“Y, tendrían que ser preguntas
permanentes, no sólo del historiador sino del ciudadano contemporáneo, para
intentar comprender su realidad, aprehenderla de forma crítica, y desechar
clichés, tópicos, anacronismos, prejuicios y el pensar fácil característicos”.
Pierre Vilar; "Pensar históricamente".
Por Pedro
Samuel Rodríguez-Reyes
Debilidades fundamentales de la
sociedad dominicana:
Los medios de
comunicación, y la observación del acontecer cotidiano nos convencen de que la
situación de cada una de nuestras realidades sociales y económicas son una
representación a escala de lo que se denomina “las debilidades fundamentales de
la sociedad dominicana”. Por otra parte, se nos dice y repite hasta la saciedad
que “el entorno social carece de elementos que enriquezcan y estimulen el
desarrollo”. Pero, ¿de qué está compuesto esa debilidad fundamental? ¿De dónde
proviene? ¿Cuál ha sido su origen y su trayectoria? ¿Cómo podríamos adecuar ese
“entorno social” a fin de que nos facilite la apertura hacia un deseado Estado
de bienestar colectivo?
Si “interrogamos a la historia” mediante una posible mirada
totalizadora, podríamos descubrir la concatenación de unos eventos que nos
daría respuestas a tales preguntas. Pero tendríamos que examinar y escrutar “los hechos y los problemas
históricos en toda su complejidad”, como ha planteado y aconsejado el
historiador francés-catalán Pierre Vilar.
Sin embargo, pensamos que en el ámbito iberoamericano en general, y en
el dominicano en particular, es difícil obtener respuestas a esas preguntas si
nos limitamos a interrogar –como se hace con frecuencia- a la historia que
empieza con la proclamación de la República, pues, examinar sólo esa parte de
la historia equivaldría a obtener respuestas parciales e incompletas. Por ello,
al planteamiento vilariano, nos permitimos agregar la noción de una historia
sin interrupciones ni cortes: en toda su extensión temporal.
Esto así, porque las “debilidades fundamentales de nuestra sociedad”
tienen un remoto origen muy anterior a nuestro período independentista. Por
ello, para conocer la procedencia y la trayectoria de esas debilidades y de ese
entorno social nada auspicioso, habría que interrogar a la historia en toda su
extensión: desde los orígenes y la conformación de estas sociedades hasta el
presente. La historia a partir de las gestas independentistas y los procesos
posteriores no pueden ofrecernos este tipo de respuestas.
En nuestra nación hay un “ayer” anterior a 1844 en donde se originaron
las desigualdades que hoy vemos, en donde se encuentran las raíces de las
debilidades sociales del presente y en donde está la génesis del entorno social
que nos rodea.
El excesivo culto al héroe en
la historiografía latinoamericana:
¿Por qué en Iberoamérica es tan frecuente la tendencia a limitar el
estudio de la historia al período republicano y a obviar el extenso período
colonial?
El historiador cubano Sergio Guerra Vilaboy (1) se refiere al notorio
énfasis que en Latinoamérica se pone al estudio del período emancipador. Guerra
Vilaboy expresa que: “Según el historiador francés Pierre Chaunu ‘un tercio de
la historiografía latinoamericana está dedicada al tema de la independencia’. Frente a semejante proporción –dice Guerra
Vilaboy-, cabe preguntar sobre la utilidad de añadir más títulos a esa extensa
lista. Pero tan alta cantidad encubre que muchas de las obras del ciclo
emancipador de América Latina (1760-1826) han sido escritas a partir del
testimonio subjetivo de autores contemporáneos a los sucesos, con el propósito
de reconstruir, de manera minuciosa y apologética, la vida de los próceres y
las acciones militares”. El historiador cubano concluye con que “la notable
ausencia de un enfoque científico lastra esas historias idealistas que presenta
a la independencia como fruto exclusivo del heroísmo de figuras situadas por
encima del pueblo”.
