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24.5.10

Ensayo sobre raza y racismo




"La actitud racista traduce todo lo que es histórico en natural. En consecuencia, lo vuelve imposible de modificar". (Alberto Burgio. Profesor de Historia de las Ideas. Universidad de Bolonia; Italia).


Por Pedro Samuel Rodríguez-Reyes


Introducción.



El mito de las razas

Dentro del cuerpo de ideas que estas páginas pretenden articular, consideramos apropiado incorporar el tema de la raza y el racismo como tópico que atañe y compete debatir a un pueblo de conformación multiétnica como el dominicano. Asimismo, consideramos útil tratar de comentar algunos mitos ampliamente difundidos sobre razas y pueblos, referidos a unos mal fundados juicios de valores, y finalizar con una visión general sobre el posible origen y evolución de las ideas y las doctrinas racistas.

Pero antes de hablar de las razas del hombre es necesario hacer referencia al origen de la especie humana.

Existen dos tendencias antropológicas que explican: a) un origen múltiple o poligénico, y b) un origen único o unigénico de la especie humana.

Los partidarios del poligenismo opinan que cada raza humana tuvo un origen diferente, por lo que, las razas blancas se originaron en el norte frío –dicen-, las negras en las regiones tropicales de África, la raza amarilla en Oriente, etc. Mientras que quienes son partidarios del unigenismo opinan que la especie humana tuvo un origen común, un tronco único, y que las diversas razas fueron consecuencia de los cambios anatómicos que las adaptaciones a los diferentes medios físicos produjeron en el hombre en su milenaria experiencia de desplazamiento y adaptación.

En términos generales podríamos adelantarnos en señalar que hasta el momento, una importante proporción de arqueólogos parece coincidir respecto al hecho de que los más antiguos artefactos construidos por los precursores de la especie humana han aparecido en los valles del Rift, en el África Sur-oriental. Dicho valle tiene dos grandes depresiones que comprenden el Rift Occidental y el Oriental, cubriendo el área geográfica de lo que hoy es Mozambique, Zwazilandia, sur de Tanzania y el norte de Uganda. Desde esta zona de Africa se irradiaría al resto del planeta mediante el indicado desplazamiento de la especie humana, en una muy extensa temporalidad de cientos de miles de años.

Es decir, la concepción unigenista –a la que nos inclinados- plantea que observado desde una muy amplia dimensión temporal, el ser humano y el resto de las demás especies vivas, frente a un determinado medio circundante, se adapta, y tales adaptaciones producen cambios permanentes en sus rasgos físicos. En la especie humana, a tales cambios se les llama razas.

Si eventualmente no hubo posibilidad de adaptación a un ambiente específico, sólo quedaba la opción de marcharse o la de no sobrevivir.

En sentido general, parece que el aislamiento y su contraparte la movilidad, el contacto con lo novedoso, la adaptación y el cambio, marcan en forma determinante a hombres, pueblos y sociedades. En los diversos desplazamientos de una parte de la especie, cada grupo humano se adaptó de la mejor manera posible al medio físico en donde se había asentado. Consecuentemente, el habitante del norte frío no tendría razón alguna en adaptarse a un medio tropical en el cual no vivía; lo mismo vale para el habitante de los trópicos. Otra parte de la misma especie humana no se movilizó ni tuvo que adaptarse a otros medios físicos. En ese sentido, el 'racismo' pueda que posea un trasfondo de ancestral reclamo de una de parte de la especie humana en diáspora milenaria (ej. europeos), frente a miembros de su misma especie inmovilizados en la permanente comodidad de su geografía (ej. africanos).

Una visión de tradición unigenista sobre el posible origen y evolución del hombre nos la da el escritor británico Richard Mayne (1) en la forma siguiente:

"Los más remotos antepasados del hombre –dice- vivieron en África Sudoriental hace unos veinte millones de años; pasaban casi toda su vida en los árboles resguardándose de los depredadores que los acosaban. Luego, unos millones de años más tarde, el clima varió, y lo que en tiempos fueron selvas, se convirtieron en abiertas sabanas como las de la mayor parte del África actual. Los decrecientes árboles se atestaron y hubo que pelear por ellos. Los fuertes desalojaron a los débiles. Los que se quedaron en los árboles, son, probablemente, los antepasados de los grandes simios posteriores, y los alfeñiques que se vieron obligados a descender a tierra hicieron surgir, con el paso del tiempo, al hombre. La vida en el suelo era peligrosa, y la selección natural se aceleró: los supervivientes tenían pies firmes, piernas fuertes y rápida inteligencia. Restos con características de este Homo erectus o pitecántropo se han encontrado en lugares tan diversos como Marruecos, Argelia, África Oriental y Meridional. Muy probablemente, algunos de los miembros de esta especie fueron los primeros europeos.

Recientemente –continúa Mayne-, en 1960, se produjo en Europa un descubrimiento crucial: en las cuevas de Escale, en St-Esteve-Janson (valle de Durance; en el departamento de Bocas del Ródano, Francia) dos investigadores franceses, Eugene y Marie-Francoise Bonifay, encontraron gran cantidad de huesos pertenecientes a animales extintos, junto con unos cuantos fragmentos de útiles de arcilla. Allí habían comido y vivido cazadores prehistóricos. Más importante aún, la roca estaba agrietada y enrojecida en al menos cinco sitios, algunos con vestigios de ceniza. Los cazadores habían encendido fogatas: eran hombres. Probablemente, los restos databan de hacía unos 750 mil años: de la época de los pitecántropos. Este, parece ser el primer hogar conocido de los hombres europeos, cuyos antepasados procedían de África y pudieron ascender a través de España por el estrecho de Gibraltar, que en aquella época es muy posible el Mediterráneo estuviera cruzado por varios puentes terrestres. Habrían provenido desde Túnez a Sicilia e Italia a través de los estrechos turcos a ambos extremos del mar de Mármara ", concluye el autor británico.

Se ha dicho que la civilización es y ha sido conformada a partir de la exposición y adaptación a lo novedoso, el desplazamiento y la movilidad, y que, en general, los pueblos nómadas han sido más curtidos –fogueados- que los agrícolas. ¿Qué les condujo a desplazarse? La respuesta no es del todo definitiva; unos afirman que ha sido las variaciones del clima; otros creen que ha sido la migración de los rebaños, o la búsqueda de terrenos más fértiles.

En todo caso, lo que parece cierto es el hecho de que los grupos humanos y pueblos que no se expusieron a lo novedoso, no tuvieron que adaptarse a situaciones nuevas, y, en consecuencia, su evolución corresponde a su auténtica tradición sedentaria. Así, podemos ver en el actual continente africano a los descendientes de quienes no emigraron del África Sudoriental en aquellos remotísimos tiempos, y así, a la vez, podemos observar en la actual Europa -en una muy vasta perspectiva de la Historia- a los que sí emigraron desde la misma África Sudoriental en aquellos mismos remotísimos tiempos, convertidos en europeos, desparramados por el Cáucaso y por la vastedad del globo, en su ruta milenaria.

Las diferencias anatómicas de los seres humanos (razas) producidas por las adaptaciones a los medios físicos en el muy largo tiempo, llevan aparejadas diferencias de culturas como adicional consecuencia de la misma adaptación. En términos simples; el modo de vivir la adaptación, es la cultura; la forma en que la adaptación haya cambiado ciertos rasgos físicos del hombre es lo que se ha dado en llamar raza. De hecho, "el término raza ha sido abandonado en cualquier acepción asociada a la política o a la historia" (2). Al menos, la mayoría de los sociólogos modernos ha dejado la discusión sobre la existencia de las razas a biólogos y antropólogos. "Se ha calculado que, en la totalidad del material genético, sólo 0.012% de la variación de unos seres humanos a otros puede atribuirse a diferencias entre lo que se da en llamar razas", ha declarado la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) en 2001.

