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24.3.14

Romance de las Invasiones Haitianas - Anónimo de 1830

ROMANCE DE LAS
INVASIONES HAITIANAS


     El patético Romance de las invasiones haitianas, anónimo, lamentablemente incompleto, lo conservaba entre viejos papeles, en Santiago de los Caballeros, el distinguido ciudadano don Ulises Franco Bidó. De sus manos pasó a las del fenecido historiador Manuel Ubaldo Gómez Moya, a quien debemos el obsequio del inestimable manuscrito inédito. Aunque escrito hacia 1830, los rasgos de la letra son del siglo anterior, de lo que puede inducirse que el autor era persona de edad, que había presenciado las dramáticas escenas descritas. En la versión que ahora se da a conocer han sido introducidas las correcciones ortográficas indispensables. Es un romance de gran valor histórico. Revela, con sorprendente dramatismo, cómo fueron las espantosas invasiones haitianas. Explica la prudente actitud del pueblo dominicano frente a la invasión de Boyer en 1822, y las circunstancias de fuerza que la hicieron posible. Han sido inútiles las investigaciones relativas a la paternidad del romance. Sea testimonio vivo de las mayores vicisitudes del sufrido pueblo dominicano. (Por primera vez lo publicamos en nuestro libro Del romancero dominicano, Santiago, 1943). (Emilio Rodríguez Demorizi).

                                              
LAS INVASIONES HAITIANAS
                                           
 En mil ochocientos uno
Corrió, a principios de enero,
en Santiago la noticia
de que un poderoso exéricito
de los Colonios de Haití
avanzaba a hacerse dueño
de esta parte ante Española.

Se organizaron corriendo
Varias columnas valientes
que a esperarlo a Mao fueron.
Llegaron pronto hasta Mao
los de Guayubín, huyendo;
que en vano quiso enfrentarse
su capitán a ese exército
de algunos miles de hombres;
y entre todos decidieron
oponerse al enemigo,
y montaron sobre un cerro
un cañón para acosarlo
y hacerle fuego certero.

En esta disposición
hasta las diez estuvieron
del día once del mes
que ya referido dejo.
En esto vieron venir
un exército tan grueso
que de fuerza se aguantaron
a esperarlos en el Puerto:
venía la Infantería
delante con gran estruendo
de cajas, música acorde
y diversos instrumentos;
en lo interior de la tropa
traían con galanteo
seis pabellones hermosos,
y de colores diversos;
detrás venían los dragones
en caballos muy ligeros,
gruesos, fuertes y escogidos
para los grandes empeños.

Más de cuatro mil soldados
dicen muchos que eran ellos,
y los españoles sólo
llegaban a cuatrocientos;
pero habemos de advertir
que de éstos los fusileros
sólo a ciento y tres llegaban,
los demás eran lanceros.
Mas es cierto que tenían
un cañoncito pequeño
de a cuatro, y ellos venían
de Artillería sin pertrechos:
llegaron tan inmediato
que pudo hacérseles fuego
con una chica pistola
si lo mandase el Gobierno.
Mas se pararon allí
Y divisan al momento
la caballería española
que estaba detrás del cerro:
al punto echáronle manga
para irles al encuentro;
lo que viendo el Capitán
(hombre de crecido aliento)
Don Cayetano Rosón,
picó el caballo resuelto
para salir a encontrarlos;
sus soldados le siguieron,
pero fue tal su osadía,
que sin orden ni concierto
comenzó a hacer fuego al punto
sin esperar, ni dar tiempo
que formasen en batalla
sus soldados, porque el fuego
con siete hombres lo empezó,
pero se le acabó presto
porque a pocas embestidas,
cuando lo esperaba menos
vino una furiosa bala
que le dentró por el pecho;
pasándole a la otra parte,
cayendo difunto al suelo:
a Dios le pido que tenga
gozando su Santo Reyno.

Murieron algunos más,
pero los vivos se vieron
tan sobornados, que apenas
si contrarrestar puedieron
la furia del enemigo
y los contrarios esfuerzos.
Lo que viendo el comandante,
que estaba encima del Cerro,
hizo al punto disparar
el cañón y armas a un tiempo,
haciendo un terrible estrago,
en el contrario; más luego,
viendo que le iban cercando
y serían perdidos presto,
mandó que se retirasen
a reunirse a su Pueblo,
para defender en él,
hasta rendir el aliento,
sus casas y propiedades:
mas luego que confirmaron
sobre la fuerza contraria,
desde luego conocieron
ser en vano resistirse,
y determinaron presto
hacer Capitulación,
y entregarles al momento
dicha Plaza con las armas,
municiones y pertrechos.

