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25.6.09

1795: Santo Domingo y Madrid, Carlos IV y Godoy

El rey Carlos IV de España

" Para valorar y amar al país natal, hace falta no sólo conocer la historia de sus gloriosas victorias, sino, además, enterarse de sus momentos de absoluta indefensión, de los riesgos por los que esa sociedad ha transitado; el desamparo; las humillaciones que ha sufrido y las indolencias con las que se ha enfrentado".
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Por Pedro Samuel Rodríguez-Reyes
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En su destierro parisino, en 1836, el octogenario Manuel de Godoy escribe en sus memorias lo siguiente: "Ningún tratado exigía menos sacrificio que el Tratado de Basilea entre Francia y España, si es que puede llamarse sacrificio la cesión de la parte española de la isla de Santo Domingo, tierra ya de maldición para blancos, y verdadero cáncer agarrado a las entrañas de cualquiera que sería su dueño en adelante. Lejos de perder, ganábamos en quitarnos los compromisos que ofrecía aquella isla".

Ciertamente, fuimos traspasados a Francia como un hato de bestias. Así, mezclando reproche por la odiosa diplomacia de su país (España) y elogio hacia el pueblo dominicano, lo expresó, en su momento, Menéndez y Pelayo: "...Olvidados por la metrópoli; empobrecidos y desolados por terremotos, incendios, devastaciones y matanzas; entregados a la rapacidad de piratas, de filibusteros... vendidos y traspasados por la diplomacia como un hato de bestias... han resistido a todas las pruebas... han encontrado en medio de todas las durísimas condiciones de su vida, algún resquicio para el ideal"... (1)

Para valorar y amar al país natal, probablemente hace falta no sólo conocer la historia de sus gestas gloriosas sino que, además, es necesario enterarse, comprender y asimilar sus avatares, sus momentos de absoluta indefensión, los riesgos por los que esa sociedad ha transitado; el desamparo; las humillaciones que ha sufrido y las indolencias con las que en su devenir se ha enfrentado. De esta forma, gobernantes y gobernados podrían garantizarse la conformación de unos criterios y unas valoraciones más realistas y justas respecto a la sociedad a la que pertenecen y en cuanto a la identificación de los ejes y las directrices por las que debe transitar la nación.

Los eventos a que nos referiremos en el presente escrito, si ciertamente obedecieron a fuerzas históricas que la comunidad dominicana de la época no podía controlar, también es cierto que quienes gobernaban España y su colonia de Santo Domingo, no estaban a la altura requerida por el momento histórico en que les tocó actuar.

Al conocerse en Santo Domingo la aciaga noticia de la firma del Tratado de Basilea por el que se nos traspasaba a una nación extraña; la sorpresa, la incredulidad y la consternación se apoderaron de nuestros ancestros.

En el año de 1795, el rey de España, Carlos IV, cede a Francia su colonia de Santo Domingo a cambio de que las tropas francesas desocupen las ciudades españolas tomadas en la guerra que ambos países iniciaron dos años antes y concluído el año anterior. La humillante derrota sufrida por España fuerza a su rey a firmar la paz. A Carlos IV y a su poderoso, inseparable e inefable Ministro Manuel de Godoy les urgía que los franceses evacuaran San Sebastián, Bilbao, Cataluña, Guipúzcua, Navarra... Mediante ese Tratado de paz firmado en la ciudad suiza de Basilea el 22 de Julio de 1795 -el mismo Tratado al que se refería el entonces anciano Godoy en sus memorias-, España cede a Francia en propiedad "toda la parte española de la isla de Santo Domingo en las Antillas" y, además, se compromete en reconocer a la vencedora República Francesa.

El Artículo IV de este Tratado dice: "El Rey de España por sí y sus sucesores, cede y abandona en toda propiedad a la República Francesa toda la parte Española de la Isla de Santo Domingo en las Antillas. Un mes después de saberse en aquella isla la Ratificación del presente Tratado, las Tropas Españolas estarán prontas a evacuar las Plazas, Puertos y establecimientos que allí ocupan para entregarlas a las Tropas Francesas cuando se presenten a tomar posesión de ellas"

El Artículo IX de dicho Tratado concede a los pobladores de esta parte española el plazo perentorio de un año para abandonar el país, contando desde la fecha de su ratificación.

La noticia de ese traspaso se conoce en Santo Domingo casi tres meses después, es decir, el 17 de octubre del mismo año de 1795.

Godoy, en estos tiempos joven y apuesto Príncipe de la Paz; favorito del rey; su Secretario de Estado más importante e influyente, había instruido para la divulgación de la terrible noticia en la isla al Gobernador, Joaquín García, y al Arzobispo de la Diócesis de Santo Domingo, Fray Fernando de Portillo y Torres.

Siete días después de publicarse la noticia en Santo Domingo, en un informe al Gabinete de Godoy respecto a la reacción que produjo en el ánimo de los dominicanos el ominoso aviso, Portillo y Torres, con su ‘untuoso espíritu de sumisión pero sin poder disimular la gravedad de los sucesos’, decía, el 24 del mismo mes, entre otras cosas, lo siguiente: "Con la noticia y publicación de la muy acertada cesión de esta isla que se publicó el 17 del corriente, aunque acompañada de la muy plausible noticia de unas paces tan gloriosas, se consternó este pueblo [tanto], que me hizo temer una sedición; pero me pareció conveniente para contenerlo, permitirle algunas horas de desahogo a su pasión Patriótica, que por ciega y entusiasmada podría arrollar con exorvitancia los medios que [yo] opusiera, especialmente cuando a vista de muchos, el día de la publicación, cayó muerta en medio de la calle una mujer exclamando ‘Isla mía, Patria mía’!" (2)

En La Vega, figuras notables de esa ciudad cibaeña dirigen una carta a Su Majestad el Rey Carlos IV rogándole reconsiderar tan terrible determinación. Por su parte, el Clero de Santo Domingo convoca al pueblo a procesiones masivas; "a una fervorosa rogativa en nuestra Santa Iglesia Catedral, y al terminar se rezarán las preces y oraciones acostumbradas en semejantes casos", anunciaba el Arzobispo.

