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4.10.09

La madre en el drama histórico de la isla - Por Juan Bosch


Por Juan Bosch (1909 - 2001

Hoy es Día de las Madres. Lo celebramos el último domingo de mayo y deberíamos hacerlo el primer día de la primavera, cuando la tierra entra en una nueva etapa de fecundidad; cuando el mundo en que vivimos da de sus entrañas todas las fuerzas ocultas que Dios ha puesto en él para que pueda ofrecer al hombre los mejores frutos, las flores más bellas, las mieles más ricas y los cantos más armoniosos de las aves.

En la religión católica de nuestro pueblo, la madre es María, la virgen de los siete dolores. Y está bien que sea así porque salvo el momento en que ve nacer al hijo y oye su primer grito, cuando la alegría de haber traído al mundo una nueva vida la embriaga como una copa de licor divino, la madre siempre sufre: sufre el dolor físico del alumbramiento y sufre toda la vida el dolor moral del miedo; miedo a que su hijo se le enferme o no sea el hombre bueno que ella espera o no resulte tan inteligente como lo desearía, y sufre cada hora la anticipación de la muerte de su criatura. Con los siete puñales del dolor clavados en su corazón, la madre de Jesús es el símbolo de la madre cristiana, y es por tanto el símbolo de la madre dominicana.

¿Quién ha sufrido más que esta madre dominicana?

Sufrió cuando era india y llegaron los conquistadores españoles y echaron perros bravos al monte para cazar al hijo indio, y cuando tuvo hijo español y lo vio partir a la guerra para salvar el país de los piratas; sufrió cuando ya no era india ni española, sino mestiza y con la llegada de los esclavos, a quienes los amos arreaban a latigazos, comprobó que había razas sometidas y la suya era una de ellas; y sufrió cuando era madre esclava y veía nacer al hijo condenado a la esclavitud, o cuando fue negra libre y tuvo hijo del español y supo que ese hijo no sería bien querido porque nunca sería de la raza pura del padre.

La madre dominicana sufrió cuando los bucaneros se metieron tierra adentro disparando sus arcabuces y tomando presos a los pobladores; sufrió cuando el rey de España ordenó que se dejaran despobladas las ciudades del Oeste y del Norte y ella tuvo que hacer a pie, junto al hijo, los largos caminos hacia la Capital; sufrió cuando sus hijos tuvieron que ir a la guerra para reconquistar la Tortuga y para echar a los franceses hacia el mar y sufrió mucho más cuando llegaron los días de las guerras sociales en Haití y cuando los haitianos entraron en la parte española y pasaron a cuchillo poblaciones enteras en Santiago, en Moca, en Cotuí y en las rutas del Sur.

Cuando los hombres combatían en Palo Hincado, cuando el hambre mataba a los sitiados de la Capital, cuando se luchaba, en fin, para volver a hacer española la colonia que había caído en poder de Francia, fue ella, la madre dominicana, la que vio a los hijos partir hacia las batallas y enflaquecer hasta la muerte en la ciudad sitiada.

Para hacer la Patria, entre 1844 y 1855, ¿quién dio hijos si no ella? ¿Quién quedaba con el corazón atribulado cuando los hombres iban a combatir en Azua o en Santiago? ¿De dónde habían salido los que cayeron en Las Carreras y en Beller si no era del vientre de la madre dominicana? ¿Y por qué rodaban a chorros las lágrimas cuando al poblado lejano, al campo perdido, llegaba la noticia de la muerte de un combatiente, si no era por las mejillas secas de la madre?

La madre dominicana llevó sobre su alma el peso de la guerra cuando los españoles volvieron al país traídos por Santana y el pueblo se sublevó en Capotillo y comenzó aquella lucha sangrienta contra los que habían sido portadores de la civilización cristiana para sembrarla en nuestro suelo y en esa nueva ocasión eran ocupantes extranjeros de una República que a lo largo de once años había luchado en los valles y las lomas de la frontera y en las aguas del mar para que sus hijos fueran dueños de su patria. Mientras los hombres se mataban en Guanuma, en Puerto Plata, en el Canal de Paya, en los arenales de la Línea Noroeste, la madre dominicana esperaba en el bohío o en la casa de yaguas del pueblo que le llegara la noticia de que el hijo había caído en la batalla.

Madre adolorida como la nuestra, ninguna; madre con el corazón deshecho por la angustia como la de nuestro pueblo, ninguna. Pues llegó la hora en que la bandera española se fue alejando mar afuera, pero los dominicanos, acostumbrados a matar para defender su República, siguieron matándose entre sí; y se mataban un día y otro, un mes y otro, un año y otro, hasta que el brazo fuerte de Ulises Heureaux impuso la paz; sólo que la paz fue la obra del crimen y con el crimen llegó el miedo a sentarse en el umbral de todas las puertas y entonces la madre sufrió de miedo y en cada pisada que resonaba en la noche creía ver llegar a los que iban en busca del hijo para fusilarlo en el cruce de dos caminos o para encerrarlo de por vida en una cárcel pestilente o para llevárselo a la fuerza a servir en los cuarteles.

Madre dominicana, árbol del sufrimiento, ¿quién iba a decirle que del cadáver del tirano, caído a tiros en Moca, iban a salir los infiernos de la guerra civil? Pero salieron, y durante diecisiete años de espanto viste a tu hijo irse a los combates y miles de veces no lo viste y nunca supiste en qué perdido matorral quedó su cuerpo con una vena rota por donde la sangre que tú le diste había salido a chorros llevándose la vida que tú creaste para que fuera útil y hermosa.

Madre adolorida, esta República descansa en la base misma de tu corazón; está nutrida por tu dolor, por el dolor que padeciste cuando la infantería de marina norteamericana se adueñó de esta tierra y se llevó tu hijo a empujones para que no protestara por el atropello que le habían hecho a la patria; está nutrida por tu dolor de siglos, sobre el cual apenas es una luz lejana el recuerdo de algunos días de paz perdidos entre los muchos días de padecimientos.

Tras unos pocos de esos días de paz, cuando la bandera de la cruz hubo flotado en los cielos donde flotó la de las barras y las estrellas, cayó sobre ti el espanto; cayó como una ave de piedra en cuyos ojos fulguraba el crimen; cayó y se posó sobre la República y la cubrió de la costa a la montaña, del mar al río, de la arena al árbol, de la calle al nido. ¿De dónde vino Rafael Leonidas Trujillo, llama oscura, fuego ardiente y sin luz, señor de la maldad? ¿Por qué asesinó a tu hijo en los bosques, por qué lo torturó en La Cuarenta, por qué echó sus despojos al mar, por qué te lo lanzó al exilio? ¿Cómo se explica, madre dominicana, que tu alma pudiera resistir tanto tormento y no estallara? ¿Quién podrá decirnos por qué no se secó tu vientre; debido a qué milagro seguiste dando hijos para que la tiranía los triturara?

Hoy recuerdas con horror los días en que a la hora de la comida tu hijo tardaba y a ti se te encogía el alma pensando si no había caído en manos de los esbirros; las tardes en que rondaban por tu casa caras desconocidas y esa noche el hijo que había salido a pasear con los amigos no volvía a la hora acostumbrada y tú no podías dormir loca de sufrimiento, y temblabas a cada ruido esperando la peor de las noticias.

Madre dominicana, ¿cómo pudiste resistir treinta y dos años de crimen? Treinta y dos años es demasiado tiempo para sufrirlos con una lanza clavada en el corazón. En esos treinta y dos años, todas las noches fueron de pavor; y si tú pudiste padecerlos es porque la resistencia de tu alma es infinita.

Ciertos pueblos antiguos construían sus viviendas sobre el cadáver de un niño. Los cimientos de la patria dominicana están hechos sobre el dolor de la madre. No han sido los que han caído en los combates ni los torturados en las prisiones ni los fusilados en la noche ni los echados al exilio los que más han sufrido; ha sido ella, la madre, la que siempre tiene en el pecho una fuente inagotable de ternura y a la vez una llaga de amor que jamás se cierra.

