UNA REPUBLICA COLONIAL - APERTURAS, CAMBIOS Y ADECUACIONES
Formalmente no existe un sistema “colonial
republicano”;
pero, ¿cómo llamar al sistema socio político de una
nación cuyo influjo colonial
aún gravita en las estructuras de su presente
condición de república?
Pedro Samuel Rodríguez-Reyes
Capítulo III
POBREZA COLONIAL Y MESTIZAJE
La cercanía
de amos y esclavos alentó el mestizaje.
La pobreza
operó como resorte que aproximó a libres,
libertos y
esclavos o a blancos, mulatos y negros.
Roberto Cassá; Historiador y Académico dominicano
Nos adscribimos a la hipótesis
que plantea que la pobreza de la colonia de Santo Domingo, más que un problema,
una tara o un estigma, tuvo resultados positivos en el devenir histórico del
pueblo dominicano. En adición, postulamos, que el mestizaje y la hibridación
cultural, pueden garantizar un modelo de convivencia más armónico al interior
de un conglomerado humano de origen multiétnico.
En la colonia española de Santo
Domingo de mediados del siglo XVI, condiciones históricas objetivas como pobreza,
despoblación y aislamiento dieron paso a un intenso mestizaje, y éste determinó
el surgimiento de unos particulares rasgos culturales que, en función de
valores sociales, disminuyó sensiblemente la posibilidad de aparición de
relaciones sociales marcadas por el odio racial, la extrema intolerancia o la
segregación radical, como hubiese sido previsible que sucediese al interior de
aquel conglomerado compuesto de razas y culturas contrastantes que recién
empezaban a interactuar.
Tras la aparición de esas
condiciones históricas, la sociedad dominicana fue conformando sus propios
niveles de convivencia y sus propios parámetros de tolerancia racial, los
cuales fueron diferenciándose de las otras sociedades vecinas.
La aparición de esos valores
sociales en La Española fue posible debido a la conjunción de un sistema
colonial esclavista ejercido en casi permanente y generalizada ruina, como
aconteció de modo particular en nuestro territorio a partir de apenas
transcurridas las primeras décadas de la administración colonial.
Por otra parte, existen
evidencias suficientes como para poder afirmar que uno de los principales
motivos del temprano fracaso económico de la colonia española de Santo Domingo,
consistió en el masivo éxodo de sus colonos hacia los vastos y ricos territorios
que en esos tiempos España descubría y conquistaba en Tierra Firme. Así, la
emigración en busca de fortuna hacia los nuevos territorios continentales de
México, Perú, Florida y otros lugares, ocasiona la despoblación; esa
despoblación genera, a la vez, aislamiento y ruina, y ello, entonces, prepara
las condiciones para un intenso proceso de mezcla racial entre los escasos
individuos de etnias diversas que aquí permanecían.
La conjunción de pobreza y
mestizaje fue entonces definiendo el escenario que impidió el surgimiento de
una polarización racial que en un momento dado hubiese enfrentado a esclavos
negros y colonos blancos.
Examinemos, pues, cuáles podrían
haber sido los posibles nexos entre el casi inmediato desplome de las
expectativas económicas de España respecto a la isla de Santo Domingo, el
éxodo, la despoblación, la pobreza, el aislamiento, y el mestizaje.
1- Una colonia atípica:
Se ha dicho que la historia es
acumulativa y que sus procesos dejan huellas a través del tiempo. De ser así, y
articulando temporalidades, debe existir una estrecha conexión entre la
historia dominicana y algunas de las características fundamentales del pueblo
dominicano de hoy, como sugieren los novedosos trabajos de investigadores de la
historia de las mentalidades colectivas, disciplina que pretende estudiar cada
vez menos la sicología de “los grandes hombres” y las llamadas “expresiones
superiores del espíritu humano”, para extenderse a los aspectos cotidianos y
prosaicos de la sicología social como estrategia para abordar la síntesis de la
historia. Así, la recién denominada Psicohistoria a cuyos postulados se
adhieren, entre otros, historiadores como el francés Robert Mandrou
(1921-1984), pretenden entender el engranaje entre psiquismo e historia, es
decir, los modos cómo los individuos experimentaron psicológicamente sus
condiciones históricas objetivas y la posible incidencia en la historia de
dichas modulaciones psicológicas (1).
Se trata, pues, del estudio del
origen de los rasgos de la sicología colectiva de determinado conjunto
histórico-social; de la prolongación de sus influencias, y sobre todo, del
examen de los procesos históricos que conformarían tales rasgos colectivos y
de cómo éstos influyen en la historia misma.
Observemos, como marco general,
algunos señalamientos de específicos procesos de nuestra historia y las
posibles huellas que partiendo desde tales procesos habrían de prolongarse
hasta el presente.
Así, podríamos empezar indicando
que, en sentido general, el objetivo de toda colonia fue la explotación al
máximo de sus recursos a través del trabajo intensivo de sus esclavos. En su
concepción ideal, esa explotación debe producir riqueza. La conjunción de
riqueza y esclavitud produce, necesariamente, odios sociales profundos. La
colonia española de Santo Domingo, por el contrario, fue un fracaso económico,
y por consiguiente, una colonia atípica largamente subsidiada en donde se
generó la conformación de unos amos y de unos esclavos igualmente atípicos; de
unas relaciones entre éstos de igual naturaleza, en cuya matriz colonial fueron
forjándose muchas de las particularidades fundamentales de nuestra cultura y
las de nuestra idiosincrasia del presente.
