Zona Norte
Luego que el viajero deja la capital y el pueblo contiguo de San Carlos, sigue por un camino bordeado de guáyigas que le lleva al pueblo de Santa Cruz, en el río Isabela, que a poca distancia confluye con el Ozama para formar el puerto de Santo Domingo.
Se atraviesa el río en una barca, y poco tiempo después se llega al arroyo de los Yucas. Se encuentra mas tarde el arroyo de Dajao y la gran sabana de Mata Redonda que hay que atravesar en buena parte de su extensión. Se cruza después el arroyo de Tosa y la sabana de Sanguino y a poco se encuentra el río Ozama, que en esta parte tiene sus orillas muy fangosas. Pasado el río por un vado que hay más debajo de la boca del río Guanuma, afluente del Ozama, se entra en la sabana del Hato de la Luisa, pasando después por los arrollos Limón y Caoba o Caobar y más tarde por la sabana del hato de la Guia.
Poco después se llega a la sabana de San Pedro y cruzada ésta se encuentra el arroyo Bermejo que nace en las lomas que están próximas al Sillón de la Viuda.
Pasado el arroyo se cruzan las sabanetas de Don Juan y a poco andar se asciende al Sillón de la Viuda, que es una montaña no muy alta de la Cordillera Central.
De la cumbre del Sillón se descubre una perspectiva magnífica, por no tener del lado del Sur, Este y Oeste loma alguna elevada que intercepte la vista de las sabanas, montes y lomas que se divisan por todas partes. Un viajero moderno describe el cuadro con estas palabras: “Ciento veinte leguas de inmensas llanuras que dan a los pies del observador y se descubren desde el San Pedro, que está como un gigante sentado en el centro de un verde tapiz de terciopelo, prolongándose entre sabanas y mil contornos de frondosos árboles. Todo el paisaje que de cerca y en lontananza se descubre en una mezcla de bosques cortados por llanuras, de formas caprichosas. Grande y maravilloso es el cuadro y sublimes sensaciones debe despertar en todo dominicano que se ve poseedor de tan varios como hermosos terrenos”.
Bajando el Sillón se encuentra a poco andar la sabana de Payabo y luego el arroyo de este nombre, que va a desaguar en el Yuna, a inmediaciones de la bahía de Samaná.
No muy distante de Payabo se atraviesa el arroyo Lisa, afluente de Payabo y varias sabanetas y bosques hasta llegar a la sabana de Paciencia, que es excesivamente larga.
El hato de Sevico no está muy distante de allí, y después de atravesar uno o dos arroyos se llega a él, habiendo pisado en el trayecto un poco de lodo, pues es raro que las contínuas lluvias que abundan en esos lugares no tengan el piso enteramente enfangado. Sigue el camino cruzando bosques frondosos, arroyos y sabanetas; subiendo y bajando la loma de los Palos que es un ramal de la montaña llamada Navisa hasta llegar a la villa de la Mejorada de Cotuí. Todo el camino desde el arroyo Payabo hasta Cotuí es bantante penoso por lo malo que suele estar el piso. No es fácil olvidar el paso de monte Piñal que se distingue en este sentido.
El camino del Cotuí a la Vega presenta el mismo aspecto en cuanto a la vegetación y aunque trabajoso en tiempo de lluvia es más sólido el terreno. El río Yuna, el más caudaloso y rápido de la isla, se le opone al viajero. No ha sido posible vencer las dificultades que se ofrecen a la construcción de puentes: acrecentando el caudal de sus aguas con los torrentes y derrames de los arroyos crecidos, arrastra cuanto se le opone, y extiende la superficie de su cauce a considerable distancia. En tales circunstancias es imposible atravesarlo, y cuando bajan algo las aguas es curioso ver el modo con que los ribereños se industrian para atravesarlo.
Forman con el cuero de una res una especie de canoa o bongo en que colocan al individuo o carga que ha de transportarse a la ribera opuesta: un nadador lo conduce hasta el cañón del río por medio de una cuerda atada a uno de sus extremos, y otro nadador impulsando la máquina lo lleva a la orilla opuesta. Según la tradición en la isla jamás sucedió desgracia alguna ni a los nadadores ni a los que se embarcaban en el frágil barquichuelo de piel.
A poca distancia del río se halla la población de Angelina, y desde allí hasta la bahía de Samaná es navegable el Yuna. Más adelante están las sabanas, hatos y ríos de Guamita, la Boma y la Calla de donde se va a los hatos de Sabana Grande de los Villafañes, y al oratorio de Huma.
