I
Más fuerte que la muerteCrónica de una creación
Para Lillibel Blanco, por su juventud...ella sabe. Por Graciela Azcárate
Cuando el 7 de mayo, el director del Departamento de Materiales Especiales del Archivo General de Nación me encargó el trabajo de curadora y de montar la exposición fotográfica y documental del exilio español en República Dominicana, fue como si de pronto se hubiera abierto una puerta al pasado y después de sesenta años, en tropel entraran los fantasmas adorables de mi niñez.
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La memoria de mi padre y su familia asturiana, y aquella caravana de primos, primas, sobrinos, tíos que salían al mundo y recalaban en la casa de papá contando desde distintos ángulos una historia que marcó un antes y un después en España y en el mundo.
Porque aquella España de 1936, cambió para siempre, y para los que se fueron en 1939, la vida no volvería a ser igual, como tampoco la vida sería la misma para los que los recibimos y nos tocó vivir y compartir su destino.
La llegada de los refugiados españoles a cualquier país de Latinoamérica es un hito imprescindible por ejemplo en la historia de Méjico, Cuba, Argentina y República Dominicana.
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Dice Bernardo Vega que República Dominicana cambió vertiginosamente con la llegada de aquellos 4000 refugiados y que nunca en tan poco tiempo, tan poca gente hizo tanto por un país.
Para los argentinos, y tal vez para la generación que nació en la posguerra ellos fueron ese humus, esa tierra propicia donde sembraron y creció esto que hoy sintetiza una mujer anciana alimentada con la memoria de aquella generación de la derrota.
Al cabo de dos meses de trabajo, en la noche de la inauguración Roberto Cassá relató lo que habían significado para los dominicanos que aún no habían nacido, él estaba contando una experiencia generacional, además de reflejar su pasado familiar y su postura de historiador.
Recordó las tertulias en Méjico, y cuando citó a León Felipe por mi cabeza pasó el recuerdo de una larga caravana de personas que pobló mi infancia, donde se conjugaba esa tragedia que significó la guerra civil española, y donde en extraña mezcla convivían lo heroico y lo abyecto; el honor y la traición; los tíos perseguidos por ser comunistas masones, y los curas seminaristas de la familia, ladrones de los fondos del convento, buscando refugio en Méjico y justificando en una suerte de picaresca del siglo XVII la desfachatez del robo o el adorable anarquista catalán, perseguido y casi muerto que llegó a mi infancia y al barrio para ser mi amigo y mentor y enseñarme lo que hacía una prensa, la literatura y los periódicos.
Cuando Roberto Cassá hizo ese ejercicio de la memoria en mi interior resonó la frase escrita por Elizabeth Kostova en La historiadora:
Este es el relato de cómo yo, a mis dieciséis años, fui en busca de mi padre y su pasado, y de cómo él fue en busca de su adorado mentor y de la historia de su mentor, y de cómo todos nos encontramos en uno de los senderos más oscuros de la historia.
Es el relato de quienes sobrevivieron a esa búsqueda y de quienes no, y porqué.
Como historiadora, he aprendido que, en realidad, nadie que investiga en la historia sobrevive a ella. Y no sólo es la investigación en si lo que nos pone en peligro. A veces la propia historia nos atrapa con su garra sombría.
Como la historiadora norteamericana me dí cuenta ni bien empecé a trabajar que iba a salir de esa experiencia transformada.
Por eso dejé crecer la memoria, volví al barrio pobre de mi infancia y me convertí en aquella chiquilla correteando con los hijos de los refugiados que habían nacido en el destierro, sentada en las faldas de una abuela española, doña Antonia, una gallega señorial con una cabeza blanca y un encanto sin igual para contarme, a mí y los chicos del barrio las peripecias que ella, sus hijos y nietos habían corrido para escapar de Franco y el fascismo.
Vuelvo a tocar y oler la ropa cocida a mano por Sofía, la modista madrileña, que entre puntada y puntada me contaba del Madrid, del No Pasarán y esa barriga cosida a tiros, la del marido, un gordo inmenso que con voz de tenor cantaba Puente de los franceses, que lo llevaron al paseo, pero lo dejaron tirado en el fondo del cementerio dado por muerto, ella entonces lo rastreó como una perra de caza, lo buscó, lo sacó a rastras, lo curó y en un carromato logró sacarlo por el sur de Francia, hasta que recalaron en Buenos Aires en la casa de Angelita, la amiga de mi mamá... que había llegado con su madre, doña Pura, ellas dos solitas, en un barco, porque a todos los hombres de la familia los habían fusilado por mineros, por comunistas y por asturianos.
Y entonces en un entrevero de sur y Caribe, de antillanos y sudamericanos preparé el guión, las fotos, los poemas, las historias de los ocho ancianos que fueron a contar su vida al departamento de fuentes orales, canté las canciones revolucionarias, las que cantaba Hipólito, un marino republicano, sobrino de mi padre, no hay quien pueda con la gente marinera, luchadora, si te quieres venir con nosotros al mar, tendrás que combatir, tendrás que pelear, no hay quien pueda,
No hay quien pueda, con la gente marinera luchadora, y me puse a llorar y escuché a Natalia Gonzáles y reproduje su investigación para que me contara las estaciones del dolor de su familia y de los españoles del exilio y del llanto, en 1939, en un puerto de las Antillas.
Traté de ser rigurosa, severa, respetuosa de la historia y experiencia del país y repetí todo lo que se ha escrito en seminarios, encuentros y memorias del exilio español en República Dominicana. Pero también me dí cuenta que eso era una armazón académica, fría y artificial. Que era como esos apuros burocráticos para cumplimentar un proyecto y justificar un dinero otorgado.
Es posible que la exposición fotográfica de Refugiados españoles a República Dominicana 1939- 1940 Más fuerte que la muerte responda a la IX Convocatoria de Ayudas a Proyectos Archivísticos realizada por la Asociación para el Desarrollo de Archivos Iberoamericanos 2007- 2008.
