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18.11.12

De Una Historia Parcial a la Historia Total




“Y, tendrían que ser preguntas permanentes, no sólo del historiador sino del ciudadano contemporáneo, para intentar comprender su realidad, aprehenderla de forma crítica, y desechar clichés, tópicos, anacronismos, prejuicios y el pensar fácil característicos”. Pierre Vilar; "Pensar históricamente".


Por Pedro Samuel Rodríguez-Reyes


Debilidades fundamentales de la sociedad dominicana:

Los medios de comunicación, y la observación del acontecer cotidiano nos convencen de que la situación de cada una de nuestras realidades sociales y económicas son una representación a escala de lo que se denomina “las debilidades fundamentales de la sociedad dominicana”. Por otra parte, se nos dice y repite hasta la saciedad que “el entorno social carece de elementos que enriquezcan y estimulen el desarrollo”. Pero, ¿de qué está compuesto esa debilidad fundamental? ¿De dónde proviene? ¿Cuál ha sido su origen y su trayectoria? ¿Cómo podríamos adecuar ese “entorno social” a fin de que nos facilite la apertura hacia un deseado Estado de bienestar colectivo?

Si “interrogamos a la historia” mediante una posible mirada totalizadora, podríamos descubrir la concatenación de unos eventos que nos daría respuestas a tales preguntas. Pero tendríamos que examinar  y escrutar “los hechos y los problemas históricos en toda su complejidad”, como ha planteado y aconsejado el historiador francés-catalán Pierre Vilar.

Sin embargo, pensamos que en el ámbito iberoamericano en general, y en el dominicano en particular, es difícil obtener respuestas a esas preguntas si nos limitamos a interrogar –como se hace con frecuencia- a la historia que empieza con la proclamación de la República, pues, examinar sólo esa parte de la historia equivaldría a obtener respuestas parciales e incompletas. Por ello, al planteamiento vilariano, nos permitimos agregar la noción de una historia sin interrupciones ni cortes: en toda su extensión temporal.

Esto así, porque las “debilidades fundamentales de nuestra sociedad” tienen un remoto origen muy anterior a nuestro período independentista. Por ello, para conocer la procedencia y la trayectoria de esas debilidades y de ese entorno social nada auspicioso, habría que interrogar a la historia en toda su extensión: desde los orígenes y la conformación de estas sociedades hasta el presente. La historia a partir de las gestas independentistas y los procesos posteriores no pueden ofrecernos este tipo de respuestas.

En nuestra nación hay un “ayer” anterior a 1844 en donde se originaron las desigualdades que hoy vemos, en donde se encuentran las raíces de las debilidades sociales del presente y en donde está la génesis del entorno social que nos rodea.

El excesivo culto al héroe en la historiografía latinoamericana:

¿Por qué en Iberoamérica es tan frecuente la tendencia a limitar el estudio de la historia al período republicano y a obviar el extenso período colonial?

El historiador cubano Sergio Guerra Vilaboy (1) se refiere al notorio énfasis que en Latinoamérica se pone al estudio del período emancipador. Guerra Vilaboy expresa que: “Según el historiador francés Pierre Chaunu ‘un tercio de la historiografía latinoamericana está dedicada al tema de la independencia’.  Frente a semejante proporción –dice Guerra Vilaboy-, cabe preguntar sobre la utilidad de añadir más títulos a esa extensa lista. Pero tan alta cantidad encubre que muchas de las obras del ciclo emancipador de América Latina (1760-1826) han sido escritas a partir del testimonio subjetivo de autores contemporáneos a los sucesos, con el propósito de reconstruir, de manera minuciosa y apologética, la vida de los próceres y las acciones militares”. El historiador cubano concluye con que “la notable ausencia de un enfoque científico lastra esas historias idealistas que presenta a la independencia como fruto exclusivo del heroísmo de figuras situadas por encima del pueblo”.

