David Barkin |
Hacia un Nuevo
Paradigma Social
David Barkin
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1 Ante los progresivos estragos
sociales y ambientales de la sociedad mercado-céntrica, muchos sectores de las
sociedades alrededor del mundo reconocen la urgente necesidad de virar hacia
formas alternativas de organización social y económica. Desde la academia,
también, desde hace mucho tiempo se está reconociendo que es imprescindible
proponer nuevos paradigmas que trasciendan las disciplinas que han evolucionado
para respaldar el sistema actual, con su énfasis en el individualismo, la
transformación de la naturaleza y las relaciones sociales en mercancías, la
subyugación de todo al mercado y la centralidad de la propiedad privada. En las
prácticas ancestrales de las comunidades campesinas e indígenas, así como en
sus formas actuales de organización y comportamiento, se hallan algunos
principios para la construcción de otras sociedades. Sin embargo, también
podemos encontrar estos principios entre los paradigmas heterodoxos de las
ciencias sociales. Analizarlos e incorporarlos a un conjunto teórico es la labor
de los intelectuales comprometidos con las víctimas del sistema y con la
consecución de un mundo mejor.
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2 La triple crisis que hoy
padecemos –económica, social y ambiental– es fruto de la operación normal de un
sistema actual que promueve la organización productiva para la acumulación de
capital, concentrada en unas cuantas manos. Como parte inherente en este
sistema de producción, se ha generado una miseria humana sin precedentes en la
historia de las “civilizaciones”, acompañada de la degradación de muchos
ecosistemas alrededor del mundo. Esta crisis nos recuerda la observación de
Alfred Schmidt (1978) de que sólo nos damos cuenta del significado de la
relación entre la sociedad y la naturaleza cuando la forma peculiar en que ha
evolucionado la organización social dominante y ha ejercido su capacidad
devastadora.
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3 El debate actual en torno a la
forma de superar las contradicciones que se evidencian en esta crisis ocupa
parte importante de las discusiones en las esferas políticas; las recetas
económicas están mostrándose inadecuadas para atender a las prioridades del
momento. Sin embargo, como hemos visto en numerosas ocasiones durante los
decenios recientes, es evidente que las propuestas de remiendos posibles dentro
de la institucionalidad existente no podrán dirigirse a atender efectivamente a
los objetivos de una mínima agenda social y ambiental.
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4 Para superar el impasse
propositivo actual, sería necesario entender las limitaciones de los paradigmas
vigentes e identificar los caminos alternativos ofrecidos por otros paradigmas,
otras epistemologías. La presente reflexión es producto del descontento generado
por los abordajes que pretenden remendar los graves problemas actuales –cuyo
diagnóstico es evidente para cualquier analista pensante– y el reconocimiento
de que disponemos de los instrumentos y del conocimiento para construir los
múltiples caminos que permitirían otra calidad de vida, otra forma de
convivencia, otra relación con el planeta. Para estos propósitos es evidente
que habría que integrar las mejores lecciones del actuar social con los más
perspicaces análisis del funcionamiento del sistema natural del cual somos
parte. En particular, se requiere aprovechar de las corrientes del pensamiento
de la economía social y solidaria así como las de la economía ecológica, las
cuales, a su vez, son cuerpos de conocimiento que han integrado una comprensión
sensible de las ricas y variadas experiencias de los muchos pueblos que ofrecen
otras formas de plantear el problema fundamental de la relación
sociedad-naturaleza.
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Hacia la construcción de nuevas teorías
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5 La necesidad de aprovechar otros
paradigmas, de replantear nuestros análisis, sugiere un profundo
cuestionamiento respecto a la responsabilidad de los intelectuales y de
nuestras instituciones.1¿Hasta qué grado contribuimos o somos cómplices en
nuestra práctica actual de la malevolencia del tipo de modernidad emanada del
proyecto civilizatorio occidental, de una globalización que está construyendo
mayores injusticias cada día, intensificando el alcance y el impacto de la
violencia, destruyendo las propias bases naturales de que dependemos para
nuestra existencia?, ¿con qué instrumentos podríamos evaluar nuestra práctica
actual de enseñar, para no reproducir y extender el sistema vigente, para criticarlo,
para generar su reforma, si sus raíces están extendiéndose para ampliar y
profundizar su malignidad?
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1 Noam Chomsky (1967) planteó el mismo cuestionamiento hace casi medio siglo en el horrífico context (...)
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1 Noam Chomsky (1967) planteó el mismo cuestionamiento hace casi medio siglo en el horrífico context (...)
