Por Pedro Samuel Rodríguez R.
Para los dominicanos es reconfortante enterarnos de que nuestros
líderes políticos de una parte del siglo XIX fueron individuos que mediante la
puesta en marcha de un inteligente Plan Maestro y de algunas secretas
estratagemas, lograron el reconocimiento de las potencias extranjeras, jugando
al coqueteo con Francia, Inglaterra, Estados Unidos y España, sin atarse a
ninguna y a la vez manteniendo intacto el territorio y la soberanía de la
nación.
El reconocimiento de la nación dominicana por parte de esas potencias
extranjeras era vital y urgente para el pueblo dominicano en un período de
constantes invasiones de los poderosos, aguerridos y bien armados ejércitos
haitianos los cuales habían vencido, incluso, al ejército enviado a la isla por
Napoleón Bonaparte. La lucha del pueblo dominicano era doble y simultánea a
partir de nuestra declaración de independencia del vecino Haití el 27 de
febrero de 1844: si eventualmente perdíamos la guerra con ese vecino
desaparecíamos como nación y si ganábamos –como ocurrió- de nada servían las
victorias en los campos de batalla si no obteníamos el reconocimiento de las
potencias.
Fue aquella una situación extremadamente difícil y compleja tanto para
el liderazgo militar como para el político de la época. Tuvimos que enfrentar y
asegurar la victoria en cada una de esas invasiones, desde la primera el 19 de
marzo de 1844 hasta cada una de las subsiguientes hasta 1856.
Pero, ¿cuáles fueron las estratagemas para lograr el reconocimiento?
Los líderes políticos dominicanos de aquel momento no escribían minutas para
esas acciones ya que se trataba de lo que hoy llamaríamos “operaciones
encubiertas” cuyas instrucciones debían darse de forma estrictamente verbal
para no exponerse a ser detectadas por los negociadores extranjeros.
Ofrecían a Francia una extensa bahía como puerto libre o estación
carbonera, y a los británicos le ofrecían ventajas comerciales; sin embargo,
nunca se llegó a ejecutar un acuerdo definitivo que cercenara o destruyera la
nacionalidad o la integridad territorial de la República Dominicana. Cuando
casi se llegaba a algún acuerdo, se vacilaba y se hacía filtrar información a
los enviados de las demás potencias, quienes enseguida iniciaban la ofensiva
para evitarlo. Por ejemplo, en un momento en que parecía que se iba a plasmar
el acuerdo de protectorado o de entrega de la península de Samaná a una
potencia, las otras elevaban fuerte protestas por la vía diplomática, lo que
detenía la materialización del acuerdo.
Como es fácil observar, esos “acuerdos” sí que se tenían que escribir,
quedando como “evidencias” de que muchos de nuestros líderes políticos fueron
“vulgares vende-patria”. Pero el trasfondo de las motivaciones reales que motorizaron
tales “acuerdos” ha quedado obviamente oculto y nunca fueron fuente primaria de
historiador alguno.
De modo que –como contrariamente se nos ha hecho saber- en el siglo
XIX el grueso de nuestros líderes políticos NO eran primitivos vende-patria
sino exitosos estrategas frente a potencias extranjeras. La mejor prueba de ese
éxito es que fuimos obteniendo el reconocimiento de cada una de ellas; nos
ganamos el respeto de Haití y el fin de sus incursiones a nuestro territorio, y
no hubo necesidad de enajenar nuestra geografía. El saberlo, es sin duda
reconfortante.
LA ESTRELLA SOLITARIA DEL
CARIBE
Desde temprana edad, nos han dejado solos. Como nación recién creada
nos vimos obligados a trabarnos en lucha con varias potencias que buscaban sus
intereses particulares en nuestro territorio, mientras rechazábamos y vencíamos
el permanente asedio de las tropas haitianas que al mismo tiempo nos hostigaba
con denuedo tratando de tomar nuestro pequeño territorio. Tampoco ninguna de
las nuevas naciones vecinas, poco antes independizadas de España mostraron
interés por nuestra lucha de sobrevivencia. Ni Venezuela ni Colombia ni México
daban señales de que les preocupaba el caso dominicano ni alzaban su voz en
beneficio de su nueva hermana. Nos dejaron a nuestra suerte; el desamparo fue
nuestro signo. Pero sobrevivimos como nación.
Probablemente ese temprano desamparo nos fortaleció temprano. Sin
experiencia previa, con un brazo jugamos a la alta diplomacia internacional
escapando a la posibilidad de caer bajo el control de las grandes potencias
(Francia, Gran Bretaña, España y Estados Unidos) y con el otro brazo nos
defendíamos del asedio haitiano que anhelaba fagocitarnos. Pero sobrevivimos
como nación.
