Por Pedro Samuel Rodríguez R.
En 2008 una joven española de
origen catalán y estudiante universitaria, vino al Caribe para hacer un trabajo
sobre los rastros de las culturas africanas en el Caribe hispanohablante. En
Cuba había recogido abundante material para su tesis. Habló allí con gente de
diversos matices étnicos y al terminar se dirige a República Dominicana en
busca de informes similares sobre tales rastros. Pero, ¡Oh sorpresa! Aquí le
repetían: “señorita, usted se ha equivocado de país, ese tema de africanos y
esclavos sucedió en Haití, no aquí.”
Esto lo cuenta la chica española
unos meses después de regresar a su país, al encontrarse en Madrid con una
mujer de origen dominicano que hacía un curso de actualización en la
Universidad Complutense, donde ocurre la conversación.
Eres dominicana? Sí, así es. Me
gustaría hablar contigo. De acuerdo, dime. Permítame decirle que ustedes los
dominicanos tienen un grave problema de identidad. En Cuba pude escribir un
montón de notas; de tu país sólo pude sacar lo que observaba. No lo entiendo,
porque es evidente la generalizada mezcla racial con África pero casi ningún
dominicano lo acepta. Entonces nada me podrían contar de rastros de las
culturas africanas en República Dominicana. Salí de Santo Domingo con un
sentimiento mezcla de decepción y extrañeza, porque ¿cómo algo tan evidente
era posible que se desconociera? Es como
si fueras a Bolivia y allí nadie acepta tener sangre indígena. Y para colmo los
dominicanos con los que hablé me vieron como una tonta que ni siquiera sabía
dónde estaba. Increíble, ¿no?”
La mujer dominicana hizo saber a
la joven catalana que la entendía; que conocía perfectamente lo que le contaba,
explicándole que “hace años que comprendo ese fenómeno de mi país. Pero no creo
que tenga que ver con la identidad del dominicano, tampoco pienso que nieguen
conscientemente su ascendencia africana sino más bien se trata de su falta de
información. La culpa de lo que me
cuentas quizás sea de los libros y de los maestros de historia que casi exclusivamente tratan de
historia republicana y de historia reciente, por ejemplo de la Era de Trujillo,
pero muy poco de la historia donde aparecen los esclavos; es decir, casi nada
de la historia colonial. Así el dominicano desconoce su pasado profundo.
No pudieron hablarte sobre algo que sucedió antes de la independencia de 1844.
Si le hubieras preguntado de dónde llegaron los negros a su país tal vez la
respuesta hubiera sido “de Haití”. Si le hubieras preguntado por qué hablan
español puesto que no son españoles tal vez algunos no sabrían la
respuesta. Sería raro que algún maestro hable a sus alumnos respecto a "nuestros ancestros esclavos africanos". En fin, tienes razón en parte; el nuestro es un caso bastante
particular, pero te lo explicaré más adelante. Buena cantidad de dominicanos
cree que el pueblo empezó con la Independencia, incluso hay quienes piensan que
nuestra idiosincrasia proviene de una época tan reciente como la era de
Trujillo (1930-1961).”
Aquí, en España –continuó la
dominicana- la gente puede conocer aspectos de su historia del siglo trece,
nueve, y de mucho antes. Aquí es fácil conectar el presente con un
extenso pasado; en mi país aunque sólo
tenemos historia a partir de finales del siglo quince (1492) a lo más remoto
que llegamos es a Febrero de 1844; esto es, conocemos nuestra historia casi
sólo a partir de la fecha de la
Independencia en adelante. Los 330 años anteriores a esa fecha lo
desconocemos casi por completo. Pero resulta que fue en la larga duración
temporal de esos 330 años en donde nuestro pueblo construyó sus estructuras
psico-sociales básicas, su utillaje mental fundamental: su idioma, su religión, su
idiosincrasia, valores y visiones; y fue en el decurso de esos 330 años en donde
precísamente interactúan amos y esclavos. Entonces,
si les sacas ese extenso período, nada te podrían explicar de rastros de
cultura africana. La abolición de la esclavitud es decretada por Boyer en el
primer año de la ocupación haitiana en 1822 y la última compra de esclavos
ocurre un año antes, en 1821. A partir de entonces ya no aparecen esclavos en
nuestra historia; son invisibles. Si quitas esos 330 años todo queda reducido a:
Independencia, Restauración, Lilís, Mon Cáceres, Horacio Vásquez, Trujillo,
Balaguer, PRD y PLD. Y como ahí no aparecen esclavos ni africanos, entonces los
africanos y los esclavos no existieron, y punto.
Pero te explicaré más -agregaba la dominicana: en mi país, adicional a que la historia conocida es limitada,
tampoco existen suficientes documentos coloniales a excepción de los que se han
conservado en la zona Este. Gran parte
de los papeles de la extensa era colonial fue trasladada a la colonia de Cuba y
a España a raíz del Tratado de Basilea de 1795 y desafortunadamente buena
cantidad de los que quedaron fueron destruidos en el trayecto de las invasiones
haitianas posteriores. Por fortuna, la
zona del Este no estaba en ese tránsito y es por ello que sólo allí se conserva
una abundante cantidad de papeles (Archivo Real de Higüey, Bayaguana, Hato
Mayor). Es una pena que en una ciudad como Santiago de los Caballeros, la
segunda del país, no existan o haya poquísimos documentos de la Era colonial.