En este Día de las Madres debemos consagrar una hora a ella; a la madre de todos, a la que cada día pasa por nuestro lado sin que sepamos su nombre; a la que ya murió y a la que aún vive. No pensemos sólo en la nuestra, en la que nos llevó en su entraña y nos cobijó con su amor. Esa es siempre la más bella aunque sus rasgos sean toscos; la más joven aunque tenga ochenta años y peine canas; la más saludable aunque esté en lecho de enferma; la más alegre aunque el sufrimiento la haya deformado; la siempre viva aunque haya muerto. Pero la otra, la de todos, la madre del sufrimiento dominicano, la madre que dio hijos para que hicieran patria y los dio para las guerras civiles y los dio para restaurar la República y los dio de nuevo para que los caudillos los enviaran a la muerte; la madre dominicana que parió víctimas para la tiranía... ésa es la raíz misma de este pueblo, la fuente de su vida y tal vez la única explicación de su existencia.

Sea para ella nuestra veneración... Pero nuestra preocupación debe ser para la madre pobre; la que en los ranchos de las ciudades y en los bohíos de los campos, a la luz de la jumiadora o de la lámpara, ha estado junto al catre o junto a la barbacoa del hijo enfermo, vigilando con ojos endurecidos por el trasnocho y rogando al Dios de las alturas, con palabras atravesadas por el dolor, la salvación del enfermito.

Nuestros pensamientos son hoy, Día de las Madres, para esa que se levantó atormentada, buscando con ojos sin sentido en los rincones de la vivienda algo con que hacer comida para sus hijos, los hijos del hambre que ella trajo al mundo con tanto amor como la señora encopetada, pero desdichadamente sin la comodidad de la señora encopetada.

Madre dominicana pobre, fuente del sufrimiento, flor de lágrimas: tus hijos duermen sin sábanas, tus hijos se levantan desnudos y pasarán el día desnudos o vestidos de harapos; tal vez tus hijos no comerán en esta Día de las Madres. Pero ten la seguridad de que miles y miles de dominicanos oran y luchan para que en esta tierra que te debe tanto amanezca un día la justicia sentada en la loma más alta y en el bohío más humilde, con las dos manos llenas del pan que te has ganado con tu dolor en todos los años de nuestra historia.

Que el Señor te bendiga en este día, madre dominicana.-

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Publicado en el diario “El Caribe” del 26 de Mayo, 1963
Digitado de fotocopia por P.S.R.; 2/07/2005

Especial para Orbe Quince


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Juan Bosch


Historia de Santiago de Cuba. Por Luis Acosta Brehal (1 de 3 para OQ)

Luis Acosta Brehal


HISTORIA DE SANTIAGO DE CUBA

(1 de 3, para Orbe Quince)
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Por Luis Acosta Brehal
Director del Centro de Estudios Antonio Maceo, de Santiago de Cuba.


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Fundación de Santiago de Cuba.
Su devenir económico y social. (1515-1836).

Fundación de la villa-ciudad. Diego Velázquez de Cuéllar.
La fundación de Santiago de Cuba ocurrió hacia el final del proceso de conquista española de la Isla de Cuba. Diego Colón, virrey de España en América y radicado en La Española le encargó la dirección de esa empresa a Diego Velázquez de Cuéllar, con el cargo de Teniente de Gobernador y dependiente de la autoridad de dicho virrey.


Durante la conquista, Velázquez fundó las primeras siete poblaciones españolas en Cuba con la categoría de villas, la última de las cuales fue Santiago de Cuba, a fines de julio de 1515, precisión que nos da la carta de relación de Velázquez al Rey, fechada en esta misma villa el primero de agosto de 1515, en la que relata que habiendo visitado este puerto lo encontraron bien situado para la navegación en las tierras ya conquistadas y los lugares en que se iniciaba la conquista, y que además, encontraron un sitio adecuado para la ubicación del nuevo pueblo, en el cual se establecería la Casa de la Contratación, y que estando todos de acuerdo se fueron a la villa de Bayamo, volviendo al puerto de Santiago con posterioridad al 21 de mayo de ese año.

Añade la carta : “Que por devoción a V.A pusieron nombre a aquel Puerto de Santiago, y porque en ella ha de hacer la casa de contrata-ción, creen que será el pueblo principal, y que por esto hay necesidad que allí se haga una fortaleza […].” (1)

Dado el nombre que se decidió para la villa, es de suponer -y así se acepta- que la misma se fundó el 25 de julio de 1515, día en que se efectúan las fiestas en honor de Santiago Apóstol, santo guerrero patrón de España.

Conociendo las costumbres y hábitos de los españoles de la época; el carácter militar de la conquista, así como el interés en la bahía y la navegación, es comprensible por qué se seleccionó la zona alta y se-ca, con buena visibilidad hacia la bahía en que se construyó la nueva villa, y que no es otro punto (y sus alrededores) que el de la actual Plaza o Parque de Céspedes. La estancia española en la aldea aborigen cercana a la desembocadura del río Parada, si la hubo, no debe estimarse más que como una estancia temporal, para beneficiarse de sus facilidades, mientras se construía la nueva villa.

Al fundar esta villa, destinada a ser sede de su gobierno en Cuba, Diego Velázquez procedió a organizarla y poblarla, para lo cual hizo venir a distintos conquistadores-colonos de otras villas como Baracoa y Bayamo, y estructuró la administración de la misma designando a los cuatro regidores de su primer cabildo, y otras autoridades. La designación principal recayó en Hernán Cortés Monroy, nombrado como alcalde.

Además de Velázquez, en la villa radicaron otros importantes funcionarios del gobierno colonial español en Cuba: los Oficiales Reales, encargados de llevar los asuntos de la Hacienda Real a la que los propios conquistadores denominaron también Casa de la Contratación. Estos funcionarios dependían directamente del Rey, y entre sus funciones tenían la de vigilar e informar sobre la actuación de Velázquez.

En el aparato de gobierno de la Isla ocupaba una posición de privilegio la Iglesia. En cada villa el cura párroco era distinguido como una personalidad muy importante con una gran influencia política e ideológica. Velázquez solicitó la creación en Cuba de un obispado, lo que le fue concedido en 1516, ordenándose que el mismo radicara en Baracoa, villa cuya iglesia parroquial fue elevada al rango de Iglesia Catedral, con el nombre de Nuestra Señora de la Asunción. El 28 de abril de 1522 una bula del Papa Alejandro VI, trasladó el obispado y su catedral -que conservó el nombre- a la villa de Santiago de Cuba. (2)

Desde 1516 se nombró obispo de Cuba a fray Juan de White, al que le siguieron otros. Sin embargo, el primero que vino a ocupar su diócesis fue fray Miguel Ramírez de Salamanca en 1527.

En la organización administrativa de la colonia un importante órgano era la Junta de Procuradores, integrada por un procurador representante de cada villa, y que se reunía una vez al año en Santiago de Cuba para estudiar las necesidades de cada una, y de la Isla, y realizar las correspondientes peticiones a la corona.

Un importante papel en la vida y gobierno de la colonia tenía la Hacienda Real, cuyos Oficiales Reales se encargaban del cobro de los impuestos, de efectuar y vigilar la fundición del oro, controlar la entrada y salida de buques y mercancías, etc. Entre los diversos impuestos que administraban se destaca el llamado quinto real (20%) del oro obtenido cada año en la Isla. Toda su labor era en beneficio de la corona.

Otros impuestos importantes eran el Diezmo (10%) y el de La Rueda o La Pesa. El primero lo cobraba la iglesia para su beneficio; el segundo se cobraba a todos los poseedores de tierras y ganado, y consistía en que cada uno de ellos debía entregar reces para el abasto de carne a la población, en una cifra que cada año fijaba el cabildo. Los beneficios de la venta de esa carne engrosaban los fondos del cabildo.