Algunos grupos humanos que en el largo tiempo han logrado sobrevivir y adaptarse a lo que consideran formas complejas de un medio físico, son quienes se abrogan la pertenencia y la adscripción a las culturas llamadas superiores, alegando que la adaptación a tales formas complejas ha devenido en la conformación de culturas igualmente complejas y, por tanto superiores. Las demás culturas –arguyen- son el producto de medios físicos benignos. Se ha dicho, sin embargo, que, científicamente, "no hay sociedades superiores ni inferiores, y que (incluso) los pueblos sin historia escrita no se oponen en absoluto a los pueblos históricos" (F.S. Krausse; Volskunde, 1899).

De todos modos, parece que el contacto con lo novedoso enriquece, y, al contrario, el aislamiento podría causar involución, como habría sucedido con el llamado ‘hombre de Tasmania’ el que parece involucionó en su largo aislamiento, según narra H. G. Wells en su 'Breve historia del mundo'.

Tránsitos sociales del pueblo dominicano:

Con el permiso del amable lector, provechamos para mencionar que, pese a su conformación operada en relativo aislamiento debido a la naturaleza insular de su geografía y pese a diversos eventos acaecidos en su historia (3), el pueblo dominicano NO ha involucionado. Al contrario, importantes segmentos de este pueblo, tales como los descendientes (puros y mezclados) de los esclavizados africanos traídos a La Española a partir del siglo XVI, han estado realizando desde hace más de cinco siglos, notables tránsitos sociales. Fácil es comprobarlo cuando vemos a decenas de miles de dominicanos que hoy, exhibiendo unas características físicas que denotan su ascendencia ancilar (esclava), se desempeñan en funciones no imaginadas hace apenas un siglo. Así, mulatos, mezclados y negros dominicanos, cuyos ancestros llegaron a este territorio como obligados a desempeñarse como esclavos, hoy ocupan funciones de dirigentes en la vida pública y privada fungiendo como políticos, destacados empresarios, congresistas, directores; ejerciendo profesiones liberales: ingenieros, médicos, o desempeñándose exitosamente en los medios de comunicación, en los deportes, en el arte y en todas las actividades del quehacer nacional

Así analizado, y partiendo de tales orígenes, puede asegurarse que, de todo el globo, la dominicana es una de las sociedades con mayor dinámica de éxitos en la promoción de sus tránsitos sociales y económicos.
En otras palabras, una apreciable cantidad de los descendientes de aquellos africanos esclavizados que estuvieron llegando a este territorio a partir del siglo XVI hasta concluida la esclavitud formal en 1822, hoy han logrado importantes y visibles tránsitos socio-económicos, mientras que descendientes de aquellos africanos que a partir del mismo siglo XVI 'no hicieron las Américas ni fueron esclavizados', aún hoy permanecen en aquel continente en condiciones de penosa pobreza poco auspiciosas. Naturalmente, el costo de la conquista de estos tránsitos en nuestro territorio fue enorme: más de tres siglos de esclavitud, aún fuese en relativa ‘esclavitud benigna’. 

Todavía falta mucho por completar, pero el novedoso proceso de esos tránsitos continúa su dinámica marcha, exhibiéndose, para aquellos que sepan percibirlo, como un importante logro de esta sociedad dominicana.

Esto quiere decir que nuestro vector étnico de ascendencia ancilar, en su forzado desplazamiento desde sus territorios del oeste africano hasta La Española a partir del siglo XVI, se ha expuesto a novedades en esta ínsula caribeña, y necesariamente ha evolucionado acorde a la naturaleza de ese proceso.

En ese tenor, y en un trabajo aparte, sería útil colocar en la mesa de disección de las ideas, lo referente a unos novedosos costos que tales tránsitos sociales generan en la actualidad, debido a la inédita y masiva presencia en diversas actividades de la nación, de descendientes de aquellos esclavizados y la comprensible des-conexión de esos actores a unas previas experiencias en el ejercicio de funciones de dirección. A esos costos se les ha llamado de diversas formas, tales como ‘inversión de valores’, etcétera. Esos tránsitos pueden considerarse una suerte de necesaria pedagogía social que implica unas repercusiones (costos) que el conjunto social debe pagar. Pero –reiteramos- el examen de ese interesante fenómeno debe ser materia a tratarse aparte de las presentes líneas. 


Racismo:

Regresando a nuestro tema central, entendemos que el racismo está aposentado más bien en el ámbito de la cultura. La diferencia de culturas es lo que ha hecho posible la histórica explotación y el aprovechamiento de unas culturas sobre otras. Creemos que la raza, para el racista, es el recurso visual que facilita la identificación de una cultura que él supone subyace debajo de unos rasgos físicas. Se apela a ese recurso como vía expedita e instantánea, llamándose racismo a tal ejercicio.

Para los estudiosos del racismo, el término ‘racista’ tiene un contenido y un origen definidos, aunque admiten que en los últimos decenios se ha desprendido de su uso múltiples acepciones, que hacen de su definición objeto de desacuerdo por la variedad de fenómenos a que se aplica en la práctica.

En efecto, en diversas latitudes el término racismo se utiliza muy frecuentemente de modo confuso, asignándole significados con los que no tiene estricta relación ni competencia, por lo que podría señalarse un prontuario de aplicaciones equivocadas del término al confundir racismo con discriminación. Por ejemplo: racismo de género, racismo contra los pobres, etcétera. Peor aún; algunos autores (4) plantean que la definición de racismo debe ser tan amplia como para incluir toda forma de exclusión, desprecio y de opresión de minorías que muchas veces son racializadas: mujeres, determinados grupos étnicos, homosexuales, enfermos mentales, subproletarios, etcétera. Obviamente, suponemos que incluir tan vasta competencia a un concepto sería poco práctico y, por demás, equivocado.

Según plantea Tzvetan Todorov (autor búlgaro establecido en París en 1963), existen en la actualidad dos grupos o dimensiones en que se concibe el racismo:

a) El racismo como actitud o comportamiento. Es ésta una dimensión cuya génesis ideológica posee profundas experiencias históricas.

b) El racismo como elaboración teórico-doctrinaria. Esta segunda dimensión ha sido recientemente designada ‘racialismo’ para diferenciarla de la primera, y abarca novísimas categorías de ideas racistas. Por consiguiente, es una dimensión con escasa tradición histórica.

T. Todorov, en su obra Nosotros y los demás (5), señala que "estas dos dimensiones o grupos en los que se concibe el racismo no son necesariamente dependientes ni están conjuntamente presentes", y para no confundir ambos grupos de concepciones, este autor propone llamar ‘racialismo’ al racismo como doctrina (b).

Como veremos más adelante, algunas de las novedosas ideologías racistas (b), se originan y maduran en Europa Occidental, llegando a su apogeo en el siglo XX al ser utilizadas políticamente por el régimen de la Alemania nazi con nefastas consecuencias. En adición, en las últimas décadas, las inmigraciones de extranjeros a territorio europeo ha dado como resultado un brote de rechazo hacia ‘el otro diferente’ que ha estado exponiéndose en términos de novísimas elaboraciones teóricas concebidas dentro de unos marcos racistas (racialismo).

Si ese planteamiento de T. Todorov es correcto, entonces la versión clásica del racismo concebido como actitud o comportamiento (a) es la que corresponde a nuestro ámbito dominicano en particular, y al ámbito caribeño y latinoamericano en general. Esta versión posee una tradición histórica en la que los dominicanos hemos estado inficionados desde hace siglos. Por su parte, las proposiciones y elaboraciones de la segunda dimensión -el racismo como elaboración teórico-doctrinaria (b)-, pertenecen más bien al ámbito europeo y son, comparadas con la primera, de novedosa construcción intelectual.


Inicio de las actitudes y de los comportamientos racistas:

Pensamos que las ideas racistas -como actitud y comportamiento (a) tienen, en general, un momento de partida común en las décadas finales del siglo XVIII cuyo momento coincide con la aparición de algunos eventos, entre los cuales podríamos citar los siguientes:

1- Los postulados de Libertad, Igualdad y Solidaridad de la Revolución Francesa (1789).


2- La sangrienta revuelta de los esclavos africanos en el Saint Domingue francés (Haití) de 1791.

