No soy quién para alertar. No pertenezco a un partido político. Sólo expreso mis ideas libre y espontáneamente como un ciudadano cualquiera (psr).
Por Pedro Samuel Rodríguez
En el mundo de los negocios se ha acuñado la frase “Problema Positivo” para indicar lo que ocurre cuando el éxito desbordado se convierte en generador de problemas.
En el ámbito de la política local dominicana de las últimas cinco décadas, el Partido Revolucionario Dominicano ha logrado el incuestionable éxito de poseer una enorme, invariable y fiel militancia -hoy con más de 2 millones de afiliados- lo que ha convertido a esa organización política en el mayor partido de la República Dominicana del período post-dictadura. En adición, es muy probable que la militancia PRDeísta posea la más acendrada mística y una fidelidad partidaria mayor que cualquier otra organización política dominicana.
A través de un dilatado ejercicio de medio siglo de luchas en suelo dominicano el PRD ha logrado gestar esa sólida fidelidad al interior de su enorme conglomerado de militantes imbuida con una mística capaz de transmitirse de una generación a otra. Esto ha garantizado su permanente y creciente masa de seguidores. Probablemente, para poder lograr un éxito tan abrumador en términos de cantidad y fidelidad de militancia, las demás organizaciones políticas de la nación tendrían que discurrir un tiempo similar de luchas como el transitado por este partido.
Y es que el del PRD no un éxito cualquiera. Sólo hay que observar los dos aspectos siguientes:
a) Lo fácil que le resulta a un individuo de esa militancia el no tener que tomarse siquiera el trabajo de pensar en las razones por las cuales es ese el partido en el que debe militar. Éste sólo debe quedarse ahí tranquilamente en donde estuvieron o aún están sus ancestros; sus padres o abuelos. “Soy del PRD porque mi madre lo era; y ella murió”, expresó una militante de este partido. Se trata de un hecho casi litúrgico que toma lo político y lo transfiere al interior de lo familiar. He ahí el núcleo central de la mística PRDeísta. Es un fenómeno cultural coronado con ribetes casi gloriosos; ello representa un éxito rotundo para una organización política. Las cúpulas dirigenciales de ese partido lo saben. Pero de inmediato surge la pregunta ¿han actuado las diversas dirigencias de ese partido a tono con la magnitud del fenómeno?
b) Por su parte, la holgura en el ejercicio de sus funciones con que la dirigencia de esa organización política puede permitirse actuar en el transcurso de los últimos lustros se evidencia en el hecho que ella no tiene ni ha tenido que tomarse siquiera el trabajo de preocuparse de que será cuestionada por su masa de fieles seguidores. Tampoco va a preocuparse por las críticas provenientes de otras organizaciones políticas que le adversan, las cuales, frente a su portentoso partido, siempre han sido minoritarias. Y a sabiendas de que todo lo minoritario queda automáticamente descalificado, entonces ¿para qué esa dirigencia va a preocuparse por críticas que salen de enanos grupúsculos?
Sin embargo, en este punto cabe preguntarse ¿por qué un partido con esas excepcionales características no es entonces la agrupación política que mayor número de veces ha gobernado? ¿Cómo explicar que un partido con esas privilegiadas condiciones haya estado más tiempo en la oposición que dirigiendo los destinos de la nación? Habrá una cantidad indeterminada de opiniones que respondan estas interrogantes. En los próximos párrafos ofrezco las mías.
Los nietos de Ma’Chepa
Para las diversas dirigencias que en las últimas cinco décadas se han sucedido, el PRD ha representado un valioso tesoro, y en consecuencia, esa dirigencia se traba en frecuentes luchas por su control. El valor de ese tesoro lo ha aportado su creciente, histórica y multitudinaria militancia imbuida de una ancestral mística y de una fe irreductible en los símbolos de esa organización.
Esa mística y esa fe han operado como prolongación de aquellas luchas libradas a partir de los primeros años de la decapitación de la dictadura de Rafael Trujillo. Fue aquella una confrontación entre el bien, encarnado por los pobres hijos de Ma’Chepa, y el mal, representado por los Tutumpotes propietarios de los carros pescuezos largos y los remanentes de la represiva mentalidad trujillista.