Parte del texto de la misiva de los veganos enviada el 16 de noviembre del mismo año de 1795 decía: "Los que hemos colocado nuestro primer timbre y honor en el afecto y lealtad a nuestro Soberano... no tenemos valor para sufrir este último golpe con que se nos entrega al yugo de una nación desconocida, después de las indecibles calamidades que hemos padecido, nos es doloroso, por no decir intolerable, la separación de un Monarca que tiene todos los atractivos de nuestro amor... Por tanto, nunca dudaremos abandonar nuestra cara patria, aún a costa de las incomodidades, aflicciones y trabajos consequentes a una emigración violenta... Nos alienta la segura confianza de hallar remedio en su Augusta Clemencia, poniendo a su vista los funestos precipicios que nos amenazan después de tan sensible expatriación" (3)

La situación para nuestros antepasados en 1795 era en extremo compleja y de casi absoluto desamparo; "vivimos un abismo de confusiones", dice la declaración de unos ciudadanos temerosos agrupados en el Cabildo de Santo Domingo.

Y es que la comunidad dominicana de aquella época se vio sacudida por los efectos de la Revolución Francesa iniciada algunos años antes, en 1789. Ese evento determina la decapitación en la guillotina del rey de Francia, Luis XVI por los revolucionarios franceses en 1793. Luis XVI era primo del rey de España Carlos IV. Por este motivo, España junto a Inglaterra y otras naciones europeas declaran la guerra a la Francia revolucionaria. Los mismos efectos de la revolución francesa tienen resonancia en la colonia francesa de Saint-Domingue [hoy Haití], en donde se había iniciado en 1791 un estado de convulsión que se extiende a lo largo de diez años. Al iniciarse la guerra que concluye en la paz de Basilea, Francia acusa a las autoridades españolas de que en la colonia de Santo Domingo éstas colaboran con los esclavos rebelados de su colonia vendiéndoles provisiones y artículos de guerra, así como de que habían entregado a los negros alzados una cantidad de refugiados franceses que luego fueron asesinados por aquellos.

La guerra entre España y Francia estalla en marzo de 1793; concluye al año siguiente con dolorosa derrota para España, y entonces se firma la de paz en Basilea.

Manuel de Godoy trata de justificarse:

En sus memorias de París Godoy escribe: "Todo el mundo sabe de qué modo los principios de la revolución [francesa] incendiaron la insurrección en aquella isla y cuáles fueron los trastornos y los estragos que produjeron, por una parte las disensiones de los mismos colonos [franceses de Saint Domingue], y por la otra el desenfreno de los negros y mulatos [de la colonia francesa]. El compromiso de la parte española de Santo Domingo en aquel incendio general de los dominios franceses, fue de los más grandes. Las medidas del gobernador español lejos de fomentar la insurrección se dirigieron a calmarla, y sobre todo a impedir que penetrase el mal en las poblaciones españolas. Pero los negros rebelados de la colonia francesa se presentaron más de una vez con fuerza mayor en nuestros lindes, persiguiendo a los franceses. Las autoridades [españolas en Santo Domingo] salvaron a un gran número de los que acudían pidiendo auxilio: a unos los internaron, y a otros les procuraron transportes para salvarse en los mares. A otros que llegaron harto tarde, perseguidos por los negros, nadie pudo libertarlos. En cuanto a dar víveres y municiones a los negros [de Saint-Domingue] nadie podrá creer que les hubiesen sido dados de buena voluntad por los pueblos: ellos los exigieron como condición para retirarse. De esta suerte se deja ver que el gobierno francés, falto de agravios que alegar, fue a buscarlos en los mismos desórdenes de que él fue causa y que hicieron peligrar más de una vez nuestra pacífica colonia [de Santo Domingo]" (4)

No obstante a lo expresado por Godoy en sus memorias, debe mencionarse que a la luz de informes históricos, las autoridades españolas en el Santo Domingo de la época vieron en esa sangrienta revuelta de la colonia francesa la oportunidad de reconquistar los territorios perdidos hacía más de un siglo. Los negros en lucha aceptaron la alianza de los españoles que les prometían la libertad que Francia no les daba. Aunque había una condición: que en su lucha, los negros rebelados no traspasaran las fronteras de la colonia española. Los informes indican que "el Gobernador español en Santo Domingo, don Joaquín García, cumpliendo a su manera las instrucciones de alentar los disturbios en la colonia francesa, entró en relaciones con los jefes de los esclavos rebeldes. Jean Francois y Biassou aceptaron y se pasaron con sus hombres al partido español". Adicionalmente, se señala que "cuando Toussaint Louverture tuvo conocimiento de esas proposiciones vino a ponerse a disposición de las autoridades españolas. Este y Biassou, fueron nombrados generales del ejército español". Con esta ayuda los españoles recuperaron en agosto de 1792 grandes porciones de la colonia francesa, incluyendo, al menos, nueve ciudades. (5)

Nueve años después, en 1801, aparece Toussaint Louverture asumiendo las funciones de Gobernador vitalicio de la isla unificada. Pero no nos adelantemos.

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El reinado de Carlos IV y sus repercusiones en Santo Domingo y Madrid:

E
l reinado de Carlos IV coincide con una época de convulsiones políticas en la vecina Francia provocadas por el estallido de la Revolución Francesa (1789) cuyo influjo condicionará en gran medida la evolución de la política europea en lo adelante.

El 14 de diciembre de 1788 moría en el palacio Real de Madrid el anciano Carlos III, a quien de inmediato sucede su hijo Carlos, nuevo rey de España con el nombre de Carlos IV (1788-1808). Desde 1765 Carlos IV estaba casado con su prima María Luisa de Parma (hija del hermano de su padre, Felipe de Parma). Casi todos los historiadores españoles coinciden en señalar que Carlos estaba dominado por el fuerte carácter de su esposa prima.