3- El advenimiento de la Revolución Industrial iniciado en Inglaterra a principios del siglo XIX, con la que ya se vislumbraba a la máquina como posible sustituto del esclavo.

Entendemos que antes de la ocurrencia de estos eventos no se concebía la actitud o el comportamiento racista, ya que aún en el siglo XVI un esclavo era visto y percibido como una mercancía u objeto cualquiera, y a un traficante o a un dueño de esclavo difícilmente se le ocurriría sentirse superior (o inferior) a esa mercancía llamada esclavo.


La ocurrencia de los eventos señalados coadyuvó en diversas formas para que resultase cada vez más difícil el mantenimiento de las tradicionales relaciones entre esclavos y esclavistas. Las dificultades que surgieron se expresaron entonces con marcada frustración por parte de los esclavistas; y es que, en definitiva, una Era se veía concluir para éstos, y otra Era empezaba para los explotados esclavos.

Esos eventos ocurridos a partir del siglo XVIII (Revolución Francesa; sublevación de esclavos en Saint Domingue, y el advenimiento de la Revolución Industrial), provocarían la suficiente frustración en los esclavistas tradicionales como para que éstos estimulasen, como respuesta, el surgimiento de las primeras ideas racistas (racismo como actitud y comportamiento) Por tales razones, no se harían esperar las opiniones de biólogos, anatomistas, filósofos y teólogos de la época. Había en los esclavistas tradicionales la necesidad de justificar la continuación de la explotación y el aprovechamiento de ‘culturas y pueblos atrasados’.

En esas primeras elaboraciones de comportamientos y actitudes racistas, podríamos mencionar algunos autores clásicos pioneros en el surgimiento del aún embrionario comportamiento racista, tales como el francés Georges-Louis Leclerc de Bufón (1707-1788); el médico alemán Johan Friederich Meckle (1724-1774) promotor del racismo ‘científico’, quien después de examinar los cadáveres de dos africanos muertos en la capital prusiana, llegó a la conclusión de que sus cerebros y sangre eran tan negros como su piel; Christianus Emmanuel Hopius con su tesis Anthropomorpha (1760); Pierre-Jean-Marie Flourens (1794-1867) y Paul Topinard (1830-1911), quienes sostuvieron que, con la obra de Buffon, “L'Homme” –Tomo III-, se diferenció la antropología como ciencia independiente; Johan Friedrich Blumenbach (1753-1840), quien en 1775, a los 22 años de edad, publicó su tesis de medicina en la que reunía y sintetizaba los conocimientos del momento en materia de antropología física, y se adhería a la posición monogenista; A. de Gobineau con su obra “La desigualdad de las razas humanas” (1852); H. S. Chamberlain, y otros como Renain, Taine, Le Bon, etcétera.


Tales esfuerzos significan que los frustrados y temerosos esclavistas movían sus hilos desesperadamente. Sin embargo, pese a sus esfuerzos, a éstos sólo les sobrevendría los continuos procesos de independencia, la paulatina abolición de las prácticas esclavistas y la descolonización. La frustración, entonces, debió convertirse en definitiva desesperanza. Ya no les fue posible revertir el proceso de unos cambios que apuntaban a la desaparición de las clásicas relaciones de siglos entre ellos y sus esclavos.

Pero la frustración y la desesperanza se convierten en rabia, y empieza un combinado ataque retórico desde las esferas del poder esclavista y su intelectualidad positivista en contra de las "razas inferiores". Charles Darwin escribió, en 1859, "Las razas de inferior intelecto están condenadas al exterminio". En 1871 este mismo hombre de ciencia afirmaba que "los gorilas y los hombres salvajes eran las especies intermedias entre los monos y los hombres blancos", y luego apostillaba "en el futuro, las razas civilizadas (...) van a exterminar y reemplazar las razas salvajes".

Por esta misma época el antropólogo J.C. Prichard creía que "las razas salvajes no podrían ser salvadas, como tributo a cobrar por la civilización". El filósofo alemán Edward von Hartmann escribió en el segundo tomo de su obra “Philosophy of the unconscious” (1844): "Cuando hay que cortar la cola de un perro no se le hace ningún favor cortándosela trozo a trozo. Es igualmente poco humano tratar de prolongar su agonía mediante medios artificiosos a pueblos salvajes que están al borde de su desaparición".

Robert Knox quien con su obra “The races of man” (1850) oficializa el racismo, se preguntaba: "¿Pueden ser civilizadas las razas oscuras? ¡Absolutamente no!”, se respondía. En 1863, un discípulo de Knox, Richard Lee, afirmaba: "A causa de su superioridad moral e intelectual, la raza anglosajona va barriendo del mapa a las poblaciones inferiores. Es la luz que devora a la oscuridad" (6).

 
Influencias de estas prédicas en el ámbito dominicano:


A partir de algunos decenios posteriores a la divulgación de estas prédicas en Europa, aparecen sus ecos en ciertos círculos de República Dominicana, cuyas prédicas, quizás, darían estímulo o tal vez propiciarían el período del llamado Pensamiento Pesimista Dominicano, el que, desafortunadamente, aún hoy –vergüenza da admitirlo- parece resistirse a ser superado en nuestro país. Pensadores criollos de las primeras décadas del siglo XX promovieron sus valoraciones acerca del comportamiento social dominicano generalmente basadas en supuestas características biológicas de ese pueblo.


Es evidente una cierta coincidencia de estas valoraciones locales con algunos de los postulados europeos. Así, en el libro “Identidad y proyecto de nación” (7) editado en Santo Domingo, por la Fundación Global Democracia y Desarrollo en 2004, Josefina Záiter, doctora en psicología por la Universidad Complutense de Madrid (1985), ofrece una interesante lista de pensadores dominicanos representativos de este período pesimista, de cuya lista tomamos algunos. "Francisco Moscoso Puello –dice la Señora Záiter- , quien en su obra Cartas a Evelina nos presenta al hombre dominicano caracterizado por ser: haragán, inepto, con complejo de inferioridad, desconfiado, pícaro, agresivo, y miedoso, y lo sitúa apresado en sus orígenes étnicos; determinado por ser mulato" (pp. 14-15). Francisco Henríquez y Carvajal (1859-1937) –continúa la Dra. Záiter- , reitera que el dominicano es vicioso, sin práctica gubernativa, habiendo vivido en la precariedad que lo lleva a un lento desarrollo; todas estas características y limitaciones las vincula a la composición étnica del pueblo dominicano".


La Señora Záiter agrega en el mencionado libro que "Américo Lugo (1870-1952) (...) en su tesis El Estado dominicano ante el derecho público, afirma que el pueblo dominicano, mestizo, se desenvuelve sin organización, es dado a la violencia, poco previsor, orgulloso, perezoso y pasional" (p. 14). "En la misma línea de pensamiento, otro de los intelectuales de 1916 lo fue Federico García Godoy (1857-1924), quien expresó, al referirse al pueblo dominicano: Luce prematuramente envejecido, es indisciplinado, con problemas derivados de su origen étnico, teniendo flaquezas en el espíritu", concluye la Señora Josefina Záiter.

Naturalmente, las concepciones pesimistas criollas distaban mucho de los grados de rabia y violencia contenidos en los postulados de aquellos europeos racistas del siglo XIX. La tradición histórica de estrechas relaciones criollas entre amos y esclavos fueron infinitamente más benignas y cercanas que aquella tradición de absentistas franceses, ingleses y holandeses quienes generalmente mantuvieron una relación absolutamente distante e impersonal con sus esclavos de las lejanas colonias, conservando la ‘prístina pureza de su raza’ en todo momento, y quienes, posiblemente, estuvieron influenciados por un Herbert Spencer, quien en 1850 escribió: "Las fuerzas que trabajan por el resultado feliz del gran proyecto no deben considerar los sufrimientos de menor importancia. Deben exterminar a esos sectores de la humanidad que estorban su camino (...) Seres humanos o brutos, los obstáculos deben eliminarse" (8). O lectores del francés Charles Louis Secondant, Barón de La Brede y Montesquieu (1689-1755) quien, sobre la esclavitud de los negros escribía en su obra El Espíritu de las Leyes, Libro XV, que: "El azúcar sería demasiado caro si no se obligase a los negros a cultivarla. Esos esclavos son negros de los pies a la cabeza, y tienen una nariz tan aplastada que es casi imposible compadecerlos". Montesquieu concluye con que: "La prueba de que los negros no tienen sentido común, es que prefieren un collar de vidrio a uno de oro (...) Espíritus pequeños han exagerado la injusticia que se comete con los africanos, porque si fuera cierto lo que dicen, ¿cómo no habrían pensado los príncipes de Europa en celebrar un tratado a favor de la piedad y la misericordia?".