Y es que, muy probablemente, el excesivo culto al héroe y a los próceres de nuestras independencias iberoamericanas podría haber opacado la visión respecto a la importancia del pueblo, a su conformación y trayectoria, configurando así un nefasto escenario en donde la extensa galería de prohombres con pechos cargados de ramos y medallas, haya empequeñecido la importancia del principal capital con que cuentan las naciones: el pueblo mayoritario.

Porque si miramos a través del escenario que nos presenta tal galería de figuras notables, héroes, líderes y dirigentes, ¿qué importancia y qué relieve podría tener un pobre negro analfabeto de las Antillas o un desnutrido indígena de Tierra Firme? En adición, en sus esplendorosas imágenes, una buena cantidad de nuestros héroes republicanos parecen posar con la intención de impresionar a las Cortes peninsulares y no como representantes de pueblos camino a salir de la esclavitud.

Si un tercio de la historiografía latinoamericana está dedicada sólo al ciclo emancipador -adicionado al énfasis que las escuelas ponen en él-, entonces es muy probable que ello habrá configurado una visión fraccionada de la historia, desvinculada de los más de 300 años de vida colonial, en donde se encuentran los orígenes, la trayectoria y la conformación de la idiosincrasia, de las exclusiones, y las desigualdades socio-económicas de estos pueblos.

Entendemos que los hechos y los procesos históricos no son una prolija lista de datos e informes aislados de sus vinculaciones anteriores sino articulación de una dinámica que deviene, transita y se desplaza. Esa visión dinámica de la historia sin interrupciones nos puede facilitar una interpretación más realista de los hechos y los procesos respecto a su representación en ese “entorno social” que nos rodea, y en esa “debilidad fundamental de nuestras sociedades”.

Es el caso –a modo de ejemplo- de la pobreza. Si comprendemos la esclavitud de ayer podríamos entender la pobreza de hoy.

Si los dominicanos obviamos aquel extenso “ayer” anterior a 1844, entonces lo que nos queda no puede explicarnos ni darnos respuestas a instancias como las carencias endémicas del pueblo. Esa parte que nos quedaría –es decir, la historia que inicia con la Independencia y llega hasta el presente- sólo puede ofrecernos respuestas parciales.
Las respuestas nos pueden ser dadas sólo si interrogamos a los orígenes del pueblo, no a los orígenes de la República ni a los procesos posteriores.


Pensar históricamente:

Pierre Vilar propone un método que podría sernos útil para encarar y conocer las realidades cotidianas; para entender el Entorno social, y para comprender el porqué de nuestra Debilidad fundamental. En su texto “Pensar históricamente” (2) Vilar “desea que hasta donde sea posible cada quien practique la reflexión histórica, cuando piense en los acontecimientos o procesos que se desarrollan ante sí, situando y poniendo fecha con toda la precisión que sea posible. ¿Qué?, ¿cuándo?, ¿cómo?, ¿por qué?, ¿a favor de quién? Y, tendrían que ser preguntas permanentes, no sólo del historiador sino del ciudadano contemporáneo, para intentar comprender su realidad, aprehenderla de forma crítica, y desechar clichés, tópicos, anacronismos, prejuicios y el pensar fácil característicos” (3).

Pero aplicar y divulgar este método vilariano con eficacia en Iberoamérica, habría tal vez que resolverse previamente la sensación de fractura y corte que se percibe en la enseñanza y en el estudio de la historia, a causa –es probable- del desmesurado énfasis que la historiografía latinoamericana pone en el ciclo emancipador.

Deuda social:

En nuestro país, a menudo se escuchan discursos provenientes del ámbito político e intelectual señalando preocupación por una deuda social aún no honrada. Si eventualmente los autores de tales proclamas desconocen los alcances de esa deuda, sería útil recordarles que esas aún impagadas acreencias datan del siglo XVI; que no es una deuda contraída sólo a partir de 1844 ni desde la Restauración ni desde la era de Trujillo. Sus acreedores, representados en su gran mayoría por los descendientes de los ayer esclavos, hoy llamados pobres, esperan el pago correspondiente a siglos de trabajo continuo no remunerado dedicado de una y otra forma a la construcción de esta nación en la que todos vivimos: en las minas, en las plantaciones, en los hatos... Y, sería útil, además, informarles que parte importante de la génesis de este “entorno social” y de estas “debilidades fundamentales de nuestra sociedad” está directamente vinculada a esa deuda de siglos.