Veamos brevemente los efectos que
algunos eventos de nuestra historia tuvieron en cuanto al surgimiento de las
condiciones que facilitaron el inicio del proceso de fusión de las razas aquí
encontradas y de la consecuente hibridación cultural.
Pero antes, creemos necesario
señalar que el proceso de formación de la cultura dominicana no parece
coincidir necesariamente con el fenómeno latinoamericano de la
"Transculturación", que, "como proceso transitivo de una cultura
a otra", ha propuesto el antropólogo cubano Fernando Ortíz.
Decimos esto, porque no
observamos plena coincidencia entre el proceso de la conformación de la cultura
dominicana y las tres etapas que, según Ortíz, se identifican en la
"Transculturación", cuyas etapas son:
a) "Pérdida parcial de la
cultura receptora originaria".
-No hay coincidencia porque
resulta que en Santo Domingo, la cultura receptora originaria, la nativa Taína,
desapareció muy tempranamente, y, por tanto, tuvo escasa influencia en los
procesos posteriores.
b) "Incorporación de la
cultura originaria a la cultura externa".
-No hay coincidencia porque en La
Española fueron externas las culturas que protagonizaron el proceso de
formación de la cultura criolla, es decir, españoles y africanos.
c) "El esfuerzo de
recomposición mediante el manejo de los elementos que sobreviven de la cultura
originaria y los que vienen de fuera".
-No hay coincidencia con el caso
dominicano porque, como hemos dicho, en Santo Domingo, los extranjeros
africanos y españoles, fueron quienes básicamente hicieron el esfuerzo de
recomposición cultural.
Ciertamente, en Santo Domingo
hubo pérdidas culturales, selecciones, redescubrimientos e incorporaciones que
se resolvieron en el marco de una reestructuración general del sistema
cultural, pero, sus protagonistas fueron otros, fundamentalmente extranjeros, y
cuyo proceso se verificó, no con simples contactos (como el proceso de
"Aculturación" planteado por J.W.Powells), sino mediante una función
más radical: la fusión étnica y cultural.
Retomando ahora el caso que nos
ocupa, y visto a grandes rasgos, desde mediados del siglo XVI ya existían los
antecedentes estructurantes de la conformación del sustrato cultural criollo,
imbricado, primero, en la temprana desaparición del conglomerado aborigen por
motivos diversos y, poco después, en el descenso cuantitativo del colectivo de
esclavos negros por, entre otros causas, una intensa absorción en el proceso de
mestizaje. Ello, como en términos generales lo ha expresado el historiados
dominicano Roberto Cassá, “plasmó la desaparición de una posible polaridad
constituida por minorías blancas y unas mayorías negras, llegándose en el
siguiente siglo XVII a determinarse un perfil étno-demográfico constituido por
una población de mulatos del 80%, una de esclavos del 10% y una menor
proporción de blancos” (2).
El siglo XVII, fue entonces,
clave en la conformación de esa población mayoritaria mezclada-mulata; clave en
el reprocesamiento de los aportes culturales hispánicos y africanos vigentes
hasta entonces, y clave en la consecuente constitución de novedosos patrones
culturales locales. No sería aventurado decir que el actual pueblo dominicano
es hijo de los hechos y de los eventos acaecidos en aquel siglo XVII en donde
convergió simultáneamente el heroísmo y la supervivencia, las amenazas
externas, la angustia, la extrema pobreza y el continuo mestizaje.
Por otra parte, la potenciación
de la mezcla racial en este siglo XVII fue probablemente estimulada por las
devastaciones de 1605-06 como factor desencadenante de una adicional oleada de
pobreza y ruina, y, consecuentemente, causante de otra ola de emigrantes que
ahora temían caer en manos de piratas extranjeros que no cesaban en sus
incursiones con el propósito de apoderarse de este territorio insular que se
despoblaba.
El proceso de hibridación, mezcla
y fusión racial en la colonia española de Santo Domingo, parece haber sido ya
generalizado a mediados del siglo XVIII. Ello puede advertirse en los apuntes
del viaje que realizó desde la colonia francesa de Saint Domingue a la colonia
española, en 1764, el francés, Daniel Lescallier, quien escribe -sin disimular
su muy escaso aprecio por nuestro pueblo- al llegar a la ciudad de Santo
Domingo, lo siguiente: “Esta ciudad está habitada por negros libres, mulatos,
caribes y por una mezcla de todas estas especies. Hay allí muy pocas familias
enteramente blancas. Varias, hasta de las que ocupan el primer rango si se
observa bien que no han conservado toda la pureza de su sangre. Fuera de la
capital no hay una sola de estas especies que no esté mezclada. Parece difícil
conciliar el orgullo castellano con el poco escrúpulo que han tenido al
mezclarse con todas las especies que nos vemos movidos a mirar con ojo
despectivo o indiferente” (3).
