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22.9.16

BAJO EL SIGNO DE LA AMENAZA Y LA SUPERVIVENCIA - LAS ENERGIAS OCULTAS DEL PUEBLO DOMINICANO

Santo Domingo, República Dominicana

La historia dominicana nos ha dotado de una fuerza particular para sobrevivir como pueblo. En el siglo XVII defendimos nuestro suelo de piratas y corsarios mientras España nos abandona por sus conquistas en Tierra Firma. A finales del XVIII España nos cede a Francia sin lograrse la ocupación francesa. En el XIX salvamos nuestra nación de la desaparición frente a las permanentes ocupaciones e invasiones de los poderosos ejércitos haitianos (el enemigo se había instalado en el lado occidental de nuestra propia cuna), y en ese mismo siglo XIX nos sacudimos de la anexión española mediante la triunfante guerra de la Restauración. 

 Historiadores extranjeros, como el canadiense Richard Pattee, han explicado esa rara vitalidad y las energías ocultas que sostienen al pueblo dominicano, de la siguiente manera:

“La nacionalidad dominicana ha vivido desde los albores de su historia una de las experiencias humanas más apasionantes de todos los tiempos; la co-existencia y la asimilación de razas distintas y de culturas que parecían excluirse mutuamente. Al principio fue la cultura hispánica frente a la indígena, hasta que ésta desapareció por inanición y por incapacidad de supervivencia. Luego fue el drama de la importación de negros africanos bajo el régimen de la esclavitud y la fusión lenta y progresiva de los dos elementos entonces presentes. Más tarde, cuando el carácter hispánico y europeo, como nota dominante de su vivir, se afianzó con solidez indestructible, fue la lucha tenaz contra la imposición de lo africano como influencia preponderante y el desplome de la vida de raíces hispánicas ante el peso y el empuje de las masas negras concentradas en el occidente de la isla. 

Problema social, problema de convivencia racial, fusión sin desaparición: he aquí los elementos constitutivos, moralmente hablando, de la experiencia dominicana desde la fundación de la Isabela hasta el siglo actual. El caso dominicano es absolutamente único en el mundo, en cuanto que se ha desarrollado sobe una tierra estrictamente limitada por la estrecha vecindad con otro pueblo cuyas bases son esencialmente diferentes y en muchos aspectos antagónicas. Islas divididas entre contingentes humanos de diversa procedencia y de tradiciones distintas se hallan en el mundo, empezando nada menos que por la Gran Bretaña, que en una sola isla reúne tres pueblos de formación cultural divergente: Escocia, Inglaterra y el País de Gales. Pero en este caso, hay elementos de similitud fundamental que han permitido la formación de una sola nacionalidad coherente y capaz de mantener su unidad.

La península ibérica guarda cierta semejanza, aunque no en lo insular, al estar dividida en dos pueblos brotados de las mismas entrañas para formar desde hace siglos dos unidades perfectamente definidas y destinadas a cohabitar sin fusionarse. 

Hay en el mundo otros casos en que dos razas o dos modalidades de cultura comparten un solo territorio. Los turcos y griegos co-existen en Chipre –si la expresión co-existir conviene- con resultados que no son particularmente alentadores. Dos lenguas y dos tendencias espirituales se enfrentan en algunas islas, como en el Ceilán contemporáneo, donde una mayoría singalesa ejerce la autoridad suprema sobre una minoría tamul, con la tirantez y el conflicto que son la consecuencia inevitable y a pesar de la unidad política imperante. 

En las Antillas hay islas como la de San Martin, cuya parte sur corresponde a los Países Bajos y el norte a Francia. Sin embargo, en ninguno de estos casos existen circunstancias tan profundamente disgregadoras como entre la República Dominicana y Haití. Aquí no se trata de dos ramas de la población original o fundadora, sino de dos razas, la primera responsable del establecimiento de la civilización europea en este rincón de América, y la segunda descendientes de los esclavos de diversas partes de Africa y arrancados de sus tierras durante el tiempo de la trata negrera para servir los intereses de explotación económica de la parte occidental francesa, donde la opulenta Saint Domingue se convirtió en un emporio de riqueza. 

La historia de la República Dominicana está repleta de incidentes, episodios bélicos, largos períodos de sojuzgamiento, agresiones y presiones de parte del territorio vecino, más densamente poblado. Hubo momentos de crisis dramática y más de una vez se inició lo que aparentaba ser la lenta agonía de la parte española. Esta historia atestigua una rara tenacidad en la defensa de los valores espirituales y culturales heredados y una voluntad de supervivencia singularmente emocionante. 

Que un pueblo como el dominicano haya podido llegar a la edad contemporánea sin sucumbir a los embates fulminantes de una adversidad ininterrumpida es un hecho que atestigua la vitalidad y las energías ocultas que lo animan y lo sostienen”. (Richard Pattee: ‘La República Dominicana’, Capítulo II, pp. 21-28 – Ediciones Cultura Hispánica, 1967). 

En los siglos pasados el pueblo dominicano realizó heroicos esfuerzos para no sucumbir y sobrevivió; en el presente estamos obteniendo la plena autoconsciencia de nuestras potencialidades como nación conformada en la permanente fusión étnica en pobreza, en la constante amenaza y el desamparo vigorizante.

[Pedro Samuel Rodríguez R., 
Santo Domingo, República Dominicana, sept., 2016]

9.9.16

UNA POLÉMICA HISTORIOGRÁFICA - ESCLAVOS IRLANDESES

:


¿Podemos hablar de esclavos irlandeses en la América colonial? ¿Consideraban los protestantes anglosajones blancos a los irlandeses como una raza inferior? Más allá del debate terminológico sobre el uso de la palabra “esclavitud” para los irlandeses trasladados forzosamente a trabajar a América, la realidad que se describe en este primer artículo del historiador John Martin es espeluznante. La segunda parte es la réplica del también historiador Liam Hogan La polémica está servida.