Diego Velázquez desde su cargo de Teniente de Gobernador, tenía la responsabilidad no sólo de dirigir la conquista, sino también la colonización del territorio y su explotación en beneficio de los colonos y de la corona española. El debía cumplir y hacer cumplir las disposiciones que en materia de justicia, economía, seguridad militar, y gobierno, emanaran del virrey Diego Colon -al que estaba subordinado- y del Rey. Sin embargo, trató de eludir la autoridad virreinal y entenderse directamente con el Rey, a fin de fortalecer su posición y poder, y estar en mejores condiciones para llevar adelante sus ambiciosos planes de conquista de nuevos territorios. El Rey por su parte, le permitió ciertos excesos en sus funciones, las aceptó como buenas y le otorgó el titulo de Adelantado en 1518, con lo cual el monarca restaba poder a su también ambicioso virrey D. Colón.

Economía de la ciudad y su territorio en los primeros años.

La villa de Santiago de Cuba elevada al rango de ciudad al trasladarse a ella la sede del obispado y la catedral en 1522, descansó su vida y prosperidad inicial en el único renglón exportable de buen valor de que disponía la Isla en aquellos años: el oro. En sus cercanías no parece que los conquistadores encontraran cantidades importantes del metal, sin embargo, como era la sede del gobierno y de La Real Hacienda, aquí se encontraba la principal fundición -había otra en Bayamo-, y todos los que tenían oro recolectado tenían que venir a Santiago a fundirlo, pesarlo y pagar los impuestos. Esto hacía que en la ciudad fuera relativamente importante la circulación del dorado metal.

Otra fuente de cierta riqueza fue el comercio, ya que por las mismas razones los buques con mercancías estaban obligados a llegar a este puerto, lo que permitía que los más adinerados de la ciudad adquirieran mercancías que luego reexportaban a las demás villas, o a otras colonias, como la cercana Santo Domingo, condición de intermediarios que les daba apreciables ganancias.

El casabe, producido según el método de los aborígenes, era em-pleado en el comercio como sustituto del pan. Por sus ventajas de su poco peso y volumen, y su capacidad de conservarse por largos meses, era muy apreciado por los marinos en sus dilatados viajes.

La producción de oro tuvo su período más próspero en las décadas de 1520 y 1530, alcanzando un valor total de unos tres millones de pesos.(3)

De relevante significación económica siglos después, fue el descu-brimiento de yacimientos de cobre aproximadamente en 1530, en el llamado Cerro de Cardenalillo o Cardenillo -El Cobre- mineral que en 1534 comenzó a explotar con fuerza de trabajo esclava el platero Luis de Espinoza. Esta empresa fracasó quedando los esclavos en el propio lugar y prácticamente libres.(4)

Casi toda la producción descansaba en el trabajo forzado del aborigen, el que sin embargo, según las Leyes de Burgos de 1512 era li-bre. Mas, como el espíritu de los conquistadores no era trabajar sino obtener rápida fortuna, Velázquez desde el inicio de la conquista distribuyó a los conquistadores grupos de aborígenes para que trabajaran al servicio de los mismos, los que fueron empleados principalmente en los lavaderos de oro.

Este trabajo forzado era incongruente con la condición de hombre libre del indio, lo que fue legalmente resuelto en 1522 cuando la corona estableció el sistema o régimen de La Encomienda.(5) Según lo dispuesto por la corona, los indios se entregaban a los colonos por un tiempo, a fin de que fueran evangelizados sin ser maltratados, y a cambio, debían trabajar para el encomendero o colono español.

Velázquez era el encargado de distribuir a los indios encomendados y velar porque se cumpliera lo establecido, castigando al encomendero que no cumpliera sus obligaciones. El carácter temporal de la encomienda, el afán de rápido enriquecimiento, y el peligro siempre presente de que el poderoso Velázquez retirara la encomienda, impulsó a los colonos a tratar de obtener de los indios encomendados el máximo de provecho en el menor tiempo posible, a base de una superexplotacion de esta fuerza de trabajo en pésimas condiciones de vida,(6) lo que condujo a un doble resultado: la rápida disminución del número de indios, -alta mortalidad y poca natalidad-, y la rebeldía expresada en el suicidio individual o colectivo y en el alzamiento o cimarrona

Esta rebeldía indígena se extendió por varias décadas y regiones de Cuba. La beligerancia aborigen se presentó también en las cercanías montañosas de Santiago de Cuba, causando algunos daños y cierta intranquilidad especialmente entre 1540 y 1550, situación a la que no fue ajena la emigración aborigen procedente de La Española, particularmente en el caso del conocido cacique Hatuey.

La rápida disminución del indio como fuerza de trabajo motivó la búsqueda de una solución, la que se encontró en el uso de esclavos, especialmente a partir de 1540, aunque ya desde antes había esclavos en la Isla. Los primeros llegaron alrededor de 1515 procedentes de La Española, e incluían esclavos blancos, especialmente mujeres blancas. En 1521 el Rey autorizó la entrada de 1 000 esclavos, y otros tantos en 1526 por Real Cédula del 20 de junio de ese año, todos los cuales deben haber llegado por el puerto de Santiago de Cuba.(7)

Esta ciudad fundada alrededor de lo que hoy es el Parque Céspedes, disfrutó de un auge inicial basado en coyunturas que les fueron propicias, y que hicieron que su población fuera numerosa en las condiciones de la Isla; al parecer, unos 2 000 habitantes para 1524. Ella y su comercio, lícito e ilícito, fueron por esta razón, desde unos pocos años después, un objetivo de corsarios y piratas que ya estaban presentes en los mares de América, peligro que se refleja en la tasa de flete por tonelada de mercancía traída de España a Santiago y que era de 3 850 maravedies.(8)

En los primeros tiempos los nombres de las calles que formaban o bordeaban la Plaza de Armas eran: Calle del Adelantado, -Santo Tomás- Calle de la Catedral, -Heredia- Calle de la Marina, -Aguilera- y Calle del Cabildo, -San Pedro-.

La situación económica y poblacional de la villa o ciudad, le sirvió de base a D. Velázquez para financiar -usando además, su fortuna personal-, planes de conquista de territorios en el continente, acerca de que corrían rumores sobre fabulosas riquezas. Es así que organizó sucesivamente tres viajes de descubrimiento, el último de los cuales comandado por Juan de Grijalba, regresó con la noticia de haber encontrado mucho oro en las costas del Golfo de Méjico.(9) Velázquez organizó entonces una nueva y poderosa expedición encargada de la conquista de ese rico territorio, que partió de Santiago de Cuba el 18 de noviembre de 1518 al mando de Hernán Cortés M., el que al llegar obtuvo rápidos éxitos y enormes riquezas, pero desconoció la subordinación que le debía a Velázquez, y se entendió directamente con el Rey, enviándole formidables tesoros.

Pese a las protestas de Velázquez el Rey dio su apoyo al que más riquezas le daba, y por otra parte, la expedición de 1 100 hombres y 18 buques que Velázquez envío desde Santiago, comandada por Pánfilo de Narvaez para someter y apresar a Cortés, fracasó cuando la mayoría de los hombres se unieron al conquistador de Méjico.(10) Todo resultó en que Diego Velázquez no obtuvo sus más vastos planes, los que no le dieron el poderío y riqueza que esperaba, y desde entonces su prestigio y poder en la Isla fue declinando, hasta su muerte ocurrida en Santiago de Cuba en 1524.

Distribución y uso de la tierra. Decadencia de la ciudad: economía de subsistencia y comercio.

Desde el inicio de la conquista y colonización Velázquez procedió -sin facultades para ello pues le correspondía al Rey- a repartir tierras entre los conquistadores, según las normas establecidas por la corona para estas mercedes. Dichas mercedes eran de dos tipos: peonías y caballerías. Las primeras se entregaban a las personas de menos importancia, y las caballerías -el doble de las peonías- a las más importantes, aunque ambas eran en realidad parcelas más bien pequeñas, dedicadas a cultivos y cría de ganado. Las tierras mercedadas por Velázquez fueron confirmadas por el Rey, y como es natural el Adelantado favoreció a sus íntimos con grandes cantidades de tierras. No obstante, por la escasa población la mayor parte de la tierra no fue mercedada, y quedaron como tierras realengas o del Rey para uso común de los colonos. En realidad toda la tierra era del Rey, pues las mercedes eran sólo entregadas en usufructo. A la muerte de Velázquez la facultad de entregar mercedes pasó al cabildo de cada territorio, lo que dio a estas instituciones un extraordinario poder dentro de la estructura de gobierno de la Isla, y consiguientemente a los patricios de cada localidad que por su condición de tales se apoderaron de sus diferentes cargos y se automercedaban las tierras.