La personalidad de Carlos IV es frecuentemente descrita de la siguiente manera: "Abúlico, perezoso, escasamente preparado en las cuestiones de gobierno, aficionado a la caza como su padre, aunque inteligente y bondadoso, se inhibió cada vez más de sus responsabilidades regias, que depositó en manos de su esposa y del amante de ésta, Manuel de Godoy" (6)
Otros historiadores españoles ofrecen una descripción del rey Carlos IV y de su ascenso al trono, con matices aún más gráficos:

"En la madrugada del 13 al 14 de diciembre de 1788 la cámara real del palacio de Madrid se llenó de luto al emitir el viejo rey Carlos el último suspiro. Siguiendo la vieja tradición, el conde de Floridablanca se acercó al rostro del monarca y por tres veces le llamó ‘¡Señor, señor, señor!’. Al no recibir respuesta, acercó un espejo a su nariz y a su boca y al comprobar que no se empañaba, certificó la muerte del rey, con la fórmula tradicional: ‘Pues que su majestad no responde, verdaderamente está muerto’. El mayordomo mayor salió a la antecámara y gritó al capitán de la guardia: ‘El rey ha muerto’. A lo que éste contestó: ‘Pues viva el rey. Doble guardia a los príncipes nuestros nuevos soberanos’. Seguidamente rompió en dos el bastón de mando del rey muerto y lo colocó sobre el cadáver. La corte cumplimentó al nuevo rey, un hombre de más de cuarenta años, tan corpulento como imbécil, que tomó el nombre de Carlos IV. Daba comienzo aquel día uno de los períodos vergonzosos y miserables de la historia de la dinastía borbónica en el trono español" (7)

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¿Quién fue Manuel de Godoy?

Manuel de Godoy y Álvarez de Faria Ríos Zarosa, nace en Badajoz, Extremadura, España, el 12 de mayo de 1767, y muere en París a los 84 años, el 4 de octubre de 1851.

Manuel de Godoy, Príncipe de la Paz; Duque de Alcudia y de Sueca; Generalísimo; Primer Ministro; Gentilhombre de Cámara con ejercicio; Capitán general de los Reales Ejércitos; Señor de Soto de Roma y del Estado de Albalá; Regidor perpetuo de la villa de Madrid y de las ciudades de Cádiz, Málaga y Écija; Caballero gran cruz de la Orden de Cristo; Protector de la Real Academia de Nobles Artes y de los Reales Institutos de Historia Natural, Jardín Botánico, Laboratorio Químico y Observatorio; Almirante con tratamiento de Alteza Serenísima... era hijo de José de Godoy y doña María Antonia Alvarez de Faría, de origen portugués.

Su rápido ascenso en la corte de Carlos IV se atribuye a ‘la pasión que la reina María Luisa sintió por tan apuesto guardia’.



¿Cómo ocurre el encuentro de Manuel de Godoy con los aún príncipes Carlos y María Luisa?:


"Cuenta la leyenda y certifica la historia –se conserva una carta del hermano de Godoy, Luis, que narra el hecho- que el joven Godoy, entonces un simple guardia de corps, escoltaba a la principesca pareja camino a Aranjuez. El caballo de Godoy se encabrita, tira al jinete y éste con una fuerza y una audacia extraordinaria domina la cabalgadura. Preocupados primero e impresionados al verle desde el carruaje, los príncipes de Asturias llaman al joven, se interesan por el percance y le citan a sus habitaciones privadas. Los maliciosos ven en esta escena a la libidinosa princesa extasiada ante la apostura y los atributos físicos del joven. El resto es historia de España. Una vez proclamado rey Carlos IV, el joven se convierte en el favorito de la pareja, van juntos a todas partes y comienza su irresistible ascenso" (8)

Unas coplillas que circulaban por aquella época en Madrid explican el sorprendente ascenso de Godoy:

Mi puesto de Almirante
me lo dio Luisa Tonante,
Ajipedobes la doy,
considerad donde estoy.
[...]Tengo con ella un enredo,
soy yo más que Mazarredo.
[...]Y siendo yo el que gobierna
todo va por la entrepierna.

Entretanto, en el Santo Domingo de la misma época, circulaba una doliente copla, unas elegíacas décimas del criollo Meso Mónica y otros ovillejos anónimos en que la acongojada ciudad llora acerbamente su orfandad y desamparo, a causa del traspaso a Francia ejecutado por el mismo triángulo palaciego de Madrid, o "la Trinidad", cuyo apelativo –se dice- tiene la autoría de la propia reina.

Es a este Ministro Godoy, y a este rey Carlos IV a los que se refiere el Arzobispo de Santo Domingo, Fray Fernando Portillo y Torres al dar a conocer a la comunidad dominicana, en octubre de 1795, la noticia sobre la cesión a Francia, cuando anunciaba: "Y en cuanto a la traslación de los vasallos, para lo cual se deja en libertad en el citado tratado, se digna Su Majestad comunicarme por medio del señor Príncipe de la Paz (señor Duque de Alcudia) oficio con fecha ocho de septiembre próximo que dice así: Ilustrísimo Señor: En el tratado de paz que ha celebrado el Rey nuestro Señor con Francia, cede su Majestad a la República francesa la parte que posee en esta isla... Según la promesa de Su majestad dictada de su paternal amor a los vasallos, sobrados motivos entre infinitos otros que hoy agrava nuestra obligación a pedir a Dios nos conserve sus preciosos días en los que tendremos nuestra felicidad asegurada y nuestra santa iglesia y religión protegida y ensalzada... (9)

En Madrid, las intrigas de aquella misma "Trinidad"; los odios y resentimientos familiares; las relajadas costumbres de duquesas que en grandes fiestas de sus respectivos palacios alardeaban de sus amores con toreros y competían en derroches, lujos y disipación, finalmente arrastraron a España a los años del desastre, a una ocupación militar por los ejércitos de Napoleón, y a una Guerra de Independencia que duraría más de cinco años, costaría cientos de miles de víctimas y arruinaría las arcas de España y Francia.