Cuando a la noche llegaron
los retirados y oyeron
que se había capitulado,
fue grande su sentimiento.
Doblemente acrecentó
su pena y su desconsuelo
ver todo el pueblo vacío,
con tan funesto silencio,
tan tenebrosas las calles,
las casas sin luz adentro,
por que la gente asombrada
sin saber bien del suceso
se había retirado al campo
hasta enterarse de cierto
de aquesta tragedia el fin;
mas luego que conocieron
que en buena amistad venían,
a sus casas se volvieron.

El día trece dentraron
los colonios a este Pueblo,
y también se apoderaron
en aqueste mismo tiempo
sin un tiro de fusil
del fortalecido Puerto
Ciudad de Santo Domingo,
sus órdenes repartiendo
a los pueblos interiores
de este Arzobispado excelso.
Trece meses gobernaron
La Parte Española siendo
el Gobierno principal
El Emperador perverso
Cristóbal tiranizando
a sus mismos compañeros.

Mas en el año de dos
a principios de Febrero,
vinieron sobre esta isla
veinte mil hombres guerreros
de la Francia, y mas ciudades
y tomándose los puertos
más flacos, fueron grangeándose
poco a poco sus terrenos,
hasta hacerlos retirar
a los más remotos pueblos
de las Colonias y Sierras:
pero quiso luego el cielo
que los blancos se morían,
y fueron acaeciendo,
volviendo a supiditar
los Colonios sobre ellos,
hasta llegar a tomar
segunda vez sus terrenos
hasta el río Dajabón,
donde en esta parte hicieron
los blancos sus fortalezas,
y un tiempo permanecieron
sufriendo crueles asaltos
mas luego fallos se vieron,
que fue fuerza retirase
con bastante detrimento
a la Parte ante Española,
siendo el principal Gobierno
el valeroso Ferrán,
toda la fuerza poniendo
en la famosa ciudad
de Santo Domingo y Puerto;
(donde repartía sus órdenes
a los interiores Pueblos)
y más Puertos y lugares
de este Arzobispado bello.

Mas en el año de cinco
el Emperador soberbio
Cristóbal, ha prevenido
Fuertes armadas a un tiempo;
por la vuelta del Sur una,
y la otra por tierra dentro,
con intento de tomar
a Santo Domingo presto,
con disposición y orden
que no hallando impedimento
ni estorbo para pasar
en los caminos y Pueblos,
a nadie le hiciesen daño,
siguiendo a su desempeño.
Mas el General Serapio
que a la sazón en el Pueblo
de Santiago gobernaba,
como hombre poco diestro
e instruído en lo militar,
se determinó resuelto
a no dejarlos pasar.

¡Nunca tal hubiera hecho,
pues nos resultó tal ruina,
desastres y sacrilegios!
Previno la resistencia
fortaleciendo los Puertos,
preparó la Artillería,
municiones y pertrechos
para el funesto combate
que esperaba por momentos.
Pero hizo el desatino
que aquellos hombres más diestros
en la disciplina de armas
los esparció en cuatro Puestos;
doscientos al Barrancón,
en la Emboscada trescientos,
doscientos Hato del Yaque,
y en la Herradura ciento,
sabiendo de positivo
que todo el contrario esfuerzo
venía por Hato del Yaque,
como aconteció en efecto.