“La trata de esclavos irlandeses: Los olvidados esclavos blancos” 

(1/2)


Por John Martin


Llegaron como esclavos: carga humana transportada en barcos británicos con destino a las Américas. Fueron enviados por cientos de miles, incluidos hombres, mujeres e incluso niños pequeños.

Siempre que se rebelaban o desobedecían una orden eran castigados de la forma más dura. Los dueños de esclavos colgaban a su propiedad humana por las manos y ponían sus manos o pies en el fuego como forma de castigo. Algunos fueron quemados vivos y colocaron sus cabezas en picas en la plaza del mercado como una advertencia para otros cautivos.

La verdad es que no tenemos que recorrer todos los detalles sangrientos. Conocemos demasiado bien las atrocidades cometidas en la trata de esclavos africanos.

¿Pero estamos hablando de la esclavitud africana? El rey Jacobo VI y Carlos I también impulsaron un esfuerzo continuado para esclavizar a los irlandeses. El británico Oliver Cromwell fomentó esta práctica de deshumanizar al vecino de lado.

El comercio de esclavos irlandeses comenzó cuando Jacobo VI vendió 30.000 prisioneros irlandeses como esclavos al Nuevo Mundo. Su Proclamación de 1625 requirió enviar presos políticos irlandeses al extranjero y los vendió a los colonos ingleses en las Indias Occidentales.

A mediados del siglo XVII, los irlandeses fueron los principales esclavos vendidos a Antigua y Montserrat. En ese momento, el 70% de la población total de Montserrat eran esclavos irlandeses.

Irlanda se convirtió rápidamente en la mayor fuente de ganado humano para los comerciantes ingleses. La mayoría de los primeros esclavos al Nuevo Mundo eran en realidad blancos.

De 1641 a 1652, más de 500.000 irlandeses fueron asesinados por los ingleses y otros 300.000 fueron vendidos como esclavos. La población de Irlanda cayó desde alrededor de 1.500.000 a 600.000 en una sola década.

Las familias fueron destrozadas pues los británicos no permitieron a los padres irlandeses llevar con ellos a sus esposas e hijos a través del Atlántico. Esto dejó a una población indefensa de mujeres y niños sin hogar. La solución de Gran Bretaña fue subastarlos también.

Durante la década de 1650, más de 100.000 niños irlandeses entre los 10 y 14 años fueron quitados a sus padres y vendidos como esclavos en las Indias Occidentales, en Virginia y Nueva Inglaterra. En esta década, 52.000 irlandeses (en su mayoría mujeres y niños) fueron vendidos a Barbados y Virginia.

Otros 30.000 hombres y mujeres irlandeses también fueron transportados y vendidos al mejor postor. En 1656, Cromwell ordenó que 2.000 niños irlandeses fueran llevados a Jamaica y vendidos como esclavos de los colonos ingleses.

Muchas personas hoy en día evitan llamar a los esclavos irlandeses lo que realmente eran: Esclavos. Ellos acudirán a términos como “sirvientes” para describir lo que les ocurrió a los irlandeses. Sin embargo, en la mayoría de los casos a partir de los siglos XVII y XVIII, los esclavos irlandeses no eran más que ganado humano.

A modo de ejemplo, el comercio de esclavos africanos apenas estaba comenzando durante este mismo período. Queda constancia de que los esclavos africanos, no contaminados con la mancha de la odiada teología católica y más caros para ser comprados, se tratan a menudo mucho mejor que sus homólogos irlandeses.

Los esclavos africanos eran muy caros a finales del siglo XVII (50 libras esterlinas). Los esclavos irlandeses resultaban baratos (no más de 5 libras esterlinas). Si un plantador azotaba, marcaba o golpeaba a un esclavo irlandés hasta la muerte, nunca era un crimen. Una muerte era un revés monetario, pero mucho más barato que matar a un africano más caro.

Los patrones ingleses rápidamente comenzaron a criar las mujeres irlandesas, tanto para su propio placer personal como para un mayor beneficio. Los hijos de los esclavos eran a su vez esclavos, lo que incrementaba el tamaño de la fuerza de trabajo gratuita del amo.

Incluso si una mujer irlandesa obtenía de alguna manera su libertad, sus hijos seguirían siendo esclavos de su amo. Por lo tanto, las madres irlandesas, aunque encontraran esa nueva emancipación, rara vez abandonaban a sus hijos y se mantenían en la servidumbre.

Con el tiempo, los ingleses pensaron en una mejor forma de utilizar estas mujeres para aumentar su cuota de mercado: Los colonos comenzaron a criar mujeres y niñas irlandesas (muchas de solo 12 años) con los hombres africanos para producir esclavos con una tez clara. Estos nuevos esclavos “mulatos” lograron un precio más alto que el ganado irlandés y, del mismo modo, permitían a los colonos ahorrar dinero en lugar de comprar nuevos esclavos africanos.

Esta práctica de cría mestiza entre mujeres irlandesas y hombres africanos se prolongó durante varias décadas y estaba tan extendida que, en 1681, se aprobó una ley que “prohíbe la práctica de apareamiento de esclavas irlandesas con esclavos africanos con el fin de producir esclavos para la venta”. En pocas palabras, se detuvo sólo porque interfería con los beneficios de una gran empresa de transporte de esclavos.