Que tenga 48 paneles, de tamaño 44 por 48 pulgadas, un resumen del acopio fotográfico, la descripción de fichas, digitalización de fondos documentales, realización de testimonios de vida, trascripción y redacción de testimonios.
Es muy posible que en 16 paneles de 22 por 30 pulgadas Natalia González la hija de un refugiado explique de manera sucinta el periodo histórico que abarca ese movimiento demográfico, sus causas, consecuencias y cronología.
También es cierto que hemos utilizado fotografías del fondo Conrado, que asciende a unos 35.ooo negativos y se reproducen fondos digitalizados de periódicos de la época tales como La Nación, La Opinión , El Listín, Democracia, U.G.T., Juventud Española y la revista de arte Ágora.
Se reproducen fotografías de los fondos que integran la colección de 17 tomos de Episodios de la Cruzada. Fondos documentales de la Secretaría de Interior y Policía. Negociado de Inmigración donde se trabajaron aproximadamente 1.500 pedidos de residencia y Renovación de Permisos.
Todo eso es cierto, es ejemplar en el relato y el detalle de una labor académica pero un Archivo de la Nación además de los documentos tangibles de una sociedad guarda y atesora ese acervo intangible de la memoria, del dolor y los aciertos de un pueblo. Guarda la poesía de muchos pueblos. De los que estaban y de los que llegaron. De los que se fueron pero también de los que se quedaron, y contribuyeron a construir el alma nacional. En silencio, anónimos, oscuros.
A mi, personalmente, me encantó convertirme en un cetáceo prehistórico y hundirme en ese mar profundo que es la historia dominicana. Me apasionó releer 1500 permisos de residencia, y seguirles el rastro para saber como habían vivido, amado, odiado, como se habían quedado silenciados y anónimos para que Trujillo no los echara y poder sobrevivir.
Me encantó seguir en la Fototeca del AGN el rumbo digno, profético y generoso de Miguel Holguín Veras y además de recordarlo como amigo entrañable, dedicarle la exposición porque es una deuda que tiene el pueblo dominicano, los intelectuales y los trabajadores de la cultura con un archivero de corazón y un dominicano patriota.
De pronto, me dí cuenta que me encantaba haber vivido casi treinta años entre dominicanos y conocer tanto de su historia y tribulaciones como para animarme a ser desenfada y contarlos como propios, aún no siendo una de ellos.
Me hizo feliz hasta la extenuación encontrar una camada de muchachos y muchachas jóvenes que de pronto se acoplaron a un proyecto que no era la estéril respuesta un compromiso internacional, sino que ellos de alguna manera inconsciente respondían como un compromiso ancestral a ese llamado de la sangre, ese homenaje, ese compromiso, ese encuentro solidario de la comunidad sin distinciones ideológicas, de credo, condición social o raza.
Al final, y a días de la presentación me di cuenta que había cosas que no podíamos hacer, murales que no podíamos levantar, textos que no podíamos reproducir ni poemas que declamar, y en el reperpero de l montaje, del herrero, de los imprevistos, del calor y el apuro, una muchachita muy joven, con perfecta dicción, y un voz preciosa me tiró de la manga, me llamó la atención y me intimó con aprecio a que sacara a flote eso que habíamos soñado como presentación del evento pero que las circunstancias habían impedido.
Porque aquella España de 1936, cambió para siempre, y para los que se fueron en 1939, la vida no volvería a ser igual, como tampoco la vida sería la misma para los que los recibimos y nos tocó vivir y compartir su destino.
La llegada de los refugiados españoles a cualquier país de Latinoamérica es un hito imprescindible por ejemplo en la historia de Méjico, Cuba, Argentina y República Dominicana.
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Dice Bernardo Vega que República Dominicana cambió vertiginosamente con la llegada de aquellos 4000 refugiados y que nunca en tan poco tiempo, tan poca gente hizo tanto por un país.
Para los argentinos, y tal vez para la generación que nació en la posguerra ellos fueron ese humus, esa tierra propicia donde sembraron y creció esto que hoy sintetiza una mujer anciana alimentada con la memoria de aquella generación de la derrota.
Al cabo de dos meses de trabajo, en la noche de la inauguración Roberto Cassá relató lo que habían significado para los dominicanos que aún no habían nacido, él estaba contando una experiencia generacional, además de reflejar su pasado familiar y su postura de historiador.
Recordó las tertulias en Méjico, y cuando citó a León Felipe por mi cabeza pasó el recuerdo de una larga caravana de personas que pobló mi infancia, donde se conjugaba esa tragedia que significó la guerra civil española, y donde en extraña mezcla convivían lo heroico y lo abyecto; el honor y la traición; los tíos perseguidos por ser comunistas masones, y los curas seminaristas de la familia, ladrones de los fondos del convento, buscando refugio en Méjico y justificando en una suerte de picaresca del siglo XVII la desfachatez del robo o el adorable anarquista catalán, perseguido y casi muerto que llegó a mi infancia y al barrio para ser mi amigo y mentor y enseñarme lo que hacía una prensa, la literatura y los periódicos.
Cuando Roberto Cassá hizo ese ejercicio de la memoria en mi interior resonó la frase escrita por Elizabeth Kostova en La historiadora:
Este es el relato de cómo yo, a mis dieciséis años, fui en busca de mi padre y su pasado, y de cómo él fue en busca de su adorado mentor y de la historia de su mentor, y de cómo todos nos encontramos en uno de los senderos más oscuros de la historia.
Es el relato de quienes sobrevivieron a esa búsqueda y de quienes no, y porqué.
Como historiadora, he aprendido que, en realidad, nadie que investiga en la historia sobrevive a ella. Y no sólo es la investigación en si lo que nos pone en peligro. A veces la propia historia nos atrapa con su garra sombría.
