad de la “negociación” y “democratización del conocimiento”. Presenta, entonces, el reconocimiento de los saberes –autóctonos, tradicionales, locales– que aportan sus experiencias y se suman al conocimiento científico y experto; pero implica la ruptura de una vía homogénea hacia la sustentabilidad; es la apertura hacia la diversidad que rompe la hegemonía de una lógica unitaria y va más allá de una estrategia de inclusión y participación de visiones alternativas y racionalidades diversas… La construcción de otros mundos está en proceso – ¡ofrece esperanzas insospechadas! –. 
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 .
Notas
 .
1  Noam Chomsky (1967) planteó el mismo cuestionamiento hace casi medio siglo en el horrífico contexto de la complicidad de los intelectuales en diseñar las acciones bélicas contra los pueblos de Indo-China y en la persecución de la guerra fría a escala global.
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2  Definido como “La permanente dedicación a la retribución (servicio) a la tierra, a la naturaleza y a la comunidad humana.”
 .
3  Para una reseña del debate sobre los campesinistas y descampesinistas, véase Feder (1984), Esteva, et al., (1980). Una visión mexicana actualizada se encuentra en Barkin (2002).
 .
4  Por cierto, el gobierno mexicano canceló este programa de asistencia técnica inglés cuando se hizo evidente que las organizaciones locales demostraron un exceso en sus demandas para la autogestión y el control de sus propios recursos.
 .
Para citar este artículo
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Referencia electrónica
David Barkin, « Hacia un Nuevo Paradigma Social », Polis [En línea], 33 | 2012, Puesto en línea el 17 diciembre 2012, consultado el 21 marzo 2013. URL : http://polis.revues.org/8420  ; DOI : 10.4000/polis. 8420   
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Autor
David Barkin
 .
Universidad Autónoma Metropolitana – Campus Xochimilco, Ciudad de México, México. Email: barkin@correo.xoc.uam.mx   
 .  
Artículos del mismo autor
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Hacia la construcción de un nuevo paradigma social
Publicado en Polis, 33 | 2012
¿Es posible un modelo alterno de acumulación?
Una propuesta para la Nueva Ruralidad
Publicado en Polis, 13 | 2006
Reconsiderando las alternativas sociales en México rural [Texto integral]
Estrategias campesinas e indígenas
Publicado en Polis, 15 | 2006
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21.11.12

Caribbean literature: Looking backward and forward

Bénédicte Ledent



Caribbean Literature: Looking Backward and Forward [1]
 

Bénédicte Ledent
Université de Liège (Belgium).

Bénédicte Ledent teaches English Language and Caribbean Literature at the University of Liège (Belgium). She is the author of a monograph on Caryl Phillips published by Manchester University Press (Contemporary World Writers Series). She has also written several articles on contemporary Caribbean fiction. Her current research interests include the writing of the Caribbean Diaspora and socio-linguistics.

"From extension of other voices. We became voices of our own". 
Linton Kwesi Johnson [2] 

I do not know if you are familiar with Caribbean culture. You probably know about rhum, reggae and beaches. But, as we shall see, there is much more to Caribbean culture than these things. Literature, for example, is one of the area's major sources of richness. 

My intention at the start was to cover in this talk the whole field of Caribbean literature, but I have had to narrow down, for obvious reasons. My lecture today will focus on the fiction of the generation of Anglo-Caribbean novelists who came of age in England in the 80s. I will attempt to give you an overview of this transitional generation of writers, most of whom were born in the Caribbean but were brought up or educated in Britain. 

I will try to give you an idea of how their writing tries to cope with this cultural tension, the sense that they have of belonging and yet simultaneously not belonging to Britain. After an introduction in which I will contextualize the writers under study here, my talk will be divided into three sections.

First of all, I will try to circumscribe my subject; then, I will focus briefly on poetry; finally, I will discuss a (subjective) selection of novels which seem to me representative of the generation of writers in question. 

Let's first start with some background information. I guess that the name 'Empire Windrush' rings a bell for some of you. As you may know, it is the name of the boat which, in June 1948, brought over some 492 Jamaican passengers to the UK. This arrival is often regarded as the starting point of twentieth-century Caribbean migration to Britain, but it could also be seen as one of the last steps in a long history of migration which started with the nomadic Amerindians, then went on with the European settlers, the African slaves, the Indian indentured labourers and all the other groups which now make up the Caribbean, one of the most cosmopolitan areas in the world.

Anyhow, in 1948, the Empire Windrush West Indians were enthusiastically welcomed as so many helping hands in a country suffering from labour shortage. The event was given wide coverage in the British press at the time for -- its symbolic value aside -- it had some factual importance: it was the first massive landing of West Indians on British soil, and it inaugurated a wave of large-scale migration that was to last for two decades. 

Yet one should not forget that there had been a significant Caribbean presence in Britain for centuries. As early as the end of the eighteenth century, several thousand black people from the West Indies were living in Britain, but this presence was somehow forgotten. As one commentator points out, 'Traces of black life have been removed from the British past to ensure that blacks are not part of the British future'. [3] 

And as you will see later, the generation of writers we are going to examine today will endeavour to fight this amnesia about the black presence in Britain.