Inglaterra continuó embarcando decenas de miles de esclavos irlandeses durante más de un siglo. Los registros indican que, después de la rebelión irlandesa de 1798, miles de esclavos irlandeses fueron vendidos en América y Australia. Hubo abusos horribles tanto de cautivos africanos como de irlandeses. Un barco británico incluso se deshizo de 1.302 esclavos en el Océano Atlántico para que la tripulación tuviera suficiente comida.

No hay duda de que los irlandeses experimentaron los horrores de la esclavitud tanto (si no más, en el siglo XVII) como los africanos. También hay pocas dudas de que esos rostros marrones y bronceados de los que eres testigo en tus viajes a las Indias Occidentales son muy probablemente una combinación de ascendientes africanos e irlandeses.

En 1839, Gran Bretaña decidió finalmente poner fin a su participación en la autopista de Satanás al infierno y se detuvo el transporte de esclavos. Mientras que su decisión no impidió a los piratas hacer lo que desearan, la nueva ley concluyó lentamente este capítulo de la miseria irlandesa.

Pero si alguien, negro o blanco, cree que la esclavitud era solo una experiencia africana, está completamente equivocado. La esclavitud irlandesa es un asunto digno de recordar, de no borrar de nuestras memorias.

Pero ¿por qué rara vez se discute? ¿Los recuerdos de cientos de miles de víctimas irlandesas no merecen más que una mención de un escritor desconocido?

¿O su historia, como sus amos ingleses pretendían, ha desaparecido por completo, como si nunca hubiera sucedido?

Ninguna de las víctimas irlandesas regresó nunca a su tierra natal para describir su terrible experiencia. Estos son los esclavos perdidos; los que el tiempo y los libros de historia convenientemente sesgada olvidaron.

Fuente original en idioma inglés: 

Fuente en castellano:



“Esclavos irlandeses: el mito conveniente” (la réplica) 

(2/2)


Por Liam Hogan

La fusión de la servidumbre por contrato con la esclavitud en propiedad en el relato de los “esclavos irlandeses” encubre la historia al servicio de las causas del nacionalismo irlandés y de la supremacía blanca. Su reaparición en la estela de Ferguson refleja la negación de muchos estadounidenses del racismo arraigado todavía muy extendido en su sociedad.

Con el corazón grave y no poca cantidad de ira decidí que era necesario escribir una refutación pública del mito insidioso de que los irlandeses una vez fueron esclavos en propiedad en las colonias británicas. El tema de este mito no es un problema en los círculos académicos, pues hay un acuerdo unánime en base a la evidencia abrumadora de que los irlandeses no fueron sometidos a la esclavitud perpetua y hereditaria en las colonias, basada en nociones de “raza”. Desafortunadamente este no es el caso en el dominio público y el mito de los “esclavos irlandeses” se ha compartido con tanta frecuencia en línea que se ha hecho viral.

La historia de los esclavos irlandeses tiene sus raíces en una falsa fusión de servidumbre y esclavitud. Y no es lo mismo. Servidumbre por contrato era una forma de servidumbre por deudas, por el que un migrante acordaba trabajar por un período determinado de tiempo (entre dos y siete años), y a cambio se le cubría el coste del viaje transatlántico. La servidumbre por contrato fue una innovación colonial que permitió a muchos a emigrar al Nuevo Mundo mientras se proporciona una fuerza de trabajo barata y blanca para que la explotaran los plantadores y comerciantes. A quienes completaban su período de servicio se les adjudicaban “cuotas de libertad’ y eran libres. La gran mayoría de los trabajadores que accedieron a este sistema lo hicieron voluntariamente, pero hubo muchos que fueron trasplantados a la fuerza de las Islas Británicas a las colonias y vendido su servicio por contrato en contra de su voluntad. Si bien estos deportados forzados incluían presos políticos y criminales graves, se cree que la mayoría provenían de los pobres y vulnerables. Este trabajo forzoso era, en esencia, una extensión de las Leyes de pobres inglesas: por ejemplo, en 1697 John Locke recomienda los azotes a los que “se negaban a trabajar” y llevar en manada a los mendigos a las casas de trabajo. De hecho, esta criminalización de los pobres continúa en el siglo XXI. En cualquier caso, todos excepto los delincuentes graves fueron liberados una vez que expiraba el plazo de su contrato.

“La servidumbre blanca por contrato era muy diferente de la esclavitud negra, tanto como ser de otra galaxia de la experiencia humana”, como Donald Harman Akenson escribió en If the Irish Ran the World: Montserrat, 1630-1730. ¿Cómo es eso? La esclavitud era perpetua, un esclavo sólo era libre una vez que ya no estaba vivo; era hereditaria, los hijos de los esclavos eran propiedad de su dueño; la condición de esclavo en propiedad fue designado por la “raza”, no había forma de escapar de tu linaje; un esclavo bien mueble era tratado como ganado, podrías matar a tus esclavos mientras aplicabas la “corrección moderada” y no sería considerado homicidio; la ejecución de los esclavos ‘insolentes’ se alentaba por estas esclavocracias para disuadir las insurrecciones y la desobediencia, y sus dueños recibían generosas compensaciones por su “pérdida”; un sirviente podría apelar a un tribunal de justicia si era maltratado, un esclavo no tenía ningún recurso ante la justicia; etcétera.