Jugamos a la alta diplomacia como pudimos, incluso nuestros dirigentes
dominicanos del siglo XIX recurrieron hasta al chantaje. Buenaventura Báez, a
quien se le atribuía ser pro-francés, cuando en 1848 negociaba con Francia
introdujo la idea de que si esa nación no nos protegía (del acoso haitiano),
tendríamos entonces que buscar la ayuda española y entregarnos a ella o a la
Gran Bretaña. Eran amenazas frecuentes no sólo frente a Francia sino con las
demás potencias. Los dominicanos amenazaban con tirarse en los brazos de una
potencia para que las otras reaccionaran y lo impidieran, en una fórmula entre
coqueteo y juego de balances.
No siempre salimos airosos. Cuando estábamos a punto de firmar un
tratado de Amistad, Comercio y Navegación con Francia, esta poderosa nación lo
condicionó a que nuestra joven República debía participar y hacerse cargo de
una buena parte de la deuda que había contraído Haití con Francia como
compensación por las cuantiosas pérdidas de los colonos franceses cuando la
Revolución haitiana. Los negociadores dominicanos con el presidente Pedro
Santana a la cabeza y con el canciller Bobadilla, en un intento desesperado por
obtener el reconocimiento francés, propusieron cambiar el compromiso de
“participación” por el de “compensación pecuniaria” a cambio del
reconocimiento. Eran negociaciones de un “tira y afloja” desesperados.
Varias veces necesitamos un mediador que nos ayudara al
establecimiento de una tregua duradera con Haití. Hubo promesas pero no fue
posible concretizarlo, hasta que los dominicanos se acercan a Gran Bretaña.
En cierto sentido, Gran Bretaña nos deparó un buen alivio en esos
momentos. El gobierno de la reina Victoria se interesó en el caso dominicano.
En Londres la misión dominicana de Buenaventura Báez, fue bien recibida. Gran
Bretaña no estaba interesada en territorios en el Caribe (ya los tenía) sino en
establecer zonas de comercio. El canciller Lord Palmerston los recibió el 5 de
septiembre de 1849, en una reunión en donde el futuro cónsul inglés en Santo
Domingo Sir Robert Schomburgk actuó como intérprete.
El 6 de marzo de 1850 República Dominicana logra suscribir su primer
tratado con una nación extranjera, el tratado dominico-británico. Fue un
reconocimiento de primer orden. Podríamos imaginar el estado de euforia de algunos dominicanos, testigos de aquellos acontecimientos, en su deseo de exclamar "Dios salve
a la reina que nos librará del asedio haitiano".
A pesar de que los británicos solo mostraban interés en mantener la
independencia dominicana, por razones de “humanidad” y, por tener el país como
socio comercial, las demás potencias recelaban de esa supuesta benevolencia de
la “Pérfida Albión”. Pero había un
interés adicional que las otras potencias probablemente desconocían: el gobierno británico contemplaba la
posibilidad de una emigración de labradores católicos irlandeses a la República
Dominicana “para reducir la falta de población en Santo Domingo” y, lo que en
el fondo más interesaba a la corona inglesa: trasladar a otra isla de religión católica
la población Irlandesa de esa religión como
forma de disminuir las tensiones entre protestantes y católicos en aquel
territorio insular incorporado al Reino Unido en 1801.
Así lo instruía el ministro inglés Lord Palmerston a su Cónsul en
Santo Domingo, Sir Robert Schomburgk, mediante el Despacho No. 3 del 4 de abril de 1849, relativo a “informes
sobre las condiciones del Territorio Dominicano en la ausencia de labradores, y
para que sugiriera al Gobierno Dominicano sobre las ventajas que tendrían en
estimular la inmigración desde Irlanda, siempre que el clima no fuese
desfavorable”.
En cuanto a España, esta nación no se hizo muy presente en los
primeros años de existencia de la República Dominicana. No tenía cónsul ni
agente comercial ni en Puerto Príncipe ni en Santo Domingo. Sin embargo, los
gobernadores generales de las colonias españolas de Cuba y Puerto Rico,
mantenían a su gobierno en Madrid, enterado de lo que sucedía en la antigua
colonia de Santo Domingo.
Pero la estrella solitaria del Caribe sobrevivió como nación. Y hoy,
frente al mismo histórico acosador vecino, empezamos finalmente a no estar tan
solos.
Nota: Para ampliar el conocimiento de este proceso, recomendamos la
lectura del libro escrito por el historiador e investigador dominicano Wenceslao
Vega, titulado “La mediación extranjera en las guerras dominicanas de
independencia, 1849-1856”, editado por el Archivo General de la Nación, Vol.
XXXXIX, 2011.