Hacia la década de 1540 comenzaron a otorgarse otros tipos de mercedes llamadas hatos y corrales. Esto fue coincidente con el de-clinar y agotamiento posterior de la producción de oro. Según lo dispuesto por España los corrales tenían una extensión de una legua de radio, y los hatos de dos. En ambos casos se otorgaban para la cría de ganado mayor. En Santiago, por la topografía del terreno, la exigua población, y la abundancia de tierras, por lo general no tuvieron forma circular, eran de extensión mayor que la establecida, y sus límites estuvieron imprecisamente definidos. Por el tipo de producción que realizaban, las peonías y caballerías estaban en general cerca de la ciudad, y algo más alejados los hatos y corrales.

Con el agotamiento del oro se produjo necesariamente un cambio de actitud hacia la tierra. Poseerla no fue desde entonces sólo un motivo de nobleza, sino también el recurso indispensable para sostener o alcanzar riqueza, fundamentalmente mediante la ganadería, casi el único renglón productivo con valor exportable que quedó en la Isla, y que además, requería de muy poco gasto de dinero. Para poseer ganado bastaba con apoderarse de un número mayor o menor del ganado cimarrón que era abundante, marcarlo y luego dejarlo pastar libremente. Esta ganadería extensiva requería de muy poca fuerza de trabajo asentada permanentemente en hatos y corrales, por lo que la colo-nización de las tierras interiores o más alejadas de las poblaciones, fue muy lenta y de poca densidad demográfica. La producción fundamental obtenida de la ganadería eran los cueros y algunas cantidades pequeñas de sebo y carne salada. La mayor parte de la carne se perdía en los campos. Desde mediados del siglo XVI y durante todo el XVII, esta fue la producción fundamental del territorio cercano a Santiago de Cuba, aunque no la única, pues también se producían y exportaban maderas, y el cobre se explotó por tiempos. La industria del azúcar daba en el siglo XVII algunos pequeños resultados.

La ganadería no daba productos de alto valor y por lo tanto el auge inicial de la ciudad de Santiago de Cuba se eclipsó desde la crisis en la producción de oro, a lo que se unieron otros hechos que dieron inicio a un largo período de decadencia de la ciudad, y que fueron:

• El descubrimiento en los años 40 de las ventajas de la navegación por el Canal de las Bahamas -al norte de Cuba- lo que sacó a Santiago de la ruta habitual de los buques que venían e iban a España.

• El establecimiento en 1561 del Sistema de Flotas.

• La crisis del sistema de encomiendas por la reducción del número de aborígenes y la Ley 35 de las Leyes Nuevas, que en 1542 abolió ese sistema.(11)

• El rápido despoblamiento de la ciudad, cuyos habitantes se trasladaban a la próspera villa de La Habana, a las ricas colonias del continente, e incluso a Bayamo, más protegida de los ataques de corsarios y piratas.

Santiago, pese a que seguía siendo la sede oficial del gobierno de la Isla, vio muy reducida su población. En 1532 era de unas cinco mil personas de las que alrededor de 1 000 eran vecinos -es decir,los que vivían permanentemente en la ciudad, tenían casa propia, y por tanto disfrutaban de los derechos políticos-, cifra que se reduce a 250 almas en 1620, mientras que Bayamo, situada tierra adentro tenía 1 500 habitantes.(12)

En esta larga decadencia, la ciudad y su territorio inmediato se su-mieron hasta avanzado el siglo XVIII en un régimen económico calificado como de subsistencia o economía consuntiva, donde la producción era dedicada esencialmente al consumo interno, y la reproducción económica de una limitada y escasa proyección al comercio exterior, dada no sólo por la escasa producción interna y la ausencia de capital, sino también por la negativa influencia del monopolio comercial español ejercido a través de la Casa de la Contratación de Sevilla, y el abusivo régimen de impuestos.

Por otra parte, el establecimiento del Sistema de Flotas suponía que la exportación santiaguera tuviera que realizarse enviando sus productos al puerto de La Habana, o por medio de las naves de la flota que se destinaran a este puerto de Santiago. Todo esto conspiraba contra esta ciudad, pues los comerciantes habaneros compraban barato y poco, y vendían a muy altos precios. Además, los navíos de la flota destinados a Santiago -llamados navíos o buques de registro- eran sólo uno o dos al año y traían pocas, malas y caras mercancías, comprando poco y barato. Por otra parte, los conflictos bélicos en Europa trasladaban sus acciones al Mar Caribe, alteraban el sistema de flotas y hacían muy peligrosa la navegación comercial, por lo que era frecuente que no se recibieran en el puerto los navíos de registro, incluso durante años.

La inexistencia de un comercio exterior por vía legal amplio, actuaba como un freno al crecimiento de la economía en el territorio inmediato a Santiago de Cuba, la que tuvo desde mediados del siglo XVI hasta finales del XVII como pilares básicos a la ganadería, la minería del cobre, el azúcar, y el tabaco.

En estos años la ganadería mantuvo sus características. La minería del cobre se mantuvo intermitente durante el siglo XVI, extrayéndose mineral con destino a La Habana y España. Esta producción rendía buenas ganancias, pero como no fue continua, y se realizaba a nombre del propio estado o de individuos que obtenían la concesión de su producción, resulta que sus beneficios en el mejor de los casos quedaba en muy pocas manos y sus efectos sobre el estado general de la economía era escaso.

A inicios del siglo XVII, luego de un período de inactividad oficial, el estado español encargó al capitán Francisco Sánchez de Moya, -luego gobernador de esta zona- que organizara la producción de cobre, la que se reinició pero por poco tiempo. En 1617 el Rey, oficialmente dueño de estas minas de Santiago del Prado o El Cobre, concedió a Juan de Eguiluz el derecho de reiniciar la producción con el empleo de hasta 200 esclavos, tener un barco propio para el transporte de los abastecimientos necesarios, y a vender por su cuenta hasta 200 quintales de cobre por año en los territorios españoles. A cambio de todo esto, Eguiluz debía entregar 2 000 quintales anuales de cobre a la fundición de cañones de La Habana.

Hasta su muerte ocurrida en 1630, Eguiluz incumplió sus compromisos, engañó al estado, vendió por su cuenta más de lo estipulado, y uso su barco para contrabandear. Sus hijas y herederos continuaron el negocio y el engaño, hasta que en 1637 fue nombrado administrador de las minas Pedro de Lugo Albarracin, el que comprobó que se había estafado al estado en la cifra de 50 mil pesos.(13)

Dos años estuvo detenida la producción hasta que en 1639 el yerno de Eguiluz, capitán Francisco Salazar Acuña, tomó la administración de la mina que contaba con 269 esclavos, bajo compromiso de pagar lo adeudado por su familia al estado. No lo hizo, y en cambio, mantuvo el fraude hasta abril de 1663 cuando el juez Antonio Ruiz de Matienzo lo sometió a juicio de residencia y fue puesto en prisión. Desde entonces la mina quedó abandonada y los esclavos -que pasaron a propiedad de la Real Hacienda- quedaron en el lugar como en oportunidades anteriores, dedicados a pequeños cultivos en tierras que arrendaban del hato de Barajagua, y a la extracción ilegal de pequeñas cantidades de mineral que vendían de contrabando, -se supone que
preferentemente a los habitantes de Jamaica y La Española-, es decir, prácticamente libres.(14)

Por su parte, la industria azucarera que existía en los alrededores de la ciudad, lograba un producto de escasa calidad y concentración del azúcar, en pequeños trapiches que producían principalmente raspaduras. Muy lentamente la producción creció a base del trabajo de los esclavos que en poca cantidad tenía cada trapiche. A inicios del siglo XVII (1606), el desmantelamiento de la región de Gonaibes en La Es-pañola, ordenada por el Rey en castigo por el amplio contrabando de sus habitantes, dio lugar a que un número impreciso de éstos, pasaran a establecerse en la zona santiaguera, lo que no sólo significó un importante aporte demográfico, sino que impulsó levemente el crecimiento de la industria azucarera pues tenían mejores experiencias y conocimientos en la producción, mejorando el producto final obtenido.