Un mito peligroso

La prevalencia y la resistencia de este mito se debe en parte al hecho de que está reforzado por dos relatos de larga duración. El primer relato proviene del ámbito del nacionalismo irlandés, donde se usa el término “esclavitud” para resaltar el sometimiento político, social y religioso o la persecución que los irlandeses han sufrido históricamente. En este relato, el término ‘esclavos irlandeses’ se refiere específicamente a los que se vieron obligados a embarcar y fueron vendidos como servidumbre por contrato en las Indias Occidentales durante la época de Cromwell. El uso “inocente” de esta frase es, hasta cierto punto, comprensible y su fusión con la esclavitud generalmente se produce debido a una mezcla de ignorancia y confusión. Más cuestionable es el canon de los libros de pseudo-historia como To Hell or Barbados (Al infierno o a Barbados) de O’Callaghan o White Cargo de Walsh y Jordan, que confunden a sabiendas servidumbre y esclavitud. El mito de los ‘esclavos irlandeses’ es también un punto focal conveniente para las historias nacionalistas, ya que oscurece la historia críticamente suscrita de cómo tantos irlandeses, ya sean gaélicos, hibernonormandos o angloirlandeses, se beneficiaron de la trata de esclavos del Atlántico y de otras hazañas coloniales en varios continentes durante cientos de años.

El segundo relato es de una naturaleza más siniestra. Se encuentra en los sitios web y foros de teóricos de la conspiración supremacista blanca y se afirma insidiosamente que servidumbre puede equipararse a esclavitud. Desde Stormfront.org, una comunidad en línea autodenominada de nacionalistas blancos, hasta la entrevista de David Icke en Infowars.com en febrero de 2014, el relato de los “esclavos blancos” se promueve de forma continua. El libro más influyente para afirmar que hubo ‘esclavitud blanca’ en la América colonial era They Were White and They Were Slaves: The Untold History of the Enslavement of Whites in Early America (Eran blancos y eran esclavos: la Historia no contada de la esclavitud de los blancos en la América temprana) de Michael Hoffman. Auto-publicado en 1993, Hoffman, un negador del Holocausto, culpa de la trata de esclavos del Atlántico a los judíos, era de esperar. Al borrar los límites entre las diferentes formas de trabajo no libre, estos supremacistas blancos tratan de ocultar el hecho incontestable de que estas esclavocracias fueron controladas por —y en beneficio de— los blancos europeos. Este relato, que existe casi exclusivamente en los Estados Unidos, es esencialmente una forma de nativismo y racismo disfrazado de teoría de la conspiración. Los que impulsan este relato ahora han adoptado el mito de los ‘esclavos irlandeses’, y lo utilizan como un retórico “perro de presa”, que apunta a cerrar todo el debate sobre el legado de la esclavitud negra en los Estados Unidos.

Como consecuencia de los disparos de Ferguson, ambos relatos se unían de una manera particularmente fea. Muchos usuarios de las redes sociales, incluso algunos estadounidenses de origen irlandés, invocan esta mitología para reprender a los afroamericanos por protestar contra el racismo estructural que existe en los Estados Unidos. Además, utilizaron estas falsedades para mofarse de las peticiones afroamericanas de reparaciones por la esclavitud, afirmando “mis antepasados irlandeses fueron los primeros esclavos en América, ¿dónde están mis reparaciones?” Los que comparten enlaces a artículos falsos sobre la ‘esclavitud irlandesa’ en las redes sociales también han añadido a sus posts los hashtags #Ferguson y #NoExcuses. ¿No hay excusas? Este mito de la conveniencia está siendo utilizado por aquellos que no están dispuestos a aceptar la verdad de su privilegio blanco y el predominio de un racismo arraigado en sus sociedades. Es claramente la comodidad que se encuentra en el negacionismo.

La fusión presente en ambos relatos ha sido instigada por el uso deliberado de un vocabulario limitado. La inclinación a describir estos diversos tipos de servidumbre utilizando el término general “esclavitud” es un mal uso intencionado del lenguaje. Sirve para disminuir la realidad del sistema esclavista que existió en el Nuevo Mundo durante más de tres siglos. También es un recordatorio de que el uso popular de un término tan simplista como “esclavitud moderna” puede reducir la claridad y entorpecer nuestra comprensión colectiva del presente y del pasado.

Fuente original en idioma inglés:

Fuente en castellano:
https://innisfree1916.wordpress.com/2015/06/23/esclavos-irlandeses-el-mito-conveniente-la-replica/

8.9.16

Hubo más europeos esclavizados por los musulmanes que esclavos negros enviados a América - Así fue en los siglos XVI y XVII:



¡Quién lo había de decir! La trata de esclavos, esa infamia que, según musulmanes, africanos y europeos etnomasoquistas, constituye la mayor lacra de Europa, ahora resulta que fue ampliamente superada, al menos en los siglos XVI y XVII, por la cometida contra los nuestros por parte del islam. Es cierto, es cierto: el “tú más” no justifica nada. La trata de esclavos negros fue una indignidad tan aborrecible como injustificable. Pero hay una pequeña diferencia: nosotros la reconocemos y deploramos (hoy en día hasta exagerando los zurriagazos). Ellos, en cambio —el mundo musulmán—, no reconoce ni deplora nada. Hay otra diferencia además: cuando nos querían arrebatar a los nuestros, los europeos combatimos todo lo que pudimos al enemigo (y así se produjo la victoria de Lepanto, y así tuvo lugar la expulsión de los moriscos, que colaboraban en las razias). Y cuando capturaban a los blancos, los padres terciarios y mercedarios intentaban rescatarlos. Nada de todo ello existió nunca en África.

Pero pasemos a ver lo que nos cuenta el profesor norteamericano Robert C. Davis.