Ese Entorno social que nos rodea; ese mismo que a diario vemos y que no entendemos de qué está compuesto, nos lo trata de explicar el mismo pueblo acreedor representado en cada pobre, en cada analfabeto, en cada niño limpiabotas dominicanos; mas, no atinamos a interpretarlo.

Pero ¿cómo podríamos identificarlos a través de la cortedad de miras que nos ofrece una historia fragmentada que apenas empieza en 1844, y que nos narra permanentes episodios de luchas entre buenos y malos? La polvareda levantada en los fragores de las refriegas entre héroes y villanos, entre prohombres y traidores, no nos permite ver al pueblo.

Así, hoy, con tan escasa información sobre unos invisibles, ausentes y anónimos acreedores, ¿qué otra cosa podría verse a través de los cristales de confortables vehículos sino a insignificantes, analfabetos, desnutridos y vergonzosos pobres?

Por otra parte, ¿qué diferencia habría entre esta visión del siglo XXI y algunas de las visiones que posiblemente tuvieron hateros, amos, colonos, funcionarios coloniales y sus esposas, hijos y allegados en el siglo XVII o XVIII respecto a sus siervos y esclavos?

Si interrogamos a la historia en toda su extensión podríamos ver una gran similitud entre aquellas visiones coloniales y estas visiones republicanas. De ser ciertas estas similitudes -como posiblemente sea- habríamos de admitir, entonces, que se hace necesario el descolonizar a la República, y, como asignatura previa, empezar a incentivar el interés por el estudio de la historia en toda su complejidad y extensión temporal.

Y es que con el examen de una historia sin fracturas ni cortes podríamos ver muchas otras similitudes, como sería las escasas diferencias existentes entre las atribuciones de Gobernadores y Capitanes Generales de la colonia y el poder centralizado que en virtud del Artículo No. 55 de las Constituciones de nuestra nación se han atribuido los Presidentes republicanos hasta el presente.


Por otra parte, puede que la historia que empieza en 1844 (Proclamación de la Independencia) haga mención de unos pobres, pero muchas veces son referencias que poseen la poco disimulada connotación de que la pobreza es natural y no histórica, y que por tal razón, su solución no está en manos ni es tarea de Prohombres, Líderes y Héroes cuyas medallas representan premios a Altas Lides, no a reivindicación de hambrientos y miserables.

Una mirada diferente:

Y así, de la misma manera, los modernos líderes contemporáneos, como jinetes en corceles motorizados del siglo XXI, continúan percibiendo a los miserables sin condición -a los auténticos acreedores-. Se sienten ajenos y distantes de esos incapacitados económicos con déficits de cuchara y pupitre.

Sin embargo, es necesario ser indulgentes con aquella generación de Prohombres decimonónicos y con la de estos nuevos Líderes, pues, ni los unos ni los otros han aprendido una mirada diferente. No se la han enseñado. Ambos han pertenecido a la misma tradición y a la misma escuela. Tal vez, los primeros estuvieron muy cerca del influjo de las estructuras del poder colonial y de toda su parafernalia, y en un posible fenómeno de transmisión y sucesión de influencias, los primeros -sin proponérselo- fueron influyendo a los que les sucedieron y éstos a los próximos y así hasta hoy.

En ese sistema de influencias que se suceden continuamente no ha habido –es curioso- escisión, interrupción ni corte.