Un factor que nos ayudaría a
comprender mejor la dinámica de aquel intenso mestizaje en la colonia de Santo
Domingo sería el escaso arraigo de los españoles y los portugueses en defender
la “pureza racial”, cuyas dos nacionalidades constituían el grueso de la
población blanca de la isla en un momento determinado. En efecto, adicional a
la población de colonos españoles, en la isla de Santo Domingo hubo una notable
inmigración de portugueses, a raíz de Felipe II, rey de Castilla, reinar a la
vez en Portugal a partir de 1581.
Sin embargo, la acelerada
decadencia demográfica de esa población blanca que emigraba o se absorbía en el
mestizaje, sería, en parte compensada con las programadas inmigraciones de
familias procedentes de las Islas Canarias, a partir de finales del mismo siglo
XVII (4).
Respecto al poco interés del
ibérico en defender su “pureza racial”, Angel Rosenblat (1902-1984), filólogo,
demógrafo e historiador nacido en Polonia, formado en Argentina y fallecido en
Venezuela, explica la particular carencia de aberraciones étnicas de españoles
y portugueses en la forma siguiente: “La falta de prejuicio racial del español
y del portugués se debe quizás a la formación misma del hombre ibérico,
resultado de las mezclas más diversas: pueblos procedentes de Europa a través
de los Pirineos, pueblos procedentes de Africa a través del Mediterráneo,
fenicios, griegos, cartagineses, judíos, celtas, romanos, germanos, árabes, y
con éstos una amalgama de pueblos diversos del norte de Africa. En su expansión
americana el hombre hispano no tenía que defender ninguna pureza racial: le
interesaba sobre todo su religión, de la que España era entonces campeona en el
mundo” ( 5).
2- ¡ Dios me lleve al Perú ! :
Como decíamos, la temprana
pobreza de la Isla La Española parece tener su origen en el desplome de las
expectativas que sobre estos limitados territorios insulares ocasionó el
repentino descubrimiento de vastísimas tierras en el continente, apenas
transcurrían las primeras décadas del siglo XVI. La Península ibérica se
despoblaba en ruta hacia los nuevos territorios de Tierra Firme, pero también
tomaban esa misma ruta muchos de los colonos recién asentados en La Española y
en otras islas antillanas. Por eso, poco antes de arribarse a la mitad del
siglo XVI, posiblemente ya era tan sólo un vago recuerdo aquella favorable
impresión que la belleza y la fertilidad de La Española había dejado en Colón y
sus compañeros.
Con los asombros de esos nuevos
descubrimiento la empresa de la colonización tomaba un matiz muy diferente a la
primigenia contemplación de la ignota belleza insular antillana. Los pasados
incentivos de Repartos de indios, los “Asientos” y aún la obtención de
“Licencias” para importar esclavos de Africa ya quizás interesaba a pocos; el
grito casi general de aquellos colonos insulares era “!Dios me lleve al Perú!”,
con toda la carga de esperanza y entusiasmo por mejorar la condición económica
que dicha expresión contenía (6).
La despoblación de La Española y
la de otras islas cercanas podría hoy entenderse mejor si imaginásemos el
alborozo que produciría a esos colonos ávidos de aventuras y riquezas el
escuchar las fabulosas noticias provenientes desde Perú y México: “Eran
noticias tan extremadas, que a los viejos hace mover, cuanto más a los
mancebos”, se le comunicaba al emperador Carlos V desde una de las islas
antillanas (Puerto Rico) en 1533 (7). Hubo, incluso, casos en que debióse tomar
medidas drásticas para contener la ola migratoria hacia el continente,
recurriéndose en algunos de estos territorios coloniales insulares antillanos a
“la flagelación y al tajeamiento de los pies de los colonos emigrantes” (8)
como medio para evitar la despoblación total que se avizoraba.
El Canónigo dominicano Carlos
Nouel explica ese escenario así: “La Española amenazada de muerte a
consecuencia de los recientes descubrimientos hechos en el Continente, y de la
conquista de las regiones que componían el reino de Montezuma y el imperio de
los Incas, y que, llamando la atención universal, alejaban de la colonia a sus
moradores, precipitando así el despoblamiento de todos los lugares (...) La
decadencia de la Española era asombrosa: ella ántes floreciente veía
desaparecer de su seno, sus riquezas, su comercio, su industria y sus
pobladores. Para Contener la progresión del mal, dictó la Corona algunas
disposiciones favorables a este fin; pero inútiles fueron los esfuerzos de
aquel laudable propósito, porque tardías habían sido las medidas” (9) .
Sobre el mismo tema se expresa otro
historiador dominicano, Jacobo de Lara, en su estudio escrito en 1954-1955
titulado Bosquejo Histórico del Santo Domingo Colonial como clave del Santo
Domingo de hoy, en cuyo trabajo cita al historiador norteamericano Otto
Schoenrich quien expresa lo siguiente: “En unos cuarenta años después del
descubrimiento Santo Domingo pasa al cenit de su gloria. México y Perú absorben
la atención de España, y Santo Domingo cae en una situación de insignificancia
política y económica”. El Señor de Lara acota a seguidas que: “De aquí la obra
de España en la colonia, sobre todo en su desarrollo cultural, fue medio siglo
de eminencia y gloria y dos siglos y medio de negligencia. Pero durante esos
siglos de vida colonial una estructura social interna se iba formando dentro de
la isla, y la amalgamación de las razas sigue su curso, aumentándose
continuamente la proporción de mulatos debido a que durante esos siglos de
aislamiento y pobreza de la colonia los blancos y los negros, en más o menos
igual número” –ahora de Lara cita a Samuel Harzard-: “mantienen forzosamente
más íntimas relaciones y dependen, ambos grupos, de su ayuda y compañía mutua”.