Aquella saga y su correspondiente carga simbólica fue vinculada a los símbolos del partido: el buey, el jacho y el color blanco. Toda esa parafernalia simbólica frisada en la psiquis de aquella primera generación de afiliados fue transferida a sus hijos y nietos quienes han asumido esa carga simbólica en función de fidelidad a sus mayores y en mística pasión casi sagrada proveniente de sus ancestros. Esto explica el profundo motivo que subyace en la psiquis de la señora que declara: “Soy del PRD porque mi mamá también lo fue; y ella murió”.
Es decir, lo meramente político y mundano, mediante una suerte de operación psico-simbólica se ha instalado en el dominio de lo familiar, filtrándose a una esfera cercana a lo mágico-religioso. Se trata, pues, de un éxito indiscutible e incuestionable de una organización política; un verdadero tesoro-partido. Así, no es entonces difícil comprender que una organización política que se ve privilegiada de contar con un conglomerado de seguidores de esas características sostenga frecuentes luchas internas por el control de sus símbolos. Todos quieren controlar el tesoro; es entendible que así sea.
Circuito de relaciones base-dirigentes
A pesar del evidente éxito obtenido por esta formidable maquinaria política en el decurso de medio siglo, su numeroso conglomerado de fieles seguidores ha propiciado, sin proponérselo, la conformación de un circuito de relaciones de irreductible y mutua confianza en donde, por un lado, esa multitudinaria y ancestral militancia ha confiado radicalmente en los símbolos de su partido y en el desempeño de sus diversas dirigencias; y por el otro lado esas dirigencias han confiado ciegamente en que su fiel militancia nunca le abandonará.
La presencia de ese circuito de relaciones se evidencia en la relajada confianza con que su dirigencia se expresa; como diciéndonos: no importa cómo actuemos si siempre tendremos la plena seguridad de que nunca perderemos un ápice de nuestra fiel militancia. Y es cierto; la mística de sus seguidores garantiza a la dirigencia el permanente blindaje que le inmuniza contra cuestionamientos y disensiones. El PRDeísmo, en amplios segmentos de su militancia, es asumido con fervor casi religioso.
En consecuencia, esa dirigencia ha podido permitirse -e incluso aún se permite- el lujo de pelearse entre sí por el control de ese poderoso partido sin que ello haya representado –ni hasta hoy represente- pérdida alguna de sus seguidores. Esa militancia continuará fiel y sin cuestionamientos a su dirigencia sea en situaciones de enfrentamientos internos -enfrentamientos sin contenido ideológico sino por el mero control- o aún se trate de eventuales casos en que esa dirigencia haya propiciado algún gobierno poco afortunado. Es harto comprobado que esa masa de afiliados siempre ha garantizado una generosa indulgencia a quienes mantengan la franquicia de los símbolos del partido. No obstante, ahí podría residir el potencial peligro que a estas líneas ocupa. Porque, ¿Quién puede garantizar que esa relación será indefinida?
Se entiende que cuando la fidelidad y la mística partidaria de un ciudadano ha llegado al límite de transferir lo político al seno de lo familiar no hay posibilidad de que éste cuestione a su partido ni a su dirigencia de turno. Es un éxito total el contar con ese ejército de fieles seguidores pero, a la vez, ello también representa el requisito indispensable para la aparición de los primeros síntomas de un típico “Problema Positivo” cuando determinadas condiciones hayan madurado.
Alerta
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Una de esas condiciones que podrían empezar a eclosionar por maduración al interior de algún segmento de la militancia del PRD estaría vinculado a un repentino sentimiento de frustración acumulada, al hacer conciencia de que la dirigencia de la poderosa organización política a la que pertenece da permanentes y claros indicios de su incapacidad para alcanza el poder.
Albergar en su interior la incómoda disyuntiva de no poder explicarse el fenómeno de pertenecer a un poderoso partido que regularmente está en la oposición puede contener en sí mismo el virus que debilita la más sólida mística. Si semejante sentimiento empieza a expandirse entonces a ello seguiría el asomo de una difusa frustración que fácilmente derive en la atomización de una organización, sin importar lo poderosa que esta sea o haya sido.
Nos permitimos remarcar que si a una permanente, relajada y cómoda confianza en el desempeño de las funciones dirigenciales se agrega la reiteración de pleitos y rebatiñas por el control del poder al interior de la élite dirigente, y si a ello se suma el que estos hechos ocurren al término de una adicional derrota con su secuela de áspera atribución de culpabilidades, la combinación de estos eventos podrían generar señales poco auspiciosas pues a ello podría continuar la repentina aparición, al interior de un segmento de militantes, de los primeros síntomas impulsados por una acumulación de decepciones; y si una resbaladiza pendiente de esta naturaleza se inicia los resultados podrían ser imprevisibles.