Los historiadores estadounidenses han estudiado todos los aspectos de la esclavización de los africanos por parte de los blancos, pero han ignorado en gran medida la esclavitud de los blancos por parte de los africanos del Norte. Christian Slaves, Muslim Masters [Esclavos cristianos, amos musulmanes][1] es un libro cuidadosamente documentado y escrito con claridad sobre lo que el profesor Davis denomina "la otra esclavitud", que floreció durante aproximadamente la misma época que el tráfico transatlántico de esclavos y que devastó a cientos de comunidades costeras europeas. En la mente de los blancos de hoy, la esclavitud no juega en absoluto el papel central que tiene entre los negros. Y, sin embargo, no se trató ni de un problema de corta duración ni de algo carente de importancia. La historia de la esclavitud en el Mediterráneo es, de hecho, tan siniestra como las descripciones más tendenciosas de la esclavitud americana.

Un comercio al por mayor

La costa de Berbería, que se extiende desde Marruecos hasta la actual Libia, fue el hogar de una próspera industria del secuestro de seres humanos desde 1500 hasta aproximadamente 1800. Las principales capitales esclavistas eran Salé (en Marruecos), Túnez, Argel y Trípoli, habiendo sido las armadas europeas demasiado débiles durante la mayor parte de este período para efectuar algo más que una resistencia meramente simbólica.

El tráfico trasatlántico de negros era estrictamente comercial, pero para los árabes los recuerdos de las Cruzadas y la rabia por haber sido expulsados de España en 1492 parecen haber motivado una campaña de secuestro de cristianos que casi parecía una yihad.

"Fue quizás este aguijón de la venganza, frente a los amables regateos en la plaza del mercado, lo que hizo que los traficantes islámicos de esclavos fueran mucho más agresivos y en un principio  mucho más prósperos (por así decirlo) que sus homólogos cristianos", escribe el profesor Davis.

Durante los siglos XVI y XVII fueron más numerosos los esclavos conducidos al sur a través del Mediterráneo que al oeste a través del Atlántico. Algunos fueron devueltos a sus familias contra pago de un rescate, otros fueron utilizados para realizar trabajos forzados en África del Norte, y los menos afortunados murieron trabajando como esclavos en las galeras.

Lo que más llama la atención de las razias esclavistas contra las poblaciones europeas es su escala y alcance. Los piratas secuestraron a la mayoría de sus esclavos interceptando barcos, pero también organizaron grandes asaltos anfibios que prácticamente dejaron despobladas partes enteras de la costa italiana. Italia fue el país que más sufrió, en parte debido a que Sicilia está a sólo 200 km de Túnez, pero también porque no tenía un gobierno central fuerte que pudiese resistir a la invasión.

Las grandes razias a menudo no encontraron resistencia

Cuando los piratas saquearon, por ejemplo, Vieste en el sur de Italia en 1554, se hicieron con el alucinante número de 6.000 presos. Los argelinos secuestraron 7.000 esclavos en la bahía de Nápoles en 1544, una incursión que hizo caer tanto el precio de los esclavos que se decía poder "intercambiar a un cristiano por una cebolla".

España también sufrió ataques a gran escala. Después de una razia en Granada en 1556 que se llevó a 4.000 hombres, mujeres y niños, se decía que "llovían cristianos en Argel". Y por cada gran razia de este tipo, había docenas más pequeñas.
La aparición de una gran flota podía hacer huir a toda la población al interior, vaciando las zonas costeras.

En 1566, un grupo de 6.000 turcos y corsarios cruzó el Adriático para desembarcar en Francavilla al Mare. Las autoridades no podían hacer nada, y recomendaron la evacuación completa, dejando a los turcos el control de más de 1.300 kilómetros cuadrados de pueblos abandonados hasta Serracapriola.

Cuando aparecían los piratas, la gente a menudo huía de la costa hacia la ciudad más cercana, pero el profesor Davis explica que hacer tal cosa no siempre fue una buena estrategia: "Más de una ciudad de tamaño medio, llena de refugiados, fue incapaz de resistir un ataque frontal de cientos de asaltantes. El capitán de los piratas, que de lo contrario tendría que buscar unas pocas docenas de esclavos a lo largo de las playas y en las colinas, ahora podía encontrar mil o más cautivos convenientemente reunidos en un mismo lugar a los que tomar."

Los piratas volvían una y otra vez para saquear el mismo territorio. Además de un número mucho mayor de pequeñas incursiones, la costa de Calabria sufrió las siguientes depredaciones graves en menos de diez años: 700 personas capturadas en una sola razia en 1636, 1.000 en 1639 y 4.000 en 1644.

Durante los siglos XVI y XVII, los piratas establecieron bases semipermanentes en las islas de Isquia y Procida, cerca de la desembocadura de la Bahía de Nápoles, elegida por su tráfico comercial.
Al desembarcar, los piratas musulmanes no dejaban de profanar las iglesias. A menudo robaban las campanas, no sólo porque el metal fuese valioso, sino también para silenciar la voz distintiva del cristianismo.

En las pequeñas y más frecuentes incursiones, un pequeño número de barcos operaba furtivamente y se dejaba caer con sigilo sobre los asentamientos costeros en mitad de la noche, con el fin de atrapar a las gentes "mansas y todavía desnudas en la cama". Esta práctica dio origen al dicho siciliano "pigliato dai turchi" ("tomado por los turcos"), y se emplea cuando se coge a alguien por sorpresa o por estar dormido o distraído.

Las mujeres eran más fáciles de atrapar que los hombres, y las zonas costeras podían perder rápidamente todas las mujeres en edad de tener hijos. Los pescadores tenían miedo de salir, y no se hacían a la mar más que en convoyes. Finalmente, los italianos abandonaron gran parte de sus costas. Como explica el profesor Davis, a finales del siglo XVII, "la península italiana fue saqueada por corsarios berberiscos durante dos siglos o más, y las poblaciones costeras se retiraron en gran medida a pueblos fortificados en las colinas, o a ciudades más grandes como Rimini, abandonando kilómetros de costa, ahora pobladas de vagabundos y filibusteros".