Como la historiadora norteamericana me dí cuenta ni bien empecé a trabajar que iba a salir de esa experiencia transformada.
Por eso dejé crecer la memoria, volví al barrio pobre de mi infancia y me convertí en aquella chiquilla correteando con los hijos de los refugiados que habían nacido en el destierro, sentada en las faldas de una abuela española, doña Antonia, una gallega señorial con una cabeza blanca y un encanto sin igual para contarme, a mí y los chicos del barrio las peripecias que ella, sus hijos y nietos habían corrido para escapar de Franco y el fascismo.
Vuelvo a tocar y oler la ropa cocida a mano por Sofía, la modista madrileña, que entre puntada y puntada me contaba del Madrid, del No Pasarán y esa barriga cosida a tiros, la del marido, un gordo inmenso que con voz de tenor cantaba Puente de los franceses, que lo llevaron al paseo, pero lo dejaron tirado en el fondo del cementerio dado por muerto, ella entonces lo rastreó como una perra de caza, lo buscó, lo sacó a rastras, lo curó y en un carromato logró sacarlo por el sur de Francia, hasta que recalaron en Buenos Aires en la casa de Angelita, la amiga de mi mamá... que había llegado con su madre, doña Pura, ellas dos solitas, en un barco, porque a todos los hombres de la familia los habían fusilado por mineros, por comunistas y por asturianos.
Y entonces en un entrevero de sur y Caribe, de antillanos y sudamericanos preparé el guión, las fotos, los poemas, las historias de los ocho ancianos que fueron a contar su vida al departamento de fuentes orales, canté las canciones revolucionarias, las que cantaba Hipólito, un marino republicano, sobrino de mi padre, no hay quien pueda con la gente marinera, luchadora, si te quieres venir con nosotros al mar, tendrás que combatir, tendrás que pelear, no hay quien pueda,
No hay quien pueda, con la gente marinera luchadora, y me puse a llorar y escuché a Natalia Gonzáles y reproduje su investigación para que me contara las estaciones del dolor de su familia y de los españoles del exilio y del llanto, en 1939, en un puerto de las Antillas.
Traté de ser rigurosa, severa, respetuosa de la historia y experiencia del país y repetí todo lo que se ha escrito en seminarios, encuentros y memorias del exilio español en República Dominicana. Pero también me dí cuenta que eso era una armazón académica, fría y artificial. Que era como esos apuros burocráticos para cumplimentar un proyecto y justificar un dinero otorgado.
Es posible que la exposición fotográfica de Refugiados españoles a República Dominicana 1939- 1940 Más fuerte que la muerte responda a la IX Convocatoria de Ayudas a Proyectos Archivísticos realizada por la Asociación para el Desarrollo de Archivos Iberoamericanos 2007- 2008.
Que tenga 48 paneles, de tamaño 44 por 48 pulgadas, un resumen del acopio fotográfico, la descripción de fichas, digitalización de fondos documentales, realización de testimonios de vida, trascripción y redacción de testimonios.
Es muy posible que en 16 paneles de 22 por 30 pulgadas Natalia González la hija de un refugiado explique de manera sucinta el periodo histórico que abarca ese movimiento demográfico, sus causas, consecuencias y cronología.
También es cierto que hemos utilizado fotografías del fondo Conrado, que asciende a unos 35.ooo negativos y se reproducen fondos digitalizados de periódicos de la época tales como La Nación, La Opinión , El Listín, Democracia, U.G.T., Juventud Española y la revista de arte Ágora.
Se reproducen fotografías de los fondos que integran la colección de 17 tomos de Episodios de la Cruzada. Fondos documentales de la Secretaría de Interior y Policía. Negociado de Inmigración donde se trabajaron aproximadamente 1.500 pedidos de residencia y Renovación de Permisos.
Todo eso es cierto, es ejemplar en el relato y el detalle de una labor académica pero un Archivo de la Nación además de los documentos tangibles de una sociedad guarda y atesora ese acervo intangible de la memoria, del dolor y los aciertos de un pueblo. Guarda la poesía de muchos pueblos. De los que estaban y de los que llegaron. De los que se fueron pero también de los que se quedaron, y contribuyeron a construir el alma nacional. En silencio, anónimos, oscuros.
A mi, personalmente, me encantó convertirme en un cetáceo prehistórico y hundirme en ese mar profundo que es la historia dominicana. Me apasionó releer 1500 permisos de residencia, y seguirles el rastro para saber como habían vivido, amado, odiado, como se habían quedado silenciados y anónimos para que Trujillo no los echara y poder sobrevivir.
Me encantó seguir en la Fototeca del AGN el rumbo digno, profético y generoso de Miguel Holguín Veras y además de recordarlo como amigo entrañable, dedicarle la exposición porque es una deuda que tiene el pueblo dominicano, los intelectuales y los trabajadores de la cultura con un archivero de corazón y un dominicano patriota.
De pronto, me dí cuenta que me encantaba haber vivido casi treinta años entre dominicanos y conocer tanto de su historia y tribulaciones como para animarme a ser desenfada y contarlos como propios, aún no siendo una de ellos.
Me hizo feliz hasta la extenuación encontrar una camada de muchachos y muchachas jóvenes que de pronto se acoplaron a un proyecto que no era la estéril respuesta un compromiso internacional, sino que ellos de alguna manera inconsciente respondían como un compromiso ancestral a ese llamado de la sangre, ese homenaje, ese compromiso, ese encuentro solidario de la comunidad sin distinciones ideológicas, de credo, condición social o raza.
Al final, y a días de la presentación me di cuenta que había cosas que no podíamos hacer, murales que no podíamos levantar, textos que no podíamos reproducir ni poemas que declamar, y en el reperpero de l montaje, del herrero, de los imprevistos, del calor y el apuro, una muchachita muy joven, con perfecta dicción, y un voz preciosa me tiró de la manga, me llamó la atención y me intimó con aprecio a que sacara a flote eso que habíamos soñado como presentación del evento pero que las circunstancias habían impedido.
