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2.9.10

El pueblo dominicano a 50 años de Trujillo: un análisis socio-histórico

¿Dónde ha ido, oh Pedro Mir, aquel país pateado como una adolescente en las caderas?

Probablemente, el mayor desacierto del Estado dominicano en las últimas cinco décadas, ha sido su permanente deficiencia en la sana administración de las libertades conquistadas a partir de 1961

 
Por Pedro Samuel Rodríguez-Reyes




El pueblo verdadero:


Al contrastar las informaciones cotidianas que hoy nos ofrecen los medios de comunicación con la poesía social dominicana escrita en la época de la dictadura y en los primeros lustros posteriores a su desaparición, no podemos evitar preguntarnos si acaso ambas instancias se refieren al mismo pueblo. Las diferencias de las visiones de estas dos épocas son tan enormes que justifican la duda. Tendremos los mismos asombros si contrastamos las luchas libertarias de ayer con el ‘laborantismo’ político que observamos mediante las micro-historias cotidianas que hoy nos ofrecen dichos medios.

No es nuestro interés el analizar los detalles de un proceso histórico determinado. En el presente escrito mas bien nos limitamos a tratar de interpretar el significado de algunos procesos de la historia dominicana, procurando pasar balance a lo que ella ha producido en el último medio siglo. No dudamos que los detalles respecto a hechos históricos puntuales durante la dictadura poseen una insustituible utilidad. Sin embargo, ellos no son suficientes para ayudarnos a comprender lo que en el largo tiempo la historia produce como precipitado. Tampoco los detalles de hechos históricos puntuales son adecuados para señalarnos el sentido ni la dirección por la cual la nación ha estado transitando. Esto no es necesariamente de la competencia de la micro historia. No obstante,  si intentamos interpretar determinado proceso de la historia en el largo tiempo, entonces efectivamente podríamos auxiliarnos en la comprensión de muchas de nuestras realidades socio-económicas. Y es que a quien sólo se ocupa de los detalles históricos se le dificultará ver el conjunto de los resultados netos de los procesos. 

Así, haciendo un ejercicio de interpretación histórica de los resultados del proceso post dictadura; hoy, a cincuenta años de desaparecido el último régimen opresivo, quienes hemos tenido la oportunidad de ver -siendo aún niños- los comienzos de las luchas libertarias a partir de la caída de la era de Trujillo hasta el presente, podemos hacer algunas reflexiones respecto de las diferencias del mismo pueblo dominicano de ayer y el de hoy.

Tales reflexiones, sin embargo, podrían conducir a muchos de los protagonistas de las libertades conquistadas, hacia una desafortunada conclusión: el rostro del pueblo dominicano mayoritario que hoy vemos y palpamos a diario, luce ser el históricamente legítimo; con todas las virtudes y con todos los defectos que se muestran en libertad, sin las ataduras ni las máscaras que ayer le obligaba exhibir el régimen opresivo de Trujillo.

Inextricablemente, la exacta naturaleza de este pueblo se nos ofrece hoy diáfana, tal y como verdaderamente es -y siempre ha sido-; fiel a las particularidades con las que su peculiar historia le ha conformado. Así, para muchos, no deja de resultar triste el comprender que antes de que ese pueblo viviera la libertad que en los últimos 50 años ha conquistado, podía haber dudas respecto a cuál era su aspecto real; podía incluso ser idealizado, poetizado y sublimizado ¿Quién hoy lo haría?

Reiteramos que a un importante segmento social le es doloroso admitir que ya no puede haber lugar a equívocos respecto a que nuestro pueblo mayoritario, innegable y cierto, es éste que hoy vemos, no el de ayer cuando la presión de la dictadura le hacía mostrar la falsedad de un disfraz de disciplina, honradez, moralidad y trabajo. En efecto, hoy, a 50 años de Trujillo, ese pueblo nos muestra sus rasgos genuinos, y para verificarlo el lector sólo tiene que abrir cualquier diario, escuchar la radio o ver los noticieros televisivos del presente. Sería innecesario abundar en argumentos y descripciones si el espejo de esas historias cotidianas está al alcance de todos.