Los desaciertos del afrancesado Godoy hacen que el hijo de Carlos IV, Fernando, el Príncipe de Asturias en aquel momento y futuro Fernando VII, odie al amante de su madre. Fernando había considerado que aquel título de Príncipe de la Paz con el que habían enaltecido a Godoy le humillaba como verdadero Príncipe. De hecho, desde su infancia Fernando odiaba a sus padres, odio imbuido por sus educadores, en especial por su preceptor el canónigo Juan Escoiquiz. Por su parte, Napoleón Bonaparte se convertiría en el árbitro de estas desavenencias familiares de la corte madrileña, pero sólo como excusa para cumplir con su verdadero objetivo: convertir a España en una monarquía satélite. Una vez conseguidos sus propósitos, España quedaría completamente bajo su control.

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A lo que "la Trinidad" expuso a su colonia de Santo Domingo:

En el Santo Domingo de 1796, a casi un año de anunciarse que el rey Carlos IV y su Ministro Godoy habían entregado su más antigua colonia a Francia, la mayoría de la población continuaba en sus ocupaciones habituales. A esa comunidad que llevaba 300 años de vida colonial en pobreza, tranquilidad y aislamiento le resultaba difícil convencerse de que su Soberano, en verdad, podría haber ejecutado semejante traspaso a una Francia en estado de efervescencia revolucionaria que había guillotinado a su propio rey y que pregonaba el materialismo de la razón por encima de la fe religiosa. Esa comunidad confiaba que ese tratado sería prontamente invalidado y que concluiría la exaltación que el año anterior produjo aquella noticia. En parte, esta confianza obedecía a los insistentes comentarios que circulaban en ese año de 1796 respecto a las propuestas que hacía España de entregarle a Francia la Luisiana en vez de Santo Domingo. Pero resultó que Francia se convencería de su capacidad de pacificar su colonia de Saint-Domingue, con la que, unificada al territorio cedido por España, podría proyectar planes futuros para su propia grandeza.

Nadie en el Santo Domingo de 1796 podía imaginarse, por ejemplo, que en noviembre de 1799 aparecería en el escenario de Francia la figura del Primer Cónsul Napoleón Bonaparte, que alentado por comerciantes traficantes de esclavos, decidiría obtener el control absoluto de la isla unificada. Tampoco era posible imaginar que surgiría un líder en la vecina colonia francesa, Toussaint Louverture, quien, en enero de 1801, entraría con sus tropas en la ciudad de Santo Domingo, y que, al siguiente año (1802) aquel Primer Cónsul enviaría 58,000 soldados para desalojarlo.
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En efecto, el propósito de Napoleón sería en extremo ambicioso: se propondría convertir la Isla Hispaniola unificada en una plaza de armas, en un enorme fortín que le sirviera de base para ocupar a la Luisiana y desde allí atacar la joven república norteamericana en sus puntos más vulnerables; y, por otro lado, 'lanzarse a la conquista del mundo, instituyendo un imperio mundial en la Europa de entonces'. Para lograrlo, contaba con la burgusía y el financiamiento de los banqueros franceses, pero le sería necesario, además, el total control de la isla, de los recursos económicos que la colonia francesa acostumbraba producir, adicionado a los recursos económicos que produciría un obligado e intenso trabajo esclavo en la parte española ya cedida por España aunque aún no ocupada por Francia.

La comunidad dominicana de 1796 no podía prever que ese Primer Cónsul fracasaría en sus planes y que desalojaría a Louverture de la parte española pero no podría detener la revolución en marcha en la parte francesa ni podía imaginar que la vecina colonia declararía su independencia en 1804. Menos aún podía nadie pensar, en el Santo Domingo de 1796, que en 1805 otro general haitiano, J. J. Dessalines, arrasaría el territorio de la parte española dejando una estela de destrucción, incendios y deguellos como nunca vio en sus peores pesadillas aquella confiada e incrédula comunidad dominicana de 1796, a un año de anunciarse la cesión a Francia.

Entretanto, en la colonia francesa de Saint-Domingue había estado ocurriendo sacudimientos sociales en extremo violentos y complejos. Lo heterogéneo de los intereses económicos y las divisiones sociales en esa colonia así lo había estado determinando. El detonante para el estallido en la vecina colonia se hizo presente.

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Los eventos en la vecina Saint-Domingue:

A continuación, tratemos de hacer una apretada síntesis de los hechos ocurridos en la colonia francesa de Saint-Domingue a partir de 1791.

En Saint-Domingue (Haití) confluían los intereses de 5 clases sociales divergentes. Una de esas clases residía en París, es decir, los llamados Terratenientes Absentistas, y las 4 restantes clases que interactuaban en el territorio de aquella colonia francesa eran: los Grandes Blancos, los Pequeños Blancos, los Libertos (mulatos y negros libres), y los Esclavos Negros mayoritarios.

Temerosos del influjo del nuevo orden político surgido en la metrópoli (Francia) a partir de la revolución de 1789 y sus postulados de "Igualdad, libertad y solidaridad", la clase de los Grandes Blancos constituye en Saint-Domingue, en abril de 1790, una Asamblea General con el objetivo de gobernar la colonia. Los Pequeños Blancos, sin embargo, perciben que sus reivindicaciones están en sintonía con los postulados de la revolución que recién había tomado las riendas en la metrópoli. La asamblea de los Grandes Blancos es disuelta por el gobernador francés Blanchelande, contando con el apoyo de los Libertos y de los Pequeños Blancos. Los Libertos (mulatos y negros libres) lidereados por Ogé y Jean Chavannes reclaman a Blanchelande el cumplimiento del decreto cuya disposición revolucionaria les reconocía sólo vagos derechos igualitarios con los blancos. Ante la negativa, Ogé y Chavannes se ponen al frente de 400 libertos para obligar por las armas el reconocimiento de sus derechos de igualdad.
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Tropas recién desembarcadas provenientes de Francia se unen a los Pequeños Blancos y desatan un espantoso desorden, en los que no participan ni Esclavos ni Libertos. Blanchelande huye y se refugia en el Cabo. Ogé, Chavannes y sus hombres son derrotados y se refugian en Santo Domingo español. El Gobernador de la colonia española, Don Joaquín García, los entrega a las autoridades francesas de Saint-Domingue. El 25 de febrero de 1791 Ogé, Chavannes y sus partidarios son torturados y ahorcados en la ciudad del Cabo. Quienes les matan declaran que no estaban dispuestos a considerar como iguales a individuos de raza bastarda y degenerada (mulatos y negros libres).