Quizás, para desmontar esa estructura inconsciente de influencias de poder que se transmiten, habría de comenzarse por tender puentes que conecten la historia colonial y la historia republicana, tal y como adherida está aquella otra historia de sucesiones inconscientes del poder que, proviniendo desde la colonia profunda, traspasaron la Republica y los procesos posteriores sin interrupciones hasta el día de la fecha.

Es la misma franja social la que cambia de sistema, de orden social, de personajes y nombres. Ha sido su divisa. No ha estado mal para unos, pero las señales de los tiempos indican que es momento de explorar vías eficazmente plurales.
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Las aperturas, los cambios y las adecuaciones que necesita la nación dominicana no requiere de otras luchas ni de otras gestas que no sean unos cambios de actitudes, unas aperturas mentales y unas adecuaciones a los nuevos tiempos.

Debilidades fundamentales de las clases dirigentes:

Pese a todos los valores obtenidos en el decurso de su historia, la nación dominicana adolece aún de numerosos malestares de origen. Es muy probable que muchos de esos malestares han sido generados y prolongados hasta el presente, por la franja social no ancilar, a causa de sus ancestrales habituaciones a la servidumbre. Ese hábito de siglos -de sólo ser capaces de “dirigir”- debió configurar una suerte de debilidad fundamental de nuestras clases dirigentes latinoamericanas: una permanente e inextricable necesidad de la figura esclava, lo que, en algún sentido, tendría su expresión en la evidente ceguera social que, en general, en ellos se advierte.

En otro sentido, es de suponerse que en tiempos de nuestras colonias hispanoamericanas, el grueso de los españoles y europeos que nunca vinieron a América, no desarrollaron esa ‘necesidad del siervo’ ni esa ‘dependencia al esclavo’. Por ello –en parte- hoy notamos resultados disímiles en los descendientes de los individuos formados en uno y otro lado del Atlántico. Aquellos blancos tuvieron que realizar “trabajos de negros”; nuestros blancos tuvieron sus negros e indios, y parece que aún no pueden prescindir de ellos. Por esta razón, ¿qué sentido tendría –pensarían- estimular la promoción social y económica de estos siervos informales de hoy?

De ser así, la exclusión podría explicarse como parte de una estructura de debilidades de las tradicionales clases altas latinoamericanas.

La historia colonial hispanoamericana fomentaría esa debilidad/dependencia en los miembros de la franja social a la que pertenecían colonos, amos, hateros y demás clases altas, quienes transmitirían similares características a las generaciones posteriores de esa misma franja social hasta el presente.

Podríamos dar un ejemplo demostrativo de la existencia histórica de esas debilidades. En el período emancipador hispanoamericano, la resistencia de esas clases altas a la abolición de la esclavitud tomó ribetes dramáticos en diversos países. Ello se comprende en razón de su ostensible incapacidad al trabajo. El esclavo y el siervo representaron un elemento vital que por siglos y generaciones había fomentado esa dependencia, esa incapacidad y esa debilidad. Cortar de golpe esa relación debió ser percibida como catastrófico para una franja social acostumbrada sólo a “dirigir”. Sería inconcebible marchar con sus hijos al campo a realizar “trabajos de negros”.

Hoy, esa franja social de las clases dirigentes y de poder económico en Hispanoamérica no ha podido superar aquellas debilidades. Los más de 300 años de directa dependencia a la servidumbre formal aún les obnubila el sentido de la realidad, y en su confusión sólo atinan a establecer con el pueblo (hoy esclavos informales) una ambigua relación de amor-indiferencia, necesidad y desprecio velado o manifiesto. No pueden concebir ni identificar a estos esclavos informales como acreedores de deuda alguna.