En otro orden, mediante el ejercicio de medio siglo de libertades conquistadas, este pueblo mayoritario de la base de la pirámide social, lo vemos -ejerciendo el poder de su voto mayoritario- dándose los gobiernos que él considera adecuados y cambiándolos acorde a la medida de sus particulares expectativas y visiones. Se trata, pues, de un proceso de indiscutible avance social; pero a la vez, es necesario admitir que ese proceso de avances lleva incluído unos necesarios costos sociales. La llamada inversión de valores -por ejemplo- tiene su residencia en este proceso, y es esa inversión la justa expresión de tales costos. No obstante, y pese a ese costo, ello no deja de representar una dinámica de avances imposible de articular en dictadura. 

Así, dentro de la estructura de libertades conquistadas, nuestro proceso dinámico de avances sociales ha ido conformado, a su vez, unas novedosas y particulares formas de hacer política. Se trata de que el grueso de nuestra clase política de las últimas décadas tiene en ese pueblo mayoritario su gran capital. Y así, para esa clase, este conglomerado social mayoritario ya no está compuesto de millones de ‘nobles y sufridos pobres’ sino de millones de útiles votantes. Es un capital que esa clase cuida con celo y esmero. 

Consecuentemente, a 50 años de desaparecida la dictadura, el grueso de nuestra clase política no arriesga su capital presionando a ese pueblo para que cambie comportamientos o dañinos hábitos ni tratando de disciplinarlo o educarlo ni tomando efectivas medidas para que acate normas de urbanidad o aplicando consistencia en las leyes de tránsito. Prefiere evadir compromisos con permanentes y lesivos subsidios. Y es que en el ejercicio de esta 'novedosa' forma de hacer política, tales medidas -arguye la clase política- podrían provocar la pérdida de votos, o sea, la pérdida de su más preciado y único capital. Ejerciendo esa particular concepción, resulta que para nuestra actual clase política, mientras más indiferente y relajada sea su actuación frente a su masa de votantes, mejor podría resultar a sus intereses. De hecho, debe aquí también señalarse que la permanente deficiencia en la sana administración de las libertades conquistadas a partir de 1961 ha sido probablemente el mayor desacierto del Estado dominicano en los últimos cinco decenios.

Y así sucede que  a 50 años de Trujillo, la prolongación de esa novedosa praxis política podría arrastarnos a una perniciosa pendiente, en el entendido de que si eventualmente el creciente temor de nuestra clase política a perder su capital (sus votos) nos condujese a la necesidad de sustentar nuestra gobernabilidad en una estructura de libertades extremas y generalizadas, ello entonces nos acercaría a unos límites donde quedaría la nación atrapada en un despeñadero sin retorno en donde muy poco sería lo que pueda ser salvado. Hoy, ciertamente, la sociedad dominicana en su conjunto ha estado aceptando pagar en Inversión de Valores el costo de nuestro actual proceso de avances, pero sería inaceptable, absurdo, desproporcionado y suicida el que esa evenual estructura se instale como un costo adicional a pagar por tales avances.

Un sistema político al centro del histórico péndulo de contrastes

Habría, sin embargo, una fórmula simple para evitar un desacierto de esa magnitud y esa fórmula consistiría en darnos como sociedad un novedoso e inédito Sistema Político Intermedio que no toque los extremos. Veámoslo de este modo: si el pueblo dominicano ya ha conocido y sufrido la dictadura, y si hoy rozamos los límites de una extrema libertad, entonces esa condición representa una cierta esperanza, en vista de que aún nos falta por conocer, implementar y vivir un novedoso Sistema Político Intermedio, es decir, un sano y efectivo sistema compuesto a la vez de libertad y estricto apego a las leyes. 


Nos falta por conocer ese inédito sistema equilibrado, es cierto; pero es evidente que el liderazgo político no lo oferta porque, muy probablemente, ese liderazgo no percibe las señales de tal exigencia desde el conglomerado mayoritario de votantes.