Fin de la retórica del comportamiento y de las actitudes racistas. Surgimiento de las nuevas ideologías (racialismo):

Concluida la Era de la formal esclavitud y completados los procesos de Independencia de las excolonias, empieza a generarse en Europa el surgimiento de las nuevas ideologías y los modernos dogmas racistas. La retórica y los argumentos ‘cientistas’ que conformaban la ideología racista con tradición histórica, concluyen.

Una de las primeras manifestaciones de un nuevo racismo (racismo como elaboración teórico-doctrinaria o racialismo) surge en Alemania, concluida la Primera Guerra Mundial, con la obra del Dr. W. Liek titulada ‘Participación del judaísmo en la derrota de Alemania’ (9). Ya no se trataba del clásico y conocido choque entre amos blancos y ‘salvajes esclavos negros e indígenas’, sino entre blancos alemanes, y judíos igualmente blancos, con ‘astucia hacia el dominio’ –según W. Liek-.

Finalizada la Segunda Guerra Mundial en 1945, desaparecido el bloque socialista y eliminado el muro de Berlín en 1989, importantes corrientes migratorias se mueven hacia Europa y, en consecuencia, surgen novísimas ideologías racistas.
Como elaboradores de las construcciones teóricas recientes sobre el racismo, es decir, del ‘racialismo’ y sus modernas doctrinas, podríamos mencionar un aluvión de autores europeos y norteamericanos que tratan de esclarecer la maraña teórica estimulada, por un lado, por las doctrinas y la praxis del régimen nacionalsocialista alemán, y, por otra parte, por las inmigraciones recientes a sus respectivos territorios. Para muchos europeos ello representa todo un novedoso mundo de los enfrentamientos y de la valoración de culturas disímiles, y, además, un despertar a las inmigraciones de ‘los otros’.

Para el ámbito dominicano, sin embargo, esto, no necesitamos entenderlo necesariamente, porque, en cierta forma, somos, a la vez, ‘los otros’. Desde hace cinco siglos, hemos estado siendo la síntesis de unas razas y de unas culturas diferentes que han estado actuando en permanente dinámica de fusiones, cuyo proceso de síntesis aún fluye y se elabora. En este sentido, los dominicanos somos los convocantes a nuestra propia epifanía, como diría el lituano Emmanuel Levinas; el otro en sí mismo; la pluralidad en lo singular, como diría S. Freud

"Una de las primeras veces que el término raza se encuentra en círculos académicos –dice César Colino, politólogo español del Instituto Juan March- para referirse al dogma sobre la superioridad de unas razas sobre otras, es en la obra de la antropóloga R. Benedict: Race and Racism (1942). En los años subsiguientes, el término se irá asociando a otras experiencias, como la segregación racial en el sur de Estados Unidos o el régimen de Apartheid en Sudáfrica. A partir de los años sesenta, el término sufre, como ha señalado R. Miles (1989) un proceso de inflación conceptual" –concluye Colino- (10).
Es muy probable que muchas de las recientes construcciones teóricas sobre raza, hayan tenido una concepción, una tradición y un origen vinculado como derivación, adaptación o deformación, al choque cultural verificado entre ibéricos y africanos a partir del siglo XVI, cuyos elementos originarios, aún en estado larvario, fueron trasladados de inmediato a la Isla de Santo Domingo y al resto del Caribe.

Se generaliza y teoriza sobre racismo desde ámbitos que en nada toca nuestra tradición histórica de relaciones entre blancos, indígenas y negros. Poca o ninguna conexión podría haber entre nuestra local y tradicional historia de relaciones y fusiones triétnicas, y las querellas entre el pueblo judío y el pueblo alemán; o con los asombros de unos europeos que recién tratan de defender sus respectivas culturas de las influencias de inmigrantes.

En consecuencia, si nosotros los dominicanos, quienes, como ex-colonia pertenecemos al ámbito de la auténtica tradición histórica de relaciones raciales mixtas, mencionamos en algún momento el término racismo; entonces, aquéllos, los europeos, bien hacen en utilizar otra denominación novedosa, particular y creativa como racialismo para marcar la diferencia.

A ello, en forma general, se ha referido el citado politólogo español C. Colino, cuando expresa: "Se ha hablado, de un modo retroactivo y confuso, por errada analogía y extensión, de un racismo en tiempos en que éste no existía en ningún sentido estricto. Se oye hablar, así, de racismo de los griegos o los romanos, racismo de clase en el feudalismo, racismo de género, racismo contra los pobres, etc. Por otra parte –continúa Colino- también se utiliza el término indiscriminadamente, como insulto, en el enfrentamiento político o ideológico, al evocarse con su uso fenómenos como el fascismo o el nazismo con los que se asocia emotivamente" (11).

Para concluir con el señalamiento de estas construcciones que no corresponden a nuestro ámbito dominicano, asomémonos brevemente a sólo una parte de la maraña teórica relativa a unas llamadas doctrinas racistas, sobre las que existen incontables análisis, estudios, textos y ensayos sobre tópicos tan diversos y complejos como: racismo en brotes (eclaté): infraracismo; racismo biologista; determinismo culturalista; racismo estatal y politizado; fobia al mestizaje; racismo identitario; heteroracialización; racismo sin raza, y un largo etcétera. Echemos un vistazo final a algunos autores y sus respectivos textos sobre el tema:


J. Aranzadi: ‘Racismo y piedad’, 1991; T. F. Pawel: ‘La persistencia del racismo en América’, 1992; M. Barker: ‘El nuevo racismo’, Londres, 1981; E. Balibar / I. Wallerstein: ‘Raza, Nación y Clases -Las Identidades Ambiguas’-, París, 1988; F. Savater: La heterofobia como enfermedad moral, Vuelta, 17, No. 205, p. 23-27, Madrid; C. Guillamin: ‘La ideología racista’, París, 1972; M. Wieviorka: ‘L’Espace du racism’, París, 1990; J. Kristeva: ‘Extranjeros de nosotros mismos’, París, 1988; J. Solomos: ‘Raza y racismo’, 1993; M. Wetherell / J. Potter: ‘Cartografía del lenguaje racista’, New York, Harvester Wheatsheaf, 1992, entre otros. En un trabajo aparte quizás podríamos ver los alcances de cada una de estas elaboraciones.

Etiología del racismo:


"La actitud racista traduce todo lo que es histórico en natural. En consecuencia, lo vuelve imposible de modificar", ha señalado Alberto Burgio. Profesor de Historia de las Ideas de la Universidad de Bolonia

Observemos una general y certera definición de racismo:
"Racismo es la idea de que existe una correspondencia directa entre los valores, el comportamiento y las actitudes de un grupo y sus características físicas" (12).
Partiendo de esa acreditada definición, pensamos, ante todo, que los valores, el comportamiento y las actitudes de un individuo o grupo de individuos, corresponde a su ámbito cultural, y que las características físicas, es decir, el aspecto visual, pertenece a su raza.

La idea de que existe una correspondencia directa entre las características físicas y las características culturales debió haber sido fijada en la psiquis del racista por su propia memoria histórica, y reforzada por ancestrales ejercicios de analogías binarias de raza y cultura.

Como hemos ya mencionado, en el pasado hubo unos eventos que originaron lo que es ahora esa memoria. En la España colonialista, el trasfondo de tales eventos estuvo marcado por un choque cultural entre ibéricos y africanos que recién tenían un contacto notable. En párrafos posteriores trataremos de analizar ese choque cultural verificado en el siglo XVI.