Las márgenes del río de este nombre estaban sembradas de cacaotales y otros varios granos. Atravesando un bosque montañoso después de caminar dos leguas se llega a los terrenos mejor cultivados de aquella jurisdicción. Dos leguas más adelante está la ciudad de la Vega.
Las ocho leguas de camino que median entre la Vega y Santiago y las veinte y ocho de esta ciudad a Dajabón presentan diferente aspecto de las cuarenta y dos que hemos descrito. Sabanas extensas, frondosos bosques y sólido piso, sin pantanos ni tembladeras, tal es el paisaje que se presenta al viajero.
A media legua de la Vega se atraviesa el caudaloso Camú, que se enriquece con las aguas del Gima, Cayo, Boma y Guamita, y a legua y media más adelante el río Verde. Diferentes plantíos de cacao y de café, vegas de tabaco y hatos de ganadería adornan los alrededores; que a estas industrias se dedicaron generalmente los vecinos de aquellas comarcas luego que abandonaron la explotación del oro en las orillas de renombrado río Verde. Cruza a tres leguas el arroyo Puñales y dos más adelante dejando el Yaque a la izquierda se encuentra Santiago de los Caballeros.
De esta ciudad a Dajabón se atravesaba el Despoblado que así se llamaba porque desde los días del descubrimiento se dedicaron aquellos terrenos a la cría de animales, por sus menudos pastos y la bondad de sus sabanas llenas de grandes árboles y de vegetales propios para la crianza, que allí producía caballos corpulentos y fuertes reses notables por su lozanía y grosura, diversos de los que se criaban al Este de la isla.
A dos leguas de la ciudad se atraviesa el Yaque. Después de subida la loma de la Herradura, desde donde se divisa la ciudad como en un panorama, se nota a la izquierda el hato Yaque de los Pichardos; y atravesando un bosque montuoso y de frondosos árboles se sale a la sabana Sinprovecho, pobre de vegetación y llena de espinos y zarzas. Al extremo y a poca distancia del Yaque estaba situada la Parroquia de Animas.
Practicado el paso del río se hallaba a la derecha el hato Lagunita de los Señores Minaya y a la izquierda el nombrado Jaitabon de los Rodríguez; y poco más adelante se encuentra el de los Mulones perteneciente a los Morel de Santa Cruz y el Mao de los Tejadas.
Pasado el río Mao se encuentran a dos leguas los hatos de Gurabo-Arriba y Gurabo-Abajo, divididos por el arroyo Gurabo y que pertenecen a los Del Monte y Tapia.
Continúa siempre el camino por entre sabanas y bosques espléndidos por la izquierda del Yaque hasta Monte Cristo atravesando el hato Cercadillo de Don Tomás Contreras, Rompuso de los Pichardos, y Piloto de los Arroyos. Crúzase a poco andar el río Cana que unido con el Guayubín desemboca en el Yaque como también lo hace el de Amina, Mao, Gurabo y todos los demás que se cruzan hasta Dajabón.
Allí estaba el hato de Campo Marrero y a corta distancia el Hospital de los Reyes, y otro nombrado Pocito; más adelante se encuentra la sabana y hato del Ranchadero, y después de un monte el río Guayubín que recibe las aguas del Maguaca y Yagüey, río que quisieron señalar los franceses como término divisorio de las dos colonias y a lo que se negaron los españoles constantemente.
Un cuarto de legua más adelante está la gran sabana de la Canoa; y desde ella y sobre unos pequeños cerros se divisa la altura de la Granja de Monte Cristo que dista trece leguas.
Prosiguiendo el camino se atraviesa el hato de la sabana de Escalante y seguidamente el río Maguaca y hato de su nombre. Por las quebradas que forman pequeños cerros continúa el camino hasta el hato Talanquera, y el río Chacuey; viene luego el hato de Sabana Larga con su pequeño oratorio, y luego el de Macabón de los Tavares y el Jácuba de los Tejadas, de donde se entra en la sabana en que está situado el pueblo de Dajabón.
Zona Este
La parte española estaba realmente dividida en tres zonas y he adoptado para describirla esa misma división. He descrito ya la zona del Norte y ahora lo haré con la segunda conocida la de los Llanos por su notable llanura de setecientas leguas cuadradas.