Su memoria histórica remota fue mutilada casi por completo. La misma carencia acontece
en la capital, Santo Domingo, y en el resto del país a excepción del Este.
Sin una buena dotación de
documentos coloniales –explicaba la mujer dominicana- no se puede siquiera
escribir novelas ambientadas en siglos
pasados, pues no es posible identificar –por ejemplo- el material con que en 1732
estaban fabricados los botones de los
vestidos ni el precio de un esclavo. Sin suficientes documentos coloniales tampoco
podemos escribir libros adecuadamente documentados sobre la historia de nuestros primeros siglos.
Da gusto leer al novelista Arturo Pérez Reverte describiendo con detalles las
oscuras callejuelas y las tabernas del Madrid del año ‘mil seiscientos
veintitantos’. Y es que España posee una impresionante cantidad de documentos
históricos para consultar, mientras que muchos dominicanos no están seguros de
si, en un período tan vasto como 300 años, hubo o no esclavos africanos en su
territorio. La carencia de información nos ha desconectado la memoria
histórica. Nos es difícil pensar históricamente. Por eso te dijeron que estabas
equivocada de país. Imagínate si el conocimiento de la historia de España empezara con Fernando VII o con Isabel II ¿qué quedaría?.
Hay entonces pocas posibilidades
–apuntaba la mujer criolla- de que el pueblo dominicano mayoritario y poco instruido
comprenda que su población fue conformada por dos etnias y dos culturas
básicas: la española y las africanas. Fíjate que en Cuba existe la música
afro-cubana, pero no existe una música afro-dominicana. Con algunas excepciones
el dominicano rechaza toda vinculación de origen con África. Explicar las
razones de esa actitud no requiere profundos ni complicados estudios. La razón
es simple: no hay suficientes fuentes escritas que nos mantenga activada
nuestra memoria histórica más antigua y profunda.
Sin embargo –señalaba la
caribeña- los dominicanos de 1844 no necesitaban leer sobre esclavitud para
enterarse de que ella existió, pues muchos de ellos habían sido esclavos. Por
eso cuando en ese año se da el
movimiento independentista había poco
pueblo integrado a éste, por temor a que ‘los blanquitos’ de la Trinitaria
auspiciaran la vuelta a la esclavitud. Aquellos ex esclavos contemporáneos de
Juan Pablo Duarte no olvidaron la esclavitud por falta de documentos coloniales
como ocurre ahora; ellos la habían padecido apenas veintidós años antes (hasta
1822).
La mujer dominicana no paraba, y
continuó con que: aunque la suya fue una esclavitud hasta cierto punto benigna
-eran esclavos generalmente domésticos-
no por ello fueron otra cosa sino esclavos de origen africano que se
vendían y se compraban a precios que variaban de acuerdo a la edad, a la condición
física, a si las hembras estaban o no preñadas, si padecían de ‘dolor de lomo’
o si eran lisiados. En el Archivo Real de Higüey aparecen documentos notariales
del siglo 18 en donde se estipula un valor promedio de unos 200 pesos por cada pieza
de “negro”, o sea de esclavo.
Y es que el conocer y aceptar la existencia de nuestro prolongado sistema esclavista –reflexionaba la dominicana- tiene beneficios prácticos, pues nos colocaría en mejor situación de comprender al pueblo de hoy en su dinámica de siglos; en su continuum evolutivo sin cortes históricos. Entenderíamos, por ejemplo, que un pueblo que haya partido desde tales orígenes, necesita el paso de muchas generaciones hasta la construcción de
ciudadanía; hasta que los descendientes de aquellos
esclavos se autoperciban y funcionen como ciudadanos con deberes y derechos. Con ese conocimiento podríamos intuir la verdadera magnitud de los tránsitos sociales de nuestro pueblo y la dimensión de la prolongada pedagogía social que ello ha representado. Conocer la existencia de aquel sistema esclavista nos colocaría, además, en función de testigos conscientes de una dinámica social que recién ha empezado a implementarse en su fase de pruebas, encarnada en las recientes reformas a códigos, en la creación de tribunales
especializados y otras inéditas incorporaciones institucionales. Con ese conocimiento no sólo podríamos preguntarnos de dónde venimos, sino dónde nos encontramos como sociedad en el tramo actual de nuestros más de cinco siglos de existencia como pueblo; y hacia dónde vamos.
Existe un factor adicional que
explica el por qué hemos olvidado lo que tuvo que ver con África y
esclavos; se trata del alejamiento temporal de aquel sistema esclavista. Ya no hay esclavos
sobrevivientes que nos lo cuenten. Quedan, eso sí, sus descendientes, pero sin
memoria histórica. Ha sido con algunos de éstos con quienes has hablado en
Santo Domingo –concluyó la dominicana-.
Con estos comentarios
provenientes de una dominicana de origen, la joven española empezaba a
comprender mejor aquel país caribeño recién visitado, aunque lamentaba no
haberse topado en República Dominicana con personas como esta con quien acababa
de conversar en Madrid.
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