Be it as it may, The Empire Windrush was the start of a huge exodus that brought thousands of Caribbean people into Britain, which made David Dabydeen, one of the writers examined in this essay, say, as a joke, that at the end of the twentieth century, Britain was the third largest Caribbean island, after Jamaica and Trinidad, with about half a million West Indian citizens. [4] 

There was a significant proportion of artists and writers among the post-war Caribbean settlers in Britain. The best-known are Wilson Harris, George Lamming, Edgar Mittelholzer, Sam Selvon, and V. S. Naipaul. Their position is paradigmatic of that of the average Caribbean immigrant, since their motivations were also two-pronged. On the one hand, they were driven by economic motives: there were no major publishing houses in the Caribbean and most important publishers had their seats in London. Migrating meant therefore the possibility of being published and thus gaining access to a wider readership. 

On the other hand, the Caribbean writers' urge to go to Britain was also fuelled by emotional and metaphysical factors. Suffice it to say here that colonial education had made Caribbean people look up to Britain as the real world, the place where things could happen. For their art to develop to the full Caribbean artists needed to confront Prospero in his own land and come to terms with their colonial status, a process described by George Lamming in his seminal collections of essays The Pleasures of Exile published in 1960. 

If the expectations of the Caribbean migrant to Britain were very high, both economically and emotionally, since they thought they were going 'home', reality turned out to be very different from the myth, and the ensuing disillusion was all the more shattering because the myth had remained unshakeable for centuries. It was true enough, at least up to the end of the 1960s, that there were jobs to be found. But the pay was low and many West Indians were underemployed. Housing, too, was a source of deep frustration. 

Many landlords refused coloured tenants and when they did accept them it was often to put them up in run down and substandard accommodation for which they charged high prices. Discrimination in employment and housing brought home to Caribbean immigrants the fact that before being Britons they were blacks who were likely to be discriminated against. While one cannot deny the traumatizing effect of this experience, it did have positive effects which only became visible with the passing of time. 

The difficulty of integration forced Caribbean people to re-assess their status as colonials and rediscover their own identity and values. That is why immigration to Britain also helped to create a feeling of 'Caribbeanness', or rather 'West Indianness', among the immigrants. 

According to Lamming: 'No Barbadian, no Trinidadian, no St Lucian, no islander from the West Indies sees himself as a West Indian until he encounters another islander in foreign territory. ... In this sense, most West Indians of my generation were born in England'. [5] This process of self-discovery is nowhere better illustrated than in the prolific creativity of the Caribbean writers exiled in Britain from the 1950s onwards. They not only wrote extensively about their experience as exiles but also about their Caribbean home, which they saw with more clear-sightedness from a distance. And interestingly, the journey to the former colonizer's country provoked an unprecedented creative boom which, in turn, signalled the birth of a specifically Caribbean literary consciousness. 

We are going to examine its repercussions on the second generation of Caribbean writers who are now also part of the British literary tradition and whose main achievement has been to build bridges between the past and the future. Histories of Caribbean literature are notably difficult to write because they demand that the scholar respect national or regional differences while paying attention to the commonalities inherited from the past. [6] 

The chronicler of the new voices within that tradition faces the extra challenge of dealing with a body of writing still in the making, and in which, therefore, it is harder to perceive general trends. As this survey is not able to benefit from the vantage point afforded by distance, it is bound to be tentative and to raise questions which will remain unanswered. But this difficulty of capturing a still unfolding tradition has not been the only problem, for, as we will see, more specific questions concerning appellation and criteria of inclusion have proved of more immediate concern. The generation of writers I am going to examine here comprises, among others, such novelists as David Dabydeen, Fred D'Aguiar, Caryl Phillips, and Joan Riley. 

It seems important to note from the start that these authors should not be seen in isolation, for they are a transitional generation, the inheritors of a complex tradition. Their writing owes much to the ground-breaking generation of artists who -- from Jean Rhys in the 1930s to Wilson Harris, George Lamming, Sam Selvon, and V.S. Naipaul after WWII -- preceded them to the so-called 'Mother Country'. While the younger writers did not have the same cultural shock as the first group who arrived in England as adults and with a colonial experience, they live like their predecessors on the cusp of at least two cultures. Therefore, like the first generation, they still 'found themselves trying to deal with loneliness, ambivalence, and confusion about their relationship to British society', as Caryl Phillips put it in a piece entitled 'The Legacy of Lamming and Selvon'. [7] 

Even if it is necessary to attempt to circumscribe these writers, though one may wonder whether it is desirable or even possible to define the contours of an essentially nomadic tradition, in principle resistant to containment. The following parameters should, for that reason, be regarded only as analytical categories that helped me to delineate my literary sample, not as ways of constricting a fluctuating reality. The group of writers I have undertaken to examine here is sometimes subsumed under the label 'Black British' which, like most categories, is convenient but ultimately unsatisfactory, because basically misleading. As Fred D'Aguiar argues, this designation not only assumes that blackness and Britishness are homogeneous wholes, but also restricts creativity to racial or national experiences, thereby negating individual artistic licence.[8] 

Moreover, because it sets artificial boundaries to the creative imagination, it seems particularly inappropriate with reference to a writer like Caryl Phillips, whose work posits a cross-cultural vision of the world. Regardless of these general objections, I also find 'Black British' unsuitable to describe the new generation of Caribbean writers in Britain because, as an umbrella term, it covers too large a literary territory to be of any critical use. Indeed, it can be employed to identify writers as divergent as Ben Okri from Nigeria or Salman Rushdie from India, two artists who do not have much more in common than their post-coloniality. What I propose to use instead is 'The New Caribbean Diaspora in Britain', or 'The New Diaspora' for short. 