Nuevamente los Libertos reclaman igualdad con los blancos y son insultados como respuesta, por lo que de inmediato incorporan a sus escasas fuerzas 300 negros cimarrones curtidos en la guerra de montañas y derrotan a las fuerzas blancas en Pernier. Entonces los colonos blancos aceptan las demandas de los hombres de color libres y firman un acta preliminar, pero en esta acta no se consigna claramente las mejoras para los esclavos, sino que, a petición de los blancos, los Libertos consienten en deportar a una región desierta del continente a los 300 cimarrones que los habían ayudado. La cordialidad entre blancos y mulatos no duró mucho.

Unos meses después se desatan disturbios que desembocan en matanza general de hombres, mujeres y niños mulatos. Las cuatro quintas partes de la ciudad de Port-au-Prince desaparece entre las llamas y una Asamblea Colonial reunida el 11 de diciembre de 1791 acuerda anular la concesión de los derechos de igualdad de los mulatos.

Pero lo peor recién empieza cuando una formidable insurrección de esclavos estalla en el Norte. Boukman era el jefe, secundado por Jean Francois, George Biassou y Jeannot. Era el 22 de agosto de 1791. Implacablemente arrasan, queman y matan a cuantos propietarios hallan en su camino. La represión de los colonos fue igualmente brutal. Llenos de furor persiguen y asesinan en las calles de la ciudad del Cabo a los mulatos, por sospecha de ser los instigadores de esta insurrección.

Panphile de Lacroix, un general francés que combatió a los revolucionarios negros, escribía en sus memorias años después (1820): "La guerra no fue más que una exterminación en la cual los dos partidos se superaron en furor; los negros sorprendidos ocultándose eran inexorablemente degollados. Cuando los blancos marchaban a los combates, destruían en la ceguera de su venganza todo lo que era negro; a veces un esclavo fiel que se presentaba confiado perecía bajo los golpes del amo irritado del cual buscaba apoyo" (10)

Boukman muere en combate en noviembre de 1791. Su cabeza es llevada al Cabo y exhibida en una jaula. El mando de la insurrección lo toman entonces Jean Francois, Jeannot y Biassou, a quienes se les suma Toussaint Louverture quien llevaba un pequeño ejército de 600 hombres adiestrados bajo su dirección. El gobernador de la colonia española, don Joaquín García, entra en relaciones con estos dirigentes, los cuales se pasan a la disposición del partido español, con cuya ayuda los españoles ocupan en agosto de 1792 grandes porciones de la colonia francesa que habían perdido en el pasado: Vailleére, Trou, Fort-Dauphin, Grande-Riviére, Ouoaniminthe, Mermelade, Ennery...

Toussaint, Francois y Biassou, son entonces nombrados generales del ejército español. El 1º de junio de 1794, los grandes propietarios blancos llaman a los ingleses de Jamaica y entregan a éstos varias ciudades. Estos grandes propietarios católicos reciben como sus salvadores a ingleses protestantes y enemigos de Francia. Al desembarcar en la ciudad de Jeremie el coronel inglés Adam Willianson anuncia que en nombre del rey de Inglaterra la esclavitud sería mantenida en Saint Domingue. Muchos mulatos propietarios, del Sur y del Oeste, se suman a los ingleses, pero otros como Pinchinat, Rigaud y Petion se colocan al lado de los comisarios civiles enviados por la Revolución Francesa.

Es en este complicado escenario cuando el comisario Sonthonax, el 29 de agosto de 1793, proclama la libertad de los esclavos. Por su parte, en Francia, la Convención francesa aboliría el feudalismo, la aristocracia y la servidumbre en las colonias, con el decreto del 4 de febrero de 1794.
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En mayo del mismo año Tousseint Louverture y sus partidarios Dessalines, Christophe, Belair, Clervoux, su hermano Paul Louverture y su sobrino Moyse abandonan el partido español a instancias del francés Sonthonax. En unas pocas semanas Louverture y sus hombres vencen a las fuerzas de sus antiguos aliados Jean Francois y Biassou, izando el pabellón tricolor francés en una docena de pueblos que arrebataba a los españoles; proclama la libertad de los esclavos y traba lucha con los ingleses que ocupaban varias ciudades de la colonia francesa.

Mientras, en Francia, en julio del 1794, hay una sublevación contrarrevolucionaria que da paso a una dictadura militar representada por el Directorio Ejecutivo, con Barras a la cabeza, quien designa a Joseph Hédouville en Saint-Domingue, el cual, ayudado por Roume, se propone atraer al general Rigaud y enfrentarle a Toussaint con el objeto de manejar la colonia con criterio esclavista. La guerra civil entre negros (al Sur) y mulatos (al Norte) estallaría el 13 de febrero de 1799. Los jefes mulatos son derrotados. El jefe de los negros, Toussaint, es recibido solemnemente en la capital del Sur el 1º de agosto de 1800, mientras Rigaud , Petion y los demás jefes mulatos del Norte huyen a Francia.

Ubicándonos de nuevo en la colonia de Santo Domingo, vale decir que si Manuel de Godoy y el rey Carlos IV con el tratado de Basilea nos tenía ya expuestos a las terribles consecuencias de los eventos que sucedían en la vecina colonia francesa; en un nuevo tratado –el de San Idelfonso- del año siguiente (1796), con el que España y Francia firmaban una alianza, se nos expuso al acoso de las tropas inglesas. Inglaterra consideraba que esta alianza era en contra suya y por tanto empezó sus ataques a las posesiones de su enemiga España.
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Este nuevo enemigo vino a complicar más el ya sombrío escenario de la colonia de Santo Domingo. Así, apenas un año después de la firma de este nuevo tratado de San Idelfonso las tropas inglesas se habían apoderado de las ciudades de Neyba, Las Caobas, San Juan y Bánica. En abril (1797) ya atacaban a Montecristi y Azua. De manera que, como decían los dominicanos de la época, “no sabíamos a dónde ir ni a quien acudir”. Entretanto, los franceses atribuían estas ocupaciones de los ingleses (al territorio ya cedido a Francia por España en Basilea), a la infidelidad de los dominicanos que, según los franceses, oponen poca resistencia a esas acciones.
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En estas circunstancias, se hacía aún más difícil para el gobernador Joaquín García, hacer entrega a Francia de la colonia cedida. Ese estado de guerra y confusión también demoraba el éxodo de la comunidad dominicana que quería emigrar. El mismo Arzobispo de Santo Domingo, Portillo y Torres, apenas pudo conseguir un pasaporte inglés para marcharse hacia Cuba.