Si acometemos el examen de los motivos por los que el conglomerado mayoritario de votantes no reclama ese novedoso sistema, podríamos toparnos con una elemental y a la vez desesperanzadora razón: porque probablemente nuestro pueblo no posee aun la capacidad de concebirlo ni asimilarlo y, por tanto, continúa paralizado en su conocido péndulo de contrastes. Se trata pues, de que como cada historia produce las características y las capacidades particulares de su correspondiente pueblo, entonces nuestra historia, a causa de que es aún relativamente corta y en extremo compleja, no ha producido  al interior de ese pueblo la requerida madurez que le capacite para generar las condiciones requeridas para que él conciba, implemente y exija tal novedoso sistema. En otras palabras; probablemente, a nuestro pueblo dominicano mayoritario de hoy, un novedoso sistema político de equilibrios aún le resulta avanzado y fuera de su conocido ámbito de contrastes.

Existe, sin embargo, una porción minoritaria de este mismo pueblo que sí posee esa capacidad, que sí lo requiere y lo concibe, pero su condición de segmento social minoritario le incapacita para protagonizar las acciones para el logro de esa implementación.

El circuito de relaciones compuesto por pueblo y gobierno:

Partiendo de una particular concepción, creemos que los pueblos no son necesariamente hechura de sus gobiernos ni producto de sus instituciones; más bien es al revés: la naturaleza de los gobiernos y de las instituciones son el fiel reflejo del pueblo mayoritario. A la clase que gobierna en libertad simplemente se le facilita el adaptarse a la naturaleza y al funcionamiento del conglomerado mayoritario de votantes. Así, incluso, la forma de gobernar es un producto del pueblo mayoritario y, asímismo la naturaleza de las instituciones es el aporte directo de la naturaleza y del funcionamiento de ese pueblo mayoritario y no al revés.

Es también cierto que en base a métodos opresivos, las dictaduras pretenden hacer cambiar esta relación pero al final se demuestra que ello no funciona. Tan pronto concluye la opresión -por la vía que fuere- el pueblo ya liberado de sus ataduras muestra su rostro real y exhibe sus verdaderas capacidades y visiones generadas a lo largo de su historia. Es ese rostro del pueblo dominicano el que hoy vemos en forma nítida; no aquel que el dictador quería presentar. Así, por consecuencia; hoy, la naturaleza del laborantismo político; la naturaleza de nuestras instituciones y de nuestra forma de gobernar son reflejo y producto de la naturaleza de ese pueblo mayoritario viviendo en libertad. Ayer, la naturaleza de las instituciones y de la forma de gobernar fue sólo reflejo y producto individual del dictador.

Los nudos (las desigualdades) que una historia común configura no son fáciles de desatar. Hay que comprender la incapacidad de nuestra clase política liberal de las últimas décadas para bregar con ello. La vía más fácil es la que esa clase ha tomado; esto es, montarse en un funcionamiento ancestral y colectivo para su propio beneficio. El circuito entonces está condenado a repetirse. Es por ello que la evolución social se nos presenta excesivamente lenta; pero es esa nuestra verdadera evolución, no otra.

El rostro del pueblo que vemos en los noticieros de cada día es la conclusión de procesos de corte liberal de los últimos 50 años. Así, esas políticas liberales han aportado la resultante socio-histórica que hoy observamos. Se trata de una resultante en perfecta consonancia con la naturaleza histórica de ese pueblo. No podía ser diferente.

En este mismo sentido es necesario acotar que en la observación del funcionamiento y de las expresiones del verdadero pueblo dominicano actual no debe haber lugar a juicios de valores. Ese pueblo de hoy no es bueno ni malo, simplemente ES y así se presenta. Tampoco puede decirse que está equivocado ni que hace teatro. En libertad está actuando y expresándose acorde a la legítima naturaleza con la que su historia de más de cinco siglos le ha conformado.

Las actuales generaciones tenemos la oportunidad de conocer a nuestro pueblo verdadero. Se trata del particular escalón en el ascenso de nuestra dinámica social; de nuestra evolución como pueblo que vive en libertad.