A less static formula, it not only covers what these writers are but also, more fittingly, what they write, and thus better matches my critical concern with their post-migratory sensibility, while also implying (at least in its longer form) the participation of this body of writing in a changing British society. I shall now set out to address the question of who 'The New Diaspora' includes and along what temporal and geographical norms. I have decided to narrow down my focus on writers of Caribbean heritage born in the 1950s, and brought up and/or educated in Britain where most of them arrived as children or teenagers. 

This criterion necessarily excludes a novelist like Beryl Gilroy, even if most of her work was published in the nineties and often deals with preoccupations dear to The New Diaspora, as in her significantly entitled Boy-Sandwich (1989), [9] which features Tyrone, a young man who comes to terms with his Britishness after a return to his parents' Jamaica. Yet, Gilroy belongs to a generation imbued with the myth of Britain as the land of milk and honey, one which came to England with very different expectations from those individuals who arrived as children. My geographical option also explains the absence from my corpus of such a major figure of diasporic Caribbean literature as Jamaica Kincaid who is based in the USA. 

Although her origins affect her writing in the same way as that of other writers of her generation living in the UK, her art springs from a different social and literary context to that of her fellow writers based in Britain, where a strong imperial tradition has done little to accommodate minority cultures within its institutions, although things have started to change. The ambivalent approach to Britain of Anglo-Caribbean writers, at once assertive but also appreciative of their own partly European cultural heritage, is bound to lead, as we shall see, to distinctive modes of writing. This ambiguity affects Caribbean writers in the USA to a lesser extent, for their integration into the multicultural American canvas, facilitated by a well-established African-American tradition, [10] may allow the artists to find their own voice more easily, even though it also tends to ghettoize them. [11] 

But Kincaid is not the only one to be left out of this brief survey. The same could be said of Dionne Brand, Shani Mootoo and Neil Bissoondath writing from Canada. Finally, my selection of writers might give the misleading impression that we have to do with a neatly defined group. However, 'The New Diaspora' is a very flexible category, full of borderline cases with multiple locations. Fred D'Aguiar and Caryl Phillips, for example, spend much of their time in the USA for professional reasons, but their outlook remains basically shaped by their British experience. So, while it is essential to raise questions about who the new Caribbean voices are, it is even more important, in view of their diasporic fluidity, to examine what they have to say and how they do it. * 

Though not the focus of this talk, poetry deserves more than a passing mention for the transitional role it played between the first and second generations of Caribbean writers in Britain. Verse has often been a popular genre with budding literary traditions, because it requires less time than prose while allowing more immediacy in expression. That much, at least, can be said of the new Caribbean voices in Britain. But the fact that Caribbean verse is often intended to be performed may be a more specific reason for its success. An obvious legacy of the Caribbean oral tradition, performance literature, with the link between artist and audience it implies, can indeed be instrumental in strengthening a young community dispersed by exile. One can make out two main trends in the poetry of The New Diaspora. One is a poetry centering on the Caribbean past, whether history or childhood memories, or often a mixture of the two, as in Grace Nichols's i is a long memoried woman (1983) and Fred D'Aguiar's Mama Dot (1985). 

It is no coincidence that most of the poets who belong to this group later turned to fiction. David Dabydeen's work best illustrates such a development: starting with an exploration of his diasporic East Indian ancestry in the collections Slave Song (1984) and Coolie Odyssey (1988), he only turned to fiction in the 1990s. Moreover, the journey back in time at the heart of this poetry reminds us, like the fiction examined later, that the diasporic imagination often needs to look backward before coming to terms with its present predicament. Protest is the second trend in the poetry of The New Diaspora. Though clearly rooted in the present British reality, what is commonly called 'dub poetry', i.e. poetry spoken to a reggae rhythm, is nonetheless a way of 'mekkin histri' according to Linton Kwesi Johnson, its most famous representative in the UK, a selection of whose work was published in 2002 in the Penguin Modern Classics series as Mi Revalueshanary Fren.[12] 

His now classic 'Inglan is a Bitch' (1980) voices the frustrations of his contemporaries through the disappointment of a first generation immigrant, a further proof of the close links between the two generations in spite of different circumstances: w'en mi jus' come to Landan toun mi use to work pan di andahgroun but workin' pan di andahgroun y'u don't get fi know your way aroun' Inglan is a bitch dere's no escapin' it Inglan is a bitch dere's no runnin' whey fram it [. . .] mi know dem have work, work in abundant yet still, dem mek mi redundant now, at fifty-five mi gettin' quite ol' yet still, dem sen' mi fi goh draw dole Inglan is a bitch dere's no escapin' it Inglan is a bitch fi true is whey wi goh dhu 'bout it? [13] 