Un informe del gobernador territorial Juan de Navia Castrillón dirigido al Rey en 1617 decía que en Cuba -así se le llamaba al territorio más o menos cercano a Santiago de Cuba- habían 27 ingenios y trapiches que junto a los de Bayamo -eran 11- elaboraban 28 000 arrobas de azúcar y mucha miel. (15) Esta cifra parece exagerada.

El tabaco llegó a ser a fines del siglo XVII una importante producción, que para Santiago tuvo su significación principal en la circunstancia de que era por su puerto por donde se exportaba la mayor parte de lo producido en el territorio oriental, ya que la producción propiamente dicha, no parece haber sido importante en las zonas aledañas a la ciudad. Sin embargo, el tabaco daba buenas ganancias a los potentados de la ciudad actuando como intermediarios.

Los pequeños y medianos campesinos establecidos en tierras arrendadas o en tierras realengas, eran los productores de la hoja. El cultivo y producción se extendió sistemáticamente, destinado a un mercado exterior insatisfecho por el continuo incremento del consumo, lo que daba lugar a buenos precios. Es característico de la producción en esta zona oriental el empleo de fuerza de trabajo esclava, lo que indica que los productores disponían de capacidad económica para adquirirlos.

Como ya se planteó antes, la política económica española no sólo frenaba el crecimiento de la producción, sino que además, daba lugar a un continuo desabastecimiento de recursos necesarios para la producción, o para las necesidades cotidianas de la población. El comercio legal con los buques de la flota, el puerto de La Habana, y además, el que se le permitía a Santiago con puertos de Tierra Firme y El Caribe como Santa Marta, Cartagena, Jamaica, La Española, Golfo de Honduras, y Campeche, y que estuvo libre de impuestos pero limitado en cantidad desde 1586, no bastaba. Por eso, desde muy tempranos tiempos de la colonia los habitantes de Santiago y sus alrededores emplearon profusamente el comercio de contrabando o de rescate; directamente con contrabandistas de otras colonias, naciones y puertos, o acompañando el comercio legal.

El comercio de contrabando estuvo muy ligado a corsarios y piratas, los que siempre que podían realizaban el comercio ilegal que les daba buenas ganancias. En el contrabando participaban todos, desde el simple ciudadano hasta funcionarios del gobierno, militares y eclesiásticos, y se realizaba por distintos puntos de la costa cerca de Santiago, e incluso en el propio puerto de la ciudad.

Mediante el contrabando se exportaban cueros, carne salada, sebo, azúcar, cobre y tabaco, y se obtenían telas y ropas, calzado, instrumentos de trabajo, alimentos, esclavos, etc. con la ventaja de que eran productos de más calidad y que se obtenían buenas ganancias. Pero tampoco esta riesgosa actividad comercial pudo incentivar un rápido crecimiento económico.

En una economía como esta, de autoconsumo, extensiva, y con escasa población, el mercado interno era pequeño, a lo que se añadía que durante los siglos XVI y XVII fue crónica la ausencia de monedas de poco valor, propias para el comercio al por menor.

En estos siglos la fuerza de trabajo esclava era importante en la producción, especialmente en la minería del cobre, la industria azucarera, y los servicios domésticos y portuarios. El carácter extensivo de la economía agropecuaria y su atraso, hacían que el trabajo esclavo estuviera deficientemente organizado y que el grado de explotación no fuera tan intenso, por lo que su productividad fue escasa y gravoso su mantenimiento. Por esto, en no pocas oportunidades la oligarquía hatera daba lotes de tierra a sus esclavos para que los cultivaran y se procuraran su sustento e incluso, que vendieran en el mercado. Esta relativa benignidad del régimen esclavista, ha dado lugar a que dicho régimen en este territorio sea denominado como patriarcal, y en él fue frecuente que por diversas vías un número creciente de esclavos obtuvieran su libertad individual, quedando muchas veces establecidos en tierras arrendadas al ex amo, con quien sostenían relaciones de dependencia personal, como también le sucedía a los campesinos libres que arrendaban tierras. También se producía la fuga de esclavos -los llamados cimarrones-, que se apalencaban en zonas lejanas.

Por todo esto era necesaria la continua reposición de esclavos para la producción, lo que se dificultaba por el sistema establecido por España para el abastecimiento de éstos, consistente en vender mediante asientos, -contratos-, este comercio a particulares o compañías, las que pocas veces vendían negros esclavos en esta plaza en perjuicio de la oligarquía hatera santiaguera, que basaba sus esperanzas de mejorías económicas en la obtención abundante y barata de esclavos. Mientras se pedía a la corona que ordenara la venta de esclavos en esta plaza, se resolvía el problema mediante el contrabando.

En estos siglos, algunos hechos o circunstancias ayudaron a mantener el lento crecimiento de la producción y el comercio. El desmantelamiento de Gonaibes fue el primero de ellos. A mediados del siglo XVII, entre 1654 y 1659 se produjeron otros dos de importancia: la obstrucción de la navegación por el río Cauto, y la conquista de Jamaica por Inglaterra. Al cesar la navegación por el Cauto, el intenso comercio de contrabando de los bayameses se redujo, y esto benefició a los santiagueros porque parte del mismo pasó a realizarse aquí.

La pérdida de la colonia de Jamaica a partir de 1655 a manos de una poderosa fuerza naval y terrestre inglesa, fue particularmente beneficiosa para Santiago de Cuba. El hecho formó parte de una de las continuas guerras en que estaba involucrada España, esta vez contra Inglaterra, lo que aprovecharon los corsarios santiagueros para lanzarse al mar, trayendo a Santiago cuanto pudieron arrebatar a los enemigos de la metrópoli española, y apoyando a los colonos españoles de Jamaica que resistían la invasión inglesa, resistencia que finalmente fue vencida, por lo que muchos de esos colonos tuvieron que emigrar y se establecieron en esta ciudad y sus alrededores, aumentando su población y fuerza de trabajo.

Pero los beneficios principales a corto y mediano plazo se produjeron en lo económico. En corto tiempo los ingleses fomentaron en Jamaica una economía de plantación con empleo de gran cantidad de esclavos, lo que demandaba importantes volúmenes de abastecimientos por lo que se incrementó el contrabando de cueros, carnes, animales vivos y muertos, cobre, alimentos, etc.

Otra guerra entre Inglaterra, Holanda y España contra Francia, terminó en 1697 con la Paz de Ryswick, paz que dio a Santiago dos hechos importantes: los firmantes acordaron la lucha conjunta contra la sociedad piratesca de Los Hermanos de la Costa, por lo que la piratería disminuyó en gran medida. Además, Francia quedó dueña de la parte occidental de La Española, donde fomentó en cortos años su rica colonia de Haití, un nuevo mercado de y para el comercio de contrabando de Santiago de Cuba, creándose un activo triángulo comercial entre Santiago, Jamaica, y Haití.(16)

El gobierno en el territorio: la división en Departamentos. Principales gobernadores.

A la muerte de D. Velázquez en 1524 el cabildo santiaguero designó como gobernador interino al alcalde primero Manuel de Rojas, rico encomendero de Santiago y Bayamo. Desaprobado por el Virrey D. Colón, este designó en 1525 a otro rico encomendero: Gonzalo de Guzmán. Con breves interrupciones Guzmán gobernó hasta 1537.