Ni remotamente perciben el vínculo existente entre las debilidades fundamentales de la sociedad y sus propias debilidades y dependencias seculares. Aún hoy parece que sólo saben “dirigir” e invertir capital. Para éstos, aún existen “trabajos de negros” por un lado y gestiones de directores, por el otro. ¿Qué sentido tendría –pensarían- marchar a los barrios marginados e involucrarse con las necesidades de siervos y esclavos del siglo XXI?
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El examen, el escrutinio y el análisis de estas relaciones podría ser clave en la identificación puntual de las aperturas, los cambios y las adecuaciones que necesitan estas sociedades hispanoamericanas a punto de entrar en competencias globales. Ojalá estos necesarios cambios de hoy no tengan los matices dramáticos de ayer, cuando se presentó la disyuntiva de la abolición de la esclavitud.

Mariano Creollo y Petronila Dias:

En escritos anteriores sobre estos temas hacemos mención de algunos informes obtenidos del Archivo Real de Bayaguana, Rep. Dominicana, fechados en el año de 1773. Dos de tales informes se refieren a Escrituras de compra y venta de igual cantidad de esclavos. El primero de estos nombrado Mariano Creollo, “un negrito de cinco años de edad y lisiado de la mano derecha”. El segundo informe es referente a la venta de una esclava llamada Petronila Dias, de veinte años de edad, “con la tacha de ladrona”, de acuerdo a la escritura. El precio de venta del primero fue de veinte pesos. En el segundo caso no se especifica precio. Las escrituras consignan los nombres de vendedores, compradores y testigos. La historia posterior de ambos no ha sido escrita, pero podríamos recrearlas.

Esas operaciones de compra y venta se efectuaron 71 años antes de 1844, y 90 años antes del inicio de las guerras restauradoras de 1863. A Mariano Creollo pudo haberle nacido un hijo en el año de 1800 cuando contaba con 32 años de edad. Este hijo pudo haber sido un combatiente en las guerras de independencia, a sus 44 años cumplidos. A este hijo de Mariano pudo haberle nacido un hijo en 1825, a sus 25 años de edad. Este nieto de Mariano Creollo pudo haber combatido a favor de la República en las guerras restauradoras a sus 38 años de edad. Este nieto de Mariano pudo haber tenido un hijo en 1850, a sus 25 años de edad, el cual en 1874 pudo haber combatido en la Conspiración baecista a sus 24 años de edad.

Podríamos continuar con que este biznieto de Mariano Creollo tuvo una hija en 1875 a sus 25 años de edad, la cual en 1893, a sus 18 años parió un hijo el cual fue el padre del abuelo del niño que ayer lustraba los zapatos de un lector cualquiera de estas líneas.

La historia de Petronila Dias podría imaginársela el mismo lector o cualquier otro.

La historia de los descendientes de los vendedores y compradores de ambos esclavos podría concluir en el dueño de un Resort en las playas del Este del país, o tal vez en algún accionista de una de nuestras prósperas empresas.

La historia de los descendientes de ambos esclavos hay que imaginarla. La de los descendientes de los compradores podría –talvez- encontrarse en las páginas de nuestros textos y manuales de Historia Patria o –quizás- en minucioso árbol genealógico, o –es posible- encontrar sus figuras proyectadas bajo la luz cegadora de nuestras galerías de Notables, Prohombres y Héroes de pectorales angulosos rebosantes de ramos y medallas embutidas en copiosos bigotes y patillas aún dieciochescas.-

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Notas bibliográficas:

1- Sergio Guerra Vilaboy. Profesor de la Facultad de Filosofía e Historia de la Universidad de La Habana; Licenciado en Historia en la Universidad de La Habana. Doctor en Filosofía de la Universidad de Leipzig;“El pueblo en la independencia latinoamericana (1790-1826). Un somero inventario historiográfico”. La formación del historiador. Revista de historia y ciencia sociales. Morelia, Michoacán, México. Primavera, 1996.

2- VILAR, Pierre. Pensar históricamente. Barcelona: Crítica, 1997, 240 p.

3- Pablo F. Luna;. Université Paris Sorbonne; “Itinerario de un historiador”. Reseña sobre la obra “Pensar históricamente” de Pierre Vilar. En “Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales. Universidad de Barcelona, No. 248; 14 de agosto de 2000.

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