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6 Nuestra herencia académica deja
en claro las respuestas a este planteamiento. La lamentable y terrible historia
del siglo pasado, y de los anteriores, ha llevado a la sociedad, a gran parte
de la humanidad, a someterse a un individualismo metodológico, el cual exige
que cada quien sea responsable por sus propias acciones frente al bienestar
colectivo. A la luz de la historia reciente, y de la acumulada a través de los
siglos, nos damos cuenta que no es aceptable permitir a cada uno el juzgarse
por sí mismo, el tomar decisiones en provecho propio sin considerar sus
impactos en los demás, y el seguir incólume como si el camino de crueldad y
rapiña, que deja atrás no fuera asunto suyo. Cierto, no contamos con las
instituciones, con el coraje o con la capacidad colectiva para exigir a los
poderosos su cumplimiento con esta normatividad; pero desde nuestros parapetos,
las trincheras que cavamos y defendemos, donde nos dedicamos a la búsqueda de
verdades y de la definición de los más altos valores sociales, humanos, esa
carencia no nos absuelve de la responsabilidad de insistir en su cumplimiento
y, sobre todo, en nuestra obligación de difundir estos valores y evaluar
nuestro desempeño en términos de sus estándares.
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7 La evolución de la ciencia, y
sobre todo de los mecanismos para su ratificación, han hecho difícil esta
labor, ya que la especialización y la compartimentación del conocimiento, con
sus muy particulares patrones de evaluación y convalidación, pretenden asegurar
la dominancia de expertos muy calificados en cierta área, pero con muy poca
comprensión de cómo funciona el mundo en el que viven. Hay múltiples esfuerzos
para superar las limitaciones de la especialización; la combinación de las
ciencias sociales con las ecológicas está engendrando numerosas salidas que
tendrían que ser evaluadas por sus aportaciones a nuestra capacidad colectiva
para enfrentar y superar los problemas candentes que sufrimos o, mejor aún,
para evitarlos. Es evidente que una nueva teoría tendría que desplantarse de la
suposición de que la noción del crecimiento desplegado en la economía –en todas
nuestras instituciones– es incompatible con la justicia social y el equilibrio planetario
y, como consecuencia, tendría que ser remplazada por otra, esto es, si las
sociedades humanas logran sobrevivir en la Tierra. Es claro que la evidencia
actual es suficiente para demostrar que los cuerpos teóricos construidos con
base en la homeostasis y de los equilibrios sociales operando con base en la
armonía –como es el caso de la teoría económica neoclásica– no son aptos para
describir el mundo actual y mucho menos explicar su dinámica, aun si fueran
intelectual y técnicamente consistentes, que no es el caso.
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8 Ya ha pasado mucho tiempo desde que las Leyes de la Termodinámica fueron (re)introducidas en el centro de la reflexión de las ciencias sociales (Georgescu-Rogen, 1971), sobre todo en las económicas, sin que hayan tenido el efecto deseado de obligar a las disciplinas a reexaminar profundamente sus axiomas que resultan incompatibles con ellas. Este trabajo propone partir de una versión de la economía ecológica que insiste en la inconmensurabilidad monetaria de la valoración de la naturaleza, el reconocimiento de la importancia del metabolismo social, los preceptos de la entropía, junto con una visión latinoamericana de conceptos tales como justicia social y equilibrio ecológico, en un nuevo modelo para la consolidación de un distinto camino para la construcción en las ciencias sociales. Entre otras cosas, este modelo insiste en informarse con las aportaciones y los debates sobre el “buen vivir” del mundo andino, del “mandar obedeciendo” de las selvas de Chiapas, del “irékua” en la meseta Purépecha en Michoacán 2, de la comunalidad de la Sierra Juárez (Martínez Luna 2003) de Oaxaca y Abya Yala del sur de Panamá; esta exploración ofrece plantear una organización alternativa de la vida social, la producción material y la conservación ambiental; es un modelo surgido de las profundas críticas sociales de los pensadores de la convivialidad (Illich, 1985; Esteva y Robert en este volumen), de la joie de vivre.
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8 Ya ha pasado mucho tiempo desde que las Leyes de la Termodinámica fueron (re)introducidas en el centro de la reflexión de las ciencias sociales (Georgescu-Rogen, 1971), sobre todo en las económicas, sin que hayan tenido el efecto deseado de obligar a las disciplinas a reexaminar profundamente sus axiomas que resultan incompatibles con ellas. Este trabajo propone partir de una versión de la economía ecológica que insiste en la inconmensurabilidad monetaria de la valoración de la naturaleza, el reconocimiento de la importancia del metabolismo social, los preceptos de la entropía, junto con una visión latinoamericana de conceptos tales como justicia social y equilibrio ecológico, en un nuevo modelo para la consolidación de un distinto camino para la construcción en las ciencias sociales. Entre otras cosas, este modelo insiste en informarse con las aportaciones y los debates sobre el “buen vivir” del mundo andino, del “mandar obedeciendo” de las selvas de Chiapas, del “irékua” en la meseta Purépecha en Michoacán 2, de la comunalidad de la Sierra Juárez (Martínez Luna 2003) de Oaxaca y Abya Yala del sur de Panamá; esta exploración ofrece plantear una organización alternativa de la vida social, la producción material y la conservación ambiental; es un modelo surgido de las profundas críticas sociales de los pensadores de la convivialidad (Illich, 1985; Esteva y Robert en este volumen), de la joie de vivre.