Y es que, muy probablemente, el excesivo culto al héroe y a los próceres
de nuestras independencias iberoamericanas podría haber opacado la visión
respecto a la importancia del pueblo, a su conformación y trayectoria,
configurando así un nefasto escenario en donde la extensa galería de prohombres
con pechos cargados de ramos y medallas, haya empequeñecido la importancia del
principal capital con que cuentan las naciones: el pueblo mayoritario.
Porque si miramos a través del escenario que nos presenta tal galería
de figuras notables, héroes, líderes y dirigentes, ¿qué importancia y qué
relieve podría tener un pobre negro analfabeto de las Antillas o un desnutrido
indígena de Tierra Firme? En adición, en sus esplendorosas imágenes, una buena
cantidad de nuestros héroes republicanos parecen posar con la intención de
impresionar a las Cortes peninsulares y no como representantes de pueblos
camino a salir de la esclavitud.
Si un tercio de la historiografía latinoamericana está dedicada sólo
al ciclo emancipador -adicionado al énfasis que las escuelas ponen en él-,
entonces es muy probable que ello habrá configurado una visión fraccionada de
la historia, desvinculada de los más de 300 años de vida colonial, en donde se
encuentran los orígenes, la trayectoria y la conformación de la idiosincrasia,
de las exclusiones, y las desigualdades socio-económicas de estos pueblos.
Entendemos que los hechos y los procesos históricos no son una prolija
lista de datos e informes aislados de sus vinculaciones anteriores sino
articulación de una dinámica que deviene, transita y se desplaza. Esa visión
dinámica de la historia sin interrupciones nos puede facilitar una
interpretación más realista de los hechos y los procesos respecto a su
representación en ese “entorno social” que nos rodea, y en esa “debilidad
fundamental de nuestras sociedades”.
Es el caso –a modo de ejemplo- de la pobreza. Si comprendemos la
esclavitud de ayer podríamos entender la pobreza de hoy.
Si los dominicanos obviamos aquel extenso “ayer” anterior a 1844,
entonces lo que nos queda no puede explicarnos ni darnos respuestas a
instancias como las carencias endémicas del pueblo. Esa parte que nos quedaría
–es decir, la historia que inicia con la Independencia y llega hasta el
presente- sólo puede ofrecernos respuestas parciales.
Las respuestas nos pueden ser dadas sólo si interrogamos a los
orígenes del pueblo, no a los orígenes de la República ni a los procesos
posteriores.
Pensar históricamente:
Pierre Vilar propone un método que podría sernos útil para encarar y
conocer las realidades cotidianas; para entender el Entorno social, y para
comprender el porqué de nuestra Debilidad fundamental. En su texto “Pensar
históricamente” (2) Vilar “desea que hasta donde sea posible cada quien
practique la reflexión histórica, cuando piense en los acontecimientos o
procesos que se desarrollan ante sí, situando y poniendo fecha con toda la
precisión que sea posible. ¿Qué?, ¿cuándo?, ¿cómo?, ¿por qué?, ¿a favor de
quién? Y, tendrían que ser preguntas permanentes, no sólo del historiador sino
del ciudadano contemporáneo, para intentar comprender su realidad, aprehenderla
de forma crítica, y desechar clichés, tópicos, anacronismos, prejuicios y el
pensar fácil característicos” (3).
Pero aplicar y divulgar este método vilariano con eficacia en
Iberoamérica, habría tal vez que resolverse previamente la sensación de
fractura y corte que se percibe en la enseñanza y en el estudio de la historia,
a causa –es probable- del desmesurado énfasis que la historiografía
latinoamericana pone en el ciclo emancipador.
Deuda social:
En nuestro país, a menudo se escuchan discursos provenientes del
ámbito político e intelectual señalando preocupación por una deuda social aún
no honrada. Si eventualmente los autores de tales proclamas desconocen los
alcances de esa deuda, sería útil recordarles que esas aún impagadas acreencias
datan del siglo XVI; que no es una deuda contraída sólo a partir de 1844 ni
desde la Restauración ni desde la era de Trujillo. Sus acreedores,
representados en su gran mayoría por los descendientes de los ayer esclavos,
hoy llamados pobres, esperan el pago correspondiente a siglos de trabajo
continuo no remunerado dedicado de una y otra forma a la construcción de esta
nación en la que todos vivimos: en las minas, en las plantaciones, en los
hatos... Y, sería útil, además, informarles que parte importante de la génesis
de este “entorno social” y de estas “debilidades fundamentales de nuestra sociedad”
está directamente vinculada a esa deuda de siglos.