Con candor, con frescura pero con firmeza una joven dominicana me recordó que a pesar de las derrotas hay cosas más fuertes que la muerte.
Entonces me senté y reescribí un guión que no era el del principio, que reducía gentes, luces e intervenciones pero que tal vez era la mejor síntesis de un trabajo en común, y lo escribí para que ella, impecable y certera lo leyera esa noche de agosto.
Cuando el 12 de mayo presenté el boceto de lo que proponía hacer, el título estaba determinado por una historia que venía del pasado, de mis mayores, de la historia de mi país, de mis elecciones, de mi carrera de historiadora, de los españoles que conocí, de la vida que elegí vivir y sobre todo de mi condición de sudamericana. La Guerra de la Triple Alianza es una certeza y referente en la vida de argentinos, uruguayos y brasileños.
Las novelas de Augusto Roa Bastos, los ensayos y crónicas periodísticas de Rafael Barret, Bartolomé Mitre, Domingo Faustino Sarmiento, el periódico La Nación son los hitos de una historia singular en los confines sureños.
La exposición lleva por título Más fuerte que la muerte y se compendia en un panel que cuenta la trayectoria del músico Casal Chapí que de alguna manera sintetiza el espíritu, el garbo y la hidalguía de españoles ejemplares como Rafael Barret.
El novelista Augusto Roa Bastos ha escrito que la literatura paraguaya y latinoamericana se hizo grande y tuvo vida propia a la sombra de Rafael Barrett. Aquel español que como ninguno encarnó la España del desastre de 1898. Que no dudó, en atacar a bastonazos a toda una clase social española atrincherada en sus privilegios de casta. Después se marchó al exilio sudamericano.
Desde Buenos Aires y como periodista describió la cruel realidad del campo argentino y en Paraguay dio vuelta a la historia oficial de la Guerra de la Triple Alianza. Es el reflejo de un hombre en quien palabra y acción son dos pasos sucesivos y complementarios y su obra literaria no se entiende sin su accionar idealista y resuelto. Roa Bastos dice que les enseñó a escribir de la realidad que delira. Era, como dijo Rubén Darío, su contemporáneo, en la Oda a Roosevelt un resumen de aquella: América bárbara, que vive, que ama, y sueña
¡vive la América española!
Hay mil cachorros sueltos del león español!
Treinta años después, músicos, pintores, poetas, historiadores se vieron de pronto sumergidos en la historia cruel de la guerra civil que los arrojó a una vorágine. Dejaron de ser lo que eran, dejaron sus poesías, su música, sus lienzos, sus investigaciones históricas para luchar por un ideal de justicia o simplemente para salvar la vida con dignidad. Son esos miles de cachorros que acogió el pueblo dominicano, o el argentino, o el mejicano o el cubano entre 1939 y 1940 y es donde se hace carne esa frase que es el icono de la exposición:
La historia no tiene final. Desde el principio de los tiempos siempre hubo hogueras de violencia destructiva y también siempre hubo el fuego del espíritu para purificar el daño conjurándolo a través del arte, que es más fuerte que la muerte.
---
II
Los españoles del éxodo y el llanto
La historia no tiene final
Es posible que las guerras civiles que se produjeron en España en el siglo XIX tuvieran una profunda incidencia durante largo tiempo en la vida política española, pero la Guerra Civil significó desde el punto de vista social un antes y un después.
No solo en las relaciones con Francia y con Europa sino en su relación con Hispanoamérica. Los camiones que en interminable fila se aproximaban a la frontera francesa, en 1939 llevaban multitud de refugiados que en su mayor parte pasaron a engrosar la población de los campos de concentración del otro lado de los Pirineos.
»En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército Rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado». Así decía el parte de guerra de los franquistas, faltaba agregar que empezaba un largo exilio. Un exilio que en el departamento de fuentes orales del AGN se encarna en las entrevistas que recogen la historia de vida de: Dolores Gonzáles, Margarita Gonzáles, Luis Arambilet, Ricardo Domingo Bochaca, María Ugarte España, María Isidra Bernaldo de Quirós de Cassá, Mercedes Sabater de Macarrulla y Juan Gil Argelés.
Ocho testimonios que se resumen en ese poema de León Felipe que los describe como los españoles del éxodo y del llanto.
Los que se fueron
(...) al sur…por una puerta inmensa que mira
Al mar y a un cielo de nuevas constelaciones.
Por esa puerta salí yo…
Todos los poetas del Destierro…
Y todos los españoles del éxodo y del Llanto.
Por esta puerta nos empujó el Viento…
la Historia… la Gran Historia…Dios… hacia los
brazos abiertos de América…
(...) Entonces Franco dijo:
He limpiado la nación
He arrojado de la Patria
La carroña y la cizaña…
Pero el Viento...la historia…la Gran Historia…
Dios habló de esta manera:
Hemos salvado la semilla mejor…
¡Y aquí nos trajo!
Al mar y a un cielo de nuevas constelaciones.
Por esa puerta salí yo…
Todos los poetas del Destierro…
Y todos los españoles del éxodo y del Llanto.
Por esta puerta nos empujó el Viento…
la Historia… la Gran Historia…Dios… hacia los
brazos abiertos de América…
(...) Entonces Franco dijo:
He limpiado la nación
He arrojado de la Patria
La carroña y la cizaña…
Pero el Viento...la historia…la Gran Historia…
Dios habló de esta manera:
Hemos salvado la semilla mejor…
¡Y aquí nos trajo!
En los primeros meses de 1939, con el fin de la campaña de Cataluña, casi medio millón de españoles cruzaron la frontera camino del destierro, siendo los primeros días de febrero las más numerosas caravanas.