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2 Definido como “La permanente dedicación a la retribución
(servicio) a la tierra, a la naturaleza y (...)
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9 De igual manera, ha pasado
mucho tiempo desde que varios estudiosos reconocieran la importancia de la
solidaridad como factor fundamental en la evolución de nuestras sociedades.
Podríamos remontarnos a las aportaciones de diversos antropólogos, quienes
identificaron la centralidad de la reciprocidad (Sahlins, 1983; 1972) o del
“regalo” en la formación de sociedades en todo momento de la historia social
(Mauss, 1979); sus herederos intelectuales se han asociado en el Movimiento
Antiutilitarista de las Ciencias Sociales que publica una revista de gran
creatividad intelectual (Revue du MAUSS). Asimismo, podríamos reconocer la
originalidad de las aportaciones de algunos economistas que han identificado la
importancia del carácter condicional de un “mercado” –aquella institución
universal– que es una institución profundamente arraigada en los intersticios
sociales de los cuales es parte (Polanyi, 2003). La comprensión de la
complejidad del funcionamiento de estas instituciones, evidente en la abultada
literatura de análisis y descripción, ofrece amplia evidencia del profundo
error de los economistas en suponer que pueden examinar sus instituciones
abstraídas de las sociedades de que son parte y que sus procesos de intercambio
son simples transacciones monetarias, “campos de juego” planos donde todos los
participantes son iguales; de igual importancia conceptual es su erróneo
anclaje en el individualismo metodológico.
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10 Hoy en día, los estudios de la
economía social y las economías de solidaridad carecen de los sellos de
aceptación o legitimidad de que gozan los campos surgidos del reconocimiento de
la crisis ambiental (como es el caso de la economía ecológica). Son
considerados como el reino de grupos vecinales o redes alternas que no inciden
de manera importante en los sistemas dominantes de producción o de intercambio;
aun las empresas cooperativas, que gozan de algo más de legitimidad, no son
relevantes en las evaluaciones del funcionamiento global. Sin embargo, estos
estudios revelan su importancia para los miembros de los grupos participantes
en términos del nivel y calidad de vida, del control sobre sus condiciones de
trabajo y, de distintas maneras, en sus posibilidades de conservar y
rehabilitar los ecosistemas en que producen y viven. En América Latina, en
particular, sus experiencias ofrecen ricas vetas de exploración para los
resultados que han permitido a los trabajadores seguir manejando los centenares
de fábricas que recuperaron de las ruinas de la debacle económica en Argentina;
de las aportaciones a la solución del problema alimentario del movimiento
“campesino a campesino” que está en el centro de la que es quizá la red social
más importante del mundo, Vía Campesina (Rosset y Martínez Torres, 2012); de
las alianzas sociales y políticas de grupos amerindios en todo el hemisferio
para defender sus territorios, sus culturas, sus capacidades de construir
modelos alternativos de civilización; y de los numerosos movimientos solidarios
que están resistiendo y, con frecuencia, revertiendo los esfuerzos que hace el
capital internacional para acelerar el proceso de expoliación de los recursos
naturales a costa de la posibilidad de seguir viviendo de los pueblos
afectados.
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11 Desafortunadamente, la
construcción de una nueva teoría es un tema recurrente que ha sido resistido
eficazmente en la academia; hoy en día, el embate de las élites contra estos
modelos está cobrando su cuota, marginando a muchos, obligándonos a construir
nuestras propias instituciones, nuestros propios canales de colaboración y
comunicación. Somos pocos los que estamos dispuestos a hablar de la bancarrota
de la teoría recibida, de la necesidad de abandonar las sendas del crecimiento.
Existe una urgencia de aprender de otras culturas, de otros pueblos, aun cuando
estos últimos no hayan pasado por los pasillos de la academia; debemos
profundizar y ampliar el diálogo de saberes que refleje nuevas formas de
aprendizaje. Más aún, que nos ofrezca la posibilidad de integrar la reflexión
teórica con una práctica académica y social, que nos dé una ampliación del
pluralismo metodológico necesario, que propone la construcción de sociedades
post-capitalistas, debemos incentivar el proceso de consolidación de modelos de
coexistencia que les permitan a dichas comunidades ofrecer importantes opciones
para sus miembros frente al empobrecimiento social y material, de cara al
deterioro de la calidad de la vida planetaria. Si tenemos suerte y capacidad,
quizá también esas mismas comunidades nos ofrecerán la oportunidad de
transformarnos antes de que sea demasiado tarde.
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Hacia la comprensión de las sociedades post-capitalistas
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12 Afortunadamente, en México –y
en muchas partes de América Latina– no tendremos que atender la llamada de los
altermundistas, que proclaman desde Estocolmo hasta Rio, vía Seattle y
Copenhague, que “otro mundo es posible.” En nuestra región, ya están en
construcción, y ¡desde hace mucho tiempo! Se están construyendo entornos que
prometen una mejor calidad de vida y una cierta autonomía ante los embates del
neoliberalismo. En ninguna parte lo vemos con mayor claridad que en Chiapas
(Baronnet, et al., 2011); sin embargo, estos nuevos entornos existen también en
otras partes donde vemos una gran diversidad de enfoques y caminos.