Las sublevaciones indias que en estos años se produjeron fueron utilizadas para encubrir supuestas bajas producciones de oro; en realidad fraudes al fisco real en que estaban implicados el cabildo, funcionarios, los Oficiales Reales, etc. Para estos fraudes se usaba también como justificación las reales epidemias y suicidios del indio “por comer mucha tierra”.(17)

Comenzaba así una estrecha alianza entre la oligarquía local que controlaba el poderoso cabildo, los gobernantes, la Iglesia, y funcionarios del gobierno, en defensa de sus intereses individuales y de grupo de poder. Esta unidad se manifestó siempre que estuvo en peligro alguna de las prerrogativas o privilegios comunes, o cuando se quería obtener aspiraciones de este tipo. Entre otros ejemplos, esta alianza se hizo patente en los llamados juicios de residencia, durante los cuales por lo general unos a otros se protegían, pues el descubrimiento de los fraudes de uno implicaba con seguridad a los demás.(18)

Simultáneamente, existía una aguda pugna entre estos personajes en la puja por obtener más riquezas y poder, por robar más, por acu-mular más tierras, etc. Asimismo, era fuerte y en oportunidades muy ácida, la lucha entre los poderes establecidos: el gobernador, el cabildo, el obispo, el cabildo eclesiástico, y los oficiales reales. Otro tanto ocurría con las autoridades subalternas de los distintos territorios.

En estos problemas -de larga vida en la historia colonial de Santiago de Cuba-, se vio envuelto Gonzalo de Guzmán, el que también enfrentó sin lograr una solución, el problema de la falta de defensas de la ciudad, amenazada y agredida por corsarios y piratas, lo que provocaba el despoblamiento de la misma.

Agresiones de este tipo fueron entre otras, la entrada de una nave francesa al puerto donde entabló combate con una española en mayo de 1538, o la toma de la ciudad por 36 días en 1554 por unos 200 franceses, que se retiraron con un botín de 50 000 ducados, pese a que en 1550 o algo después se había terminado de construir un baluarte artillado donde hoy esta el llamado Balcón de Velázquez.(19)

Con anterioridad se realizaron otros esfuerzos defensivos, pero esta parece que fue la primera obra defensiva construida, y se realizó por iniciativa del Adelantado Hernando de Soto, que llegó a Santiago de Cuba nombrado como gobernador de la Isla, y encargado de conquistar La Florida. Para esta empresa -en la que perdió la vida-, trajo de España una fuerte expedición que completó aquí en hombres y diversos recursos, completamiento que causó grave daño a la ciudad, que ya en decadencia, quedó al partir la expedición mucho más empobrecida y despoblada.

A Hernando de Soto le siguieron en el gobierno de Cuba los licenciados Juanes Davila -o de Ávila- en 1544, Antonio Chaves en 1546, y Gonzalo Pérez de Angulo en 1549. Durante estos gobiernos se mantuvo la decadencia de la ciudad, por lo que el último de éstos tomó posesión de su cargo ante el cabildo santiaguero y poco después se trasladó y estableció en La Habana, la población más pujante de la Isla, lo que fue aprobado por La Real Audiencia de Santo Domingo el 3 de febrero de 1553. Desde entonces, de facto, la sede del gobierno quedó establecida en La Habana.(20)

Este hecho acentuó la decadencia de la ciudad durante toda la segunda mitad del siglo XVI, años en los cuales merece destacarse la aparición en las cercanías de Santiago de dos poblados. A fines del siglo, a unos 6 kilómetros, apareció la reserva indígena de San Luis de los Caneyes, El Caney, donde según lo dispuesto por la Corona se concentraron buena parte de los aborígenes sobrevivientes, a los que se les permitió el usufructo de las tierras del lugar y organizarse bajo la dirección de un cacique, pero supervisados y protegidos por un funcionario del cabildo titulado Protector de Indios.

En las minas de cobre y asociado a la explotación de las mismas, apareció un nuevo pueblo bajo el nombre de Villa de Santiago del Prado, -El Cobre-, poblado en el que por estos años surge la leyenda de la aparición de la Virgen de la Caridad del Cobre, deidad alrededor de la cual se desarrolló desde entonces un culto, que llegó a constituir un factor histórico de tipo ideológico que contribuyó a la unidad e identificación de la población con este territorio, y por esa vía, al sentimiento de pertenencia a la patria chica. Este culto se ha extendido con el tiempo a toda Cuba, al Caribe, y aún más lejos, incluso hasta la lejana India.(21)

El traslado de la sede del gobierno de Cuba para La Habana, se hizo oficial en 1607, cuando la metrópoli decidió reorganizar la administración de la Isla, y mediante Real Cédula firmada en Madrid el 8 de abril de ese año, dividió a Cuba en dos Departamentos: Occidental y Oriental. Capital del primero y de todo el país fue La Habana donde radicaba el Capitán General, máxima autoridad colonial.

Como capital del Departamento Oriental fue designada Santiago de Cuba, donde se establecía el Capitán a Guerra o Gobernador del Departamento, subordinado al Capitán General.(22) Este Departamento se extendía desde Baracoa hasta Puerto Príncipe, y se dividía en Jurisdicciones, las que eran Puerto Príncipe, Bayamo, Baracoa, y Cuba (Santiago de). Por su importancia las minas del Cobre quedaban sujetas al control directo del Capitán General.

El primer gobernador designado para el departamento fue Juan Villaverde de Ureta, en 1608, cuyo gobierno se destacó hasta su fin en 1613 por una tenaz persecución al contrabando, así como a corsarios y piratas.

Las imprecisiones de la Real Cédula que dividió a la Isla, dieron lugar a frecuentes problemas entre el Gobernador del Departamento y el Capitán General ya que no estaban claras las atribuciones de uno y otro.

Para las gestiones de gobierno del Departamento y de la ciudad, el gobernador y el cabildo contaban con los impuestos que cobraba el cabildo, llamados impuestos de propios, así como una cierta cantidad de dinero enviado por la corona al que se denominaba situado. Este situado era empleado en el pago a funcionarios y soldados, arreglo y mejoras en la ciudad, mantenimiento y construcción de obras defensivas, etc. pero la capitanía general enviaba generalmente poco y hubo años en que no se envió, por lo que se limitaba la entrada en circulación de dinero fresco y se reducía el mercado interior y la posibilidad de los potentados de aumentar sus capitales.

Durante casi todo el siglo XVII aumentó la actividad de corsarios y piratas. Por ejemplo, en 1635 y 1636 la ciudad fue atacada dos veces, hechos que movieron a la corona a reforzar la defensa de Santiago. Se encargó al ingeniero militar Antonelli proyectar sus defensas, después de lo cual se construyó en la entrada de la bahía un reducido cuadrilátero abalaustrado, con guarnición de 30 hombres y alguna artillería, que se terminó en 1643 con el nombre de Castillo del Morro de San Pedro de la Roca.(23)

En este siglo XVII sobresalen algunos gobernadores por lo benéfico de sus acciones de gobierno. Pedro de la Roca y Borja, 1633-1643, no sólo construyó el Castillo del Morro, sino también una fuente pública para el abasto de agua a la población, y una edificación de cal y canto para la tropa de 90 soldados. Pedro Bayona Villanueva, 1654-1659, que favoreció sostenidamente el comercio de contrabando, pero sobre todo, adoptó importantes medidas militares cuando la conquista inglesa de Jamaica puso en grave peligro a esta población, así como protegió a los cerca de mil colonos españoles de Jamaica que se establecieron en Santiago de Cuba.

Bayona elaboró un plan de fortificaciones para la ciudad que no fue aprobado por España. Después del ataque a Santiago en 1662 por tropas inglesas procedentes de Jamaica al mando de Cristopher Myns, que tomaron la ciudad y la abandonaron semidestruida luego de un mes de ocupación,(24) el gobierno español se vio en la necesidad de preocuparse por la defensa de esta plaza, y se envió de nuevo a Bayona Villanueva como gobernador, provisto de dinero, ordenes y autoridad, para reedificar y mejorar las defensas. El Castillo del Morro fue reconstruido con mejor forma y más grande, provisto de 30 cañones y 200 hombres de guarnición. Se levantaron además, las baterías de La Estrella, La Punta, y Santa Catalina, todas en el interior de la bahía.(25)


Evolución social y cultural.