Ciertamente -reiteramos-, en sociedades como la dominicana la libertad prolongada tiene sus costos pero ella representa una evolución imposible de implementarse en dictadura. La dictadura pretende una revolución no natural: propone que el pueblo evolucione aceleradamente en base a presiones, asfixiando las expresiones de su naturaleza histórica y presentando unas máscaras que no les son propias. Por eso la dictadura es innatural. La historia de Austria –por ejemplo- ha dado al pueblo austríaco una definida naturaleza. Es obvio que las presiones que una dictadura haya ejercido en el pueblo dominicano nunca podrían haber dado por resultado una naturaleza austríaca a nuestro pueblo. Nuestra historia nos ha aportado una legítima, única e intransferible naturaleza. Podría –eso sí- pretenderse un relativo aceleramiento de los procesos de un determinado pueblo en base a mejorar aspectos sociales, económicos, culturales y axiológicos, pero no tiene utilidad soñar con cambios aparatosos ni aquí ni en otra geografía. Algunos dictadores a veces pretenden que ocurran milagros. Es por ello que no hay cosa más equivocadamente patriótico y nacionalista que algunos sistemas dictatoriales. Desde una perspectiva socio-histórica, las dictaduras son sólo parte de la evolución de sus pueblos, una de las fases del histórico péndulo.


Fracaso de dictadores y revolucionarios:



Unos fracasaron con sus métodos dictatoriales y otros en sus proyectos revolucionarios. Probablemente ambos, en su fuero interno buscaban objetivos parecidos aunque por vías completamente diferentes, esto es: acelerar la evolución del pueblo. El concreto resultado de ambos procesos ha sido el que vemos. Parece que la evolución no se deja acelerar fácilmente; ella mantiene su propia marcha.


Una parte de los individuos que hace cinco decenios lucharon para que el pueblo dominicano alcanzase la libertad que hoy disfruta, no debería mostrar la decepción que a veces en ellos se manifiesta a causa de que los frutos de su sacrificio son los que hoy vivimos y palpamos. Se hace necesario comprender que el órgano social que ha sido beneficiario de la libertad conquistada -el pueblo dominicano mayoritario- ha agregado a ella el aporte de su histórica naturaleza peculiar. Esa naturaleza ha sido configurada por la historia que lo ha conformado en el decurso de más de cinco siglos. A 50 años de la desaparición de nuestro último dictador, es este el producto humano que hoy observamos actuando en libertad sin ataduras ni máscaras. Ese pueblo dominicano de hoy y de siempre no es producto de Trujillo. Ya existía 438 años antes de que éste tomara el poder en 1930. Los 30 años de esa dictadura no pudieron haber producido radicales mutaciones en un pueblo de esa edad.

Probablemente la decepción de algunos de los luchadores que sufrieron encarcelamiento, torturas e inenarrables sufrimientos se deba a unas erradas expectativas en el curso de su lucha. Posiblemente no midieron la real dimensión de su empresa al no tomar en consideración que liberaban fuerzas históricas de la base mayoritaria de un pueblo sumergido por siglos que arrastrando todas sus limitaciones y carencias, presionaría por la participación. Las expectativas de estos dignos luchadores quizás les hacía creer que liberaban exclusivamente las ataduras del segmento social de Clase Media-Alta a la que probablemente pertenecía la mayoría de ellos. Y es que, a largo plazo, los alcances de su lucha contenían un rango de influencia mucho más amplio que los sacudimientos sociales esperados. Tal vez no concibieron que el histórico pueblo mayoritario no se quedaría fuera de los tránsitos, de las promociones y de los movimientos que estos héroes y mártires iniciaban. Cinco decenios ha sido lapso propicio para que el tiempo obrase como aliado de ese pueblo sumergido, excluído e informe. Con sus luchas y sacrificios, nuestros libertarios provocaban el quizás más importante de los movimientos sociales en el discurrir de nuestra historia: el inicio de la masiva e inédita presencia del pueblo mayoritario en toda la geografía de la nación y sus correspondientes posibilidades de promoción social. Obviamente ya hemos señalado que esa formidable revolución social tiene sus costos. Algunos de tales costos aparecen en la prensa diaria, en la TV y en las micro-historias cotidianas del presente. Esos costos los pagamos cada día, con asombro y rabia o sin ellos. Es probable que tales costos sean los que hoy producirían cierta decepción en algunos de aquellos sacrificados luchadores libertarios de ayer. Es curioso que a veces dictadores y revolucionarios terminen en frustación. Para evitar esa decepción probablemente habría de comprenderse la existencia de una suerte de lección que obra desde fuerzas históricas autónomas no manipulables.