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13 En contraste con sus conductas
en periodos anteriores de crisis, las acciones de obreros, de campesinas, de
indígenas, representan un desafío frontal a la política neoliberal de hoy. Su
praxis refleja un rompimiento histórico, un abandono de procesos de
colaboración, negociación y acomodo que entablaron con los primeros gobiernos
de la Revolución, empeñados en incorporarles al proceso de modernización
globalizante mediante su participación en los programas oficiales. Frente a la
política de integración internacional y de modernización urbano-industrial que
amenaza con dejarles fuera de una nación en “reconstrucción”, importantes
segmentos de la sociedad rural están proponiendo sus propias estrategias
alternativas: enmarcadas en una nueva comunalidad que sustituye al mercado para
definir cómo asignar recursos (Fuente, en este volumen). Esta nueva comunalidad
plantea la necesidad de garantizar un nivel de vida digno para todos sus
miembros, donde se puedan generar nuevas oportunidades y respeto a las
exigencias ambientales. Esto hace posible una verdadera sustentabilidad,
fincada en los atributos de responsabilidad social y ambiental. Sus
experiencias nos reafirman algo muy significativo: para que estas sociedades
“tradicionales” sobrevivan, para que puedan definir y realizar sus propios
modelos de progreso, tendrán que seguir innovando. Como hemos aprendido de la
milenaria experiencia de innumerables pueblos, la tradición sólo puede
mantenerse viva y con fortaleza a partir de un proceso de cuidadosa y continua
innovación (Wolf, 1987). Para entender este proceso les invito a reflexionar
sobre nuestras propias actitudes y acciones, así como respecto de sus
relaciones con estos protagonistas y sus nuevas propuestas, con su invitación
implícita para acompañarles a construir nuevos ámbitos de solidaridad y respeto
mutuo. Parafraseando a Luis Villoro (2010): nos invitan a acompañarles en su
abandono y rechazo a la hegemonía de la cultura occidental. ¡Qué apropiado
sería que nuestras instituciones aceptaran esta invitación, comprometiéndonos a
forjar nuestras labores de docencia e investigación en colaboración con estos
grupos!
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14 Ya han pasado muchos lustros
desde que terminaron las ilusiones del “desarrollo hacia adentro”, “el milagro
mexicano”, junto con sus promesas de una vida mejor, de cumplir con las
reivindicaciones que simbolizaron los mejores ideales de la vanguardia
Cepalina, los sueños de la Revolución Mexicana, la Boliviana, la Unidad
Popular. En aquellos años, los campesinos colaboraron con los “proyectos de
nación”, haciendo producir a las tierras que les entregó, aceptando los magros
beneficios de sus encomiables esfuerzos por elevar la productividad del campo,
y así alimentar a los mexicanos y financiar los cimientos del mundo
urbano-industrial, que el gobierno ha entregado a los capitales de aquí y de
allá.
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15 En toda la región, nos hemos
desengañado con las promesas incumplidas del Estado, y sobre todo las más
recientes que les ofrecen levantarlos de la marginalidad que él mismo creó. A
la vez, nos damos cuenta de la imposibilidad de mejorar los condiciones de vida
mediante la incorporación a la fuerza de trabajo obrero, o a la informalidad, o
de la conversión en clientela de los programas asistencialistas, las únicas
rutas ofrecidas por la política oficial. Por eso, se están llevando a cabo
nuevas propuestas para producir las condiciones necesarias para su propio
progreso social y económico –un progreso alejado de los valores mundanos de un
mundo de consumo y derroche– fincado en una vida comunitaria y un respeto por
los ecosistemas de que dependemos todos.
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16 Las respuestas sociales han
resultado mucho más creativas de lo esperado; están llegando más lejos de lo
que jamás imaginaron, como vemos en el caso de la experiencia zapatista, de la
cual estamos celebrando el decimosexto aniversario del levantamiento. Estos son
esfuerzos ambiciosos de importantes grupos de comunidades colaborando entre sí
y construyendo alianzas para enfrentar y superar las diversas estrategias del
capital que continúa intentando apropiarse de sus territorios y recursos. Sus
esfuerzos son también una reacción al rompimiento del pacto social que resultó
ser más retórica que realidad, promesas que algunos nuevos regímenes están
tratando de resucitar, construyendo nuevas coaliciones y prometiendo nuevas
formas de incorporación. Sin embargo, muchos siguen escépticos y prosiguen con
sus propuestas alternativas, reorganizándose para redoblar sus exigencias de
“justicia social”, repudiando los repetidos embates a que fueron sometidos,
para tomar control de las riendas para su bienestar. Ahora son aguerridos
promotores de otra forma de sociedad, una que atienda a sus propias necesidades
y a las de la mayoría de los mexicanos; una que mueva la expansión productiva
al tiempo que genera nuevas formas de asegurar la rehabilitación y la
conservación de sus ecosistemas, contribuyendo de esta manera no solamente a su
propio bienestar, sino al de la sociedad en su conjunto.