Ese Entorno social que nos rodea; ese mismo que a diario vemos y que
no entendemos de qué está compuesto, nos lo trata de explicar el mismo pueblo
acreedor representado en cada pobre, en cada analfabeto, en cada niño
limpiabotas dominicanos; mas, no atinamos a interpretarlo.
Pero ¿cómo podríamos identificarlos a través de la cortedad de miras
que nos ofrece una historia fragmentada que apenas empieza en 1844, y que nos
narra permanentes episodios de luchas entre buenos y malos? La polvareda
levantada en los fragores de las refriegas entre héroes y villanos, entre
prohombres y traidores, no nos permite ver al pueblo.
Así, hoy, con tan escasa información sobre unos invisibles, ausentes y
anónimos acreedores, ¿qué otra cosa podría verse a través de los cristales de
confortables vehículos sino a insignificantes, analfabetos, desnutridos y
vergonzosos pobres?
Por otra parte, ¿qué diferencia habría entre esta visión del siglo XXI
y algunas de las visiones que posiblemente tuvieron hateros, amos, colonos,
funcionarios coloniales y sus esposas, hijos y allegados en el siglo XVII o
XVIII respecto a sus siervos y esclavos?
Si interrogamos a la historia en toda su extensión podríamos ver una
gran similitud entre aquellas visiones coloniales y estas visiones
republicanas. De ser ciertas estas similitudes -como posiblemente sea-
habríamos de admitir, entonces, que se hace necesario el descolonizar a la
República, y, como asignatura previa, empezar a incentivar el interés por el
estudio de la historia en toda su complejidad y extensión temporal.
Y es que con el examen de una historia sin fracturas ni cortes
podríamos ver muchas otras similitudes, como sería las escasas diferencias
existentes entre las atribuciones de Gobernadores y Capitanes Generales de la
colonia y el poder centralizado que en virtud del Artículo No. 55 de las
Constituciones de nuestra nación se han atribuido los Presidentes republicanos
hasta el presente.
Por otra parte, puede que la historia que empieza en 1844
(Proclamación de la Independencia) haga mención de unos pobres, pero muchas
veces son referencias que poseen la poco disimulada connotación de que la
pobreza es natural y no histórica, y que por tal razón, su solución no está en
manos ni es tarea de Prohombres, Líderes y Héroes cuyas medallas representan
premios a Altas Lides, no a reivindicación de hambrientos y miserables.
Una mirada diferente:
Y así, de la misma manera, los modernos líderes contemporáneos, como
jinetes en corceles motorizados del siglo XXI, continúan percibiendo a los
miserables sin condición -a los auténticos acreedores-. Se sienten ajenos y
distantes de esos incapacitados económicos con déficits de cuchara y pupitre.
Sin embargo, es necesario ser indulgentes con aquella generación de
Prohombres decimonónicos y con la de estos nuevos Líderes, pues, ni los unos ni
los otros han aprendido una mirada diferente. No se la han enseñado. Ambos han
pertenecido a la misma tradición y a la misma escuela. Tal vez, los primeros
estuvieron muy cerca del influjo de las estructuras del poder colonial y de
toda su parafernalia, y en un posible fenómeno de transmisión y sucesión de
influencias, los primeros -sin proponérselo- fueron influyendo a los que les
sucedieron y éstos a los próximos y así hasta hoy.
En ese sistema de influencias que se suceden continuamente no ha
habido –es curioso- escisión, interrupción ni corte.
Quizás, para desmontar esa estructura inconsciente de influencias de poder
que se transmiten, habría de comenzarse por tender puentes que conecten la
historia colonial y la historia republicana, tal y como adherida está aquella
otra historia de sucesiones inconscientes del poder que, proviniendo desde la
colonia profunda, traspasaron la Republica y los procesos posteriores sin
interrupciones hasta el día de la fecha.