¿Está la confiada dirigencia de esa poderosa organización política consciente de lo que podría sobrevenir?
Culpables inconscientes
Desde un particular punto de vista, la culpa primigenia de las distorsiones que mencionamos y que se han ido generando a través de los últimos lustros al interior de esa organización política, no ha partido de la dirigencia sino de la naturaleza de la relación con que el tiempo ha conformado a su masa de militantes. Son los militantes quienes inician la conformación de un determinado circuito de relaciones sin tener conciencia de ello. Es la militancia quien ha “dañado” a la dirigencia; no al revés; pues no es norma que el conglomerado de miembros se adapte a los dirigentes de su partido.
Tal vez el pecado de las diversas dirigencias ha sido lo complaciente en extremo con su masa de seguidores, pues, "los hijos de Ma'Chepa siempre tienen la razón"; y así, ambos -seguidores y dirigentes- han generado un circuito de relaciones que ha devenido en un entrampamiento de difícil solución.
Si por comodidad la élite dirigente ha convertido esa adaptación en una estructura permanente, en donde desde la oposición unas dirigencias se dedican casi exclusivamente a complacer su militancia reiterando los ataques argumentales al gobierno de turno que esa ávida militancia desea escuchar; si esto se adiciona con escasos planes y pocas ofertas concretas, entonces los resultados de esa estructura de adaptaciones no propicia ni garantiza el acceso al poder; ello más bien podría favorece la aparición de signos de disidencias cuyo momento de aparición sólo sería cuestión de tiempo. Y es que hasta la mística más sólida y la fe más ciega podrían desmoronarse cuando el militante se convence de que pertenece a una organización política que aunque la más poderosa está permanentemente colocada en el ámbito de la oposición y de la rebeldía.
¿Necesidad de cambios?
Si al interior de una determinada organización política se avizora la urgente necesidad de determinados cambios, la responsabilidad de que éstos se activen con antelación a una posible debacle debe recaer en su dirigencia. Pero vista la entendible confianza que se permite exhibir la dirigencia de una organización tan poderosa, muy probablemente la realización de tales readaptaciones sería tarea difícil para una dirigencia que invierte tiempo y energía en controlar los símbolos del partido-tesoro, quedando la ejecución de tales cambios sólo reservada para líderes excepcionales pero ausentes.
Para hacer más comprensible nuestros argumentos pongamos otro escenario totalmente diferente y contrastante. Si un partido político de éxito moderado se empeña en impulsar un crecimiento interior, este se coloca en los fragores de una necesaria, eficiente, organizada e inteligente lucha desde abajo, es decir, desde el difícil terreno de la exclusión minoritaria hacia el crecimiento. Ello obligará a ese partido a la imposición de un permanente auto-cuestionamiento reflexivo y a un necesario orden interno y al planteamiento de ofertas realistas. En adición, un escenario de esta naturaleza ayudaría al crecimiento de la nación en su conjunto y toda la nación lo notaría.
Así, la organización política que ha partido desde el difícil escenario de lo minoritario está obligada a ganar nuevos adeptos y hará esfuerzos por presentar una imagen verdaderamente comprometida con el país. Los dirigentes de una organización política de estas características entenderán que sumergidos en una lucha de esa naturaleza no puede haber lugar a destructivas y permanentes rebatiñas internas. Toda la nación gana si así ocurriese y toda la sociedad lo notaría.
Concluyamos reiterando que no debe ser tarea fácil para la dirigencia de un actual PRD, el realizar positivos cambios internos desde su confortable posición de partido mayoritario y dueño absoluto de una apabullante mayoría de seguidores con total fidelidad y sin cuestionamientos a su dirigencia que hace y des-hace lo que quiera y cuando quiera a su propio antojo, plenamente confiada en la seguridad que le otorga su situación de partido incuestionablemente mayoritario.
El histórico y progresivo éxito del PRD parece que empieza a generar problemas a lo interno del más importante y poderoso de los partidos de la República Dominicana actual. Para la democracia dominicana es una real pena si así fuese. Preferiríamos estar equivocados en nuestras apreciaciones.