Lunes de Carnestolendas
a mediados de Febrero
a las seis de la mañana
a este Fuerte vista dieron:
y aunque el General Tabares
le persuadió con esmero
al General Español
que no mandase a hacer fuego,
que la fuerza que venía
excedía al número nuestro,
que tuviese por seguro,
por muy evidente y cierto
que la orden que traía,
(no teniendo mal encuentro)
era pasar de seguido,
proveyéndose en el Pueblo
de todo lo necesario.
Mas él respondió diciendo:
¡me tengo que defender
con los poquitos que tengo!
y al punto hizo disparar,
al son de los instrumentos,
la pieza de artillería
muy grande destrozo haciendo;
también la fusilería
y demás armas de fuego
tal incendio despedían,
que oscuro de puso el cielo;
los montes se estremecían
al oír tan grande estruendo;
pero por nuestra desgracia
se cayó el cañón al suelo,
y aunque de ellos morían muchos,
avanzando se vinieron;
en la pasada del Río
grande pérdida tuvieron:
mas al fin siempre avanzando
bajo el fuego se vinieron.
Así que el fuerte tomaron,
con ligereza siguieron
derecho para Santiago
con orgullo, en seguimiento
del General y su Escolta,
que iban siempre haciendo fuego
en retirada, y al fin
tan precisados se vieron
que fue forzoso apearse,
y defenderse en el suelo;
pero a pocas embestidas
el General cayó muerto:
hiciéronle mil pedazos
aún palpitante su cuerpo,
cortáronle la cabeza,
llevándola por trofeo,
fijada en la bayoneta
a Santiago. ¡Triste Pueblo!
Donde le daremos fin,
y concluída dejaremos
aquesta Segunda Parte,
que en la Tercera prometo
ablandar los corazones,
aunque fuesen de bronce hechos.


TERCERA PARTE:
Pues en la Segunda Parte
amado Lector atento
dejo dicho como entraron
a mediados de Febrero
los Colonios a Santiago:
y como leones sangrientos
rabiosos con el estrago
que aquel día le habían hecho,
era sin comparación
su furor, rabia y despecho;
y más cuando se encontraron
con los inválidos viejos,
inútiles que quedaron
para resguardar el Pueblo
que también se resistían.
Entraron a sangre y fuego
con todo lo que encontraban,
no perdonando a este tiempo
ni aún las mujeres y niños,
ni a los ancianos y enfernos.
Por las calles, por las Plazas,
dentro de las casas y Templos,
en todas partes se veían
amontonados los muertos.
Luego a doce Magistrados,
junto con el carcelero,
los colgaron afrentados
para mayor vilipendio
al Público en las Columnas
del Vivaque, allí murieron.
Pero lo que más asombra
y aturde el entendimiento,
que no sé cómo lo diga,
¡sólo de pensarlo tiemblo!
que a los pobres sacerdotes
aleves reconvinieron
que para escapar las vidas
habían de dar sin remedio
cierta cantidad de plata,
y a todos guardia pusieron.
Después que el perdón echaron,
mandaron con grande imperio
a los pocos que quedaron
vivos, temblando de miedo,
que a la Sabana arrojaron
tanta multitud de muertos:
lo cual pusieron por obra
sin dilación al momento,
y a muchos los arrastraron
con cordeles por el suelo,
y hasta que vino la noche
este exercicio tuvieron.

Déjolos en este estado,
y prosigo refiriendo
la partida para arriba
de este Exército tremendo,
que los Pueblos y lugares
todos se le iban rindiendo,
Al fin, a Santo Domingo
llegaron en breve tiempo,
donde el General Ferrán
se resistió con esfuerzo
a no entregar la Ciudad
por lo cual sitio pusieron.
Veinte y dos días cabales
los tuvieron en el cerco
ya con ardides sutiles,
ya con asaltos soberbios,
ya con cautelas y engaños
para ver si entraban dentro.
En uno de aquestos días
dentro la ciudad salieron
una escolta de soldados.
y Don Juan Barón con ellos
Caballero Principal,
de gran valor y aliento,
que los Capitaneaba
con lindo acuerdo y concierto:
para ver si a fuerza de armas,
de pólvora, plomo y fuego
se retiraban de allí,
y aunque algún daño le hicieron
no pudieron conseguir
para entonces sus intentos,
pues a pocas embestidas
algunos quedaron muertos,
saliendo el Barón herido
que después murió muy presto.
Al fin se determinaron
a levantar dicho cerco:
y viendo no habían podido
el salir con sus intentos,
creció de tal calidad
la rabia y furor en ellos,
que de la jurisdicción
de Bayanguana emprendieron
sus crueldades y maldades
arrasando y dando fuego
a los Pueblos y lugares,
executando protervos
innumerables audacias,
trayéndose al mismo tiempo
la gente y los animales,
y todo cuanto pudieron
acarrear llevan consigo:
pero lo que causa en esto
mayor sentimiento es
el saber por fixo y cierto
que a los que se fatigaban
le daban la muerte luego.