Es esa salida por Gerona con ribetes de éxodo bíblico que narra Mercedes Sabater de Macarrulla cuando se despide de los padres, o María Isidra Bernaldo de Quirós de Cassá que acompaña a su hermana y cuñado, segundo del comandante republicano Líster y que no pierde el humor cuando relata que don Constancio, su padre a pesar del hambre que pasaban reservaba la lata de sardinas para el gato, porque el animalito no sabía de esas cosas de la guerra.
Es la desgarrada salida de las hermanas González que simplemente se pierden en el puerto de embarque, son las estaciones del dolor para Luis Arambilet en una barcaza en Burdeos, o las peripecias de Bochaca para salvar la vida o simplemente esa mirada de niño, la de Juan Gil que atraviesa los Pirineos en busca del padre preso en el campo de concentración de Gurs y que se queda extasiado ante los fuegos artificiales que celebran el 14 de julio en Francia.
Lillibel Blanco, la joven maestra de ceremonias dijo: Es la mirada de nuestro niño de la guerra. Es la mirada de Juan Antonio Bernabé Gil Argelés Eso dijo esa noche de agosto, la editora senior del Departamento de Investigaciones y Divulgación del AGN. Y con ésta breve acotación intento trasmitir que los proyectos de trabajo del Archivo son entre departamentos, con la contribución, los conocimientos y el ímpetu de un equipo humano que se conforma de las profesiones, edades e intereses más disímiles. Esa noche el AGN festejaba nuestro niño de la guerra. Uno solo. No sabíamos lo que vendría.
Dos meses después, la exposición fotográfica Más fuerte que la muerte. Refugiados españoles a República Dominicana 1939- 1940, creció como esa ola de españoles del exilio y del llanto que llegó hace casi setenta años, del otro lado del Atlántico. Pero es una ola poblada de risas, de llanto, si, de exilio pero también de esa poderosa fuerza espiritual del pueblo español que encontró consuelo en la generosidad del pueblo dominicano.
Desde el lunes, a principios de octubre, a la puerta del AGN han llegado más niños de la guerra y la exposición se ve regalada y premiada por ese incesante llegar de españoles y españolas que no se fueron, que se quedaron, que echaron raíces, que tuvieron hijos y nietos y que hicieron de República Dominicana una segunda patria.
Los hermanos José Luis y Antonio Rodríguez Villacañas Lopez de Haro ; Juan Benito Zaragoza, acompañados de Juan Gil y Luis Arambilet llegaron como un soplo de alegría, con ese fuego del espíritu que es más fuerte que la muerte.
Fue un soplo vivificante la llegada de esos niños de la guerra todos luciendo unos primaverales 73, 74 y 75 años. Ellos son la prueba de esa fuerza ancestral hecha poema por Darío, la del cachorro de león español regada en la América pagana y recuperada por la curadora para ponerle un símbolo iconográfico a un pedazo de historia dominicana y también latinoamericana.
El novelista Augusto Roa Bastos ha escrito que la literatura paraguaya y latinoamericana se hizo grande y tuvo vida propia a la sombra de Rafael Barrett. Aquel español que como ninguno encarnó la España del desastre de 1898. Que no dudó, en, a bastonazos atacar a toda una clase social española atrincherada en sus privilegios de casta. Después se marchó al exilio sudamericano. Desde Buenos Aires y como periodista describió la cruel realidad del campo argentino y en Paraguay dio vuelta a la historia oficial de la Guerra de la Triple Alianza.
Es el reflejo de un hombre en quien palabra y acción son dos pasos sucesivos y complementarios y su obra literaria no se entiende sin su accionar idealista y resuelto.
Roa Bastos dice que les enseñó a escribir de la realidad que delira.
Era como dijo Rubén Darío, su contemporáneo, en la Oda a Roosevelt un resumen de aquella: América bárbara, que vive, que ama, y sueña ¡vive la América española!
Fue un soplo vivificante la llegada de esos niños de la guerra todos luciendo unos primaverales 73, 74 y 75 años. Ellos son la prueba de esa fuerza ancestral hecha poema por Darío, la del cachorro de león español regada en la América pagana y recuperada por la curadora para ponerle un símbolo iconográfico a un pedazo de historia dominicana y también latinoamericana.
El novelista Augusto Roa Bastos ha escrito que la literatura paraguaya y latinoamericana se hizo grande y tuvo vida propia a la sombra de Rafael Barrett. Aquel español que como ninguno encarnó la España del desastre de 1898. Que no dudó, en, a bastonazos atacar a toda una clase social española atrincherada en sus privilegios de casta. Después se marchó al exilio sudamericano. Desde Buenos Aires y como periodista describió la cruel realidad del campo argentino y en Paraguay dio vuelta a la historia oficial de la Guerra de la Triple Alianza.
Es el reflejo de un hombre en quien palabra y acción son dos pasos sucesivos y complementarios y su obra literaria no se entiende sin su accionar idealista y resuelto.
Roa Bastos dice que les enseñó a escribir de la realidad que delira.
Era como dijo Rubén Darío, su contemporáneo, en la Oda a Roosevelt un resumen de aquella: América bárbara, que vive, que ama, y sueña ¡vive la América española!
Hay mil cachorros sueltos del león español!
No importan los tiempos ni las circunstancias. Aquel cachorro de león español que arremetió con hidalguía en el confín sudamericano, en 1908, se reencarnó en Enrique Casal Chapí, en Eugenio Granell, en Vicente Llorens, y en tantos otros. Son esos miles de cachorros de león que acogió el pueblo dominicano entre 1939 y 1940 y donde se hace carne esa frase que es el icono de nuestra exposición: Más fuerte que la muerte.