En este punto se hace necesario volver a machacar en lo que hemos mencionado en otros escritos: en el largo plazo, nuestra dinámica histórica fue conformando unas desigualdades y unas inequidades sociales paralelas compuestas en su origen por factores divergentes encarnados en individuos que en la prolongada Era colonial fungían como funcionarios, amos y dirigentes compuesto de individuos provenientes de la metrópoli (España) y, en el otro extremo, un conglomerado mayoritario compuesto de esclavos provenientes de Africa. En adición a ello hubo un adicional conglomerado resultado de la mezcla de ambos. Con el paso de los siglos y las generaciones esa estructura social, aun hoy en proceso de cohesión, provocó la conformación de matrices culturales y desigualdad económica contrastantes al interior de un mismo pueblo. Y así, por siglos y generaciones esa masa humana mayoritaria estuvo postergada, sumergida e invisible mientras los descendientes de los colectivos que fungían en función de dirigentes mantuvieron el protagonismo cultural y axiológico hasta tiempos recientes. Es esa la dinámica que produce los costos sociales que expresados en Inversión de Valores, hoy pagamos. Es ese inacabado proceso de cohesión social lo que, además, nos imposibilita la implementación de un sistema político ubicado en medio de los contrastes del histórico péndulo mencionado. Pero, no obstante, todo ello representa un avance.

Reiteramos que, los luchadores por la libertad a que nos hemos referido, desataban - quizás sin proponérselo- las fuerzas históricas que provocarían la masiva presencia popular del conglomerado humano mayoritario de ascendencia ancilar que hoy observamos. Por vez primera en nuestra historia los patrones culturales divergentes y la contrastante inequidad económica coinciden estrechamente en el territorio de la nación produciendo los costos que hoy necesariamente debemos continuar pagando.

A la vez, la existencia de una histórica estructura de decepciones conformada al interior de muchos de nuestros luchadores libertarios ocurre cada vez que un segmento social expulsa un régimen opresivo y se inaugura un período en el que se disfruta de nueva libertad. Si esa libertad no es adecuadamente asumida y roza límites que provocan desestabilización política -como ha ocurrido-, entonces no habrá lugar a equívocos respecto del rumbo que tomarán los acontecimientos. Es entendible que tal estructura de decepciones se instala en quienes lucharon por las libertades al observar que casi de inmediato se preparan las condiciones para el próximo régimen opresivo. Así, la formidable explosión social que representó las triunfantes Gestas Restauradoras abrió paso al período de unas breves libertades que devino en desestabilización y concluye en la dictadura de Lilís. A la muerte violenta de éste, el pueblo vuelve a disfrutar de un corto período de nuevas libertades que divino en nueva desestabilización abriendo el camino hacia la ocupación norteamericana y posteriormente al régimen de Trujillo. Esto es: el péndulo histórico tocando los extremos.

Actualmente, ¿dónde nos encontramos? ¿Qué extremo está tocando ese péndulo? ¿Qué rumbo tomarán los acontecimientos?


Reflexiones finales:

Hoy, a 50 años de desaparecido el último de nuestros dictadores nos podríamos hacer la siguiente pregunta: ¿Estamos -acaso sin proponérnoslo- preparando las condiciones para nuestro próximo régimen opresivo, es decir para que -como de costumbre- nuestro péndulo histórico se desplace al extremo opresivo?


Tal vez los buenos augurios nos eviten la repetición de aquel circuito de contrastes inaugurando un sistema político como el ya mencionado consistente en el definitivo abandono de los contrastes y abrazando la parte central de nuestro péndulo histórico, o quizás la obligada elaboración reflexiva que necesitamos para implementarlo nos auxilie eficazmente en -al menos- la comprensión de nuestra propia dinámica socio-histórica.
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