Ese mismo estado de guerra y postración económica fue lo que propició la confusión del supuesto traslado de los restos de Cristóbal Colón hacia Cuba, dejando la secuela de dudas que aún hoy en día prevalece. Este aún irresuelto problema también lo debemos a los errores de aquella “Trinidad” que gobernó a España.

Los avances militares de los ingleses ponían en peligro a la misma capital dominicana. Joaquín García se dispuso tomar las medidas para defenderla pero sus milicias no tenían siquiera la carne necesaria para su alimentación, y el situado (ayuda económica) se hallaba bloqueado por navíos de guerra ingleses.
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El temor generalizado a ser capturados en alta mar por barcos ingleses alcanzaba a las mismas autoridades de la Real Audiencia que debían partir hacia Cuba y otros lugares. Además, se ignoraba el trato que los franceses, después de la entrega, darían a los bienes de los que emigraban. Todos querían vender sus bienes aún a mitad de precio pero había muy pocos interesados en comprar. A Don Joaquín García le preocupaba la posible ola de delincuencia que pudiera desatarse en la colonia al momento de aproximarse la entrega a Francia.

Todavía en febrero de 1799 y agosto de 1800 no había alguien en la isla debidamente autorizado para venir a tomar posesión de la colonia española a nombre de Francia. El gobernador García se desesperaba y quería concluir cuanto antes el tormento de una espera que tardaba ya cinco años.
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Y es que el agente francés Roume, destacado en la ciudad de El Guarico, se negaba autorizar la entrega a Louverture y éste ya exasperado por las constantes negativas del agente francés, ordenó a sus tropas dirigirse al Guarico exigiéndole la promulgación de un decreto autorizándole (a Toussaint Louverture) tomar posesión de la parte española, a lo que Roume accedió firmando dicho decreto el 27 de abril del 1800 y remitiéndolo al gobernador García en Santo Domingo.
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Al conocerse que estaba en Santo Domingo el general Ogé y unos acompañantes que Toussaint había enviado para recibir la entrega de la colonia, ‘se consternaron los espíritus de la ciudad de Santo Domingo’ y la gente, los miembros de la iglesia y el cabildo, llenos de angustia y zozobra, pedían que no se entregara la plaza y que se pospusiese esa toma de posesión.
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Todos recibieron esa noticia como la mayor de la calamidades que se avecinaban, pues, 'la imagen del desorden de la vecina colonia francesa con sus ríos de sangre, se apoderó de toda la comunidad; y, con todo respeto, se dirigieron a las autoridades implorando socorro y protección'.
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Todos solicitaban lo mismo: que se esperara la entrega hasta que Francia lo ordenara. Por un momento el pavor y la crispación caldearon los ánimos de la comunidad y muchos quisieron atentar contra Ogé y sus acompañantes. García hubo de protegerlos y les solicitó que para evitar mayores consecuencias se retiraran debidamente escoltados. Roume, por su parte, dictó un decreto el 26 de junio (1800), anulando el anterior.

El día 6 de enero del año siguiente (1801), a las tres de la tarde; el gobernador de la colonia española de Santo Domingo, Don Joaquín García, recibe una carta de Toussaint Louverture expresando lo siguiente: “ Mis ocupaciones me han impedido hasta ahora ocuparme de la toma de posición de la parte española y de la reparación de las injurias hechas al general Ogé. Me encuentro ahora en estado de llenar mi doble objeto y para tal efecto me dirijo a San Juan con las fuerzas necesarias para tomar posesión de esa colonia. Me pongo a la cabeza de esta expedición para evitar una efusión de sangre. Al mismo tiempo, he mandado al General Moyse con fuerzas respetables para tomar posesión de Santiago” (11)

De nada sirvió la respuesta de García argumentando que él aún estaba a la espera de la decisión de Napoleón y del rey Carlos IV. Toussaint Louverture ya estaba en marcha y nadie lo detendría. Se preparó alguna resistencia a la invasión, pero a medida que se recibían noticias del avance arrollador de Louverture las defensas, muy mal armadas y llenos de temor, abandonaron a sus comandantes.

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Toussaint entra a Santo Domingo el día 26 de enero de 1801:


Todo el que pudo colaboró en Santo Domingo en la expulsión de las tropas de Toussaint Louverture cuando al siguiente año, enero de 1802, Napoleón Bonaparte envía una flota al mando de su cuñado Charles-Victor-Emmanuel Leclerc compuesta por ochenta navíos y unos 58,000 hombres para desalojar a Louverture de la parte española.

Es necesario detenernos un momento en esta exposición, para tratar de explicar esa actitud de colaboración del pueblo dominicano con un invasor –Napoleón- en contra de otro invasor –Toussaint- en aquel momento.

Esta actitud podría obedecer a varios factores; unos inmediatos y otros de orden histórico. El factor inmediato más determinante estaba referido al temor de que el río de sangre que corría en la vecina colonia no se traspasara a Santo Domingo. De los factores históricos puede mencionarse el proceso mismo de la conformación del pueblo dominicano, el cual marca diferencias notables respecto a la comunidad de la parte francesa. En efecto, la comunidad dominicana se ha conformado mediante un temprano mestizaje en pobreza generalizada.
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Otro factor histórico a tomarse en cuenta es el programado asentamiento en Santo Domingo de una considerable cantidad de familias blancas -y pobres- de origen canario, a partir de las últimas décadas del siglo XVII hasta mediados del siglo XVIII con el objeto, por parte de las autoridades coloniales, de equilibrar la temida, desproporcionada y abrumadora cantidad de esclavos africanos que los colonos franceses traían a la vecina colonia. En adición, con estos asentamientos de familias canarias se reforzaba a los casi extinguidos grupos de familias hispánicas puras que para la época quedaban en Santo Domingo.