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17 En sus acciones se puede
observar la construcción o reconstrucción de otros mundos, en los que
importantes grupos sociales rechazan ser condenados a la marginalización, a la
extinción; insisten en un nuevo estilo de progreso social y económico que
ofrece frutos materiales e inmateriales, sin amenazar al medio ambiente. Estos
mundos alternativos son ámbitos donde se exigen los derechos y se superan los
ataques para avanzar en sus propias propuestas; este crisol social incluye a
pobladores de casi todos los países de América Latina. Sus mundos dejarían de
depender de la integración económica de la política internacional y de la
asimilación cultural; con ellos se plantea la construcción de alianzas
nacionales e internacionales, de pueblos comprometidos con proyectos afines
para asegurar sus necesidades básicas, otro estilo de vida y la
(re)construcción de una interculturalidad (Villoro, 2010).
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Reconstruyendo el mundo
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18 Los paradigmas dominantes están
condenando a los campesinos, a los indígenas, a la extinción. Recordemos el
debate de una generación anterior –campesinistas frente a descampesinistas–
cuando los eruditos del momento rechazaron la posibilidad de la supervivencia
de los campesinos porque representaban los rezagos de un modo de producción del
pasado.3 La discusión actual gira en torno a la cuestión de la forma y las
repercusiones de las estrategias que los campesinos están elaborando para su
supervivencia. Aun cuando ahora mismo grupos dominantes en la academia, y en
las instituciones rectores del mercado global, ofrecen doctas explicaciones
para respaldar los análisis oficiales de las burocracias nacionales y de las
agencias internacionales al servicio del capital, dictaminando el hundimiento
de los moradores del campo, de los indígenas, de los que resisten su
proletarización, en una crisis, hay amplia evidencia de otra realidad. Están
demostrando que son actores con iniciativa, con sus propias estrategias de
innovación tecnológica y organización social; en todas partes del país están
construyendo un futuro alterno a las limitaciones impuestas por las estructuras
dominantes de un mundo capitalista que los condenaría a la subyugación
proletaria. Sus innovaciones sociales y tecnológicas han generado una amplia
gama de nuevos productos que buscan dar mayor valor a los espacios productivos
tradicionales, nuevos sistemas para la gestión de sus recursos sociales y
naturales y nuevas formas para su gobernanza; en fin, los otros saberes que
deben integrarse en nuestra práctica.
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3 Para una reseña del
debate sobre los campesinistas y descampesinistas, véase Feder (1984), Esteva,
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Sus innovaciones abarcan nuevos
espacios geográficos y nuevos grupos sociales, generando oportunidades sociales
y económicas así como la recuperación de sus ecosistemas y sus recursos
naturales, retirando éstos del dominio del capital o de la posibilidad de su
futura expansión.
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19 Hemos denominado esta visión como
la nueva ruralidad comunitaria, una realidad donde dominan las ideas de: 1)
comunalidad (basada en cohesión social, democracia participativa, trabajo
comunitario, y la centralidad de territorio) (Escobar, 2010; Martínez Luna,
2003), 2) autonomía(formación político-social), 3) autosuficiencia, 4)
formación político cultural, 5) solidaridad y redes de apoyo, 6)
diversificación productiva y de mercado(desarrollo de fuerzas productivas
comunitarias, generación de excedentes), y finalmente, 7) gestión sustentable
de recursos regionales (ordenamiento, restauración, conservación,
aprovechamiento definido culturalmente). La práctica real de las comunidades es
fuente de enorme fuerza social, dando contenido a estos criterios metodológicos
vinculados con una contribución fundamental en la orientación de los procesos
de innovación tecnológica para la construcción de la sustentabilidad: la
articulación de la responsabilidad social y la responsabilidad ambiental
(Barkin, 2008, 2009 y 2010; Barkin y Lemus, 2011; Barkin, et al., 2012).
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20 Se destaca la emergencia de la
asociación comunitaria con sus formas de democracia directa o participativa
reconfiguradas (González Casanova, 2010) como un mecanismo alterno a las
funciones desempeñadas por el mercado y por el Estado en la asignación de los
recursos y en el desarrollo de capacidades tecnológicas, incluyendo la
orientación hacia la innovación tecnológica. Este despliegue, esta
reorientación de los procesos innovadores tiene como sustento otros modos de
acumulación no capitalista, controlados por los propios productores y sus
comunidades. Este planteamiento supone la posibilidad de desarrollar procesos
de innovación tecnológica desde la construcción de otras racionalidades;
conlleva asumir que otros mundos son posibles, guiados por los principios de la
justicia social, la equidad intergeneracional y la gestión sustentable de
recursos regionales, con una reorientación hacia lo colectivo (en oposición a
lo individual); al desarrollo del bienestar (en oposición al crecimiento); y el
respeto a la explotación de los recursos naturales (en oposición al capital).