Apenas si en tan enorme extensión se levanta algún cerro que interrumpa la igualdad de su nivel desde la bahía de Samaná hasta la Montaña Redonda que pertenece a la cadena del Cibao, ni tampoco desde el Atlántico que la limita al S. E. hasta el río Ozama que es su término occidental. Era la parte más pobre y abandonada de la colonia española, sin embargo de las grandes manadas de animales, que servían de alimento a sus moradores.
He aquí lo que un autor inglés dice de ella: “Al Este de la capital y hacia el Seibo existen las inmensas llanuras conocidas por los Llanos, donde el ojo del viajero sin nada que se le interponga se esparce sobre una superficie verde de admirables pastos semejante a la del mar y matizada a intervalos por grupos de árboles corpulentos, como en los parques, y que parecen sembrados intencionalmente por el hombre en las orillas de diferentes arroyos y lagunas.”
Después de la ciudad y puerto de Santo Domingo se presenta el pueblo de San Lorenzo de los Minas, a corta distancia del lugar en que se fundó la Nueva Isabela o primitivo Santo Domingo. Se componía su población de cerca de 1000 negros minas, residuo de los que fueron apresados en el Mariel, a quienes concedió el Emperador Carlos V la libertad, designándoles al cultivo de hortalizas y menesteres que llevaban a la Capital en canoas por el río Ozama.
La comunicación de los pueblos del Este con la Capital o se hacía directamente por el camino de la costa que era de 40 leguas, o por el que conduce al Cotuí y por el de Monte Plata.
Prosiguiendo este camino y como a dos leguas se encuentra el pueblo de Boyá al que se retiró el cacique Enrique como en otra hemos dicho. A cuatro leguas al mismo rumbo Sur-Este se encuentra el pueblo de San Juan Bautista de Bayaguana, con una población de mil almas, a mas de la que tenían los establecimientos de San José y de Tavira.
Doce leguas más al Norte está la ciudad del Seybo, patria del Libertador Don Pedro Santana, con una población de cuatro mil almas. Tiene a su alrededor multitud de haciendas de ganado, y por último, frente a la isla Saona y a tres leguas de la costa se encuentra la ciudad de Higüey , célebre por su santuario de nuestra Señora de Altagracia que fundó Juan de Esquivel en los primeros días del descubrimiento; la población asciende a 600 almas. Da su nombre a la hahía y al río que en ella desemboca, la cual también se llama Yuma, y es memorable porque en ella se verificó el desembarco de las fuerzas con que contribuyó la isla de Puerto Rico cuando la reconquista de Don Juan Sánchez Ramírez.
En la costa comprendida entre Santo Domingo e Higüey desembocan los ríos Macorís, Cumayasa, Romana, Quiabon e Higüey.
A mas de los caminos que facilitan las comunicaciones entre los pueblos del Este, había uno particular de los pueblos de Sabanalamar y Sabaná, cuyo itinerario era el siguiente: Se atravesaba el Ozama al frente de la ciudad y siguiendo su orilla izquierda se llegaba al ingenio de los padres dominicos; de allí andando cinco leguas se pasaba al ingenio Nuñez y tres más adelante a la Mata o Calva; a las 7 leguas se vadeaba el arroyo Brujuelas y el de las Fosas; de allí se dirigía el viajero a M. Moras, luego a la Altura del Muerto, después a Sabana grande y por último a Sabanalamar. Todo el camino es llano y de 39 leguas de extensión.
Zona Sur
Los límites de la tercera zona son: la ciudad de Santo Domingo y el curso del río Ozama al Este, el mar Caribe al Sud, la primera cordillera del Cibao al Norte y la frontera de Haití al Oeste. Su primera población, saliendo, es el pueblo de San Carlos de los Isleños, de que ya hemos hablado. Continuando el camino por la sabana, egido y paseo de la ciudad, y arillando el mar, se encuentra el fuerte de San Jerónimo, reducto cuadrado con muros de 20 pies de elevación y fosos; poco más adelante hay otro fuerte en la desembocadura del Jaina y una pequeña población.
En el espacio de tres leguas se cruzan los hatos y río de Itabo, y en seguida el extenso bosque de Monte Najayo, cuya fertilidad es extremada y de 7 leguas de extensión; en él se encuentra el río Nigüa y cerca la capilla de los Molinos con dos mil quinientos habitantes.
Notable fue aquel lugar desde el tiempo de la conquista por el gran número de ingenios que allí se establecieron y los cuales usaron por fuerza motriz el agua del río. También hubo allí hatos y cacaotales.