Probablemente el ideal de las autoridades coloniales en el Santo Domingo del siglo XVII sería poblar con vasallos del mismo rey, e hispanohablantes. No había posibilidad de conseguir personas en la Península interesadas en emigrar a Santo Domingo ni recursos económicos para incentivarlos. Pero llegó un momento que coincidió con una sobrepoblación y calamidades económicas en las Islas Canarias. Se ofreció incentivos a los capitanes de buques que se dirigían al Caribe; se prometió tierras a los emigrados [lo que no se cumplió a cabalidad], y así se inicia el proceso de ‘blanqueamiento’ de la colonia española.
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La proyección de este proceso, referido al ámbito racial, podría ser interpretado en el sentido de que si dichos poblamientos con individuos blancos se realizaron con el definido objetivo de ‘oponerlos como medida salvadora frente a la comunidad vecina' (Saint-Domingue), talvez con el paso del tiempo estos blancos y pobres canarios y sus descendientes ya convertidos en criollos, se auto-percibieron como parte de una casta superior que nos salvó de la desaparición frente al 'vecino negro’.
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Ello operaría entonces con la eficacia del tabú ancestral que garantiza la existencia misma de un pueblo. El resto de la comunidad validaría la vocación salvadora del paradigma con el siguiente credo : gracias al blanco a buen tiempo llegado, el vecino no logró engullirnos. Y así, en el imaginario colectivo dominicano ese vecino (Haití) fue convirtiéndose en aquel ‘otro’ con capacidad de destruirnos pero neutralizado ‘por la gracia del blanco’.
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Quizás ese paradigma y su credo los hemos prolongado hasta el presente, a partir de la existencia misma del pueblo vecino, y forman parte consustancial de las estructuras que nos conforman e identifican. No obstante, si en un determinado momento la intervención del blanco (canarios) nos salvó del ‘negro peligro vecino’, no todo blanco necesariamente nos salva. Napoleón o los ingleses blancos pudieron habernos hundido para siempre. Posiblemente esto ha sido una permanente y difícil disyuntiva histórica de la comunidad dominicana.
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Como vemos, el fenómeno podría ser más complejo de lo que aparenta en la superficie. Desborda los límites de un simple y elemental prejuicio racial de los dominicanos hacia los haitianos.

Por otra parte, acostumbrados por generaciones a interactuar con amos en pobreza casi permanente, los relativamente escasos esclavos dominicanos –la gran mayoría esclavos domésticos- no sintieron la necesidad de unirse a las luchas de los salvajemente explotados esclavos de la parte francesa, casi siempre recién llegados de Africa y cuya vida útil no sobrepasaba los 8 años debido al extremo maltrato de que eran víctima de parte de los colonos franceses.

Esos factores pueden explicar el por qué la población de la colonia española, además de sentirse profundamente hispánica, por haber sido capaz de preservar su identidad frente al empuje de los franceses desde su colonia vecina, también se consideraba diferente a los pobladores vecinos. ‘Por ello hubo tanto miedo cuando se supo que en la parte francesa los esclavos se habían rebelado en 1791. Por ello hubo tanta angustia cuando llegaron las noticias de que la parte española quedaría unida a la francesa luego del Tratado de Basilea’.

La comunidad dominicana de 1795 sentía, en su gran mayoría, una suerte de ‘desvinculación del negro’. ‘Negro’ era sinónimo de esclavo y los esclavos dominicanos percibían que su condición no era similar al ‘negro’ de la parte francesa. ‘Somos blancos de la tierra’, decían para que se les diferenciase de aquellos.

Es necesario entender la dimensión de la disyuntiva que se le presentaba a la comunidad dominicana en el momento en que decide dar su apoyo a las tropas enviadas por Napoleón. Ese respaldo no dejaba de representar un riesgo extremo, pues, nadie estaba seguro del giro que podrían tomar los acontecimientos con el triunfo de las tropas francesas. Nadie podía asegurar que Francia no aprovecharía la ocasión de su victoria frente a Toussaint para luego someter al pueblo dominicano a una cruel, inimaginable e inhumana explotación esclavista como lo había hecho en Saint-Domingue. Para Francia éramos simplemente un pueblo extraño y cedido; unos seres que habitaban una lejana colonia que no subsidiarían con un Situado, y cuya anterior metrópoli (España) le interesaba tan poco que, incluso, le habían traspasado sin solicitud previa. ¿Quién en Santo Domingo garantizaría que Napoleón Bonaparte sentiría alguna conmiseración por este pueblo? ¿Acaso Francia la sintió por Saint-Domingue?

Obviamente, esos avatares del pueblo dominicano no los comprendía ni en absoluto le interesaba comprender a un Manuel de Godoy que nunca pisó el suelo de Santo Domingo.

Sin embargo, quizás hoy en día, estas reflexiones podrían sernos útil en la justa valoración de nuestra Independencia posterior.