Es la misma franja social la que cambia de sistema, de orden social,
de personajes y nombres. Ha sido su divisa. No ha estado mal para unos, pero
las señales de los tiempos indican que es momento de explorar vías eficazmente
plurales.
.
Las aperturas, los cambios y las adecuaciones que necesita la nación
dominicana no requiere de otras luchas ni de otras gestas que no sean unos
cambios de actitudes, unas aperturas mentales y unas adecuaciones a los nuevos
tiempos.
Debilidades fundamentales de
las clases dirigentes:
Pese a todos los valores obtenidos en el decurso de su historia, la
nación dominicana adolece aún de numerosos malestares de origen. Es muy probable
que muchos de esos malestares han sido generados y prolongados hasta el
presente, por la franja social no ancilar, a causa de sus ancestrales
habituaciones a la servidumbre. Ese hábito de siglos -de sólo ser capaces de
“dirigir”- debió configurar una suerte de debilidad fundamental de nuestras
clases dirigentes latinoamericanas: una permanente e inextricable necesidad de
la figura esclava, lo que, en algún sentido, tendría su expresión en la
evidente ceguera social que, en general, en ellos se advierte.
En otro sentido, es de suponerse que en tiempos de nuestras colonias
hispanoamericanas, el grueso de los españoles y europeos que nunca vinieron a
América, no desarrollaron esa ‘necesidad del siervo’ ni esa ‘dependencia al
esclavo’. Por ello –en parte- hoy notamos resultados disímiles en los
descendientes de los individuos formados en uno y otro lado del Atlántico.
Aquellos blancos tuvieron que realizar “trabajos de negros”; nuestros blancos
tuvieron sus negros e indios, y parece que aún no pueden prescindir de ellos.
Por esta razón, ¿qué sentido tendría –pensarían- estimular la promoción social
y económica de estos siervos informales de hoy?
De ser así, la exclusión podría explicarse como parte de una
estructura de debilidades de las tradicionales clases altas latinoamericanas.
La historia colonial hispanoamericana fomentaría esa
debilidad/dependencia en los miembros de la franja social a la que pertenecían
colonos, amos, hateros y demás clases altas, quienes transmitirían similares
características a las generaciones posteriores de esa misma franja social hasta
el presente.
Podríamos dar un ejemplo demostrativo de la existencia histórica de
esas debilidades. En el período emancipador hispanoamericano, la resistencia de
esas clases altas a la abolición de la esclavitud tomó ribetes dramáticos en
diversos países. Ello se comprende en razón de su ostensible incapacidad al
trabajo. El esclavo y el siervo representaron un elemento vital que por siglos
y generaciones había fomentado esa dependencia, esa incapacidad y esa
debilidad. Cortar de golpe esa relación debió ser percibida como catastrófico
para una franja social acostumbrada sólo a “dirigir”. Sería inconcebible
marchar con sus hijos al campo a realizar “trabajos de negros”.
Hoy, esa franja social de las clases dirigentes y de poder económico
en Hispanoamérica no ha podido superar aquellas debilidades. Los más de 300
años de directa dependencia a la servidumbre formal aún les obnubila el sentido
de la realidad, y en su confusión sólo atinan a establecer con el pueblo (hoy
esclavos informales) una ambigua relación de amor-indiferencia, necesidad y
desprecio velado o manifiesto. No pueden concebir ni identificar a estos
esclavos informales como acreedores de deuda alguna.
Ni remotamente perciben el vínculo existente entre las debilidades
fundamentales de la sociedad y sus propias debilidades y dependencias
seculares. Aún hoy parece que sólo saben “dirigir” e invertir capital. Para
éstos, aún existen “trabajos de negros” por un lado y gestiones de directores,
por el otro. ¿Qué sentido tendría –pensarían- marchar a los barrios marginados
e involucrarse con las necesidades de siervos y esclavos del siglo XXI?