La colonización española con sus peculiaridades económicas, políticas, ideológicas y gubernamentales, determinaron los rasgos de la sociedad que se comenzó a formar en la ciudad de Santiago de Cuba y el territorio rural cercano a ella.

Desde los mismos inicios de la colonización fue característica la rápida aparición del mestizo, mezcla étnica de blancos, indios y negros, y por supuesto, también de blancos nacidos en esta tierra. El conjunto poblacional de la ciudad, -muy deprimido desde la medianía del siglo XVI-, tuvo un lento crecimiento con momentos de fuerte estímulo por las emigraciones procedentes de La Española (Gonaibes), de Jamaica, y la decadencia de Bayamo, sucesos estos ocurridos en el siglo XVII, a fines del cual era ya de cercana a 10 000 habitantes.(26)

La evolución económica y el régimen colonial justificaron la existencia de un sector social o clase privilegiada integrada por ricos hateros-ganaderos, comerciantes, funcionarios del gobierno, jefes militares, y eclesiásticos. Este grupo social privilegiado estaba integrado sin excepción por blancos, los que tenían hábitos de vida, costumbres, modos de comportamiento, de vestir, hablar, y relacionarse socialmente, muy propios, y que otros grupos sociales trataban de imitar.

Entre ellos se consolidaba y crecía el grupo de los ricos criollos o gente de la tierra, es decir, los nacidos aquí, y herederos de mercedes de tierras, entre los cuales existía ya un ideal basado en el concepto de ser ciudadano de la villa o ciudad, de que la patria no era más que ésta, sus alrededores, y su patrimonio personal o familiar;(27) ideal o sentimiento que comenzaba a separarlos imperceptiblemente del concepto de ciudadano o súbdito de la metrópoli.

Paralelamente existía ya desde mediados del siglo XVII un grupo o sector medio -por su posición económica-, integrado en la ciudad principalmente por comerciantes, y en el campo por un número de campesinos acomodados dedicados en lo fundamental al cultivo de tabaco. En ellos se podían encontrar blancos y mestizos.

La mayoría de la población era de personas pobres, incluyendo a todos los grupos étnicos y sus mezclas, tanto en la ciudad como en el campo, dedicados al comercio ambulante, operarios, aprendices, cargadores, marineros, trabajadores agrícolas, arrendatarios, etc. y que

por supuesto carecían de privilegios sociales, y sólo se diferenciaban entre si por el factor racial. Entre ellos también se encontraban las gentes de la tierra o criollos.

En esta sociedad ocupaba un lugar importante por su número y su peso económico la masa de esclavos, destacándose el hecho de que una significativa cantidad de ellos adquirió la condición de hombres libres, fenómeno que caracterizaba la composición de la sociedad y que alcanzaría una importante y múltiple significación en los siglos siguientes.

En este conglomerado social durante los siglos XVI y XVII la vida cultural fue sumamente limitada. Durante el XVI la educación se reducía a la labor de una pequeña escuela dependiente de la Iglesia Catedral. En ella se desempeñó como maestro el primer cubano de esa profesión que se conoce: el sacerdote Miguel Velázquez,(28) un mestizo hijo de india y español, y de quién se dijo que era un hombre docto y virtuoso. Fue él, el primero que al referirse a Cuba manifiesta un sentimiento de amor hacia ella, al calificarla como una tierra triste por el duro señorío sobre ella establecido.

Ya en el siglo XVII surgen algunas escuelas asociadas a las iglesias parroquiales, donde los párrocos enseñan rezos, algo de Historia Sagrada y primeras letras. Los hijos de familias ricas reciben de estos propios párrocos clases particulares y una instrucción más esmerada, y algunos son enviados a estudiar a España. En esta sociedad donde predominaba el analfabetismo, la Iglesia era el reservorio principal y casi único del saber.

Durante el siglo XVII la ciudad creció principalmente en dirección al sur y surgieron nuevas plazas o parques asociadas a distintas iglesias parroquiales. Las calles eran estrechas y se adaptaban a la topografía irregular. Mejoró la arquitectura de los edificios públicos y religiosos, y entre los civiles se destacaban las viviendas de los gobernadores Roca y Bartolomé de Osuna. La mayoría de las casas eran muy pobres, o simples bohíos.(29)

Para los servicios religiosos se empleaban órganos y en la Catedral existía un coro de unas pocas voces que ofrecía maitines a la población durante las grandes solemnidades. Las distracciones sociales eran las visitas a familiares o amigos, los paseos al Caney y San Juan, las fiestas religiosas, por acontecimientos reales, o de inicios de año, oportunidad ésta última en que también se realizaba la elección del Alcalde Ordinario. En algunas oportunidades el Cabildo autorizaba fiestas, peleas de gallos, carreras de caballos, etc. (30)

La música en la ciudad se reducía a la labor de los organistas y la capilla de música de la Catedral creada en 1680 por Matías Algueza. (31) Instrumentos como la guitarra y otros, seguramente tendrían cultores entre la población.

Sólo se conoce el caso de una pieza escénica, una comedia, representada en 1683 con un aparatoso final, debido a que se creyó que la ciudad era atacada por los piratas. (32)

Los servicios médicos se reducían a la labor de algunas religiosas y curanderas. Los enterramientos se producían en las iglesias, y sólo en ocasión de alguna festividad importante se procuraba algún aseo a la Plaza de Armas.

Así llegó Santiago de Cuba, triste y olvidada, a los umbrales del siglo XVIII, siglo en que se definirán la mayoría de sus características, los rasgos de su idiosincrasia particular, y las líneas generales de su evolución económica y social.


Notas.

1.- Las partes principales del texto de la carta pueden leerse en: Leocésar Miranda Saborit: Santiago de Cuba: su fundación. En: Revista Catálogo. No. 1, enero-marzo, 1993, p. 11.

2.- Emilio Bacardí Moreaux: Crónicas de Santiago de Cuba. Tipografía Arroyo Hermanos, Santiago de Cuba, 1924, tomo I, p. 108.

3.- Julio Le Riverend Brussone: Historia económica de Cuba. Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 1971, pp. 116-117.

4.- José Luciano Franco Ferrán: Los palenques de negros cimarrones. Departamento de Orientaciones Revolucionarias del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, La Habana, 1973, p.56.

5.- Julio Le Riverend Brussone: Ob. Cit., pp.76-77.

6.- Leocésar Miranda Saborit: Santiago de Cuba (1515-1550). Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 1995, pp. 33-44.

7.- Julio Le Riverend Brussone: Ob. Cit., pp. 81-83. José Luciano Franco Ferrán: Apuntes para una historia de la legislación y administración co-lonial en Cuba, 1511-1800. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1985, pp. 113-114.

8.- César García del Pino: “Corsarios, piratas y Santiago de Cuba.” En: Re-vista Santiago. Universidad de Oriente, No. 26-27, junio-septiembre, 1997, pp. 114-115.

9.- Francisco Mata: Piratas en el Caribe. Ediciones Casa de las Américas, La Habana, 1984, pp. 14-15. Jacobo de la Pezuela y Lobo: Diccionario Ge-ográfico, Estadístico, Histórico de la Isla de Cuba. [s.e.}, Madrid, 1863, tomo II, p.175.

10.- Leocésar Miranda Saborit: Ob. Cit., pp. 22-23. Jacobo de la Pezuela y Lobo: Ob. Cit., p. 173. José María Callejas: Historia de Santiago de Cuba. Imprenta de la Universidad de La Habana, La Habana, 1911, p. 20.

11.- Julio Le Riverend Brussone: Ob. Cit., pp. 77-79.

12.- Hortensia Pichardo: Documentos para la Historia de Cuba. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana,1977, tomo I, pp.567-568.