“Al correr el tiempo –continúa de Lara- había allí más gente de color libre que
esclavos y, lo que es aún más significativo, la mayoría de unos y de otros eran
nacidos en el país y no traídos de Africa. La razón fundamental de esta
situación era la política de España en sus colonia” (10) .
Aquellos seres confinados y
atrapados en un mismo barco insular, casi abandonados a su suerte, obligados a
sobrevivir juntos en pobreza, aislamiento y en acoso permanente de piratas y
corsarios, conformarían el escenario propicio para la mezcla de razas y para el
relativo acercamiento social y económico entre unos particulares amos pobres y
unos atípicos esclavos, cuyo resultado posterior, al decir de otro visitante
francés a nuestro territorio en el siglo XVIII, el historiador y abogado
Mederic Louis Elie Moreau de Saint-Mery, quien al observar aquí el trato entre
los amos y sus esclavos, escribió: “Los esclavos de los españoles son mas bien
los compañeros de sus amos, que sus siervos” (11). Saint-Mery, al parecer, veía
con cierto asombro que en Santo Domingo el amo y su esclavo lucían, más bien,
amigos, lo que era inconcebible en la vecina colonia francesa de Saint-domingue
(actual Haití), conocida por él.
“La despoblación de los indios y
la emigración de los descubridores españoles –expresa por su lado el
historiador dominicano de principios del siglo XIX, Antonio del Monte y Tejada-
impidió que Santo Domingo llegase al grado de opulencia a que posteriormente se
elevaron otras capitales del Nuevo Mundo, y es de presumirse que la Metrópoli
de las Indias Occidentales (Santo Domingo:psr) no conservó en su seno en
aquella época de transmigraciones complicadas sino la parte más sana de sus
habitantes (...) y de este modo, al tiempo que Santo Domingo se debilitaba en
su población sin renovarla, los nuevos descubrimientos (en el continente:psr)
eran el asilo de hombres aventureros y sanguinarios. Los vicios se acrecentaron
en estos países con el aumento de la población, mientras que las virtudes
primitivas de los fundadores de Santo Domingo se conservan en el pequeño número
de habitantes que poblaron las partes diversas de esta extensa isla” (12).
Como nota al margen debemos
señalar que la expresión “extensa isla” está referida a la inexistencia de
Haití (colonia de Saint-Domingue) en tiempos en que toda la geografía insular
aún era colonia de España.
A partir de aquellas fabulosos
noticias llegadas desde Tierra Firme, la emigración, la despoblación y las
penurias económicas no pudieron ser detenidas en Santo Domingo, y sus
consecuencias de ruina y pobreza se perpetuarían por generaciones. De ello
existen múltiples evidencias.
“Las nuevas adquisiciones que
hacíamos en el Continente –escribía el criollo Antonio Sánchez Valverde en
1785-, que debían haber contribuido al aumento de La Española (...) eran otros
tantos principios de su ruina y despoblación (...) México, la Florida, Yucatán
y el Perú la iban despoblando insensiblemente. Los vecinos más acomodados eran
los primeros que la dexaban (...) Francisco de Montejo, para los
establecimientos que se les concedieron en Yucatán; Lucas Básquez de Ayllón y
Pánfilo de Narváez, para los de la Florida; y Heredia para los de Cartagena”
(13). “Insensiblemente iban saliendo de la Española, o las familias enteras o
los sujetos que se hallaban todavía con algún caudal antes de consumirle poco a
poco sin esperanza de adelantarle (...) Los mismos transmigrantes convidaban y
provocaban a otros de suerte que apenas se quedaban en la Española los que por
su mucha miseria se hallaban imposibilitados de huirla (...) De las más
distinguidas familias que se habían establecido apenas quedaban rastros. Las
casas se arruinaban cerradas. Las posesiones de las tierras quedaban tan
desiertas que llegó a perderse la memoria de sus propietarios en muchísimas y
en otras la demarcación de sus límites” (14).
Los fenómenos que determinaron el
fracaso económico de La Española no fueron exclusivos de esta isla, también los
observamos en, al menos, otra colonia insular de la época, como se aprecia en
la carta del Obispo de San Juan (colonia española de Puerto Rico) dirigida al
Rey Felipe II, fechada 6 de Abril del año 1570, en la que expresa: “Advierto a
vuestra magestad que es tan extrema la pobreza que digo desta iglesia que ni lo
que tiene de Renta de fábrica ni los novenos de que vuestra magestad le haze
merced llegan a dozientos y setenta ducados , y estos no bastan para comprar
vino, harina y cera para dezir misa y aceite para la lámpara del santíssimo
sacramento” (15).