Antes de que se efectuara ese choque cultural, no es evidente la conexión entre esclavitud y raza. En un vistazo a la historia antigua vemos que la esclavitud, en un determinado momento, estuvo incluso justificada tanto por las prédicas de algunos filósofos (Aristóteles), por el Estado, como por la Iglesia: "el Estado la creyó necesaria para el desarrollo económico, y la Iglesia la aprobó como vía civilizadora" (13).

Griegos y romanos sostenían el criterio de que el sistema económico europeo debía basarse en el uso y la explotación de los esclavos. Los babilonios esclavizaron al pueblo de Israel, y los egipcios hicieron lo mismo con este pueblo hebreo. Incluso, "en las páginas de la Biblia esta relación entre amo y siervo se presentó como una gradación social justa" (14).

 
Es notorio, sin embargo, la falta de referencias a color o raza del esclavo en estos remotos tiempos. "Como resultado de las campañas militares grecorromanas en el norte de África, se dio paso a la introducción de (algunos grupos de) esclavos negros en Europa" (15). Por otra parte, existe documentación donde se indica que a mediados del siglo XIII en el territorio hispánico, en el reino nazarí musulmán, específicamente en la ciudad de Granada, se comerciaba con pequeños grupos de esclavos negros producto del intercambio mercantil de esa ciudad con el Norte de África (16).


A partir de una relativa generalización de la esclavitud africana en Occidente, es cuando aparece la expresión "esclavo negro", como primera referencia a la condición esclava de una raza determinada.

En la Era contemporánea, muchas de las actitudes y comportamientos del llamado racista podrían ser explicadas como respuestas a frustradas expectativas de continuar una explotación utilitaria que por siglos estuvo legitimada, y por generaciones visto y percibido como "natural" el que se esclavizara a grupos humanos o individuos considerados diferentes e inferiores.
Aún hoy pervive ese instinto predador de conquistar y aprovecharse de pueblos e individuos diferentes y débiles. Ese instinto, como atávico olfato visual, es lo que hace que el racista actual crea ver en cada negro a un esclavo en potencia, a un cimarrón escapado, a una mercadería de la que puede reclamar pertenencia.


El racista, en el fondo, trata de aprovecharse del aspecto cultural del individuo que "ve" físicamente diferente. El llamado racismo no es más que el instrumental visual que le llevará a la verdadera diferencia, la cual reside en unas características culturales que en el pasado reportaron beneficios a los ancestros esclavistas del actual racista. El hecho de "ver" a un negro, activa en él apetecibles reminiscencias de aprovechamientos; si no es satisfecho se frustra, rechaza, discrimina y arremete.


Alberto Burgio, profesor de Historia de la Ideas en la Universidad de Bolonia, Italia, ha expresado, con acierto que "el racismo como ideología es un producto del mundo moderno. El racismo –agrega- funciona como una tendencia a considerar natural todo intento de legitimación del trato discriminatorio a grupos diferentes" (17).

Nosotros preguntamos entonces, ¿grupos humanos diferentes en qué? ¿Diferentes en las características culturales o en las características físicas? Ciertamente, se trata de unas y de otras diferencias, respondemos. Sin embargo, es aquí en donde se encuentra el nudo por desatar en lo relativo al problema del llamado racismo.


Sería interesante tratar de dilucidar cómo a través del tiempo se ha establecido la conexión de correspondencia entre la raza y la cultura de un individuo.
Pero antes, analicemos el planteamiento del Prof. Burgio respecto a que el racismo es un producto del mundo moderno. En efecto, lo es, porque -lo reiteramos-, no sería concebible que en el siglo XVI un negrero, o un dueño, iba a discriminar, ni a rechazar, ni a sentirse superior ni inferior a su "mercancía", es decir, a su esclavo. Este, el esclavo, aún no superaba, en la concepción del amo, la condición de simple mercadería humana utilitaria que se transportaba, se aprovechaba, se vendía, compraba, re-vendía e intercambiaba. Por tanto, el racismo, en esos tiempos, no tenía razón de ser en lo absoluto. Dentro de esa clásica y general concepción de la esclavitud todavía no había ingresado la noción racista.


Así visto, si se quiere, la aparición y el ejercicio de aquellos primeros brotes de racismo sería el preludio que propiciaría el fin de la esclavitud formal.

Es la cultura, no la raza:


"Racismo es la incapacidad del ego para manejar la diferencia" - Julia Kristeva
Volviendo al concepto de "lo diferente" acorde a lo expresado por el profesor Alberto Burgio, veamos brevemente algunos detalles del proceso hispánico relacionado con la esclavitud, esperando que lo que se derive de tales detalles nos pueda servir de plataforma para exponer nuestra idea -nada novedosa- sobre la percepción de que lo fundamental respecto a "lo diferente" es la cultura y no necesariamente la raza.
Observemos algunas diferencias de valores, comportamientos y actitudes (cultura) entre ibéricos y africanos cuando estos dos pueblos potencian su relación en el siglo XVI. Tomemos como muestra de tales valores, comportamientos y actitudes, los requisitos para que un hombre de la España medieval, podía, lícitamente, según se entendía en la época, caer en la esclavitud.

El académico e historiador español contemporáneo Manuel Fernández Álvarez, en su libro Sombras y Luces de la España Imperial, editado en 2004, nos explica que estos requisitos eran:


A- Ser vendido un hijo por su padre, cuando éste se veía en extrema miseria.

B- Cuando la justicia imponía tal pena, en caso de gravísimos delitos.

C- Si caía prisionero en guerra justa.

Habría de tomarse en cuenta que los dos primeros requisitos tenían una aplicación interna de larga data y, en consecuencia, tratabase del uso y costumbre producto de la tradicional cultura ibérica. El tercero, obviamente, debió aplicarse en guerra con extraños. Fernández Álvarez comenta que "de esos casos, el usual era este último, si bien el concepto de guerra justa era muy relativo."
Los requisitos para que un africano de la época pudiera caer en la esclavitud, nos lo comenta el mismo historiador español, pues no tenemos la versión africana. Fernández Álvarez, dice: "A cambio de armas, de alcohol y de simples baratijas, los reyezuelos negros eran capaces de vender a sus propios súbditos, o bien de dedicarse a la caza de infelices negros de otras tribus; cacería que, por supuesto, no tenían escrúpulos en realizar directamente los negreros blancos, si se presentaba la ocasión" (18 ).


Pensamos que ahí se está frente a la manifestación de un choque cultural entre los valores, los comportamientos y las actitudes (cultura) de ibéricos y africanos. Cuando los ibéricos verifican que los reyezuelos africanos eran capaces de vender a sus propios súbditos, muchas de cuyas razones y requisitos se presentaban muy diferentes a las suyas, se establece, para el ibérico, una clara y consciente diferencia de culturas.


Aquellos ibéricos no hubiesen dejado de realizar el conveniente intercambio si aquellos africanos intercambiados hubiesen sido físicamente blancos o amarillos. Por tanto, no estaba en juego la raza ni el aspecto físico en tales "negociaciones"; lo que estaba en juego, en el fondo, eran valores, comportamientos y actitudes, o sea, culturas, no razas. Unos individuos pertenecientes a una cultura (africana) con unos valores, comportamientos y actitudes particulares, ofrecían la posibilidad de un determinado intercambio a otros individuos (ibéricos) pertenecientes a otra cultura, con unos valores, unos comportamientos y unas actitudes diferentes y particulares, cuyo intercambio, incluso, era mutuamente beneficioso para los concertantes.


La idea de la existencia de una correspondencia directa entre raza y cultura, es decir, entre unas características físicas y unas características culturales, fue posterior a aquellos episodios iniciados en el siglo XVI, pero allí empezaría el inicio de fijación en la psiquis de los ibéricos, de lo que posteriormente sería memoria histórica. La prolongación por siglos de similares interacciones entre, por un lado, portugueses, españoles; luego franceses, ingleses y holandeses, y, por el otro lado, los africanos, se encargaría de reforzar una memoria plural, y conformaría definitivamente la idea de esa correspondencia directa entre raza y cultura que indica la definición de racismo.