Corridas cinco leguas y el lugar llamado Sabana-grande, se halla el río Nizao; sigue después la sabana de la Catalina y la de Paya, pobladas de hatos y regadas por dos pequeños arroyos. Poco más adelante se encuentra el arroyo Baní, y cerca, el pueblo del mismo nombre fundado por varios hateros y con ochocientas almas de población. Rodéase después el cerro del Vigía y se atraviesan los hatos Arroyo Hondo, Matanzas, Sabana de la Cruz y Boyá y un brazo del Ocoa, río que se cruza más adelante, cerca de la bahía de su nombre.
A media legua se encuentra una hermosa sabana de donde se pasa a la gran bahía de Ocoa; siguiendo la orilla del mar por espacio de una legua se sale a la sabana de Sepisepi. Encuéntrase más adelante el arroyo Vía y luego la ciudad de Azua
A media legua de la población está el hato Honra o Jura, y legua y media más adelante los de Tábara, cuyo arroyo aunque de corto caudal es de difícil tránsito. Crúzase luego el río Sangosto por distintos puntos y subiendo la montaña se hallan los ríos Biahama, Pasaje y el Mole.
El camino continúa rodeando un cerro hasta llegar al hato y río Salao; más adelante está el hato Villar-pando y seguidamente el río Yaque del Sud, que nace en el Cibao a poca distancia del gran Yaque del Norte.
Desde este punto, o se toma el camino para Neyba o el que conduce a las últimas poblaciones españolas en el primer caso, pasado el río, se entra en una vega de 80 leguas cuadradas, que termina en la laguna de Naragua o Herniquillo, principio de la colonia francesa y provincia de fertilidad notable y muy poblada de aves, como flamencos y pavos reales, los que se encuentran por todas partes.
A nueve leguas del río está el pueblo de Neyba, con doscientas casas y quinientos habitantes. De ella, al límite o línea divisoria de la colonia hay 16 leguas; entre las montañas y el lago Herniquillo. Llégase luego al cuerpo de guardia nominada el Fondo. Continúa el camino hasta Puerto Príncipe del que dista 14 leguas el citado cuerpo de guardia.
Tomando el otro camino después de cruzar el Neyba se llega al pueblo de San Juan de la Magüana, de trescientos sesenta habitantes, y que tiene tantos hatos como Neyba. El de los Hobos y otros de las orillas del Heguesa, Río de oro, Seibo, Bayanai y Nibaguensa eran considerables.
Después de atravesar una gran quebrada se llega a la Sabana de la Cruz y sus hatos; a poco andar se atraviesa el río Toncio y se llega, pasando tres sabanas, a la ciudad de Bánica fundada por Diego Velásquez. En sus inmediaciones están los oratorios del Caballero Farfán y el de Pedro Corto y otro nominado las Caobas, que extiende sus límites hasta la parroquia francesa Merebalais. La población de las tres asciende a 7,000 almas.
Partiendo de Bánica, se atraviesa el Artibonito, río de largo curso que entra en la colonia francesa. Bordaban sus orillas gran número de habitaciones y sus aguas eran aprovechadas para la molienda de la caña.
Una legua más adelante se atraviesa otro río y un camino que conduce a las aguas termales de Bánica y a Dajabón. A seis millas se encuentra el hato y río de Aguas-hediondas, y enseguida el Laguneta y los hatos de Papayal y la población de Hincha.
Dejando los hatos del Papayal a media legua se pasa el río Laguneta; media legua más adelante el río Lago y Coladura, y por último el Bohique.
Atravesando luego varios ríos y hatos y la laguna Agua-muerta hasta llegar a la población de San Rafael y la de San Miguel.
San Miguel de la Atalaya era una parroquia dedicada al santo de su nombre; estaba lindando con las posesiones francesas y era baronía, como ya se ha dicho, de los Señores Guzmanes.
Fuente: Antonio del Monte y Tejada
‘Historia de Santo Domingo’. Tomo III.
Tercera edición. Biblioteca Dominicana: Serie 1—Volumen VIII.
Capítulo VII: "Itinerario de las tres zonas en que estaba dividida la parte española".
Ciudad Trujillo, República Dominicana, 1953, pp.125-132.
Ciudad Trujillo, República Dominicana, 1953, pp.125-132.
Gráfica: Villa de Moca en el siglo XIX, de Samuel Hazard
Transcripción-digitación: Pedro Samuel Rodríguez.
Santo Domingo, República Dominicana; Oct. 2010.
Para Orbe Quince.
Transcripción-digitación: Pedro Samuel Rodríguez.
Santo Domingo, República Dominicana; Oct. 2010.
Para Orbe Quince.
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