In his rendering of race riots, police violence and the rage of black youth, Johnson never advocates a return to the Caribbean but rather pleads, especially in his later pieces, for more political awareness and continued resistance in what Rastafarians call ' Babylon' Although there is a sense that rage, like history, needs to be addressed before a post-migratory identity can be achieved, this revolutionary poetry has not spawned any major novelist, which, incidentally, could be an indication of the crippling effect of anger on art. Nor have its themes led to major developments in fiction with the exception of early novels like Norman Smith's Bad Friday (1982) and David Simon's Railton Blues (1983). [14] 

Written in the wake of the Brixton riots in the early 1980s, both convey the anger of the new generation who have come to the realization that their parents were lured to England by vain promises. [15] 

Like the marginalized youths in Linton Kwesi Johnson's poems, they experience exile in Britain as a new form of colonization or slavery. Yet nowhere is there a sense of nostalgia for the Caribbean. Bad Friday and Railton Blues are, it is true, only minor novels. Yet they raise important issues for the second generation of Caribbean writers in Britain. One of them is that Caribbean dispersal has not made regional characteristics altogether redundant, which might seem paradoxical if one considers that the vision developed by several writers of the new generation tends to be supra-national. Like most 'dub poets' and most novelists writing in the tradition of social realism, Norman Smith and David Simon are of Jamaican descent. This is hardly surprising since a keen political consciousness has been the hallmark of most writing from Jamaica, the birthplace of Marcus Garvey and the home of Rastafarianism and reggae. [16] 

Similarly, David Dabydeen and Fred D'Aguiar's distinctive poetic imagination can be linked to Guyanese history and landscape. * Significantly, one of the first novels of The New Diaspora is The Unbelonging (1985) by Joan Riley, another Jamaican writer, whose work comes closest to the protest writing just described. As its title indicates, this book dramatizes the dilemma of a generation which feels at home neither in England nor in its native Caribbean. It tells the story of Hyacinth, a teenager who arrives in England in the 1970s. 

Faced with an abusive father and hostile schoolmates, she retreats into her dream of an idealized Jamaica which turns into a nightmare when, after taking a degree, she journeys back to the Caribbean. There, she is brutally confronted with her ultimate homelessness when the '"Go back whe yu come fram"' of destitute Jamaicans echoes the '"Go back where you belong"' [17] of racist Britons. The difficulty of ever returning to the Caribbean 'home', understandably a major preoccupation of The New Diaspora, is also evoked in Caryl Phillips's A State of Independence (1986). 

Apart from its emblematic value for a whole generation, The Unbelonging is worth mentioning because it is a pioneering work. [18] 

One of the first novels published by a Caribbean woman writer in Britain since Jean Rhys in the 1930s, it prefigures the emergence of a tradition of women's writing still in the making, since, with the exception of Pauline Melville, partly British, partly Guyanese, the author of a novel entitled The Ventriloquist's Tale (1997), post-war Anglo-Caribbean writing did not at first produce major female novelists. [19]

 Things have changed recently with the publication of White Teeth (2000) by half Jamaican, half British, Zadie Smith and of Small Island (2004), by Andrea Levy, also of Jamaican descent. Also worth mentioning is Leone Ross, of Jamaican and British heritage too, whose novel Orange Laughter (1999) marks her out as a talented novelist. Yet, it seems to me that these writers belong to a newer generation who feel British in the first place, and cannot therefore be easily described as partaking of Caribbean literature. But let us go back to The Unbelonging which was published in 1985 . Even if it is not artistically successful, mostly because of a form of crippling realism, The Unbelonging contains in embryo some of the concerns that inform the ethos of Riley's fellow novelists. 

Chief among these are the disrupted family as a metaphor for the post-migratory condition, and an obsession with memory as part of a quest for a post-migratory identity. In what follows, I will attempt to examine how these two issues are handled by the generation of writers under study here. Most novels of the New Diaspora deal with the family as a site of disruption. David Dabydeen's The Intended provides a good example of this. It centres on a nameless teenager who, away from his native Guyana and in the care of the English social services, grapples with the excitement and temptations but also the roughness of multiracial London. As several commentators have pointed out, it is a variation on the traditional apprenticeship novel, [20] a favourite genre with the Caribbean writers of the 1950s and 1960s in which the child's coming of age paralleled the coming of age of nations on the eve of independence, the major difference being that it is the social services, thus an institution, that here play the role of surrogate parent providing for the material, not the affective needs, of the child. [21] 

This shift symbolically focuses attention on the inhospitality of England. It is as if the new generation of Caribbean immigrants had rejected the idea of ever finding a mother(land) or even stepmother(land) in England. The arrival in England of Dabydeen's protagonist, and of Riley's too, conveys more than coldness and indifference: it points towards a re-enactment of colonization and enslavement. The colonial trauma has not vanished with exile; it only seems to have been displaced at the level of the family, which, as Milan Kundera reminds us, functions with the same psychological mechanisms as society at large. [22] 

The abusive behaviour of Hyacinth's father has clear colonial overtones and is but one instance of The New Diaspora's frequent conflation of sexual and colonial victimization. Like the immigrants of the previous generation, the young girl is sent for to meet her father's needs. His violence, both physical and mental, and his voice, sounding 'like the crack of a whip', [23] immediately evoke the plantation owner. In Dabydeen's novel too the Boys' Home, into whose care the hero has been abandoned by his father, is described as a 'prison for youth' [24] where newcomers have to undergo 'a period of seasoning', [25] just as the slaves of old had to on arrival in the Caribbean. 