En la concepción de aquellos blancos ibéricos y demás esclavistas posteriores, una cultura africana había ofrecido, en principio, la posibilidad de un intercambio abominable que sólo beneficiaba a los ‘negociadores’. Así lo explotaron, lo aprovecharon, y posteriormente, a causa quizás de la misma original naturaleza de aquellos inicuos precedentes, quebrantarían toda norma de negociación, convirtiendo la relación en abierto abuso de factorías. Pagaron las consecuencias los capturados e intercambiados; se beneficiaron los negreros, los reyezuelos, los intermediarios, los dueños y los amos. Hubo de esperarse a que acontecieran los futuros eventos acaecidos en el siglo XVIII para que la condición de los infelices capturados, intercambiados y esclavizados, empezara apenas a ser modificada.


En general, y concluyendo; el racista actual que mantiene esa ‘idea de conexión entre raza y cultura’ podría en algún momento perder las perspectivas y notar con sorpresa la desconexión de esa supuesta ‘correspondencia’, convirtiéndose tal cómodo ejercicio en estrepitoso acto fallido.


Finalmente, ¿qué es el racismo sino activación de una memoria desfasada? Más que unas características físicas, son las diferencias culturales lo que, en el fondo, siempre ha estado en juego como reto permanente. El así verlo y comprenderlo abre nuevas y reales posibilidades para unos y otros. ‘La actitud racista traduce todo lo que es histórico en natural y, en consecuencia, lo vuelve imposible de modificar’. Es decir, la condición de pobreza de un negro tiene una explicación histórica, pues sus ancestros no llegaron a América como inversionistas ni como hateros; pero expresar a secas que el negro es pobre por negro, es una declaración incompleta que da naturaleza a esa condición, pretendiendo con ello eternizarla y hacer imposible su modificación.


Ciertamente, la raza puede cambiar sólo en generaciones, mas, la cultura es flexible y dinámica; toca al individuo en su presente y lo puede modificar.

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Notas bibliográficas:


1- Richard Mayne; Los europeos, ¿quiénes somos? ; Plaza & Janes, S. A., Editores, 1972, pp. 45-47.

2- W. Conze; Rasse. Stuttgart, Alemania ; Klett-Cotta, 1990.

3- El Virreinato antillano de Santo Domingo otrora centro neurálgico en el Caribe, fue quedando relegado a mediados del siglo XVI. El historiador cubano Ramiro Guerra Sánchez explica que: "Después de fundados los virreinatos de México y del Perú y de emprendida la conquista de Nueva Granada, de descubierto el canal de la Florida, y de mejor conocidos los mares de las Indias, las corrientes y los vientos del Atlántico, se establecieron nuevas rutas más ventajosas, a virtud de las cuales Santo Domingo dejó de encontrarse en una posición privilegiada". Ramiro Guerra Sánchez; Manual de Historia de Cuba; Cultural, S. A., Habana, 1938, pp. 73-74.

4- C. Guillaumin; L’Ideologie raciste. Genése et language actuel, Paris, Mouton, 1992.

5- Tzvetan Todorov; Nous et les autres : la réflexion francaise sur la diversité humaine. Paris, Seuil, 1989, p.113.

6- Manuel Pimentel; Los otros, los bárbaros. Diario El País, Madrid, España, 2/09/2002.

7- Josefina Záiter; Federico Henríquez Gratereaux; León David; Manuel Maceiras Fafián: Identidad y Proyecto de Nación. Fundación Global Democracia y Desarrollo; Santo Domingo, 2004, pp.14-15.

8- Herbert Spencer; Social Statics, 1850.

9- Citado en: Henry Ford; El Judío Internacional. Editora Latinoamericana, S. A., México, 1960, p. 26

10- César Colino; Racismo; El Correo de la UNESCO, sept. 2001.

11- Idem.

12- The Social Science Encyclopedia, Routledge, 1996. // En la tradición psicoanalítica de interpretaciones de racismo existe una de la búlgara Julia Kristeva (1941): "racismo es la incapacidad del ego para manejar la diferencia": Etrangers á nous-memes, Paris, Fayard, 1988.

13- Luis M. Díaz Soler; Historia de la Esclavitud Negra en Puerto Rico; Editorial Universitaria; Universidad de Puerto Rico; Tercera edición, Barcelona, 1970, p. 17.

14- Ibidem

15- Ibidem

16- Lola Cruz; Mil años de historia de España; Alianza Editorial S. A., Madrid, 2000, p. 153.

17- Alberto Burgio. El racismo mundializado. Entrevista realizada por Ivan Briscoe, periodista del Correo de la UNESCO. Sept., 2001.

18- Manuel Fernández Álvarez; Sombras y Luces en la España Imperial; Espasa Calpe, S. A., Madrid, 2004, p. 89. // Fernández Álvarez se refiere al intercambio de prisioneros por mercancías en las costas occidentales de África en el siglo XVI entre traficantes negreros portugueses y reyezuelos africanos, cuya lista de mercaderías fue compilada por el antropólogo cubano Fernando Ortiz. // La referencia a "prisioneros de guerra" es indicada por Luis M. Díaz Soler en su libro arriba citado. Díaz Soler dice: "Las tribus africanas se enfrascaban en enconadas luchas y los victoriosos tenían miles de prisioneros de guerra de los cuales querían librarse. Cuando el europeo arribó a aquellas playas, recibió aquellos trofeos humanos en venta (...) Se interesaron los portugueses y cargaron con el ébano humano para Europa, p. 18. // La referencia a "negreros portugueses" se explica porque "las rutas africanas permanecían cerradas a favor de Portugal (...) En 1494 Portugal firmaba con Castilla los Tratados de Tordesillas que trazaban una línea imaginaria de polo a polo, por la que el mundo quedaba dividido en dos (...) el Este de dicha línea sería de influencia portuguesa (costas occidentales de África: psr) y el oeste (América, excepto Brasil: psr) de influencia española". Lola Cruz; Ob. cit., pp. 274-275.-

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El precedente texto ha sido registrado en la O.N.D.A. bajo el No.0002123, libro 6, Santo Domingo, República Dominicana, 2005.


Pedro Samuel Rodríguez R.

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23.5.10

El pirata Francis Drake en Santo Domingo




-Francis Drake, ídolo británico en su lucha contra España-


Texto transcrito del libro “Sir Francis Drake. The Queen’s Pirate”

(Francis Drake. El Pirata de la Reina).

Autor: Harry Kelsey (escritor inglés)

 

Introducción

Durante cuatro siglos han ido apareciendo con cierta regularidad en las bibliotecas y librerías nuevos libros sobre Francis Drake. En los últimos años el porcentaje ha sido aproximadamente de uno por año, y no sin razón. Drake realizó proezas que pocos han conseguido igualar. En un primer momento atrajo a atención del mundo europeo por sus ataques a lo largo de todo un año a los puertos y barcos de la España colonial. En una de sus huidas tras estas incursiones acabó dando la vuelta al mundo, travesía increíble que le llevó casi tres años; robó y viajó tanto que nadie recordaba hazañas semejantes. Así es como Drake pasó a ser la comidilla de todas las capitales europeas, cuyos habitantes ansiaban saber con exactitud cómo era ese hombre.

Este es, al parecer, el problema: dar con la historia verdadera. Drake gustaba de agasajar a sus amigos con historias –no necesariamente hechos verídicos- sobre sus grandes empresas, para lo cual no le faltó ayuda. El gobierno inglés fabuló diversos episodios sobre su viaje alrededor del mundo, que quedaron realzados con los vivos relatos ofrecidos por las víctimas de sus depredaciones. Los cronistas ingleses y de otros muchos lugares echaron leña a la confusión aportando datos biográficos, en parte habladurías y en parte especulaciones; además, sus familiares, quienes debieran conocer los hechos, contribuyeron al acopio de notas de carácter mítico. En consecuencia, el Drake que surgió de estas fuentes fue el hombre al que habría aspirado todo viejo pirata: una figura heroica, valerosa y justa, aunque un tanto pedante y sermoneador, así como increíblemente piadosa. Esta imagen de Drake se parece muy poco a la del joven granjero oriundo de Devon, que un día se hizo a la mar, se convirtió en pirata, se enriqueció, trabó amistad con la reina Isabel de Inglaterra, y se las ingenió para que lo armaran caballero.