13.- César García del Pino: Ob. Cit., pp. 140-141.

14.- Jacobo de la Pezuela y Lobo: Ob. Cit., p. 10.

15.- Hortensia Pichardo: Ob. Cit., pp. 549 y siguientes. Julio Le Riverend Brussone: Ob. Cit., pp. 104-106.

16.- César García del Pino: Ob. Cit., p.212.

17.- Leocésar Miranda Savorit: Ob. Cit., pp. 34-35.

18.- Estos juicios de residencia eran comunes. Se realizaban unos debido a denuncias recibidas por las autoridades superiores y otros de oficio, pues era costumbre que se le hicieran estas investigaciones a cada gobernador al final de su mandato para comprobar su probidad en el cargo. Para recrear este gracioso y complejo asunto de la época, puede acudirse a la lectura de los trabajos de Leocésar Miranda S. en su obra Santiago de Cuba (1515-1550), antes citada, páginas 45 a 73.

19.- Leocésar Miranda Saborit: Ob. Cit., pp. 80-86.

20.- Francisco Mata: Ob. Cit., pp.54-55.

21.- Sección Arriba Corazones, p. 118 de una Revista Bohemia de abril de 1957, de la que no hemos podido averiguar ni el número ni la fecha exacta.

22.- Hortensia Pichardo: Ob. Cit., p. 142.

23.- Olga Portuondo Zúñiga: “Trayectoria Histórica de Santiago de Cuba: 1515-1707.”En: Revista Santiago. Universidad de Oriente, No. 26-27, junio-septiembre, 1977, pp. 25-26.

24.- César García del Pino: Ob. Cit., p. 143. Olga Portuondo Zúñiga: Ob. Cit., p. 27.

25.- Jacobo de la Pezuela y Lobo: Ob. Cit., pp. 175 y 181. Ernesto Buch López: Historia de Santiago de Cuba. Editorial Lex, La Habana, 1947, pp. 25-26.

26.- Ernesto Buch López: Ob. Cit., pp. 27-28.

27.- Olga Portuondo Zúñiga: Ob. Cit., pp. 28-29.

28.- Ernesto Buch López: Ob. Cit., pp. 27-29. Laureano Fuentes Matons: Las Artes en Santiago de Cuba, apuntes históricos. Editorial Letras Cu-banas, Ciudad de La Habana, 1981, p. 294. Se ha dicho sin pruebas que fue hijo de Diego Velázquez con una india.

29.- Ernesto Buch López: Ob. Cit., pp. 27-29.

30.- Ibídem, p. 33.

31.- Laureano Fuentes Matons: Ob. Cit., pp. 120 y 194.

32.- Ibídem, pp. 25-26.


BIBILIOGRAFÍA.

 

1.- Ayuntamiento de Santiago de Cuba: Ordenanzas del término muni-cipal de Santiago de Cuba, 1881. Colegio Provincial de Arquitectos, Santiago de Cuba, 1936.

2.- Bacardí Moreaux, Emilio: Crónicas de Santiago de Cuba. Tipografía Arroyo Hermanos, Santiago de Cuba, 1924, 10 tomos.

3.- Bosch, Juan: De Cristóbal Colón a Fidel Castro. El Caribe, frontera imperial. Colección Nuestros Países, serie Rumbos. Ediciones Casa de las Américas, Ciudad de la Habana, 1981

4.- Buch López, Ernesto: Historia de Santiago de Cuba. Edito¬rial Lex, La Habana, 1947.

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7.- Comité Estatal de Estadísticas: Los censos de población y viviendas en Cuba: estimaciones, empadronamientos y censos de población de la época colonial y la primera interven¬ción norteamericana. Instituto de Investigaciones Estadís¬ticas, [S.L.], 1988, tomo I, volúmenes I y II.

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11.- Franco Ferrán, José Luciano: Los palenques de negros cimarrones. Departamento de Orientación Revolucionaria del Comité Central del P.C.C., La Habana, 1973.

12.- : Comercio Clandestino de esclavos. Edito¬rial de Ciencias Sociales, La Habana, 1980.

13.- : Apuntes para una historia de la legisla¬ción y adminis-tración colonial en Cuba, 1511-1800. Edito¬rial de Ciencias Sociales, La Habana, 1985.

14.- Fuentes Matons, Laureano: Las artes en Santiago de Cuba, apuntes históricos. Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1981.

15.- García del Pino, César: "Corsarios, piratas y Santiago de Cuba". En: Revista Santiago. Universidad de Oriente. No.26-27, junio-septiembre, 1977.

16.- Guerra Sánchez, Ramiro: Manual de Historia de Cuba. Edito¬rial de Ciencias Sociales, La Habana, 1971.

17.- Henríquez Ureña, Max: El libro de Santiago de Cuba; resu¬men histórico descriptivo. Ediciones Archipiélago, Santia¬go de Cuba, 1931.

18.- Ibarra Cuesta, Jorge: "La gran sublevación india de 1520 a 1540 y la abolición de las encomiendas." En: Revista Santiago. Universidad de Oriente. No. 22, junio, 1976.

19.- Instituto de Literatura y Lingüística de la Academia de Ciencias de Cu-ba: Perfil histórico de las Letras Cubanas. Editorial Letras Cubanas. La Habana, 1983.

20.- Miranda Saborit, Leocésar: "Santiago de Cuba: su funda¬ción." En: Revista Catálogo. Biblioteca Elvira Cape. No.1, año IX, enero-marzo, 1983.

21.- : "Fundación de Santiago de Cuba". En: Revista Catálogo. Biblioteca Elvira Cape. No. 3-6, año V, mayo-diciembre, 1975.

22.- : Santiago de Cuba (1515-1550). Editorial Oriente, San-tiago de Cuba, 1995.

23.- Mota, Francisco: Piratas en el Caribe. Casa de las Améri¬cas, La Habana, 1984.

24.- Morales, Salvador: Conquista y Colonización de Cuba. Siglo XVI. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1984.

25.- Moreno Fraginals, Manuel: El Ingenio. Editorial de Cien¬cias Sociales, La Habana, 1978, 3 tomos.

26.- Ozes y Alzua, Joaquín de: Fomento de la agricultura e industria de la parte oriental de la Isla de Cuba. Informe a su majestad en 30 de no-viembre de 1794. Material mimeo¬grafiado por la Comisión de Historia del co-mité Provincial del PCC. de Santiago de Cuba, [S.F.]

27.- : Libro que contiene la erección de la Sta. Iglesia Ca-tedral de Santiago de Cuba. [s.e.], Santia¬go de Cuba, 1887.

28.- Pezuela, Jacobo de la: Diccionario geográfico, estadísti¬co, históri-co de la Isla de Cuba. Imprenta del Estableci¬miento de Mellado, Madrid, 1863, 3 tomos.

29.- Pichardo, Hortensia: Documentos para la Historia de Cuba. Editora del Consejo Nacional de Universidades, La Habana, 1964, segunda edición, tomo I.

30.- Portuondo del Prado, Fernando: Historia de Cuba. Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 1975.

31.- Portuondo Zúñiga, Olga: "Trayectoria histórica de Santiago de Cuba: 1515-1707" En: Revista Santiago. Universidad de Oriente. No. 26-27, junio-septiembre, 1977.

32.- "Una sublevación de indios en 1758." En: Revista de la biblioteca Nacional José Martí. Enero-abril, 1981.

33.- Venegas Delgado, Hernán: Teoría y método en historia regional cubana. Editorial Capiro, Santa Clara, 1994.

 

Otras fuentes.

1.- El desarrollo urbano de la ciudad de Santiago de Cuba en los siglos XVI - XIX. Folleto mimeografiado escrito por el arquitecto Omar López Martínez.

2.- Colección del periódico El Redactor. Museo Emilio Bacardí.

3.- Revista Bohemia.

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Fin de la primera parte de tres.

 
(Orbe Quince agradece sobremanera al historiador cubano Luis Acosta Brehal por tan valiosa colaboración: P. S. R.)

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