Pero concluyamos con el momento en que Toussaint Louverture entra a la ciudad de Santo Domingo, el 26 de enero de 1801, y para tener una idea apenas aproximada de aquel escenario observemos el testimonio de un testigo, don Antonio del Monte y Tejada, quien afirmó: "Yo recuerdo la confusión, el terror, la sorpresa con que todos contemplaban a aquellos negros regimientos con sus arreos e insignias militares y civiles, así como el abatimiento de los espíritus cuando se vio desplegada en la fortaleza del Homenaje la bandera tricolor [francesa] en lugar de la española, sustituyendo en el gobierno al Capitán General Don Joaquín García, el jefe de los negros Toussaint Louverture" (12)

Una testigo de esos mismos eventos, una señora del pueblo, Francisca Valerio, escribió: "No hay pluma ni papel ni menos aún voces con qué explicarlo... Porque diciendo ellos ‘arreté lá’, que quiere decir en español ‘párate’, al que sigue andando le tiraban no un balazo sino muchos... No se oía otra cosa que ‘futre español’, ‘bugeré coquén’... A Juan Martínez, a Juan Almonte y a Juan Carabalí, les dieron muerte cruel, y en tales términos, que bebieron de su sangre junto con aguardiente, y a más de haber bebido de su sangre, les arrancaban las asaduras y se las colgaban en el pescuezo..." (13)

Como decíamos, en enero de 1802, Napoleón Bonaparte determina desalojar a Toussaint Louverture para lo cual envía al general Leclerc al mando de una poderosa flota. Toussaint es desalojado de Santo Domingo pero los rebelados de Saint-Domingue expulsan a las tropas napoleónicas en su territorio.
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Así, dos años más tarde, en 1804, la colonia francesa se independiza y adopta el nombre de República de Haití. Un año después, en 1805, otro general haitiano, J.J. Dessalines, penetra con sus ejércitos en el territorio dominicano y en su frustrado intento de ocupación deja una estela de destrucción, incendios y deguellos en el tránsito de su retirada. La Era de Francia en Santo Domingo concluye en la Reconquista cuando en 1809 las huestes napoleónicas son vencidas por el caudillo dominicano Sánchez Ramírez. Por el Tratado de París del 30 de Mayo de 1814 Francia le retrocede a España la Parte Española de la Isla. Empieza de este modo la Era llamada España Boba. En 1822, un nuevo general haitiano, J. P. Boyer, ocupa por 22 años la parte española.

El resto es historia de la República Dominicana.

En su destierro parisino, en 1836, el octogenario Manuel de Godoy continúa escribiendo en sus memorias esta confesión: "...Y aún así, diré más: la cesión de aquel padastro pendió de un accidente. El gobierno francés, ansioso de la paz que se trataba en Basilea y teniendo las dilaciones que debía causar la distancia de Madrid a aquel punto [Basilea, Suiza], nombró un nuevo negociador (a Servan el ex ministro) para venir a la frontera [entre España y Francia] y terminar más pronto aquel tratado... De las instrucciones secretas que Servan traía, una de ellas era que si la España se resistía en ceder su parte de Santo Domingo, que no insistiera y firmase las paces bajo las demás bases convenidas. Pero, el tratado estaba ya firmándose en Basilea, razón por lo cual la misión de Servan no tuvo efecto".

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Conclusiones.
Para valorar y amar al país natal
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Existe un cierto instinto en el humano de proteger lo maltrecho y de aprovecharse, golpear y depredar lo considerado fuerte y victorioso. Si extrapolamos el fenómeno a la sociedad y a la nación podríamos obtener similares conclusiones.
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Como mencionamos en los primeros párrafos del presente escrito; pensamos que el conocimiento de los escasamente divulgados informes sobre las derrotas, la indefensión y las angustias por las que ha transitado nuestro pueblo, podría concienciar positivamente a gobernantes y gobernados respecto a un impostergable cambio de visión que la nación requiere.
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Ciertamente, el conocimiento de las gloriosas victorias de nuestra historia nos ha producido el necesario orgullo de nación. No cuestionamos la utilidad de ese resultado; pero, tal vez, si ocasionalmente cambiamos ese paradigma divulgando temas como el presente que nos vinculen a aquellos pasados y dolorosos episodios, podríamos obtener positivas cuotas de sensibilización nacional.
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Probablemente, después de lograda la adecuada concienciación que ofrece el conocimiento y la comprensión de nuestros momentos de absoluta indefensión; de nuestro desamparo; de las humillaciones, las indolencias y los riesgos por los que nuestra sociedad ha transitado; las humillaciones que ha sufrido y las indolencias con las que en su devenir este pueblo se ha enfrentado, entonces, quizás, podría obtenerse la deseada disminución del número de dominicanos dispuestos a continuar lastimando alegre e inconscientemente los recursos, la institucionalidad, la gobernabilidad, la estabilidad y el futuro de esta milagrosa República de sobrevivientes. Colaborar en ese sentido sería la intención y el propósito del presente trabajo.-
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Pedro Samuel Rodríguez Reyes
Santo Domingo, República Dominicana.
13.4.2007

[Los corchetes entre citas son del autor]
Notas bibliográficas:
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1-Emilio Rodríguez Demorizi; ‘La Era de Francia en Santo Domingo’. Editora Del Caribe, C. por A. Ciudad Trujillo, 1955, p.14
2- Manuel Arturo Peña Batlle; ‘El Tratado de Basilea. Desnacionalización del Santo Domingo Español’. Impresora Dominicana. Ciudad Trujillo, 1952, p. 6
3- Manuel Arturo Peña Batlle, Ob. Cit., p. 14
4- Emilio Rodríguez Demorizi. Ob. Cit., pp. 13-14
5- José Luciano Franco; ‘La Batalla por el dominio del Caribe y el Golfo de México. Revoluciones y Conflictos en el Caribe, 1789-1854’. Instituto de Historia; Academia de Ciencias. La Habana, Cuba, 1965, pp. 21-22
6- Lola Cruz [María Dolores Cruz Arroyo]; ‘Mil años de historia de España’. Alianza Editorial, Madrid, 2000, p.493
7- José Infante Martos; ‘¿Reinará Felipe VI?. La última oportunidad de los Borbones’. Ediciones Martínez Roca, S.A., Madrid, 2003, p. 109
8- José Infante Martos; Ob. Cit., p. 112
9- Emilio Rodríguez Demorizi; Ob. Cit., pp. 21-22
10- José Luciano Franco; Ob. Cit., p. 21
11- Frank Moya Pons; ‘Manual de historia dominicana’. UCMM, 1967, p. 191
12- Frank Moya Pons; Ob. Cit., p. 192
13- Emilio Rodríguez Demorizi; ‘Invasiones haitianas de 1801, 1805 y 1822’. Editora Del Caribe, C. por A. Ciudad Trujillo, 1955, pp. 77 y 80.-


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