No fue hasta alrededor de 1700 cuando los italianos estuvieron en condiciones de prevenir las razias, aunque la piratería en los mares pudo continuar sin obstáculos.

La piratería llevó a España y sobre todo a Italia a alejarse del mar y a perder con efectos devastadores sus tradiciones de comercio y navegación: "Por lo menos para España e Italia, el siglo XVII representó un período oscuro en el que las sociedades española e italiana fueron meras sombras de lo que habían sido durante las anteriores épocas doradas".

Algunos piratas árabes eran avezados navegantes de alta mar, y aterrorizaban a los cristianos hasta una distancia de 1.600 kilometros. Una espectacular razia en Islandia en 1627 dejó cerca de 400 prisioneros.

Existe la creencia de que Inglaterra era una potencia naval formidable desde la época de Francis Drake, pero a lo largo del siglo XVII los piratas árabes operaron libremente en aguas británicas, penetrando incluso en el estuario del Támesis para capturar y asolar las ciudades costeras. En sólo tres años, desde 1606 hasta 1609, la armada británica reconoció haber perdido, por culpa de los corsarios argelinos, no menos de 466 buques mercantes británicos y escoceses. A mediados de la década de 1600, los británicos se dedicaron a un activo tráfico de negros entre ambos lados del Atlántico, pero muchas de las tripulaciones británicas pasaron a ser propiedad de los piratas árabes.

La vida bajo el látigo

Los ataques terrestres podían ser muy exitosos, pero eran más arriesgados que los marítimos. Los navíos eran por lo tanto la principal fuente de esclavos blancos. A diferencia de sus víctimas, los buques piratas tenían dos modos de propulsión: además de las velas, los galeotes. Llevaban muchas banderas diferentes, por lo que cuando navegaban podían enarbolar el pabellón que tuviera más posibilidades de engañar a sus presas.

Un buen barco mercante de gran tamaño podía llevar unos 20 marinos en buen estado de salud, preparados para durar algunos años en galeras. Los pasajeros en cambio para servían obtener un rescate. Los nobles y ricos comerciantes se convirtieron en piezas atractivas, así como los judios, que a menudo podían significar un suculento rescate pagado por sus correligionarios. Los dignatarios del clero también eran valiosos porque el Vaticano solía pagar cualquier precio para arrancarlos de las manos de los infieles.

Cuando llegaban los piratas, a menudo los pasajeros se quitaban sus buenos ropajes y trataban de vestirse tan mal como fuese posible, con la esperanza de que sus captores les restituyeran a sus familias a cambio de un modesto rescate. Este esfuerzo resultaba inútil si los piratas torturaban al capitán para sonsacarle información sobre los pasajeros. También era común hacer que los hombres se desnudaran, para buscar objetos de valor cosidos en la ropa, y ver si los circuncidados judíos no estaban disfrazados de cristianos.
Si los piratas iban cortos de esclavos en galeras, podían poner algunos de sus cautivos a trabajar de inmediato, pero a los presos los colocaban generalmente en la bodega para el viaje de regreso. Iban  apiñados, apenas podían moverse entre la suciedad, el mal olor y los parásitos, y muchos morían antes de llegar a puerto.

A su llegada al norte de África, era tradición que los cristianos recientemente capturados desfilaran por las calles para que la gente pudiera hacer burla de ellos y los niños cubrirlos de basura.

En el mercado de esclavos, los hombres estaban obligados a brincar para demostrar que no eran cojos, y los compradores a menudo querían desnudarlos para ver si estaban sanos, lo cual también permitía evaluar el valor sexual de hombres y mujeres; las concubinas blancas tenían un gran valor, y todas las capitales esclavistas poseían una floreciente red homosexual. Los compradores que esperaban hacer dinero rápido con un gran rescate examinaban los lóbulos de las orejas para encontrar marcas de perforación, lo cual era indicio de riqueza. También era habitual examinar los dientes de un cautivo para ver si podía sobrevivir a un régimen esclavista duro.

El pachá o soberano de la región recibía un cierto porcentaje de los esclavos como forma de impuesto sobre la renta. Estos eran casi siempre hombres, y se convertían en propiedad del gobierno en lugar de ser propiedad privada. A diferencia de los esclavos privados, que por lo general embarcaban con sus amos, aquéllos vivían en bagnos, que es como se llamaba a los almacenes de esclavos del pachá. Era común afeitar la cabeza y la barba de los esclavos públicos como humillación adicional, en un momento en que la cabeza y el vello facial eran una parte importante de la identidad masculina.

La mayoría de estos esclavos públicos pasaban el resto de sus vidas como esclavos en galeras. Resulta difícil imaginar una existencia más miserable. Los hombres eran encadenados tres, cuatro o cinco a cada remo, y sus tobillos quedaban encadenados también juntos. Los remeros nunca dejaban su bancada, y cuando se les permitía dormir, lo hacían en ella. Los esclavos podían empujarse para llegar a hacer sus necesidades en un agujero en el casco, pero a menudo estaban demasiado cansados ​​o desanimados para moverse y descargaban ahí donde estaban sentados. No tenían ninguna protección contra el ardiente sol mediterráneo, y sus amos les despellejaban las espaldas con el instrumento favorito del negrero: el látigo. No había casi ninguna posibilidad de escape o rescate, el trabajo de un galeote era el de matarse a trabajar —sobre todo en las razias para capturar más miserables como él—, siendo arrojados por la borda a la primera señal de enfermedad grave.