Así que habiendo pasado
de La Vega, se partieron
en dos escoltas, la una
para Santiago derecho,
y la otra para Moca;
donde llegando al momento
que el pueblo hallaron vacío
el perdón establecieron
que salieran los vecinos
a sus casas sin recelo,
que ya estaban perdonados
y libres de todo riesgo;
y muchos en la confianza
dentro del Pueblo se metieron,
y al otro día de mañana
mandaron tocar deguello,
y a todos le dieron muerte
sin escapar de este aprieto
ni aún las mujeres y niños,
los inválidos y enfermos,
que hasta en el Templo mismo
quitaron sus vidas fieros,
y saliéndose de allí
cenizas lo convirtieron.

Cuando a Santiago llegaron:
¡Oh que dolor! ¡Que tormento!
¡Que tristeza! ¡Que congoja!
¡Que pena y que sentimiento!
que no sé como esplicarar
tan enormes sacrilegios!

Dadme, Dios mío, valor
para decir con acierto,
que a los pobres sacerdotes
segunda vez requirieron
para que presto entregasen
la gran suma de dinero
que anterior le habían pedido,
como arriba dicho dejo.
Mas como no lo tuviesen,
Joya, ni alhaja de plata
que equivaliese al valor,
el Gobernador soberbio
le mandó quitar las vidas,
y para su cumplimiento
ordenó que lo sacasen
como a inocentes Corderos
de casa del Señor Cura,
y a él también junto con ellos
prisioneros como estaban
a la Plaza los trajeron:
a cuatro Santos Ministros,
dos Monigotes Profesos
a crueles bayonetazos
les dieron la muerte fieros.
Cómo se eclipsa el Sol,
y se estremecen los cielos,
la tierra tiembla de espanto
al ver tales Sacrilegios?
¡Oh Santo Dios que sufrís
tan execrable despecho,
mirad con benignidad,
y rostro afable y sereno
a todos los pecadores,
y sentad en vuestro Reyno
las almas de tantos Fieles
que en estas guerras han muerto!

Habiendo ya executado
sus depravados intentos,
hicieron un hoyo largo
dentro de aquel Cementerio,
y juntos los sepultaron.
Lloremos , todos lloremos
tan lamentable desastre
en tan insignes sujetos.
Después de haber concluido
tan terrible atrevimiento,
dieron fuego a la ciudad,
y a las Colonias partieron,
llevando al Señor Vicario,
y a su familia con ellos
a un Frayle de la Merced,
tesoro, abastecimiento,
gran multitud de personas
de uno y de otro sexo,
muchedumbre de animales
y mil cosas que no cuento.
Los que consigo llevaban
los llevaban prisioneros,
o presos y atropellados
y de mil angustias llenos.
¡Cuántos murieron de hambre,
cuántos de sed perecieron,
cuántos pasando los ríos
se ahogaron sin remedio!
Al fin llegaron allá,
en donde siempre muriendo,
pocos con vida quedaron
bajo del yugo soberbio
e infame cautividad.

En este estado estuvieron
por tres años y seis meses,
hasta que permitió el Cielo
que consiguiesen permiso,
motivado a que viniendo
sobre los Franceses blancos
(que yacían de Gobierno
de la parte ante española)
un Exército muy grueso
de la Isla de Puerto Rico
gobernado con acierto
por Don Juan Sánchez Ramírez
digno de tan noble empleo.
Desembarcóse en Higuey
y de allí repartió presto
aviso a los Comandantes
de los españoles Pueblos
del intento que traía,
y como venía resuelto
trayendo orden Superior
de entregarse de aquel Puerto
noble de Santo Domingo;
y lo aprobaron por bueno.
También noticia le dio
al esforzado Gobierno
de las Colonias, que al punto
le ha ofrecido para esto
ayudarle en lo posible
con sus tropas y pertrechos
y todo lo necesario
para salir de este empeño.
Por consiguiente a Ferrán
Le ha mandado un Parlamento
Dándole a entender lo mismo,
y que supiese por cierto
de cómo enviado venía
del Católico y excelso
Fernando Séptimo Rey
a entregarse de aquel Puerto
y demás Parte Española,
sin haber duda en aquesto.