Aquí, en la Isla La Española, un
siglo después de la quejosa correspondencia del Obispo de San Juan, el
Arzobispo de La Española, Carvajal y Rivera, se lamentaba en parecidos
términos. En correspondencia a la corona, este Arzobispo escribía el 27 de
Agosto de 1692: “Estado Eclesiástico: El más infeliz y miserable que he visto
en mi vida (...) El culto divino el más indecente que jamás he visto, sin
gente, sin órgano casi, sin ornamento ni ropa blanca, todo indecentísimo; la
fábrica sin renta, acá todo caro y a veces no se halla, como sucedió este año
que por falta de manteca se alumbró el Santísimo con una vela de sebo en la
Catedral (...) La Iglesia más desgraciada que he visto en lo mucho que he
andado, es ésta, y cuando por ser la Primada de las Indias, y ésta la primer
tierra en que se plantó la fe, parecía conducente a estar más atendida, es el
desecho de todas” (16).
3- El caso de la colonia de Cuba:
Sin embargo, otra isla, como fue
el caso de la colonia española de Cuba, tuvo compensaciones y beneficios
derivados de los nuevos descubrimientos en Tierra Firme. En parte, tales
beneficios los obtuvo Cuba, específicamente el puerto de La Habana, a
consecuencia de la pérdida de la preeminencia y del aislamiento a que empezó a
ser sometida la isla de Santo Domingo. El reciente escenario geopolítico y los
novedosos intereses de España así lo determinaron.
El historiador cubano Ramiro
Guerra y Sánchez (citado en capítulo anterior) comenta sobre las causas que
originaron el aislamiento de Santo Domingo y las que, a la vez, marcaron el
inmediato inicio de la preeminencia del puerto de La Habana. Ramiro Guerra
dice: “La proximidad de la región oriental de Cuba a La Española, centro de la
colonización en el Nuevo Mundo durante varios años, favoreció el desarrollo de
dicha parte de la isla (de cuba:psr) y de las poblaciones situadas en la costa
meridional, más cercanas, no sólo a Santo Domingo, cabecera del virreinato,
sino a las demás colonias fundadas en las islas o las costas continentales del
Caribe. Pero la conquista de México primero, y el establecimiento de las rutas
marítimas permanentes entre España y las Indias después, con escala forzosa de
las naves en el puerto de la Habana durante el viaje de retorno, comenzaron a
darle mayor importancia a la zona occidental, particularmente al puerto
habanero.
En los primeros treinta años del
siglo XVI –continúa Guerra y Sánchez- el puerto de Santo Domingo era el más
frecuentado de las Indias (...) pero el cambio en el sistema de comunicaciones
entre España y las Indias produjo una importante consecuencia en Cuba, además
de asegurar la hegemonía de la parte occidental, cortó casi completamente las
relaciones de la isla con la Española y la conectó más estrechamente con México
y con la Florida” (17).
El cambio en el sistema de
comunicaciones a que hace referencia Ramiro Guerra en el párrafo anterior tiene
mucho que ver con el descubrimiento de las corrientes marítimas del Golfo de
México, frente a la isla de Cuba, cuyas corrientes impulsaban a los barcos
españoles que regresaban a la península después de reunirse en La Habana. Este
puerto tomó desde entonces una extraordinaria importancia, cayendo Santo
Domingo en una “situación de insignificancia política y económica”, como
señalaba Otto Schoenrich.
El fenómeno del aislamiento de
Santo Domingo y la inmediata preeminencia del puerto habanero tuvo, con el
tiempo, resultados diversos y dispares en ambas colonias, los cuales podrían
ser evaluados en forma elemental y sintética de la siguiente manera: como
consecuencia de tal preeminencia, la colonia española de Cuba pudo obtener,
como obtuvo, un mayor desarrollo económico que la aislada colonia española de
Santo Domingo, pero, posiblemente a resultas de ese mayor desarrollo económico
de ciertas élites de la colonia de Cuba, las relaciones y las visiones
intra-sociales que allí fueron generándose, derivaron en la conformación de
diversos males propios de un sistema esclavista ejercido en la prosperidad de
unos pocos amos, dueños y colonos, a expensas de una masa mayoritaria de
depauperados y de esclavos. Uno de tales males sociales, el discrimen racial,
no podía potenciarse en una sociedad esclavista ejercida en aislamiento y
pobreza como la colonia española de Santo Domingo.
Resultados objetivos de un sistema
esclavista ejercido en la riqueza de unos pocos beneficiados, como los
denunciados a finales del pasado siglo XX por el líder cubano, Fidel Castro, no
pudo generarse ni se generó en Santo Domingo. Castro expresaba: “En los parques
de muchas ciudades (cubanas:psr) se podía observar el espectáculo bochornoso de
que blancos y negros debían transitar por diversos sitios. Muchas instituciones
educacionales, económicas y recreativas privaban a los ciudadanos negros del
acceso a ellas, y con esto, del derecho al estudio, al trabajo y a la cultura,
y lo que es más esencial, a la dignidad humana” (18).