Cuando la flota pirata estaba en puerto, los galeotes vivían en el bagno y hacían todo el trabajo sucio, peligroso o agotador que el Pachá les ordenara hacer. Solían cortar y arrastrar piedras, dragar el puerto o encargarse de las labores más penosas. Los esclavos que se encontraban en la flota del sultán ruco ni siquiera tenían esa opción. A menudo estaban en el mar durante meses seguidos y permanecían encadenados a los remos incluso en el puerto. Sus barcos eran prisiones de por vida.

Otros esclavos en la costa bereber tenían un trabajo más variado. A menudo hacían el trabajo agrícola que asociamos a la esclavitud en Estados Unidos, pero los que tenían habilidades eran alquilados por sus dueños. Algunos de éstos simplemente aflojaban a sus esclavos durante la jornada con orden de regresar con una cierta cantidad de dinero por la noche, bajo la amenaza de ser golpeados brutalmente en caso de no hacerlo. Los dueños esperaban normalmente una ganancia de un 20% sobre el precio de compra. Hicieran lo que hiciesen, en Túnez y Trípoli los esclavos llevaban un anillo de hierro alrededor de un tobillo y arrastraban una pesada cadena de entre 11 y 14 kg.

Algunos dueños ponían a sus esclavos blancos a trabajar las tierras muy lejos, donde todavía se enfrentan a otra amenaza: una nueva captura y una nueva esclavitud más en el interior. Estos desgraciados probablemente no verían ya más a otro europeo en el resto de su corta vida.

El profesor Davis señala que no existía ningún obstáculo a la crueldad: "No había fuerza que pudiese proteger al esclavo de la violencia de su amo, no existían leyes locales en contra de la crueldad, ni una opinión pública benevolente, y raramente existía una presión efectiva por parte de los Estados extranjeros".

Los esclavos blancos no sólo eran mercancías, sino también infieles, y merecían todo el sufrimiento infligido por sus dueños.

El profesor Davis señala que "todos los esclavos que, habiendo vivido en bagnos, sobrevivieron para contar sus experiencias destacaban la crueldad y la violencia endémica ahí practicada". El castigo favorito era el azotamiento. Un esclavo podía recibir hasta 150 o 200 golpes, lo cual podía dejarlo lisiado. La violencia sistemática convirtió a muchos hombres en autómatas.

Los esclavos cristianos eran a menudo tan abundantes y tan baratos que no había ningún incentivo para cuidarlos. Muchos dueños les hacían trabajar hasta morir y compraban otros para remplazarlos.

Los esclavos públicos también contribuían  a un fondo para mantener a los sacerdotes en el bagno. Era una época muy religiosa, e incluso en las condiciones más terribles los hombres querían tener la oportunidad de confesarse, y, lo más importante, de recibir la extremaunción. Había casi siempre un sacerdote cautivo o dos en los bagnos, pero para estar disponible para sus deberes religiosos, otros esclavos debían contribuir y comprarle su tiempo al Pachá, por lo que a algunos esclavos en las galeras no les quedaba nada para comprar comida o ropa. Sin embargo, durante ciertos períodos, los europeos que vivían libres en las ciudades bereberes contribuían a los gastos de mantenimiento de los sacerdotes de los bagnos.

Para algunos, la esclavitud se convirtió en algo más que soportable. Ciertos oficios, en particular, el de constructor naval, eran tan codiciados que el dueño de un esclavo podía recompensarlo con una villa privada y amantes. Incluso algunos residentes del bagno lograron sacar partido de la hipocresía de la sociedad islámica y mejorar de tal modo su condición. La ley prohibía estrictamente a los musulmanes el comercio de alcohol, pero era más indulgente con los musulmanes que sólo lo consumían. Los esclavos emprendedores establecieron tabernas en los bagnos, y algunos llegaban a tener una buena vida al servicio de los musulmanes bebedores.

Una forma de aligerar la carga de la esclavitud era "tomar el turbante" y convertirse al islam. Esto eximia del servicio en galeras, de los trabajos más penosos y de alguna que otra faena impropia de un hijo del profeta, pero no de ser esclavo. Uno de los trabajos de los sacerdotes de los bagnos era evitar que los hombres desesperados se convirtieran, pero la mayoría de esclavos no parecían necesitar el tal consejo. Los cristianos creían que la conversión podría poner en peligro sus almas, además de requerirse también el desagradable ritual de la circuncisión de los adultos. Muchos esclavos parecían sufrir los horrores de la esclavitud tratándolos como un castigo por sus pecados y como una prueba a su fe. Los dueños les disuadían de la conversión, ya que éstas limitaban el uso de los malos tratos y bajaban el valor de reventa de un esclavo.

Para los esclavos, resultaba imposible escapar. Estaban muy lejos de casa, a menudo eran encadenados, y podían ser identificados de inmediato por sus rasgos europeos. La única esperanza era el rescate. A veces la suerte no tardaba en llegar. Si un grupo de piratas había capturado tantos hombres como para no tener ya espacio bajo el puente, podía hacer una incursión en una ciudad y luego regresar a los pocos días para vender los cautivos a sus familias. Por lo general, ello se hacía a un precio mucho menor que el de alguien que se rescataba desde África del Norte, pero con todo era mucho más de lo que los agricultores se podían permitir. Los agricultores generalmente no tenían liquidez, ni bienes al margen de la casa y la tierra. Un comerciante estaba por lo general preparado para comprarlos a un precio bajo, pero significaba que el cautivo regresaba a una familia completamente arruinada.