De esto se reyó Ferrán
Haciendo burla y desprecio,
imputándole por tonto,
por sublevado y por necio.
Previno ochocientos hombres
de los más fuertes y diestros
en militar disciplina,
y con apercibimiento
de muchos lazos y sogas
para amarrados traerlos.
Salió de dicha Ciudad
con notable lucimiento
gobernando su Escuadrón,
el año mil y ochocientos,
y ocho, a fines de Octubre
esta partida emprendieron.

Buscando van sus contrarios
por el camino del Seibo.
Ellos tuvieron noticia
y se retiraron luego
algún poco más arriba,
hasta llegar al estrecho,
lugar bien acomodado
para lograr sus intentos,
nombrado Palo Hincado,
donde aguardando estuvieron
algunos pocos días
sus prevenciones haciendo.
Legó por fin aquel día
que fue fatal y postrero
para los franceses blancos
como se verá muy presto.
Pues luego que se acercaron,
Mandó el Español Gobierno
hacer sólo una descarga
y echar mano a los aceros,
sables, lanza y armas tales,
y a acometer con denuedo
a los Franceses que al punto
muy desbaratados fueron,
y huyendo desordenados,
los españoles siguieron
detrás de ellos con furor
gran carnicería haciendo.
Y Ferrán que aquesto vido
Procuró escapar huyendo
en un brioso caballo
para la ciudad ligero.
Mas poco le aprovechó,
Porque le alcanzaron presto,
Y él, mirándose perdido,
la muerte se dio violento:
pues con sus mismas pistolas
se metió dentro del cuerpo
dos onzas de voraz plomo,
cayendo difunto al suelo,
solamente escapó uno
para contar el suceso,
que arrasando por el monte
apareció el día tercero.
Mas de ochocientos Franceses
en este ataque murieron,
y de españoles sólo hubo
diez entre heridos y muertos.
Recogieron los despojos,
Y con júbilo y contento,
a Dios y a su Santa Madre
las debidas gracias dieron.
De esta tragedia quedaron
con grande pavor y miedo
el resto que había quedado
a la ciudad guarneciendo.
Aquí pido al Auditorio
un poco de sufrimiento,
concluyendo aquesta Parte,
que en la siguiente ofrezco
proseguir aquesta Historia
si me favorece al Cielo.


CUARTA PARTE:
Carísimo lector mío,
pues en la Parte Tercera
te ofrecí de proseguir
aquesta Historia moderna,
quiero cumplir mi palabra,
y darte gusto por ella.
Y así, para continuar,
digo: que ya en la Tercera
quedamos en que mataron
en muy airosa refriega
los valientes Españoles
a la porción de más fuerza
de los Franceses, y así
cuando esta noticia adversa
tuvieron los que quedaron
de guarnición y reserva
en aquel Puerto lucido,
grande sobresalto y pena
en sus pechos sobrevino,
mayormente por la acerba
muerte de su General,
a quien amaban de veras;
igualmente las familias
Españolas, que en aquella
famosa ciudad vivían,,
el sentimiento y tristeza
en todos fue indecible
y gravísimo, que deja
sus corazones partidos
en grado sobremanera.
Y más cuando verificaron
que los contrarios se acercan
a querer tomar la plaza,
y a su vista se presentan
a impedirles las salidas
y las entradas por Tierra.
De los Pueblos interiores
domiciliados regresan
junto con los advenidos
mas de dos mil y cinquenta
hombres de armas reunidos,
que por la Tierra le cercan,
impidiéndole dentrar
ni salir a las haciendas
a buscar la provisión
que a la vida humana alienta.
Luego el Inglés por el Mar
También sus flotas presenta
dando favor a la España,
estorbando con destreza
no dentre ni salga Barco
que para su favor sea,
hasta que sean obligados
del hambre y de la miseria
a rendirse, aunque forzados,
pues siendo de otra manera
es casi como imposible
rendir tales fortalezas.