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21 Lejos de ser ideas emanadas
desde una torre de marfil, esta presentación ofrece ser una síntesis de esta
praxis y de las aspiraciones de las organizaciones sociales actualmente en
marcha, encaminadas en las múltiples rutas de su propia transformación;
sugiriendo que esta síntesis tendría que integrarse como parte del contenido de
nuestra práctica docente y de investigación.
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22 La innovación social y
política, la productiva y la tecnológica, desempeñan un papel fundamental en
los proyectos de estos actores, los miembros de las numerosas comunidades
involucradas en el proceso. Es parte central del compromiso para la
construcción de una verdadera alternativa; comprende una nueva relación con el
poder para montar sus propios modelos de progreso social y económico para
generar formas sustentables distintas y novedosas de apropiación social de (o,
mejor dicho, colaboración con) la naturaleza. Se trata de integrar los saberes
locales, usando la ciencia para crear una sociedad fincada en una nueva
racionalidad que conjugue las exigencias planetarias con las aspiraciones de
los pueblos que están emprendiendo diversos caminos para su liberación.
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23 La variedad de estas
experiencias no tiene límites. Algunas han sido desplegadas por comunidades
campesinas con las que tenemos la fortuna de colaborar o compartir sus
experiencias y que a continuación mostramos como ejemplos; aunque cada ejemplo
es de una sola actividad productiva, se conciben como partes en el proceso de
la construcción de la autonomía y del empoderamiento. Son ejemplos de
comunidades, de alianzas de pueblos, pero también son parte de un amplio
movimiento antisistémico que está acumulando fuerzas.
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La reserva campesina de la
biosfera en las Chimalapas en el sur de Oaxaca. La comunidad indígena zoque
maneja la reserva (todavía no reconocida oficialmente) –el reducto de selva
tropical húmedo más grande de México, unas 600.000 hectáreas– canaliza los
recursos para el sustento de la comunidad y asume la responsabilidad del
entrenamiento profesional para colaborar con investigadores extranjeros;
algunos miembros de la comunidad se formaron como biólogos y se entrenaron en
el manejo de recursos forestales e hidráulicos en escuelas técnicas nacionales
e internacionales. Se inició la siembra selectiva de viveros para ciertas
especies de árboles en peligro de extinción y se puso en práctica un pequeño
programa de ecoturismo; sus miembros se capacitaron para ordenar sus
territorios y combatir agresiones a los recursos naturales, como los incendios
forestales. Este logro comunitario no fue fácil, pero se hizo posible con el apoyo
de grupos ambientalistas y la asistencia financiera del gobierno inglés a
principios del proceso, en la década de 1980.4 Hoy en día, siguen inmersos en
una lucha para defender su territorio y sus planteamientos (Barkin y García
1999).
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4 Por cierto, el
gobierno mexicano canceló este programa de asistencia técnica inglés cuando se
hizo (...)
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Algunas alternativas locales para
el Istmo de Tehuantepec. La cruel polarización social ha llevado a las
comunidades a realizar una serie de alianzas entre ellas para fortalecer el
potencial natural de la región, respaldadas por la planta cementera de
propiedad cooperativa (Cruz Azul). Se asociaron con un Fideicomiso para la
Infraestructura Ambiental del Istmo para promover la gestión sustentable de los
recursos naturales, basada en la organización de las cuencas de los ríos. Las
propuestas incluyen un programa ambicioso para la rehabilitación de los cauces
de los ríos y el manejo del agua y la tierra, con lo que se generarán nuevas
oportunidades a partir de la rehabilitación de los bosques, cierta producción
de exportación agrícola, así como y el mejoramiento y la expansión del sector
artesanal (Barkin y Paillés, 1999). Esta experiencia contrasta marcadamente con
los conflictos que se están intensificando por la expoliación que están
sufriendo otras comunidades en la región (como La Ventosa) por la instalación
de grandes “granjas” de aeroturbinas para generar energía eléctrica eólica,
mayormente con inversión española, que no redundará en beneficio de los pueblos
asentados en estas tierras.
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La revalorización de la
producción tradicional de cerdos en las comunidades Purépechas de Michoacán
frente a las tendencias nacionales y globales hacia la desaparición de la
economía de traspatio. La respuesta propuesta involucró la colaboración con la
organización indígena regional para producir “carne de puerco lite”, con
niveles reducidos de colesterol en condiciones de traspatio con un sobreprecio
importante. La colaboración contribuye a los esfuerzos para fortalecer la
capacidad social para promover la democracia directa, fortaleciendo la economía
de la región y el papel de la mujer dentro de las comunidades, ya que esta
actividad es realizada principalmente por mujeres. También está atacando la
contaminación ocasionada por el desecho de una parte de la cosecha de la fruta
sin valor comercial y sus impactos severos en el manejo del agua en la región
(Barkin, et al., 2003).