Como romántica incurable, y tal vez repitiendo un mandato ancestral eso escribí en el guión que tan bien leyó Lillibel la noche del 7 de agosto. Lo que no sabía era que, como premonición, desde las bodegas de los barcos, desde el dolor y el llanto, setenta años después iban a llegar más cachorros de león, vitales, soñadores, vencedores de penas y espantos.
El martes llegó al AGN lleno de chispa y gracejo Antonio Rodríguez Villacañas Lopez deHaro. Durante dos horas mantuvo un auditorio cautivo de su relato de gesta. Dejó encandilados a Pedro de León, encargado de Fuentes orales y a los investigadores del departamento.
El jueves entraron en tropel, como una partida del Mio Cid, fuertes, jóvenes, bizarros, irreverentes, altaneros, soberanos,seguros como esa eterna primavera que reina en el corazón de los que conservan su niño interior
Casi como si el Cid regresara después de tantas batallas perdidas y cuatrocientos años después otro español indomable proclamara:
La historia no tiene final. Desde el principio de los tiempos siempre hubo hogueras de violencia destructiva y también siempre hubo el fuego del espíritu para purificar el daño conjurándolo a través del arte, que es más fuerte que la muerte.
---III
Está ocurriendo todo, todavía...
Está ocurriendo todo, todavía...
Hay guerras que se pierden y nunca están perdidas. Bajo la paz impuesta por la guerra, el pueblo calla, espera y no se olvida. Hay muertos que no se han muerto, ideas siempre vivas. Te escribo, Rafael, para decirte que está ocurriendo todo, todavía.
Jesús López Pacheco*
Es la mañana del jueves 16 de octubre, en la entrada del Archivo General de Nación. Acabo de llevar a un grupo de estudiantes de la UASD por una especie de visita guiada por las exposiciones que tenemos en el Archivo.
Jesús López Pacheco*
Es la mañana del jueves 16 de octubre, en la entrada del Archivo General de Nación. Acabo de llevar a un grupo de estudiantes de la UASD por una especie de visita guiada por las exposiciones que tenemos en el Archivo.
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Más fuerte que la muerte- Refugiados españoles a República Dominicana 1939-1940 es la niña mimada y la que concita el interés y las preguntas de los jóvenes. Grabadoras, papeles, cuadernos, celulares y un montón de muchachas y muchachos ronronean a mi alrededor, hasta una sombrilla desplegada me protege del sol y me permite contarles las peripecias de la exposición y de nuestros refugiados españoles. Les cuento de manera minuciosa las cosas que nos pasaron mientras contábamos la historia de los refugiados también aprovecho para mostrarles y hablarles de la exposición de Historiadores, del Movimiento Obrero dominicano y de la exposición de pintura colonial de Alberto Bass en el entrepiso.
.
Al pie de la escalera me despido de ellos y me sacan de las manos la última fotocopia de los permisos de residencia de 1939 que les mostré para que ilustren su investigación. Me siento contenta de lo receptivos que son, de las preguntas inteligentes que hicieron y pienso que la exposición cumple el cometido de comunicar la historia y la experiencia de un grupo social desterrado...
.Me consuelo, en lo más profundo de mi diseñadora gráfica herida, del desmadre que el sol y la lluvia han producido en el color de las fotos y los documentos en los paneles.
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En fin, me siento contenta con el trabajo bien hecho, con los compañeros diligentes, con el Archivo que me permite hacer un trabajo distinto y creativo. Cuando me dispongo a subir la escalera para ponerme a trabajar en la clase de diseño de libros que debo impartir el viernes me avisan que en la recepción una mujer me busca.
Más fuerte que la muerte- Refugiados españoles a República Dominicana 1939-1940 es la niña mimada y la que concita el interés y las preguntas de los jóvenes. Grabadoras, papeles, cuadernos, celulares y un montón de muchachas y muchachos ronronean a mi alrededor, hasta una sombrilla desplegada me protege del sol y me permite contarles las peripecias de la exposición y de nuestros refugiados españoles. Les cuento de manera minuciosa las cosas que nos pasaron mientras contábamos la historia de los refugiados también aprovecho para mostrarles y hablarles de la exposición de Historiadores, del Movimiento Obrero dominicano y de la exposición de pintura colonial de Alberto Bass en el entrepiso.
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Al pie de la escalera me despido de ellos y me sacan de las manos la última fotocopia de los permisos de residencia de 1939 que les mostré para que ilustren su investigación. Me siento contenta de lo receptivos que son, de las preguntas inteligentes que hicieron y pienso que la exposición cumple el cometido de comunicar la historia y la experiencia de un grupo social desterrado...
.Me consuelo, en lo más profundo de mi diseñadora gráfica herida, del desmadre que el sol y la lluvia han producido en el color de las fotos y los documentos en los paneles.
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En fin, me siento contenta con el trabajo bien hecho, con los compañeros diligentes, con el Archivo que me permite hacer un trabajo distinto y creativo. Cuando me dispongo a subir la escalera para ponerme a trabajar en la clase de diseño de libros que debo impartir el viernes me avisan que en la recepción una mujer me busca.
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Se llama María Rojas Vargas. Trae en las manos el recorte del periódico HOY donde Carmen Matos hizo un magnifico reportaje de la exposición. Me emociona ver la inmensa foto de los españoles que salen por el sur y que ilustra La guerra ha terminado, comienza el exilio, el panel con los niños del exilio y la foto de Juan Gil, nuestro niño de la guerra.
Se llama María Rojas Vargas. Trae en las manos el recorte del periódico HOY donde Carmen Matos hizo un magnifico reportaje de la exposición. Me emociona ver la inmensa foto de los españoles que salen por el sur y que ilustra La guerra ha terminado, comienza el exilio, el panel con los niños del exilio y la foto de Juan Gil, nuestro niño de la guerra.
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Es hija de un refugiado español llamado Jesús Carcelle García. El padre llegó en 1940, era médico, entró por Puerto Plata. Conoció a su madre en Luperón y de sus amores nació ella en 1942. Nunca lo conoció, no sabe como es, no conoce su rostro y cuando leyó el artículo pensó que en el Archivo podían ayudarla a recuperar a su padre.