However, parental surrogacy can also feature in the writing of The New Diaspora in a more positive though still ambiguous light. This is particularly the case in Caryl Phillips's Crossing the River (1993), a novel with visionary accents that addresses cross-culturality through imaginative journeys in the history of the African diaspora. Perhaps the most powerful image of surrogacy in that novel is that of an African father who sells his three children into slavery, and thereby triggers off the African dispersal, but eventually takes Joyce, a white English woman, as one of his own children. [26] In Phillips's A Distant Shore , published in 2003, Gabriel, a refugee from Africa whose family has been decimated by war, is taken in by a couple of older Britons who regard him as the son they never had. [27] 

Interestingly, this recurrent preoccupation with genealogy and filiation is also reflected in The New Diaspora's extensive use of intertextuality. Caryl Phillips's Higher Ground (1989), for example, relies on a complex intertextual web (including, among others, Joseph Conrad, JM Coetzee, George Jackson, and Anne Frank) which conveys not only his affiliation to but also displacement from the West Indian, African American and European literary traditions. A similar ambivalence obtains in David Dabydeen's The Intended, which, as its title indicates, is built on a web of references to Joseph Conrad's Heart of Darkness. 

An obsession with memory is another major concern in the writing of The New Diaspora. It is interesting to note that out of the two or three dozen novels written by this generation, relatively few take place in contemporary Britain, and when they do, it is often with flashbacks set in the native land or in Africa, as if the writers had to come to terms with their past before handling the present in a straightforward way. For example, it took Phillips six novels before he could address contemporary England in A Distant Shore, even though he had dealt with it in his drama and all previous novels were to some extent allegories of the present. 

For the majority of younger Caribbean writers, migration seems to have lost the mimetic appeal that underlay most novels of the previous generation. The exilic experience has acquired a symbolical, even mythical quality that is best explored in a foreign setting, away from the potentially explosive scene of today's Britain. This choice, coupled in many cases with a journey back in time, cannot be simply put down to escapism or nostalgia, which Jason Cowley has described as a form of sterile archaeology. [28] 

Rather it seems to originate in the writers' urge to examine their present post-colonial (or, to some, neo-colonial) situation from a meaningful vantage point. As Fred D'Aguiar writes in relation to Black British poetry: 'Even when [it] is ostensibly preoccupied with some other place, it is often instructive as allegory about life in Britain'. [29] Similarly, he points out that a novel can talk 'about contemporary issues in terms of a past event'. [30] 

His fiction and that of his generation should definitely be read with this in mind. Part of the search for a new Caribbean exilic sensibility caught between the old and the new, past and present, home and host country, the exploration of the past informs many novels whose ambition is to uncover the long-hidden complexities of history, not only of plantation societies but also of Britain. Worth mentioning are David Dabydeen's The Counting House (1997) which explores the arrival of Indian labourers in nineteenth-century Guyana and A Harlot's Progress (1999) which, as its title indicates, retrieves the characters from a series of prints by eighteenth century English artist Hogarth, among them Mungo who, like the prostitute of the title, is exploited by the colonial metropolis. Other texts in the same vein are Fred D'Aguiar's The Longest Memory (1994), and Feeding the Ghosts (1997) a poetic tale which concentrates on the history of the Zong, an eighteenth-century slave-ship whose captain threw more than a hundred slaves overboard to claim the insurance money, a sombre event dramatized in a painting by Turner. 

Finally, there is Caryl Phillips's Cambridge (1991), a sensitive exploration of the violence and intricacies of plantation life in nineteenth-century Caribbean society, and Crossing the River (1993) which covers two hundred and fifty years of the African diaspora. There is no time to discuss all these novels in detail I shall therefore only focus on one text representative of that trend: D'Aguiar's deceptively simple first novel, The Longest Memory. This novel offers a reconstruction of the past, not as a retaliative move, but rather as a way of understanding its intricacies and, if possible, revising its biases. Far from being a retreat from the present reality, it starts with the pregnant premise that 'the future is just more of the past waiting to happen'. [31]

 Clearly, history functions here as a starting point, not as an end in itself. Set on a Virginian plantation at the turn of the nineteenth century, The Longest Memory is built around the figure of Whitechapel, an old, obedient slave who unwittingly causes the death of his runaway son, Chapel, by reporting to the master the direction he has taken. From this central event, the novel then branches out into the testimonies of its many protagonists: Mr Whitechapel, the liberal master; Sanders Senior, the overseer who actually fathered the runaway slave; Lydia, the master's daughter who taught Chapel to read and write; Chapel, the slave cum poet; the unnamed editorialist of a local paper; Sanders Junior, the overseer's son who whipped his own half-brother to death. 