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La producción de huevos
enriquecidos con omega-3 (un ácido graso benéfico para la salud humana) en
condiciones domésticas periurbanas, ha resultado eficaz como alternativa para
fortalecer organizaciones sociales, atender a problemas ambientales, generar ingresos
adicionales y arraigar las familias a sus comunidades en mejores condiciones
sociales y materiales, ya que la venta de los huevos ha encontrado una elevada
demanda. En este sistema se están forjando nuevas formas de acumulación, al
servicio de las comunidades para sus futuros proyectos. Es importante señalar
que las protagonistas son mayormente mujeres (Barkin, et al., 2009).
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De manera similar, se observan
esfuerzos en muchas comunidades forestales, en algunas áreas naturales
protegidas y en muchas otras defendiendo sus recursos naturales y especialmente
sus fuentes de agua y el derecho a garantizar su acceso a ella. En este
aspecto, México es conocido mundialmente por los avances en el control
comunitario de sus bosques, por el éxito de centenares de comunidades que
lograron arrancar el control de los concesionarios y transformar su gestión con
base en una visión diferente, la que se pregunta para qué sirven los bosques y
también cómo conservarlos para las generaciones futuras (Fuente, 2009). Los recientes
éxitos de los pueblos en Guerrero y Jalisco en torno a la cancelación del
proyecto de La Parota y la postergación del proyecto de Arcediano también
ofrecen ejemplos de variadas estrategias para consolidar acciones comunitarias
para construcciones alternativas; sin embargo, hay otros ejemplos no tan
exitosos: la todavía incierta victoria para detener la explotación de la mina
San Xavier (en San Luis Potosí, México) refleja la profundidad de la
resistencia del capital y la complejidad de las batallas comunitarias.
Asimismo, estamos viviendo numerosas acciones en todo el país para detener las
intenciones oficiales de privatización del manejo del agua y asegurar su
disponibilidad para la vida colectiva.
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Otros ejemplos, menos conocidos,
también ofrecen aliento al mostrar la variedad de caminos que se están
recorriendo en esta construcción de nuevos mundos. La recuperación de un millón
de hectáreas en la Mixteca Alta con la participación de más de un centenar de
comunidades, durante más de un cuarto de siglo construyendo obras de manejo de
agua y suelo que demuestra la manera en que los conocimientos milenarios pueden
enriquecer el uso de tecnologías modernas para mejorar la calidad de vida de
los participantes y generar recursos para el futuro; su iniciativa de
aprovechar estas tierras y agua recuperada para producir amaranto e
industrializarlo como alimentos nutritivos, contribuye a su sostén y el
beneficio de los consumidores. Las experiencias se multiplican: cooperativas de
artesanos; proyectos autogestionados de ecoturismo; las redes de productores de
café comercio justo, comercializados por organizaciones solidarias, de miel,
cacao, chocolate y mezcal; la red de comercialización de granos ANEC; y el
movimiento “Sin maíz no hay país” que tanto impacto ha tenido en los debates
políticos nacionales, entre otros.
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24 Estas experiencias son
evidencia de la importancia de los otros saberes y del diálogo con los
conocimientos del presente; son ejemplos de cómo la academia ha colaborado y
podría intensificar su colaboración mediante una reflexión seria frente a las
crisis en las cuales participa actualmente. Su premisa es la necesidad de tomar
en cuenta a la gente en la solución de problemas, reconocer como válidos sus
conocimientos y colaborar con ellos en la construcción de soluciones. Las
lecciones de las Juntas de Buen Gobierno de los Caracoles Zapatistas reflejan
poderosamente esta capacidad de aprovechar y enriquecer lo heredado con ciertas
aportaciones de frontera. La sinergia tecnológica entre saberes y conocimientos
ha sido clave en el desarrollo de estos proyectos, pero la distinción
fundamental con respecto a otros proyectos impulsados por organismos no
gubernamentales (ONG) y organismos multilaterales ha sido su diferente
orientación ética: la construcción de una verdadera sustentabilidad desde los
atributos de responsabilidad social y ambiental. Esto es, la puesta en marcha
de procesos de una nueva ruralidad comunitaria.
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25 De esta manera, las sociedades
que participan en el proceso de esta construcción social alternativa están
también reconociendo su compromiso con otra forma de “contrato social”, una
asociación comunitaria heredada de la cultura mesoamericana, expresada
elocuentemente por Floriberto Díaz, de la región mixe, y algunos de sus
herederos intelectuales (Robles y Cardoso, 2008). Es una perspectiva ética
diferente a la racionalidad económica fincada en intereses individuales para la
asignación de recursos; descansa en los procesos de apropiación social de la
naturaleza y por tanto en los procesos de innovación tecnológica guiados por
los compromisos de una verdadera sustentabilidad. Requiere asimismo de un
compromiso colectivo, de sujetar la voluntad individual a las decisiones
colectivas, como se plasma con fuerza artística en la película mexicana Corazón
del Tiempo (Dir. Alberto Cortes, 2009); este compromiso para la construcción de
los otros mundos ofrece un contraste tajante con las visiones dominantes que
premia a los individuos por ejercer su interés particular, como ya se mencionó,
muchas veces a costa de la comunidad (Villoro, 2010).