.
El examen, el escrutinio y el análisis de estas relaciones podría ser
clave en la identificación puntual de las aperturas, los cambios y las
adecuaciones que necesitan estas sociedades hispanoamericanas a punto de entrar
en competencias globales. Ojalá estos necesarios cambios de hoy no tengan los
matices dramáticos de ayer, cuando se presentó la disyuntiva de la abolición de
la esclavitud.
Mariano Creollo y Petronila
Dias:
En escritos anteriores sobre estos temas hacemos mención de algunos
informes obtenidos del Archivo Real de Bayaguana, Rep. Dominicana, fechados en
el año de 1773. Dos de tales informes se refieren a Escrituras de compra y
venta de igual cantidad de esclavos. El primero de estos nombrado Mariano Creollo, “un
negrito de cinco años de edad y lisiado de la mano derecha”. El segundo informe
es referente a la venta de una esclava llamada Petronila Dias, de veinte años
de edad, “con la tacha de ladrona”, de acuerdo a la escritura. El precio de
venta del primero fue de veinte pesos. En el segundo caso no se especifica
precio. Las escrituras consignan los nombres de vendedores, compradores y
testigos. La historia posterior de ambos no ha sido escrita, pero podríamos
recrearlas.
Esas operaciones de compra y venta se efectuaron 71 años antes de
1844, y 90 años antes del inicio de las guerras restauradoras de 1863. A
Mariano Creollo pudo haberle nacido un hijo en el año de 1800 cuando contaba
con 32 años de edad. Este hijo pudo haber sido un combatiente en las guerras de
independencia, a sus 44 años cumplidos. A este hijo de Mariano pudo haberle
nacido un hijo en 1825, a sus 25 años de edad. Este nieto de Mariano Creollo
pudo haber combatido a favor de la República en las guerras restauradoras a sus
38 años de edad. Este nieto de Mariano pudo haber tenido un hijo en 1850, a sus
25 años de edad, el cual en 1874 pudo haber combatido en la Conspiración
baecista a sus 24 años de edad.
Podríamos continuar con que este biznieto de Mariano Creollo tuvo una
hija en 1875 a sus 25 años de edad, la cual en 1893, a sus 18 años parió un
hijo el cual fue el padre del abuelo del niño que ayer lustraba los zapatos de
un lector cualquiera de estas líneas.
La historia de Petronila Dias podría imaginársela el mismo lector o
cualquier otro.
La historia de los descendientes de los vendedores y compradores de
ambos esclavos podría concluir en el dueño de un Resort en las playas del Este
del país, o tal vez en algún accionista de una de nuestras prósperas empresas.
La historia de los descendientes de ambos esclavos hay que imaginarla.
La de los descendientes de los compradores podría –talvez- encontrarse en las
páginas de nuestros textos y manuales de Historia Patria o –quizás- en
minucioso árbol genealógico, o –es posible- encontrar sus figuras proyectadas
bajo la luz cegadora de nuestras galerías de Notables, Prohombres y Héroes de
pectorales angulosos rebosantes de ramos y medallas embutidas en copiosos
bigotes y patillas aún dieciochescas.-
--
Notas bibliográficas:
1- Sergio Guerra
Vilaboy. Profesor de la Facultad de Filosofía e Historia de la Universidad de
La Habana; Licenciado en Historia en la Universidad de La Habana. Doctor en
Filosofía de la Universidad de Leipzig;“El pueblo en la independencia
latinoamericana (1790-1826). Un somero inventario historiográfico”. La
formación del historiador. Revista de historia y ciencia sociales. Morelia, Michoacán,
México. Primavera, 1996.
2- VILAR, Pierre.
Pensar históricamente. Barcelona: Crítica, 1997, 240 p.
3- Pablo F. Luna;.
Université Paris Sorbonne; “Itinerario de un historiador”. Reseña sobre la obra
“Pensar históricamente” de Pierre Vilar. En “Revista Bibliográfica de Geografía
y Ciencias Sociales. Universidad de Barcelona, No. 248; 14 de agosto de 2000.
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