The formal techniques used in The Longest Memory (also adopted in the other novels by Dabydeen and Phillips just mentioned) call attention to major developments in the fiction of The New Diaspora. On the one hand, the kaleidoscopic approach is the expression of a revisionary intent. By uncovering the long-hidden complexities of plantation societies, this form efficiently undermines a system that, very much like today's racism and essentialism, relied for its survival on a simplistic dichotomous logic and therefore rejected ambiguity as a 'sign of weakness' . [32] 

Yet, if it successfully jettisons binarism, the novel avoids facile self-satisfaction by conveying that the 'knotted mess' brought about by slavery 'cannot now be undone, only understood'. [33] 

On the other hand, the polyphonic structure of The Longest Memory – like that of the other historical novels mentioned above -- signals a compassion for the dispossessed and the victims regardless of their race or origin, as if exile had blotted out the particular responsibilities for past suffering, leaving only the pain of dispossession. The words of a character in Witchbroom, a novel by Lawrence Scott who shares many of the features of The New Diaspora, capture this new mood: 'My pain is not like your pain, but the edges blur'. [34] 

Like the Beurs, i.e. the second-generation North African immigrants in Europe, The New Diaspora 'instinctively identify themselves with oppressed groups in many parts of the world'. [35] 

The colonial system might be officially over, but there remains a larger oppressive order, either economic or patriarchal, to which these writers are very sensitive because of their origins. For instance, the growing concern, on the part of both female and male writers, for woman as other and outsider, as well as the focus on more domestic issues such as man/woman relationships or the generation gap partake of this change in sensibility, whose aim it is to integrate the voiceless, or to use Carole Boyce Davies's formulation, the 'unheard' into the narrative of history. [36] 

Of all the novels mentioned in this survey, it is probably Caryl Phillips's which best exemplify this empathy with the 'other'. It shows in his sensitive recreation of female voices, his understanding but never sentimental engagement with marginalized characters, both black and white, and above all his interest in the Jewish experience admirably shown in The Nature of Blood (1997). One would need another lecture to render the originality and maturity of Phillips's diasporic vision which is expressed in Crossing the River through 'the many tongued chorus' of all the children of a world-wide diaspora who have left their homeland for good but have nonetheless achieved some sense of belonging to a community, with all the suffering and love this experience can imply. 

Suffice it to say here that Phillips's vision is rooted in the Caribbean exilic experience to suggest a cross-cultural conception of the universal, one which departs from the traditional model because it offers a creolizing, instead of Eurocentric, model. It is also important to point out that his contribution to the English novel, and that of his fellow writers, is not limited to the narrative techniques and the subject matters outlined in this paper, but it is above all one of new meanings and values which call into question the myth of British homogeneity and gradually lead to a redefinition of Britishness which accommodates plurality and thus includes the outsider. As Phillips himself points out in the introduction to Extravagant Strangers, an anthology devoted to writers born outside Britain, but who are part of its literary tradition, 'Britain has developed a vision of herself as a nation that is both culturally and ethnically homogeneous, and this vision has made it difficult for some Britons to feel that they have the right to participate fully in the main narrative of British life'. [37] 

His own writing and that of his fellow Anglo-Caribbean writers should therefore be viewed as exponents of the long-lasting vibrant British heterogeneity which has for too long remained unrecognized. * By way of conclusion let me recap the main features of The New Diaspora and focus once again on their originality. The preoccupations at the heart of their vision, like the past, the family or the construction of an identity, have always been key pieces in the Caribbean literary puzzle. What distinguishes the new generation's approach from that of their predecessors is a 'changing sameness', [38] a matter of different emphasis rather than diverging interests. David Dabydeen and Nana Wilson-Tagoe remind us that the project of the first generation of Caribbean artists in Britain was essentially based on the desire to voice a specific identity in the face of a dehumanizing colonization: the writer from the colonies felt a need and duty to represent colonial societies, to reveal the humanity of the people to a British society maliciously ignorant of that humanity. 

The urgent task was to address and convince a British readership of the human values that resided in black communities. [39] 

This 'burden of revelation' no longer affects the second generation, who can rely on the audience created by their precursors. [40] 

Far from the writers of the second generation the idea of being 'missionaries in reverse', [41] although, as Caryl Phillips regrets, 'the missionary approach -- the idea that the black writer should explain black people to white people -- dominates the thinking of some publishers and many critics'. [42] While still writing for an overwhelmingly Western audience, The New Diaspora is driven by a more confident sense of identity, however multi-faceted or fluctuating. Freed from the 'Caliban complex', [43] i.e. the colonial complex, that plagued some writers of the previous generation, the younger writers now address the conundrum of Othello, i.e. that of the Westernized foreigner, who is one of the major figures in Phillips's The Nature of Blood. 