El citado historiador cubano,
Ramiro Guerra explica el origen de otros males sociales producto directo de
aquella preeminencia del puerto habanero: “En la Habana, las flotas fueron un
factor de corrupción y de desorden. Tan pronto las naves fondeaban en el puerto
y la gente saltaba a tierra, el juego se permitía y se toleraba sin limitación
alguna. Convertidas las casas en garitos, los escándalos, las riñas y las muertes
eran frecuentes. Al propio tiempo, marinos y pasajeros cometían toda clase de
desafueros con el vecindario, sin respeto a las autoridades locales” (19) p.
91. “Los habaneros mantenían con las flotas otra forma particular de comercio.
Vendíanles frutas, carne, pescado, legumbres (...) y proporcionaban a los
pasajeros alojamiento en tierra, mientras los barcos permanecían en el puerto
semanas y meses. El arribo de la flota convertía la Habana en un enorme
hospedaje y en una inmensa casa de juegos, negocios ambos que rendían no poco
provecho” (20).
4- Despoblación y pobreza en
Santo Domingo
como problemas positivos:
¿Cómo pudo una sociedad, como la
dominicana, obtener algún beneficio a partir de factores tales como pobreza y
aislamiento?
La República Dominicana, cuyo
pueblo es étnica y culturalmente mezclado profusamente, ha logrado atenuar
desde hace más de tres siglos el problema del discrimen racial manifiesto, lo
cual posiblemente no pueda lograrse a corto plazo en pueblo alguno, ni
improvisándose, ni siquiera planificándose. Ello parece haber sido logrado a
través de unos específicos procesos históricos que en la sociedad dominicana
han ocurrido en forma muy particular.
Obviamente, al interior de la
sociedad dominicana no habrá desaparecido aún el prejuicio racial, pero no
existe ni ha existido discriminación ni odio étnico manifiesto.
En efecto, como ya lo hemos
señalado, es escasamente probable que se generasen malquerencias étnicas y
discordia social en una colonia en ruinas en donde, a la vez, sus diversas
razas y culturas se fusionaban. El historiador Roberto Cassá nos ofrece una
vívida impronta a ese respecto cuando apunta: “A duras penas se puede
conceptuar como clase dominante a los hateros, típicos propietarios ganaderos,
en realidad rústicos habitantes del campo con escasísimos niveles de
acumulación y un estilo de vida no muy diferente del de sus contados esclavos”
(21).
El historiador y académico
dominicano, Frank Moya Pons, nos ilustra en ese sentido cuando expresa:
“Entretanto, la colonia española de Santo Domingo, se debatía en medio de la
pobreza, abandonada por España y amenazada por sus enemigos”(22). El Mismo Moya
Pons enriquece su planteamiento y dice: “ La situación general de Santo Domingo
y sus alrededores a mediados de 1680 era tal, que cuando llegó el nuevo
gobernador Diego de Sandoval a sustituir a Antonio Osorio era de hambre,
miseria y aflicción (...) muchos de los vecinos no pudieron ir a recibirlo por
no tener ropa que ponerse”(23).
En ese mismo tenor se expresaba,
a fines del mismo siglo XVII, el Arzobispo de Santo Domingo, Fr. Fernando
Carvajal y Rivera, en un informe a la Corte fechado 10 de Agosto de 1690 que
decía: “Celébranse los días de precepto misas de noche, mucho antes de
amanecer, porque de no ser así, se quedarían sin oírla las dos terceras partes
de la gente de ambos sexos, por no tener vestidos decentes en la ciudad, donde
todos son conocidos” (24).
Fue en ese universo local de
ruina y distensión en donde se gestó, a partir del siglo XVII, aquel intenso
proceso de mestizaje, como lo expresa Roberto Cassá: “ La cercanía de amos y
esclavos alentó el mestizaje. En particular, la pobreza operó como resorte que
aproximó a libres, libertos y esclavos o a blancos, mulatos y negros. El
mestizaje dejó de estar centrado en la relación entre blancos y esclavas para
expandirse a nuevas variantes, que incluían esclavos con mujeres libres. Los
cruces entre categorías sociales y étnicas no sólo eran producto de la realidad
circundante sino de la voluntad de muchos para mejorar el estatuto social, lo
que antes resultaba más limitado y se refería con exclusividad a las mujeres
negras o mulatas. El resultado fue una relajación de las regulaciones que
impedían a las personas de color ser aceptadas dentro del conglomerado superior.
Lo más importante de dicho
proceso –continúa Cassá- fue que el mestizaje trascendió con mucho el aspecto
biológico, teniendo consecuencias en variados órdenes culturales. El mulato
criollo se identificaba a un paradigma cultural emergente (...) En todo caso,
los mulatos perfeccionaron la simbiosis del aporte cultural hispánico básico
con componentes africanos, constituyéndose en protagonistas del desarrollo de
marcos culturales locales inéditos (...) La cultura criolla, si bien fue
iniciada por la asociación con el nuevo medio de los españoles que decidieron
tener en América su destino, cobró perfiles más amplios y definidos con la
emergencia del sector mulato” (25).