Francis Drake en Santo Domingo:

La primera recalada en las Indias Occidentales la efectuaron en la isla de Dominica, a la que llegaron el 18 de diciembre. Aquí algunos hombres bajaron a tierra, en donde hicieron aguada y trocaron cuentas por pan de mandioca. Los nativos parecían gentes cordiales, y los ingleses, debilitados por la enfermedad, se mostraron ansiosos durante su permanencia allí, que duró un día. El 19 de diciembre la flota levó anclas, esta vez con rumbo noroeste, siguiendo la línea de islas, en dirección a La Española. Reparando el día de Navidad en la isla de San Cristóbal, Drake envió a tierra a los enfermos con la esperanza de que el clima saludable favoreciera su recuperación. Otras veinte personas fallecieron en la isla. Echándose una vez más a la mar tras una estancia de cuatro días en dicha isla, Drake capturó una pequeña embarcación cuyo piloto le guió hasta el puerto siguiente.

El 1 de enero de 1586 la flota de Francis Drake arribó a Santo Domingo, en donde el corsario desembarcó a mil hombres, que tomaron la localidad

Fue otra maniobra nocturna, al parecer la preferida por Carleill y Drake. Subiendo a bordo de las pinazas en la noche del 31 de diciembre, cuando todavía estaban mar adentro, las tropas pisaron tierra a primera hora de la mañana del primero de año, a unas siete u ocho millas al oeste de la ciudad, sin encontrar resistencia.

La noche previa a su llegada, las autoridades españolas habían recibido el aviso de que la flota estaba próxima, pero no se preocuparon lo más mínimo. Y es que todos aseguraban que el desembarco era imposible, pues antes tendrían que vérselas con la lluvia de fuego de los cañones del castillo. Sin embargo, luego pensaron que quizá podrían desembarcar en la Playa de Guibia, aunque allí ya había montada una reducida guardia que daría la voz de alarma en caso de que los piratas lo intentaran. Santo Domingo contaba con defensas naturales que la protegía de un ataque, aunque no las suficientes, como quedaría de manifiesto. El canal de entrada al puerto quedaba protegido por un banco de arena sobre el cual los españoles hundieron dos o tres naves a fin de dificultar aún más, si cabe, su entrada. Dentro de la barrera tomó posiciones una galera artillada bajo la capitanía de un curtido oficial de marina, Diego de Osorio, con el objetivo de servir de apoyo a los cañones de los fuertes. Una vez efectuados estos preparativos, aparentemente todo el mundo se relajó.

La verdadera debilidad de la plaza española sólo quedaría al descubierto con posterioridad. Santo Domingo carecía de guarnición y las fortificaciones eran deficientes. Las murallas que se observaban en los detallados planos que Batista Boazio trazó tras su ocupación son en su mayoría imaginadas, pues principalmente no eran más que una mera línea de arbustos y pequeños árboles. La milicia ciudadana pobremente armada y sin entrenar fue convocada para defender la plaza: lucharían contra un ejército inglés muy bien preparado y entrenado. Al menos, esto es lo que Drake esperaba encontrar tras haber visto las defensas españolas en anteriores visitas al Caribe y en las más recientes a los puertos del Pacífico.

Lo que se desconoce es precisamente el modo en que Francis Drake y Carleill decidieron desembarcar en el punto en que lo hicieron. La creencia oficial aseguró que el piloto español que habían apresado les informó sobre la playa de Hayna, pero es probable que Francis obtuviera información acerca de Santo Domingo a través de marineros suyos que con anterioridad habían visitado el lugar en mercantes. Con independencia de cuál fuera la fuente de información, se sabe que el corsario resolvió desembarcar a sus tropas en Hayna dirigiéndose a la ciudad. Entretanto, sus galeones se apostaron frente al puerto, listos para prestar apoyo artillero cuando fuere necesario. Marchando en cabeza a bordo del Francis, Drake condujo las pinazas hasta Hayna, pasada la ciudad, desde donde presenció el desembarco de sus hombres que saltaban entre el oleaje para luego adentrarse en la jungla hasta Santo Domingo. La sorpresa de los españoles sería mayúscula. Pese a que habían visto pasar las naves de asalto, creyeron imposible un desembarco. Entonces una pequeña fuerza montada salió a batir el terreno, pero eran demasiados pocos como para lanzar una resistencia efectiva.

Se produjo un cierto intercambio de disparos, a resultas de los cuales un jinete español murió, y el resto salió huyendo para dar la voz de alarma. Conforme el ejército inglés fue llegando a la ciudad, sus habitantes corrieron a poner tierra por medio. Para defender la plaza, las fuerzas españolas únicamente tenían 150 hombres, que retrocedieron hasta la Puerta de Lenba, formada por portales de piedra, sin puertas propiamente dichas. Aquí, a unos quince metros, comenzaba la muralla de la ciudad, lugar que constituía un lugar razonablemente bueno para establecer la línea defensiva. En este punto se alinearon unos cuantos cañones españoles, y se lanzó una salva que dio muerte a uno de los soldados ingleses que se encontraba al lado de Carleill. Aquella sería la última descarga que efectuaron los cañones enemigos. Escudados por el fuego artillero que emanaba de los barcos de Drake, los hombres de Carleill se apoderaron de los cañones españoles antes de que sus artilleros los pudieran recargar, lo que contribuyó a la huida de los españoles. Poco después los ingleses entraban en la ciudad.

Debacle y pillaje:

En el frente español el clima de caos era total. Durante la refriega alguien dio la orden de liberar a los esclavos de los galeones, quienes en vez de prestar ayuda a los defensores, tal y como cabía esperar, se unieron de inmediato a la soldadesca inglesa que deambulaba por las calles, arramblando y saqueando todo aquello que se encontraba a su paso. Algunos soldados españoles no se movieron de la fortaleza hasta la tarde del día siguiente, momento en el que salieron huyendo. Era la peor debacle que podía imaginarse y supuso una humillación para el ejército español y la Corona.

Estando a buen recaudo dentro de la ciudad y nuevamente victoriosos, Caleill fijó su perímetro de defensa, y Drake condujo la flota hasta el interior del puerto. Durante varios días sus hombres estuvieron saqueando la población, realizando pillajes, quemando casas, en definitiva, sembrando el terror y la confusión. Finalmente se presentó un emisario español con el propósito de inquirir qué es lo que pedían los ingleses por su marcha. Un millón de ducados a cambio, recibió por respuesta. Era imposible. Antaño sede de la Audiencia de Indias y de la Gobernación, el máximo poder español en el Nuevo Mundo, Santo Domingo era en 1586 un puesto de avanzada aislado, pobre y escasamente poblado, que vivía del recuerdo de una gloria marchita. En toda la región no había ni oro ni plata suficiente para saciar las demandas de Drake. Tan escasos eran los recursos de estos metales preciosos que la Casa de la Moneda se había visto obligada a acuñar monedas de cobre como moneda para uso local.

Las conversaciones entre los negociadores ingleses y españoles se dilatarían durante tres semanas más. Al término de cada sesión infructuosa, Drake deba órdenes de quemar otra parte de la ciudad, otra iglesia, otro convento. Cuando por fin se dio cuenta de que sus habitantes no podían pagar un sustancioso rescate, se llegó a un arreglo. Reuniendo el plato que el obispo de Santo Domingo había conseguido y salvar de la catedral, los anillos y los pendientes entregados por las mujeres, y gracias a la mayoritaria aportación de varios comerciantes, que abonaron el resto, finalmente lograron reunir la suma de 25,000 ducados.

Drake y sus tropas también saquearon todo lo que encontraron en las viviendas. Se llevaron todos los bienes muebles y quemaron todo lo que pudiera ser pasto de las llamas, como por ejemplo el galeón español, que en el momento del ataque estaba siendo reparado. Pero las construcciones y los edificios públicos eran de tal solidez, al estar construidos con piedra, que se negaron a desplomarse. No obstante, pese a las tropelías cometidas, el botín fue muy exiguo, salvo por una remesa de comida, varios cientos de cueros y algunas vestimentas sencillas.