.
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Los nuevos paradigmas
.
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26 Las experiencias mencionadas
aquí son mayormente ejemplos mexicanos de un proceso que está procediendo a
escala mundial. Sociedades alrededor del mundo están abjurando de los modelos dominantes
para mejorar su calidad de vida a favor de forjar nuevos caminos para asegurar
su bienestar, concentrando en sus necesidades básicas, y el equilibro con sus
ecosistemas. Parte integral de este proceso es negociar su autonomía frente a
las crecientes presiones para que integren a la economía nacional y sucumben a
la lógica de las racionalidades mercantiles fincada en el beneficio individual
y la valorización monetaria de las relaciones sociales y los recursos
naturales.
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27 La evidencia para esta dinámica
es abundante. Algunos intelectuales comprometidos han insistido en su
importancia política y práctica (Castoriadis, 2005; Santos, 2009). Sin embargo,
muchas sociedades en todo el hemisferio están avanzando con sus propias
respuestas que trasciendan estas propuestas; lo están haciendo sólo, o en
alianza con otros agentes, para defender sus territorios, sus culturas, más
aún, su propia existencia como “pueblos originarios”. Llama la atención el
volumen de literatura documentando estos esfuerzos, tanto los que están
actualizando las costumbres tradicionales de los que defiendan sus herencias
cosmológicas y productivas (Toledo y Barrera Bassols, 2008), así como los que
están buscando nuevos caminos, que ellos pueden controlar directamente (e.g.,
Baronnet, et al., 2011; Zermeño, 2010). En todas partes del mundo es factible
ahora encontrar grupos directamente creando sus propias reservas naturales,
intensificando su capacidad de producir sus necesidades básicas, y consolidando
sus alianzas con otras comunidades; estas acciones están fincadas en su
convencimiento que tendrán que fortalecer sus propias formas de auto-gestión y
su capacidad de evitar integración (Borrini-Feyerabend, et al., 2007;
Borrini-Feyerabend, 2010).
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28 La construcción de nuevos
paradigmas –un nuevo paradigma social– para “otros mundos mejores” ha estado en
proceso por mucho tiempo. A diferencia de la presentación ortodoxa de la
multidisciplinariedad y la interculturalidad, el diálogo de saberes incorpora
de manera explícita el rechazo de la concentración del poder frente a la
posibilidad de la “negociación” y “democratización del conocimiento”. Presenta,
entonces, el reconocimiento de los saberes –autóctonos, tradicionales, locales–
que aportan sus experiencias y se suman al conocimiento científico y experto;
pero implica la ruptura de una vía homogénea hacia la sustentabilidad; es la
apertura hacia la diversidad que rompe la hegemonía de una lógica unitaria y va
más allá de una estrategia de inclusión y participación de visiones alternativas
y racionalidades diversas… La construcción de otros mundos está en proceso –
¡ofrece esperanzas insospechadas! –.
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Notas
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1
Noam Chomsky (1967) planteó el mismo cuestionamiento hace casi medio
siglo en el horrífico contexto de la complicidad de los intelectuales en
diseñar las acciones bélicas contra los pueblos de Indo-China y en la persecución
de la guerra fría a escala global.
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2
Definido como “La permanente dedicación a la retribución (servicio) a la
tierra, a la naturaleza y a la comunidad humana.”
.
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3
Para una reseña del debate sobre los campesinistas y descampesinistas,
véase Feder (1984), Esteva, et al., (1980). Una visión mexicana actualizada se
encuentra en Barkin (2002).
.
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4
Por cierto, el gobierno mexicano canceló este programa de asistencia
técnica inglés cuando se hizo evidente que las organizaciones locales
demostraron un exceso en sus demandas para la autogestión y el control de sus
propios recursos.
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Para citar este artículo
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Referencia electrónica
David Barkin, « Hacia un Nuevo
Paradigma Social », Polis [En línea], 33 | 2012, Puesto en línea el 17
diciembre 2012, consultado el 21 marzo 2013. URL : http://polis.revues.org/8420 ; DOI : 10.4000/polis. 8420
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Autor
David Barkin
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Universidad Autónoma
Metropolitana – Campus Xochimilco, Ciudad de México, México. Email: barkin@correo.xoc.uam.mx
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Hacia la construcción de un nuevo
paradigma social
Publicado en Polis, 33 | 2012
¿Es posible un modelo alterno de
acumulación?
Una propuesta para la Nueva
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Publicado en Polis, 13 | 2006
Reconsiderando las alternativas
sociales en México rural [Texto integral]
Estrategias campesinas e
indígenas