Ahora observemos las opiniones
que respecto a estos procesos nos ofrece el sociólogo y periodista dominicano
José Ramón López, quien escribía en 1915: “Cayeron aquí las murallas que
separaban a blancos y negros, porque fueron derribadas por la ignorancia y la
pobreza”. Y continuaba: “ Las emigraciones al continente iberoamericano redujeron
al mínimo la potencia económica del país, y la carencia casi absoluta de
escuelas abatió la mentalidad del blanco hasta reducirla a la escasa que había
alcanzado el negro nacido en la colonia. Naturalmente, pobres e ignorantes por
igual ambas razas, desapareció el valladar que los separaba (...) Por eso aquí
tenemos resuelto, aunque inconscientemente, el problema racial, el más pavoroso
y terrible que se yergue hoy en los países en donde conviven negros y blancos”
(26), concluye José Ramón López.
Vemos entonces, cómo, apenas a
partir de los primeros decenios después del descubrimiento de la isla de Santo
Domingo, problemas tales como el éxodo, la despoblación, el aislamiento, la
pobreza, la pérdida de la preeminencia y el mestizaje, han estado, sin embargo,
conformando importantes valores sociales.
La inexistencia de las
tradicionales y generalmente conocidas prácticas discriminatorias en la
sociedad dominicana es hoy mejor observada, no sin discreto asombro, por
turistas y visitantes extranjeros. Ello tal vez sería parte de la magia del
éxito de República Dominicana como destino turístico.
Es conocida a través de los
medios de comunicación la clásica respuesta de quienes nos visitan al
preguntárseles qué les agrada de nuestro país: “su gente”, suelen siempre
responder ¿Por qué? Intimando con algunos de éstos llegamos a entender la razón
de tal señalamiento: “me asombra y agrada –explican algunos visitantes- el
hecho de que paso frente a gente de color y no percibo la clásica –sutil o
directa- animadversión ni rechazo ni agresividad hacia mí; esto parece ser
sincero de parte de los dominicanos; no es mero teatro. Pido permiso y me abren
paso con discreta cortesía. Noto cómo los nacionales comparten espontáneamente
personas de todos los colores. No conocí fenómeno tan natural en otras
partes...” Este visitante no sabe, pero lo intuye, que tal “fenómeno” social es
el producto de un particular proceso histórico de siglos y generaciones entre
culturas y etnias diversas, siendo, en consecuencia, una de nuestras peculiares
riquezas como nación.
La mitigación de las clásicas y
“mundializadas” aberraciones raciales en República Dominicana se evidencia en
las vigorosas muestras con que el pueblo ha rechazado las actitudes y las
políticas racistas cuando alguien, ignorante de la particular naturaleza de
nuestros procesos históricos, ha osado ponerlas en práctica. Ya en épocas del
inicio de la anexión a España (1861), ese pueblo no toleró -ni hasta entonces
conoció- las actitudes de un nuevo y odioso modelo de discrimen racial ejercido
en su contra por parte de los militares y burócratas recién llegados desde la
Península Ibérica y desde las colonias de Cuba y Puerto Rico. Estos recién
llegados al parecer no entendían que el discrimen manifiesto y el odio étnico
se generaban, más bién, en los sistemas donde coincidían esclavitud y riqueza,
desconociendo que el patrón en la colonia de Santo Domingo había sido la
pobreza común de amos y esclavos y el indetenible mestizaje. Tales actitudes
discriminatorias provocaron, en parte, el choque cultural que desató las
sangrientas y triunfantes guerras restauradoras.
El historiador y académico
dominicano Emilio Cordero Michel se expresa sobre el surgimiento de ese choque
cultural verificado en las guerras restauradoras, así: “A mi modo de ver, esa
política de discriminación racial fue la que aumentó la agudización de las
contradicciones hasta llevarlas a un nivel explosivo. Burócratas, oficiales y
soldados que venían no podían aceptar la igualdad con negros y mulatos dominicanos”
(27).
El mariscal español José La
Gándara y Navarro en su libro Anexión y guerra de Santo Domingo. Tomo I, da su
versión respecto a estos hechos: “Aconteció con frecuencia que los blancos
desdeñasen el trato con los hombres de color o que repugnaran su compañía. En
ocasiones hubo algún blanco de decir a un negro que si estuviera en Cuba o
Puerto Rico, sería esclavo y podrían venderlo por una cantidad determinada”
(28). En otra parte del mencionado libro el mariscal La Gándara dice: “El
soldado y raso español no podía darse cuenta de que realmente fuera general o
coronel el negro o mulato que detrás de un mostrador le regateaba un objeto de
comercio” (29).
Cordero Michel concluye con que:
“Aunque casi todos los oficiales apoyaron a Santana en sus proyectos
anexionistas, cuando vieron el territorio nacional hollado por la soldadesca
española y comenzaron a sufrir en carne propia los efectos de la política
económica (...) y la discriminación racial y religiosa dieron inicio a los
intentos restauradores de comienzos de 1863 que culminaron con el estallido
revolucionario y popular del 16 de Agosto de ese año” (30).
En consecuencia, el dominicano de
ayer y el de hoy no concibe ni entiende ni tolera tales aberraciones raciales;
no porque se sienta blanco sino por la espontaneidad que le ha otorgado sus
propias raíces históricas. La atenuación del discrimen racial debería ser
considerado un valor adicional de la sociedad dominicana, el cual, en forma
alguna ha sido un regalo, sino que, de hecho, ha tenido elevados costos pagados
en forma de, entre otras, el abandono de la isla, el éxodo permanente, y los
consecuentes siglos de pobreza.