No cabe duda de que la toma del asentamiento español fue una clara victoria para las tropas inglesas, aunque no fue la grandiosa batalla que a menudo se ha descrito. La versión oficial fue redactada hace un siglo por el historiador Julian Corbett. En su narración, los soldados ingleses derrotaron a una gran fuerza de soldados profesionales españoles en una plaza muy bien fortificada, si bien no es así como realmente sucedió. Su afirmación de que los esclavos que habían escapado –los denominados “cimarrones”- habían ayudado a desembarcar a las fuerzas inglesas tampoco se sostiene. Cierto es que un grupo de renegados y galeotes españoles se unieron a los ingleses después de la toma de la ciudad, mas no teneos constancia de que las autoridades españolas consideraran a ninguno de ellos como participantes en el ataque. En cualquier caso, Drake y sus tropas no necesitaron la colaboración de nadie, ya que la milicia ciudadana apenas opuso resistencia.

Negociaciones para la retirada:

Cuando estuvo preparando la historia de la expedición de Drake a las Indias Occidentales con vistas a su publicación un par de años después, se añadieron algunos relatos curiosos con los que se pretendía hacer más atractiva la historia para el lector inglés y, de esta manera, modificar la opinión popular que se tenía sobre el pirata caballero. Uno de estos episodios aparecería más tarde en dos de las crónicas inglesas que abordaron el tema de la ocupación de Santo Domingo, aunque en las fuentes españolas en modo alguno se plasmó. Según el marinero que redactó el cuaderno de bitácora del Prinrose, un soldado español montado a caballo apareció un buen día enarbolando la bandera de paz. Pero por alguna razón sin concretar muy bien en la historia. Drake envió a un muchacho negro para averiguar los deseos de aquel hombre. Entonces, tras intercambiar unas breves palabras con el chico, el español de pronto le clavó el asta de la pica, que atravesó su cuerpo. Cuando los negociadores españoles hicieron acto de presencia al día siguiente para hablar con el pirata, éste estaba iracundo y exigió el ahorcamiento del hombre que había matado al muchacho de color. Además, en represalia, mandó ahorcar a dos frailes prisioneros suyos. “Aquel día llegaron los españoles y se llevaron a los religiosos, y tres días después colgaron al hombre que había dado muerte al muchacho negro en el mismo lugar en el que se había ahorcado a los frailes”. La historia se repite con algunos añadidos en las ediciones impresas del A Summer True Discourse, aunque se piensa que no aparece en el manuscrito original.

Como todos los mitos, puede que el anterior tenga una base de verdad. Un romance español que algún tiempo después compusiera Juan de Castellanos nos habla de dos viejos frailes de los que unos hombres de Drake torturaron y mataron en su monasterio. Sin embargo, no hay una similitud básica entre ambos incidentes, y los dos bien podrían ser producto de la imaginación, pese a que, por lo visto, el relato inglés de la expedición parece respaldar la versión de Castellanos. El autor del diario del Leicester contó que él tomó parte en un destacamento cuya misión era quemar la ciudad de Santo Domingo: “Cuando llegamos a la ciudad incendiamos una abadía en la que yacía sin vida un fraile anciano, al cual habían dado muerte una multitud de soldados desmandados. También prendimos fuego a otras casas”.

Efectivamente, los hombres de Drake no dejaron en pie ninguno de los conventos, monasterios e iglesias con los que se fueron topando, y a su paso destruyeron imágenes, altares, verjas ornamentales y coros, intentando quemar todo aquello que no podían destrozar. Todos estos pillajes quedaron registrados en los informes que se enviaban a la metrópoli. No obstante, en ellos de modo alguno se mencionaba el asesinato de los dos eclesiásticos inocentes, quienes a buen seguro habrían aparecido en las crónicas oficiales, de haber sabido las autoridades lo sucedido. Si las fuentes españolas no dieron parte de la muerte que menciona el autor del diario del Leicester, quizá se deba a que el cuerpo se consumiera en las llamas. También es posible que los funcionarios españoles estimaran que el anciano, a quien se le sabía enfermo, hubiera fallecido poco antes a consecuencia de su enfermedad.

Drake parte hacia Cartagena de Indias (Colombia):

Otra historia, ésta sin tintes imaginarios, habla de la captura por parte de Drake de un blasón que halló colgando del edificio de la Audiencia. La insignia portaba el lema del rey Felipe II: Non Sufficit Orbis, “El mundo no basta”. Cuando los negociadores españoles arribaron para abordar el tema del rescate, Drake les rogó que le trajeran la divisa, pero sumamente avergonzados, éstos se negaron a soltar prenda. A continuación uno de los hombres del corsario señaló que tal vez la reina Isabel obligaría al monarca español a “desprenderse de su orgullo y desmedida vanidad”. Luego, una vez efectuado el pago del rescate, los negociadores españoles pidieron que les fuera devuelta la insignia, aunque sólo recibieron la tajante negativa de Drake.

Durante la larga estancia en Santo Domingo, la disciplina volvió a convertirse en un grave problema. Esta vez varios oficiales se vieron implicados en duelos. La tripulación también comenzó a pelearse y Francis se vio obligado a encerrar a unas treinta o cuarenta personas en dos capilla de la catedral, que improvisó como cárceles. Además, colgó a un irlandés al que acusó de asesinato. Los problemas luego se trasladaron al capitán Knollys, quien seguía negándose a prestar el juramento de fidelidad exigido por Drake. Tras varios encuentros adicionales y una larga carta de Knollys al pirata, pidiendo justicia, Drake acabó relevándole de su mando y lo trasladó al ‘Hawkins’, con la promesa de enviarle en breve a Inglaterra.

Después de treinta y un días de ocupación de Santo Domingo, Francis volvió a embarcar una vez más a su flota. Ahora era más numerosa que cuando llegaron. En el puerto había fondeado u buque mercante propiedad de un tal Juan Antonio Corso, que un admirado Francis Drake tomó a cambio de uno de sus barcos que presentaba vías de agua. Se trataba de una voluminosa nave de 400 toneladas. También había una embarcación de 200 toneladas que el pirata igualmente hizo suya; ambas adquisiciones las bautizó con el nombre de New Year’s Gift y New Hope respectivamente. Los navíos que abandonó fueron el Benjamín y el Scout. Asimismo, tomó del puerto otras tres naos españolas diminutas, una de ellas una fragata que acababa de ser botada pocos días antes de su aparición. En el puerto también halló una galera, aunque estaba en malas condiciones y parcialmente desmantelada para ser carenada. Remolcándola hasta mar adentro, allí le prendieron fuego, junto a los barcos de Drake con vías de agua y otros buques allí atracados que no deseaba llevarse consigo.

Junto con sus embarcaciones, Drake se llevó hasta la última pieza de artillería que encontró, como unos setenta cañones de todos los tamaños, que cargó en el barco del Corso. En él asimismo iban algunos galeotes, que tan bien le vinieron para cubrir los puestos vacíos de las castigadas tripulaciones inglesas. Otros, en cambio, se internaron en las colinas. Lo mismo puede decirse de muchos esclavos de color. Así pues, mientras que algunos se fueron con el pirata, otros se unieron a los cimarrones de las montañas.

Desde Santo Domingo, Drake condujo la flota directamente hasta el sur del continente (a Cartagena de Indias, Colombia/nota de PSR).

Texto transcrito del libro “Sir Francis Drake. The Queen’s Pirate” (Francis Drake. El Pirata de la Reina). Autor: Harry Kelsey. Primera edición 2002. Traducido al español por Aurora Alcaraz. Impreso en España por Editorial Ariel. S. A. – Digitado por Pedro Samuel Rodríguez para Orbe Quince. Los correspondientes permisos se gestionan con los dueños del Copyright.
Sto. Dgo, Rep. Dom., 9/2011.
Los apartados en negritas son del transcriptor
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