Es hija de un refugiado español llamado Jesús Carcelle García. El padre llegó en 1940, era médico, entró por Puerto Plata. Conoció a su madre en Luperón y de sus amores nació ella en 1942. Nunca lo conoció, no sabe como es, no conoce su rostro y cuando leyó el artículo pensó que en el Archivo podían ayudarla a recuperar a su padre.
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Me cuenta que en 1943, Trujillo lo hizo salir del país acusándolo de comunista y lo mandó a Méjico. Su madre se casó y el padrastro le dio su nombre, pero junto al nombre quemó la única foto de ella recién nacida en los brazos de Jesús Carcelle.
La hago subir a nuestra oficina y la presento a Pedro de León para que preparen la entrevista en el departamento de Memoria oral. Mientras ella conversa y vuelve a contarles su historia busco en la base de datos de los permisos de residencia y descubro que en uno de los listados de entrada en los puertos, en la letra c figura Jesús Carcelle García.
Me cuenta que en 1943, Trujillo lo hizo salir del país acusándolo de comunista y lo mandó a Méjico. Su madre se casó y el padrastro le dio su nombre, pero junto al nombre quemó la única foto de ella recién nacida en los brazos de Jesús Carcelle.
La hago subir a nuestra oficina y la presento a Pedro de León para que preparen la entrevista en el departamento de Memoria oral. Mientras ella conversa y vuelve a contarles su historia busco en la base de datos de los permisos de residencia y descubro que en uno de los listados de entrada en los puertos, en la letra c figura Jesús Carcelle García.
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La llamo, la siento a mi lado, le muestro la pantalla de la computadora, los lagrimones le surcan la cara, y cuando le muestro el listado, el nombre y le confirmo que entró por Puerta Plata, el 23 de febrero de 1940 en el vapor de La Salle estalla en sollozos y me abraza.
La llamo, la siento a mi lado, le muestro la pantalla de la computadora, los lagrimones le surcan la cara, y cuando le muestro el listado, el nombre y le confirmo que entró por Puerta Plata, el 23 de febrero de 1940 en el vapor de La Salle estalla en sollozos y me abraza.
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Se me hace un nudo en la garganta. Nos abarca un enorme silencio y todos los compañeros de la oficina la siguen en ese reencuentro con la memoria perdida. Sigo pasando en la computadora los listados de los 3500 españoles del éxodo y el llanto que llegaron hace casi setenta años. Nos bendice porque de alguna manera le hemos devuelto al padre perdido.
Se me hace un nudo en la garganta. Nos abarca un enorme silencio y todos los compañeros de la oficina la siguen en ese reencuentro con la memoria perdida. Sigo pasando en la computadora los listados de los 3500 españoles del éxodo y el llanto que llegaron hace casi setenta años. Nos bendice porque de alguna manera le hemos devuelto al padre perdido.
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Hemos recuperado la memoria de una recién nacida en la rodillas del padre, de la imagen que se quemó hace 65 años y que ha ido recomponiendo por lo que le narran los vecinos. La madre nunca le contó nada. Ella se siente amputada, sin padre, sin raíz, sin nombre.
Hemos recuperado la memoria de una recién nacida en la rodillas del padre, de la imagen que se quemó hace 65 años y que ha ido recomponiendo por lo que le narran los vecinos. La madre nunca le contó nada. Ella se siente amputada, sin padre, sin raíz, sin nombre.
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Llora, nos abraza, me pide que sigamos buscando en los miles de permisos para encontrar ese rostro perdido. Dice que la llamaban Turquita, que era igual al padre y que por Luperón a los españoles les decían turcos.
Llora, nos abraza, me pide que sigamos buscando en los miles de permisos para encontrar ese rostro perdido. Dice que la llamaban Turquita, que era igual al padre y que por Luperón a los españoles les decían turcos.
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Recuerda que volvió a buscarla en 1957, pero la familia impidió el reencuentro. Entonces él regresó a España y marchó como misionero al África. Allí quedó perdido para siempre otro español del exilio y del llanto. Lo que no se ha perdido es la capacidad de la sociedad para recomponer la memoria porque como dice José Martín Pallín, magistrado emérito del Tribunal Supremo de España: No se puede enterrar el olvido.
Recuerda que volvió a buscarla en 1957, pero la familia impidió el reencuentro. Entonces él regresó a España y marchó como misionero al África. Allí quedó perdido para siempre otro español del exilio y del llanto. Lo que no se ha perdido es la capacidad de la sociedad para recomponer la memoria porque como dice José Martín Pallín, magistrado emérito del Tribunal Supremo de España: No se puede enterrar el olvido.
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Y lo dice a propósito de la ley del año 2006 de Recuperación de la memoria histórica para reparar a las víctimas de la guerra civil y del franquismo, y de la propuesta del Juez Garzón para juzgar al franquismo por crímenes contra la humanidad. "Superar exige asumir, no pasar página o echar en el olvido" dice Carlos Piera, en la introducción a la novela 'Los girasoles ciegos', de Alberto Méndez.
Y lo dice a propósito de la ley del año 2006 de Recuperación de la memoria histórica para reparar a las víctimas de la guerra civil y del franquismo, y de la propuesta del Juez Garzón para juzgar al franquismo por crímenes contra la humanidad. "Superar exige asumir, no pasar página o echar en el olvido" dice Carlos Piera, en la introducción a la novela 'Los girasoles ciegos', de Alberto Méndez.
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El juez Garzón ha puesto en marcha una investigación judicial sobre los crímenes cometidos durante la Guerra Civil y los inagotables años de una dictadura que terminó físicamente con la muerte de Francisco Franco en 1975. Al final de su bien fundamentado artículo el magistrado español dice: La verdad puede resultar incómoda pero el olvido mata y es un obstáculo insalvable para la salud y la dignidad de una sociedad.