Sin embargo, y concluyendo, no
obstante a todos los notables valores sociales que hayamos obtenido en el
decurso de nuestra historia, aún nos quedan muchos procesos por completar: aún
la sociedad dominicana del presente exhibe con pasmosa similitud la dualidad
social y económica de la pasada colonia; aún permanece la influencia de una
añeja y sólida estructura conformada por velados prejuicios raciales, sociales
y económicos; y, finalmente, aún la empresa de la nación dominicana carece de
un socio absolutamente necesario y vital: el pueblo mayoritario, pobre y
mestizo de siempre.-
Notas:
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1- Juan B. Fuentes Ortega; Psicohistoria;
Los problemas psicohistóricos y el laberinto de la psicología. THEORÍA/
Proyecto crítico de Ciencias Sociales- Universidad Complutense de Madrid.
Madrid, España.
2- Roberto Cassá; Historia social
y económica de la República Dominicana-Tomo I. Editora Alfa & Omega, Santo
Domingo, 2003, p.223.
3- Daniel Lescallier; Itinerario
de un viaje por la parte española de la Isla de Santo Domingo en 1764;
Relaciones geográficas de Santo Domingo. Sociedad Dominicana de Geografía, Vol.
I; E. Rodríguez-Demorizi: Editora del Caribe, CxA, Santo Domingo, 1970, pp.
127-128.
4- Ver: Carlos Esteban Deive; Las
Emigraciones Canarias a Santo Domingo, Siglos XVII y XVIII. Fundación Cultural
Dominicana, Santo Domingo, 1991.
5- Angel Rosenblat; La Población
Indígena y el Mestizaje en América, Tomo III; Nova, 1954, p. 19. / Ver: Hugo
Tolentino; Raza e Historia en Santo Domingo, 1974, p.142.
6- Luis M. Díaz Soler; Historia
de la esclavitud negra en Puerto Rico. Editorial Universitaria, Universidad de
Puerto Rico, 1979, p.59.
7- Ibidem
8- Idem, p. 60.
9- Carlos Nouel; Historia
Eclesástica de la Arquidiócesis de Santo Domingo Primada de América, Tomo I;
Editora de Santo Domingo. Santo Domingo, 1979, p.125.
10- Juan Jacobo de Lara; Bosquejo
Histórico del Santo Domingo Colonial como clave del Santo Domingo de hoy; Clío,
No. 131; Enero-Agosto, 1975, p.32.
11- Ver: Vetilio Alfau Durán;
Notas para la historia de la esclavitud en Santo Domingo. Clío, No. 131,
Enero-Agosto, 1975, p. 71.
12- Antonio del Monte y Tejada;
Historia de Santo Domingo, Tomo III; Tercera Edición; Biblioteca Dominicana:
Serie I-Vol. VIII, Ciudad Trujillo, 1953, p. 29.
13- Antonio Sánchez Valverde;
Idea del valor de la isla de Santo Domingo; Editora Nacional; Santo Domingo,
1971, p. 107.
14- Idem, pp. 111-112.
15- Luis M. Díaz Soler; Ob. Cit.,
p. 69.
16- Carvajal y Rivera, Arzobispo
de Santo Domingo; Cartas a S. M.; Relaciones históricas de Santo Domingo; Vol.
III. Compilación de E. Rodríguez Demorizi. Archivo General de la Nación, Vol.
XIII. Editora Montalvo; Ciudad Trujillo, R. D., 1957, pp. 93-94.
17- Ramiro Guerra y Sánchez;
Manual de Historia de Cuba –Económica, Social y Política-. Cultural, S. A., la
Habana, 1938, pp. 73 a 75.
18- Fidel Castro Ruz; Informe
Central, I, II y III Congreso Congreso del Partido Comunista de Cuba. Editora
Política / La Habana, 1990, p.12.
19- Ramiro Guerra y Sánchez; Ob.
Cit., p. 91.
20- Idem, p. 89.
21- Roberto Cassá; Peculiaridades
del surgimiento del Estado Dominicano; Clío, No. 164, Junio-Diciembre; Santo
Domingo, 2002, p. 184.
22- Frank Moya Pons; El pasado
dominicano; Fundación Caro Alvarez, 1986, p.18.
23- Frank Moya Pons; Manual de
historia dominicana; UCMM, 1977, pp. 64 y 66.
24- Relaciones históricas de
Santo Domingo, Vol. III. Emilio Rodríguez Demorizi; Editora Montalvo, Ciudad
Trujillo, 1957, p. 75.
25- Roberto Cassá; Historia
social y económica de la República Dominicana, Tomo I; Editora Alfa &
Omega, Santo Domingo, 2003, p. 223.
26- José ramón López; La paz en
República Dominicana; pp. 27-30.
27- Emilio Cordero Michel; Características
de la Guerra Restauradora, 1863-1865; Clío No. 164, p. 48.
28- Ibidem
29- Emilio Cordero Michel; Ob.
Cit., p. 49.
30- Ibidem
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