Vamos a lo más preciso,
y más principal de aquesta
Historia; por tanto digo:
que el Exercito se acerca
y pone sitio a la Plaza,
y muy pronto el hambre reina
entre los pobres vecinos
sin que en la ciudad hubiera
ratones, perros y gatos,
borricos, caballos yeguas
que no supiesen a liebres,
y que adentro no valieran;
la asadura de caballo
se vendía por cosa cierta
en cuatro pesos cabales,
como también la botella
de miel de abejas costaba
un peso por evidencia:
arregulen cual serían
las cosas que más se aprecian:
y con todo no querían
rendirse, sólo en su tema
cada día pertinaces.
Por lo cual Don Juan intenta
el bombardear la ciudad
(aunque con dolor y pena
de su corazón piadoso)
para ver si con aquesta
industria puede rendirlos.
Para cuyo fin comienza
en el principio de Julio
a arrojar bombas funestas,
causando muy grande estrago
en las casa e Iglesias,
y alguna gente moría
con las activas centellas
que al estallar disparaban
como encendidas saetas.
Viéndose tan oprimidos,
y angustiados de manera
por todas partes cercados
de mortales contingencias,
determinaron rendirse
con la condición expresa
que les dejasen llevar
donde avecinarse fueran
las armas y los caudales.
Y Don Juan al punto acepta
este partido, y así
los Españoles se entregan
de esta Ciudad, pues dentraron
sin ninguna resistencia
a veinte y cinco de Julio,
del año nueve por cuenta.
Los Franceses se embarcaron
y se fueron a otra tierra,
quedando los Españoles
pacíficos, sin molestia,
aclamando al Rey Fernando
Séptimo, que paz perpetua
le tenga Dios, y le guarde
de traiciones y cautelas.

Hasta el año diez y seis
debajo de la bandera
estuvieron de la España:
mas entonces se presenta
diferente Pabellón,
que Constitucional era.
Después el año veinte y uno
otra nueva ley se acerca
que llamaban Colombiana
y se asomaba a sus puertas
que estaba ya al admitirse,
pero parece que era
para más desolación
de esta codiciada Tierra.

Mas cuando no se esperaba
el Jefe, que ahora gobierna
toda esta Isla de Haití,
provino Armada de fuerza
conquistando a los Colonios
para que a su banda venga,
desertando de su Rey
Cristóbal con su violencia
los tiraniza y oprime,
y muchos de ellos se alegran
porque estaban mal contentos,
y forzados de manera
que la muerte le deseaban,
por donde encontraron brecha
para salir de tal yugo,
y servidumbre tan fiera:
aunque fue forzoso hacerla,
y secreta precaución,
como es preciso en la guerra.
y como por el muy alto
no hay muro ni fortaleza
que a su voluntad se oponga,
cuando quiso su Clemencia
se acabase este Tirano,
dispuso su bondad inmensa
trazando todas las cosas
con Sabiduría Eterna.
Y así, sin él saber cómo
ni cuándo, se le presenta
a su Palacio una Armada
tan terrible como gruesa
y le cercan y amenazan,
y él cubierto de soberbia
viendo que lo habían dejado
sólo en la mayor estrema,
y que escapar no podía
de ser muerto  a la fiereza
y manos de sus contrarios,
con sus dos pistolas mesmas
quitóse el propio la vida,
y se libertó de aquella
infamia en que podía verse
sin con vida le prendieran.

Mirando tal maravilla
el Exército se alegra;
rebosando de contentos
las aclamaciones mezclan
con alegría diciendo:
Viva, viva en paz perpetua
el presidente Boyer
que nos sacó de tal pena,
y muera, muera Cristóbal,
para siempre, muera, muera!
Al instante aquellas tropas
se acogen a las banderas
del Presidente Boyer,
y grandes fiestas celebran.
Recogiendo los despojos
de las copiosas riquezas
que aqueste Imperio tenía,
los tesoros y grandezas
en pocas partes se han visto
otras que mayores sean.
Dando las debidas gracias
a Dios y a su Madre bella
de haber tenido la dicha
de concluir esta empresa
sin un tiro de fusil,
cosa que no se creyera...



(Nota: Aunque E. Rodríguez Demorizi acota que el texto "explica la prudente actitud del pueblo dominicano frente a la invasión de Boyer en 1822, y las circunstancias de fuerza que la hicieron posible", los historiadores dominicanos deben comentar la publicación de este Romance, pues, como se nota al final, su autor –y quizás otros criollos de la época- estuvo de acuerdo y justifica la ocupación de Boyer en 1822. Además, como también comenta E. Rodríguez Demorizi, el documento no se conservó completo, por lo que no sabemos con qué valoraciones continúa. – P.S.R.)

Digitación cortesía de Pedro Samuel Rodríguez R., 4/07/2005, para Orbe Quince:  www.orbe15.blogspot.com

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