El juez Garzón ha puesto en marcha una investigación judicial sobre los crímenes cometidos durante la Guerra Civil y los inagotables años de una dictadura que terminó físicamente con la muerte de Francisco Franco en 1975. Al final de su bien fundamentado artículo el magistrado español dice: La verdad puede resultar incómoda pero el olvido mata y es un obstáculo insalvable para la salud y la dignidad de una sociedad.
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María Rojas, se despide, acordó una cita para la semana que viene. Bajamos la escalera y la invito a ver la exposición. La llevo frente al panel Los que llegaron y cuando le hago notar que sobre el muro fotografiado por Conrado, el exiliado judío que durante cinco años fotografió la vida cotidiana de los dominicanos para ganarse la vida, están las listas de refugiados que desembarcaron en los puertos del país, ella lee el nombre de su padre, ese Jesús Carcelle García que no tiene rostro y entonces se da cuenta que: Hay muertos que no se han muerto, ideas siempre vivas, alguien del pasado, acaso su padre que le escribe cartas para decirle que está ocurriendo todo, todavía.
María Rojas, se despide, acordó una cita para la semana que viene. Bajamos la escalera y la invito a ver la exposición. La llevo frente al panel Los que llegaron y cuando le hago notar que sobre el muro fotografiado por Conrado, el exiliado judío que durante cinco años fotografió la vida cotidiana de los dominicanos para ganarse la vida, están las listas de refugiados que desembarcaron en los puertos del país, ella lee el nombre de su padre, ese Jesús Carcelle García que no tiene rostro y entonces se da cuenta que: Hay muertos que no se han muerto, ideas siempre vivas, alguien del pasado, acaso su padre que le escribe cartas para decirle que está ocurriendo todo, todavía.
Es uno de los escritores más representativos de la novela social de los años cincuenta. Nacido en Madrid, en 1930, inició su carrera literaria ganando el primer accésit al premio Adonais de poesía en 1952. Su compromiso ideológico le llevó a tener una participación muy destacada en la preparación del Congreso de Escritores Jóvenes y en el Homenaje a Ortega y Gasset en 1955. Participó en los sucesos estudiantiles de febrero de 1956 en Madrid, lo que le llevó a la cárcel. En 1958 publicaba su novela Central Eléctrica que fue muy bien acogida por la crítica. Considerada más novela "épico-social" que "social-realista", en ella narraba la construcción de una central eléctrica en una de las zonas más pobres y atrasadas de España. A pesar de su éxito inmediato, López Pacheco fue censurado y perseguido por las instancias oficiales debido a su compromiso ideológico, patente en esta obra que bebe sus fuentes en las novelas épico-sociales rusas traducidas en España en los años veinte y treinta. El 1967 publicaba en Lima un relato corto, El hijo, con el trasfondo de la guerra civil y la figura del vencido. Exiliado en Moscú, de ese mismo año es también una edición de sus obras completas aparecida en esta ciudad. Por último, en 1973 se editaba en México su novela La hoja de parra, narración de construcción compleja en donde pone de manifiesto la represión y la hipocresía que impregnan la realidad cotidiana, mezclando elementos fantásticos, de ciencia-ficción y heroico-populares. Además, López Pacheco ha publicado cuentos y relatos cortos en diversas revistas del exilio en Hispanoamérica.
Fuente: Alicia Alted: Boletín de la Asociación para el Estudio de los Exilios y Migraciones Ibéricos Contemporáneos (AEMIC) Nº 2
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De arriba hacia abajo:
1- Para que no haya olvido: Mural con las fotos de los ocho testimonios orales del exilio español.
2- Fotografía de refugiados españoles. Cuatro niños de la guerra. De izquierda a derecha: Juan Antonio Bernabé Gil Argelés, Luis Arambilet, Juan Benito Zaragoza y Antonio Rodríguez Villacañas Lopez de Haro.
3- Mapa del país en un muro de la ciudad.
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Orbe Quince agradece sobremanera a Graciela Azcárate por el envío del precedente material.
Orbe Quince agradece sobremanera a Graciela Azcárate por el envío del precedente material.
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Ir a la portada de Orbe Quince:http://orbe15.blogspot.com
No importan los tiempos ni las circunstancias. Aquel cachorro de león español que arremetió con hidalguía en el confín sudamericano, en 1908, se reencarnó en Casal Chapí, en Eugenio Granell, en Vicente Llorens, por dar un ejemplo.
1 comentario:
Quiero felicitar a todos los que intervinierón para lograr publicar esta "Historia de los refugiados Españoles en Republica Dominicana".
Es importante haber recogido todos los logros que dejarón los Españoles a las generaciónes Dominicanas,pues con ello se demuestra que los Españoles que tuvierón que salir de su País defendiendo la República, eran hombres y mujeres de bien, emprendedores, trabajadores, luchadores y dispuestos a dar lo mejor de si mismos. Soy hija de una refugiada Española que llegó al País en enero del 1940 y es para mi y los mios una gran satisfacción y orgullo contar con estas informaciones para que nuestros hijos y nietos puedan nutrirse de todo esto y tambíen nosotros los hijos quienes vivimos los dolores de una familia separada y el orgullo de una madre que surcia ropa y sacos, cosia,bordaba, tejia, para ayudar a mi padre a sacar la familia adelante. Ella siempre tuvo a mi padre a su lado, pero ella era una mujer trabajadora y luchadora, eso nos lego. Tuvo un negocio que ella administraba durante 30 años y su preparación no era mas de un quinto año de primaria.
Exito en todos estos esfuerzos y si en algo puedo ayudar, pueden contar conmigo.
Sinceramente,
Lidice Tavares de Messina
Tel- Res- 809-2620241/809-9028215 Movil
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