La mayoría de los esclavos dependían de La labor caritativa de los trinitarios (orden fundada en Italia en 1193) y de los mercedarios (fundada en España en 1203). Estas órdenes religiosas se establecieron para liberar a los cruzados en poder de los musulmanes, pero pronto cambiaron su trabajo por el de la liberación de los esclavos en poder de los piratas berberiscos, recaudando dinero específicamente para esta labor. A menudo ponían cajas de seguridad fuera de las iglesias con la inscripción "por la recuperación de los pobres esclavos", y el clero llamaba a los cristianos ricos a dejar dinero. Las dos órdenes se convirtieron en hábiles negociadoras, y por lo general lograron comprar esclavos a mejores precios que los obtenidos por libertadores sin experiencia. Sin embargo, nunca hubo suficiente dinero para liberar a muchos cautivos, y el profesor Davis estima que no más de un 3 o un 4% de los esclavos fueron rescatados en un solo año. Esto significa que la mayoría dejaron sus huesos en las tumbas anónimas de cristianos, fuera de las murallas de la ciudad.

Las órdenes religiosas llevaban cuentas exactas de los resultados obtenidos. En el siglo XVII, los trinitarios españoles, por ejemplo, llevaron a cabo 72 expediciones para el rescate de esclavos, con una media de 220 liberaciones por ​​cada una de dichas expediciones. Era costumbre llevarse con ellos los esclavos liberados y hacerlos caminar por las calles de la ciudad en las grandes celebraciones. Estas procesiones, que tenían una profunda connotación religiosa, se convirtieron en uno de los espectáculos urbanos más característicos de la época. A veces los esclavos marchaban en sus antiguos hábitos de esclavos para enfatizar los tormentos que sufrieron; otras veces llevaban trajes blancos especiales para simbolizar su renacimiento. Según los registros de la época, muchos esclavos liberados no se reinsertaron por completo después de sus vivencias, especialmente si habían pasado muchos años en cautiverio.

¿Cuántos esclavos?

El profesor Davis señala que las numerosas investigaciones efectuadas han logrado que se determine con la mayor precisión posible el número de negros traídos a través del Atlántico, pero no existe ningún esfuerzo similar para determinar la extensión de la esclavitud en el Mediterráneo. No es fácil conseguir cifras fiables. Los árabes no suelen conservar los archivos. Pero a lo largo de sus diez años de investigación, el profesor Davis ha logrado desarrollar un método de estimación.

Por ejemplo, el registro indica que desde 1580 hasta 1680 hubo un promedio de unos 35.000 esclavos en países berberiscos. Contando con la pérdida constante a través de la muerte y del rescate, si la población se mantuvo constante, entonces la tasa de captura de nuevos esclavos por los piratas era igual a la tasa de desgaste. Hay una buena base para la estimación de las tasas de mortalidad. Por ejemplo, sabemos que de los cerca de 400 islandeses capturados en 1627, sólo hubo 70 supervivientes ocho años después. Además de la desnutrición, el hacinamiento, el exceso de trabajo, y los castigos brutales, los esclavos sufrieron epidemias de peste, que por lo general eliminaban entre el 20 y el 30% de los esclavos blancos.

A través de diversas fuentes, el profesor Davis estima que la tasa de mortalidad fue de aproximadamente un 20% al año. Los esclavos no tenían acceso a las mujeres, por lo que la sustitución se realizaba exclusivamente a través de las capturas.

Su conclusión: entre 1530 y 1780 hubo, con casi total seguridad, un millón y tal vez hasta millón y cuarto de cristianos blancos europeos esclavizados por los musulmanes de la costa bereber. Esto supera con creces la cifra generalmente aceptada de 800.000 africanos transportados a las colonias de América del Norte y más tarde a los Estados Unidos.

El profesor Davis explica que, a finales de 1700, se controló mejor este comercio, pero hubo un renacimiento de la trata de esclavos blancos durante el caos de las guerras napoleónicas.

La flota norteamericana no quedó libre de la depredación. Fue sólo en 1815, después de dos guerras contra ellos, que los marinos estadounidenses se libraron de los piratas berberiscos. Estas guerras fueron importantes operaciones para la joven república; una campaña que se recuerda en las estrofas de "a las orillas de Trípoli", en el himno de la marina. Cuando los franceses tomaron Argel en 1830, todavía había 120 esclavos blancos en el bagno.

¿Por qué hay tan poco interés por la esclavitud del Mediterráneo, mientras que la erudición y la reflexión sobre la esclavitud negra nunca termina? Como explica el profesor Davis, los esclavos blancos con dueños no blancos simplemente no encajan en "la narrativa maestra del imperialismo europeo." Los patrones de victimización tan queridos por los intelectuales requieren de la maldad del blanco, no del sufrimiento del blanco.

El profesor Davis también señala que la experiencia europea de la esclavitud a gran escala muestra el engaño en que consiste otro tema favorito de la izquierda: que la esclavitud negra fue un paso crucial en la creación de los conceptos europeos de raza y jerarquía racial.

No es así. Desde hace siglos, los propios europeos han vivido con en el miedo del látigo, y un gran número asistieron a procesiones celebradas por el rescate de los esclavos liberados, todos los cuales eran blancos. La esclavitud era un destino más fácilmente imaginable para ellos mismos que para los lejanos africanos.

 [1] Robert C. Davis, “Christian Slaves, Muslim Masters: White Slavery in the Mediterranean, the Barbary Coast, and Italy, 1500-1800”, Palgrave Macmillan, 2003, 246 pp., 35 US$.