Their writing has become more of an assertion of their right to belong to British society and a repossession of a history too often silenced or partially represented. The shift perceptible in the writing of The New Diaspora towards a more catholic -- by which I mean open and universal -- perspective is sustained by an interaction between the personal and the collective, a conceptual pair in fact constitutive of the exilic condition and productive of a tension that keeps the creative momentum alive. 

Exile has led first to fragmentation, which results in a confrontation with oneself, followed by an attempt to heal this disintegration by resorting to a larger political and historical frame of reference that often goes beyond the Caribbean condition, to include the diasporic world at large. This process of transformation and recovery was already at work in the writing of the previous generation, most notably in that of Wilson Harris, but generally theirs remained a more subdued affirmation of cosmopolitism. 

As I have attempted to show, what also characterizes The New Diaspora is an increased emphasis on the individual, an autobiographical trend perhaps prefigured in Naipaul's watershed though long-winded novel The Enigma of Arrival, which concludes with the idea that history is very much a personal matter as it 'can reside in the heart'. [44] 

As Margaret Joseph points out, this growing interest in the individual as opposed to the group also prevails among contemporary Caribbean writers outside Britain: To Lamming and Selvon (and other West Indian writers of the 1950s and 1960s), Caliban was the oppressed inhabitant of colonized islands, the 'disconnected' inheritor of a traumatic past. ... A shift in focus is apparent in younger Caribbean writers such as Earl Lovelace, Erna Brodber, and Jamaica Kincaid, who have switched their attention to other concerns. ... These writers have achieved a sense of their own identity and are interested in the individual for his own sake. [45] 

Yet to counterbalance this focus on subjectivity, and the psychological explorations of suffering it entails, the writing of The New Diaspora has simultaneously turned to a universal and not just colonial historical memory, with the view of explicating, but also interrogating and revising the past. With the exception of Joan Riley, who significantly affirms 'as a writer, I am responsible only to myself and my conscience', [46] the other writers surveyed here have a sense of collective responsibility not only to their 'tribe' but also to the human race at large which results in a complex network of connections that goes well beyond the Caribbean and Britain. However, as Bruce King remarks, Caribbean literature, especially its recent offshoots, needs to be examined 'piece by piece' for large generalizations will not take us very far because generalizations have inscribed within themselves, within the theories on which they are based, the results they claim to investigate. [47] 

It is therefore necessary to examine individually all the writers that I have too rapidly mentioned here and thereby to probe deeper into the complexities of their displaced Caribbeanness. 

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[1] This essay is the text of a lecture that was given at the University of Huelva in Spain in March 2004. 
[2] Linton Kwesi Johnson, 'Voices', in Voices of the Living and the Dead (London: TRJ Publications, 1974), p. 23. 
[3] John Solomos et al., quoted in Peter Fryer, Staying Power: The History of Black People in Britain (London: Pluto, 1984), p. 399. 
[4] David Dabydeen, 'On Not Being Milton: Nigger Talk in England Today', in Tibisiri: Caribbean Writers and Critics , ed. by Maggie Butcher (Sydney/Mundelstrup: Dangaroo, 1989), pp. 121-35 (p. 133). 
[5] George Lamming, The Pleasures of Exile (1960; London: Allison & Busby, 1984), p. 214. 
[6] On this subject, see Albert Gérard, 'Problématique d'une histoire littéraire du monde caraïbe', Revue de Littérature Comparée, 245.1 (1988), pp. 45-56. [7] Caryl Phillips, "Following On: The Legacy of Lamming and Selvon", Wasafiri, 29 (Spring 1999), pp. 34-36 (p. 36). 
[8] Fred D'Aguiar, 'Against Black British Literature', in Tibisiri: Caribbean Writers and Critics, ed. by Maggie Butcher, pp. 106-14. Some of the points made here are also raised in Bénédicte Ledent, 'L'Afrique dans le roman de la diaspora anglophone', Critique, 711-712 (août-septembre 2006), pp. 739-750. [9] Beryl Gilroy, Boy-Sandwich (London: Heinemann, 1989). 
[10] This mostly applies to Afro-Caribbean writers. For Michelle Cliff, a white Jamaican, identification with the Afro-American tradition is less direct though not impossible. On this subject see Carole Boyce Davies, Black Women, Writing and Identity: Migration of the Subject (London/New York: Routledge, 1994), p. 123. 
[11] See 'Jamaica Kincaid: From Antigua to America', in Frontiers of Caribbean Literature in English, ed. by Frank Birbalsingh (London: Macmillan, 1996), pp. 138-51 (p. 142).
 [12] Linton Kwesi Johnson, Mi Revalueshanary Fren: Selected Poems (London: Penguin, 2002). 
[13] Johnson, Mi Revalueshanary Fren, pp. 39-41. 
[14] Norman Smith, Bad Friday (Birmingham: Trinity Arts Association, 1982. Also published by New Beacon, London, 1985); David Simon, Railton Blues (London: Bogle-L'Ouverture, 1983). 
[15] See Ferdinand Dennis, Behind the Frontlines: Journey into Afro-Britain (London: Gollancz, 1988) for research into this phenomenon. 
[16] It is interesting to note that David Simon dedicates Railton Blues to Bob Marley. 
[17] Joan Riley, The Unbelonging (London: The Women's Press, 1985), p. 142. [18] It is one of the few novels, along with Caryl Phillips's The Final Passage (1985), to offer a woman's perspective on Caribbean migration to the UK. 
[19] Major contemporary Caribbean women writers like Erna Brodber, Michelle Cliff, and Dionne Brand do not belong to the Caribbean-British tradition. 
[20] Apart from Margery Fee, 'Resistance and Complicity in David Dabydeen's "The Intended"', ARIEL, 24.1 January 1993, see Mario Relich, 'Literary Subversion in David Dabydeen's The Intended', Journal of West Indian Literature, 6.1 (July 1993), pp. 45-57 (p. 46) and Benita Parry, 'David Dabydeen's The Intended', Kunapipi , 13.3 (1991), pp. 85-90 (p. 85). 
[21] Which is the case to some extent too of some heroines in Caryl Phillips's fiction. Leila in The Final Passage is taken care of by a health visitor, while both Irina and Eva leave their family in Poland and in Germany to land in the care of a landlady and the National Health Service. 
[22] Milan Kundera, The Art of the Novel , trans. by Linda Asher (1986; London: Faber & Faber, 1988), p. 109. 
[23] Riley, The Unbelonging , p. 29. 
[24] David Dabydeen, The Intended (London: Martin & Secker, 1991), p. 79. 
[25] Dabydeen, The Intended , p.81. 
[26] Caryl Phillips, Crossing the River (London: Bloomsbury, 1993). 
[27] Caryl Phillips, A Distant Shore (London: Secker & Warburg, 2003), p. 287. 
[28] Jason Cowley, 'Fictional Failure', Prospect , December 1997, pp. 26-29. [29] Fred D'Aguiar, 'Introduction', The New British Poetry , ed. by Gillian Allnutt et al. (London: Paladin, 1988), p. 3. 
[30] Christina Koning, 'The Past, Another Country', Independent on Sunday , 23 July 1995, p. 32. 
[31] Fred D'Aguiar, The Longest Memory (London: Chatto & Windus, 1994), p. 1. 
[32] D'Aguiar, The Longest Memory, p. 133. 
[33] D'Aguiar, The Longest Memory, p. 137. 
[34] Lawrence Scott, Witchbroom (London: Heinemann, 1992), p. 96. 
[35] Alec G. Hargreaves, 'Resistance and Identity in Beur Narratives', Modern Fiction Studies, 35.1 (Spring 1989), 87-102 (p. 91). Beur writers share several other characteristics with The New Diaspora, for example their predilection for the Bildungsroman and for multiple perspectives. 
[36] Carol Boyce Davies, Black Women, Writing and Identity: Migrations of the Subject (London/New York: Routledge, 1994), p. 108. 
[37] Caryl Phillips, Extravagant Strangers: A Literature of Belonging (London: Faber & Faber, 1997), p. xiii. 
[38] I owe this formulation of a differently focused continuity to Deborah E. McDowell, 'The Changing Same': Black Women's Literature, Criticism, and Theory (Bloomington/Indianapolis: Indiana University Press, 1995), who in turn borrowed it from Leroi Jones ( a.k.a. Amiri Baraka), 'The Changing Same (R&B and New Black Music)' in The Black Aesthetic, ed. by Addison Gayle, Jr (New York: Anchor/Doubleday, 1971), pp. 112-25. 
[39] David Dabydeen and Nana Wilson-Tagoe, A Reader's Guide to West Indian and Black British Literature (Sydney/ Mundelstrup: Dangaroo, 1987), p. 83. 
[40] Frank Birbalsingh, 'An Interview with Fred D'Aguiar', Ariel, 24.1 (January 1993), pp. 133-45 (p. 141). 
[41] Dabydeen and Wilson-Tagoe, A Reader's Guide, p. 83.
 [42] Caryl Phillips, 'Living and Writing in the Caribbean: An Experiment', Kunapipi, 11. 2 (1989), 44-50 (p. 47). This article was also published in Us/Them, ed. by Collier, pp. 219-23 (p. 221). Phillips expresses a similar rejection of the role of missionary for his generation in 'The European Tribe', in The European Tribe (1987; London: Faber & Faber, 1988), pp. 119-29 (p. 129). 
[43] Margaret Paul Joseph, Caliban in Exile: The Outsider in Caribbean Fiction (New York/London: Greenwood Press, 1992), p. 123. 
[44] V.S. Naipaul, The Enigma of Arrival (London: Penguin, 1987), p. 318. 
[45] Margaret Paul Joseph, Caliban in Exile: The Outsider in Caribbean Fiction (New York/London: Greenwood Press, 1992), p. 114.
 [46] Joan Riley, 'Writing Reality in a Hostile Environment', in Us/Them, ed. by Gordon Collier (Amsterdam/Atlanta: Rodopi, 1992), pp. 213-18 (p. 214).
 [47] Bruce King, ' Caribbean Conundrum', Transition, 62 (1993), pp. 140-57 (p. 156). 

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Video: Caryl Phillips discusses his book as part of UC’s Worldfest Celebration. If you missed it, you can still view the Webcast: 



    

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